VIVIR DEL SUBSIDIO IMPLICA DELINCUENCIA
Dr. Santos Mercado Reyes*
Nunca me imaginé que tuviera que reconocer que soy un
delincuente. La verdad no peca, pero incomoda, como bien
dice el refrán.
Veamos el argumento.
Se llama subsidio a la cantidad de dinero que el gobierno
le otorga a una institución, organización o individuos para
que realice determinadas actividades periódicas. No es
subsidio cuando el gobierno compra una camioneta, alquila un
auditorio o paga por la
renta de un local que ocupe como oficina del gobernador.
Tampoco es subsidio cuando un particular paga una cuota
mensual por su membresía a un deportivo o cuando un
empresario paga el sueldo semanal a sus empleados. El
término subsidio se reserva para los usos que le da el
estado al erario, es decir, al dinero de los contribuyentes.
En nuestro país reciben subsidios las escuelas públicas, las
secretarías de Estado, los campesinos, los estudiantes, las
madres solteras, los ancianos, los museos, los institutos de
investigación y toda una larga lista de grupos que se han
acercado al gobierno por
su rebanadita de pastel. Todos quieren vivir del
presupuesto. Está tan difundido el sistema de subsidios que
casi nadie se pregunta si son buenos, nadie cuestiona de
dónde salen los recursos, simplemente reciben el cheque de
gobierno y se lo gastan sin rubor ni pudor.
Eso me recuerda mis viejos tiempos de delincuente cuando
llegaba con los bolsillos llenos y regalos para todos. La
familia se ponía alegre, todos cantaban, reían y bailaban
sin saber que ese dinero lo conseguía de la esquina de una
calle de la colonia vecina… Bueno, el caso es que ni mis
colegas académicos de la universidad pública, ni los
empleados de alguna secretaría de estado, ni mucho menos mis
diputados y senadores les preocupan saber de dónde salen sus
jugosos salarios.
Trataré de resolver este escabroso enigma y para que nadie
se sienta ofendido, me pondré de ejemplo.
Llevo 25 años trabajando en una universidad pública. Recibo
mi sueldo cada quincena, sin dilación ni titubeo. Pero mi
sueldo, no viene de la señorita que me entrega el cheque, no
sale de los bolsillos de mi Jefe de departamento, ni de mis
alumnos, ni del rector, tampoco sale del Sr. Presidente de
la República pues él es otro asalariado.
Siguiendo la huella del dinero vemos que viene de la
Secretaría de Hacienda, pero no de los bolsillos del
secretario pues él es otro asalariado. Para no hacer el
cuento largo, mi sueldo viene de los contribuyentes tanto de
los cautivos como de los que creen que no pagan impuestos.
Pero hay una particularidad muy especial de ese dinero. Es
dinero coactivo, es decir, sustraído a la fuerza, por eso se
les llama IMPUESTOS. De hecho, todo el erario se forma con
dinero coactivo. Por eso Carlos Marx decía que el poder del
estado radicaba en su
capacidad de extraer recursos de la sociedad y especialmente
de los que tenían más dinero, los empresarios. Por eso Marx
recomendaba usar la fuerza del estado para imponer tasas
progresivas.
¿Qué diferencia hay entre los impuestos y el robo? En el
fondo no hay diferencia, pues ambos son actos coactivos
donde no vale la voluntad del individuo, pues si son
impuestos, los pagas o te meten a la cárcel (o te embargan
tus propiedades); si es robo, entregas lo
que te piden para salvar tu vida.
Me he pasado 25 años viviendo de impuestos. Y más todavía,
pues viéndolo bien, nunca pagué nada por mi educación, es
más, recibí jugosas becas desde primaria y para estudiar
posgrados en México y en el extranjero y todo con cargo al
erario, es decir, de impuestos,
del robo que el estado aplica contra los ciudadanos. Si he
vivido del robo, puedo decir que eso me ha convertido en un
delincuente. No lo sabía, ahora lo sé. Y ahora empiezo a
entender por qué mi país es pobre. Es que somos muchos los
que vivimos del erario, somos muchos los delincuentes que
tiene que soportar este pueblo.
Después de todo, no estaba tan equivocado Carlos Marx cuando
hablaba de las dos clases sociales: explotados y
explotadores. Su error fue señalar a los capitalistas como
los explotadores.
En realidad, los explotadores somos casi todos los que
vivimos de impuestos, los que cobramos cheque de gobierno.
Los explotados son los que no muerden el pastel del erario.
Digo casi, porque se salvan aquellos que están en el
gobierno para cumplir las funciones esenciales e importantes
que justifican el cobro de impuestos. La función esencial,
fundamental y única (desde el punto de vista neoliberal) es
que el gobierno se justifica únicamente para vigilar que no
se viole el Principio de Propiedad Privada, es decir, que
nadie mate a nadie, que nadie robe, que nadie cometa
fraudes. Acciones fuera de este círculo de actividades bien
se puede presumir que caen en el terreno de la delincuencia,
constituyen abusos del poder político.
Bueno, esta fue una reflexión amarga pues nunca pensé que
después de haber estudiado matemáticas, maestría, cuatro
doctorados, 25 años dedicados como apóstol a la academia
terminara por caer en cuenta que soy un delincuente más (por
vivir del erario). No me consuela saber que en este caso
están todos mis colegas de escuelas y universidades públicas
y otros que trabajan (cobran) en el gobierno, ni creo que la
solución sea tan simple como desgarrarme las vestiduras y
renunciar a la universidad para que mi corazoncito no
se sienta tan desgraciado.
Más de seis millones de gente en la nómina oficial y si le
agregamos a la gente de procampo, deportistas y muchos más,
quiere decir que la clase explotadora hemos crecido mucho y
es un milagro que México no haya colapsado antes. ¿Hasta
cuándo nos aguantarán los explotados?
Evidentemente, tenemos que corregir pues de otra manera, el
futuro
pinta muy negro.
*Presidente de la UNION NACINAL DE CONTRIBUYENTES ATLAS A.C.