En defensa del neoliberalismo

 

Sabiduría y aritmética

 

Adolfo Rivero


En sus memorias de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill nos cuenta lo que sucedió cuando la blitzkrieg de Londres destruyó el edificio del Parlamento. Algunos arquitectos y parlamentarios quisieron aprovechar la oportunidad para remodelar el edificio haciéndolo más amplio y cómodo. Parecería, sin duda, algo muy natural. Churchill no estuvo de acuerdo. No carece de importancia, explicaba, que el Parlamento no esté constituido en forma de gran hemiciclo como en la mayoría de los países europeos. En nuestro caso, las dos facciones rivales, el gobierno y la oposición, se ubican a ambos lados de una gran mesa. Esto significa que un cambio de partido no puede pasar inadvertido, como sucedería en un hemiciclo, porque el honorable gentleman tiene que cruzar del otro lado de la mesa. Este dramático desplazamiento tiende a subrayar la gravedad e importancia de la decisión tomada, y a dificultar los impulsos emotivos o frívolos. Por otra parte, normalmente la Cámara está semivacía. Cuando se plantea alguna discusión importante y la mayoría de los miembros está presente, el local no sólo se llena sino que algunos parlamentarios ni siquiera pueden sentarse. Esto le da a la sesión un ambiente de expectación y dramatismo que subraya la gravedad de los temas que se discuten. Por otra parte, la relativa estrechez del espacio no se presta a las grandes tiradas oratorias, sino que tiende a darle a las discusiones un carácter íntimo y conversacional favorable a las transacciones y compromisos. Tales son las sutilezas políticas de la arquitectura.

Hoy, en Estados Unidos, algunos políticos ambiciosos critican, con tanta arrogancia como superficialidad, un sistema electoral que ha funcionado con un éxito sin paralelo en la historia. Su mejor argumento es que la Constitución fue hecha ``en condiciones muy distintas'' hace más de 200 años. Las condiciones también eran muy distintas, por supuesto, en 1796, 1850, 1920 o 1950. Supongo que éstos sean los mismos que están empeñados en ``modernizar'' la Iglesia Católica. Olvidan que la mejor demostración de eficacia es poder desafiar con éxito el transcurso del tiempo. If it's not broken, don't fix it.

El sistema constitucional de Estados Unidos nunca ha sido puramente mayoritario. En realidad, la idea misma de una constitución es establecer toda una serie de principios fundamentales que una simple mayoría no pueda cambiar. El Tribunal Supremo descarta leyes rutinariamente porque las mismas no se conforman con esos principios superiores. La Declaración Universal de los Derechos Humanos plantea principios que ninguna mayoría momentánea puede cambiar. Ese también es el espíritu del Bill of Rights.

Los padres fundadores de Estados Unidos realizaron una tarea excepcional. Lograron combinar la unidad nacional con la diversidad estatal. La elección de un presidente por simple mayoría electoral o por una asignación proporcional de los votos electorales estatales hubiera incitado al surgimiento de partido menores que hubiera fraccionado el electorado. Al evitar la asignación proporcional de los votos electorales, el sistema norteamericano tiende a fortalecer la hegemonía de dos partidos. Las consecuencias deberían ser obvias. Ambos partidos son grandes coaliciones que se ven presionadas hacia el centro. Esto tiende hacia un estilo político de moderación y compromiso más bien que a la proliferación de facciones ideológicas encabezadas por caudillos.

Decir que ``la voluntad nacional'' se vería frustrada porque un candidato que haya quedado ligeramente inferior en el voto popular obtenga la mayoría en el colegio electoral es ignorancia o mala fe. En 1992, Ross Perot sacó 19 por ciento del voto popular y no obtuvo ningún voto electoral. Y nadie se acuerda de eso. Por otra parte, es pertinente recordar que nadie que haya perdido el voto popular por un margen sustancial ha ganado nunca el colegio electoral.

Los críticos del colegio electoral dicen que hace que los votos de algunas personas sean más importantes que los de otras. Es cierto. En 1996, los 211,571 electores de Wyoming votaron concediendo tres votos electorales. Uno por cada 70,523 electores, mientras que 10,019,484 electores de California tenían 54 votos electorales, uno por cada 185,546 electores.

Bien, ¿y qué? Los senadores de Wyoming pueden cancelar los votos de los senadores de California que representan 69 veces más personas. Ese es el federalismo constitucional de Estados Unidos. El sistema político más exitoso de la historia. No siempre gana el que mejor juega y, con demasiada frecuencia, los malvados duermen bien. Pero los intentos de hacer un hombre perfecto sólo consiguen producir un monstruo, como el de Frankestein. Y los intentos de producir una sociedad perfecta, despojando a los ricos de sus riquezas para hacernos a todos iguales... Bueno, ya nosotros sabemos adonde lleva eso. En todo caso, teniendo en cuenta la gran abstención electoral de las elecciones de 1992, cualquiera que resulte electo ahora tendrá mucho más apoyo popular que el que tuvo Bill Clinton cuando fue electo por primera vez.

El objetivo esencial de los padres fundadores fue tratar de reducir al mínimo la posibilidad de opresión. O, lo que es lo mismo, preservar el máximo de libertad individual. La mayoría debe gobernar, por supuesto, todos respaldamos la democracia. Pero una mayoría no puede ordenar el exterminio de una minoría. Una mayoría puede ser opresiva. De aquí que haya que establecer garantías contra esa posibilidad. La aritmética es importante, sin duda. Pero no se puede reducir el mejor sistema de gobierno del mundo a una simple cuestión de aritmética.