Claro que lo anterior es una caricatura de la
idea básica, pero en lo fundamental es correcta. Si
no, pregúntenle a los mineros.
Veinticinco años atrás, esos mineros habrían
muerto en cualquier lugar del mundo si hubieran quedado
atrapados a 800 metros de profundidad. ¿Qué
ocurrió durante ese lapso que es lo que constituye la diferencia
entre la vida y la muerte de esos hombres?
La respuesta breve: la perforadora de Center Rock
Es esta la perforadora milagrosa que abrió una
vía hasta donde estaban atrapados los mineros. Center
Rock Inc. es una compañía privada ubicada en Berlín,
Pensilvania. Cuenta
con 74 empleados. La
torre de perforación proviene de Schramm Inc., de West Chester,
Pensilvania. Al
conocer el desastre, el presidente de Center Rock, Brando
Fisher, llamó a los chilenos para ofrecerles su perforadora. Chile
aceptó y los mineros están vivos.
La respuesta larga: la perforadora de Center
Rock, que hasta ahora no había aparecido en sitios
de Internet como Engadget o Gizmodo, es en realidad una máquina
de alta tecnología creada por una compañía pequeña en busca de
dinero, de una ganancia. Este
es el motivo de que crearan la moderna perforadora. Si esto les
reportaba dinero, podrían seguir innovando.
La dinámica de la innovación y la ganancia era
evidente en toda la mina chilena. El cable de alta resistencia
que se enrollaba en la rueda de la parte superior de la
plataforma procedía de Alemania. Japón
aportó el cable súper sensible de fibra óptica que permitía las
comunicaciones entre los mineros y el mundo de más arriba.
El extraordinario artículo de Matt Moffett,
periodista del Wall
Stree Journal, publicado
el 30 de septiembre constituye un compendio de las asombrosas
cosas que aparecieron en el desierto de Atacama procedentes de
rincones distantes del capitalismo.
Samsung, de Corea del Sur, suministró un teléfono
celular que posee su propio proyector. Jeffrey Gabbay, fundador
de Cupron Inc. en Richmond, Virginia, fue el proveedor
de unos calcetines hechos
con fibras de cobre que consumían las bacterias de los pies y
minimizaban el olor y las infecciones.
Jaime Mañalich, ministro de Salud Pública de
Chile declaró: “Nunca pensé que existiera algo semejante”.
Lo cierto es que en una economía abierta uno
nunca conocerá todos los avances de vanguardia en una u otra
industria. Pero
la realidad detrás de los milagros es la misma: alguien inventa
algo útil, obtiene dinero de su innovación y vuelve a innovar, o
alguien saca provecho de esa innovación. En la mayoría de los
casos nadie se entera de ello. Pero
la invención genera empleos, riquezas y bienestar. Sin este
sistema que opera en el trasfondo, sin el progreso constante que
esas innovaciones capitalistas generan, esos mineros atrapados
estarían muertos.
Alguien objetará esta defensa triunfalista del
capitalismo de libre mercado. ¿Por
qué hacerla ahora?
Veamos por qué. Cuando
ocurre una catástrofe como esta –otras que recordamos son la
explosión del pozo de BP, el huracán Katrina y diversos
desastres en China--, los gobiernos ponen en juego todos sus
recursos. Chile
tuvo éxito al reconstruir el país con asombrosa velocidad
después del terremoto de febrero China
no lo ha logrado. Dos
gobiernos estadounidenses dejaron al público convulsionado sin
poder superar el desbarajuste.
El problema estriba en que los políticos
entienden que las consecuencias de todos esos desastres en algún
momento se superarán y que la vida en un país desarrollado
regresará a condiciones tolerables. Creen
que si el gobierno de Obama se niega a firmar los acuerdos de
libre comercio con Colombia, Corea del Sur y Panamá, nada tiene
de raro, pues no es más que política.
Pero eso no es cierto. Hoy es más importante
enderezar la economía de una nación que en cualquier otro
momento desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Chile,
Colombia, Perú y Brasil se alejan del resto de sus
desafortunados vecinos suramericanos. China, la India y otros
países no hacen más que copiar o comprar los logros de
Occidente.
Estados Unidos tiene un gobierno orientado por
una mentalidad obsedida por la existencia de supuestos
millonarios con ingresos de $250,000 anuales y propensa a
burlarse de “nuestra fe ciega en el mercado”. En
un mundo en rápido movimiento repleto de países que intentan
equipararse con nosotros o superarnos, esta política es una
pérdida de tiempo.