Las propuestas
económicas de Obama, receta para la recesión
Michel J. Boskin
¿Qué le parecería si les dijera que una prominente
figura política propuso hace unos meses eliminar aspectos
fundamentales de los contratos de su gobierno con las compañías
suministradoras de energía, renegociar de manera unilateral los
tratados económicos internacionales de su país, elevar
considerablemente las tasas impositivas marginales de los “ricos”
hasta niveles nunca vistos en Estados Unidos desde hace tres décadas
(lo que situaría esas tasas entre las más altas del mundo), y
transformar el sistema de seguridad social de su país en asistencia
pública explícita cortando el vínculo entre impuestos y beneficios?
El primer nombre que se me ocurriría probablemente sería el de
Barack Obama, que tiene posibilidades de ser nuestro próximo
presidente. Sin embargo, pese a su obvia inteligencia general y a su
elocuencia, el senador Obama manifiesta este asombroso analfabetismo
económico en sus propuestas de políticas y sus pronunciamientos
económicos. Desde los derechos de propiedad y el imperio de los
fundamentos legales (contractuales) de una economía de mercado
exitosa hasta cuestiones específicas de las políticas fiscal, de
gastos, energética, reguladora y comercial, si las propuestas hechas
por el candidato Obama llegasen a convertirse en ley, la economía
norteamericana sufriría serias contrariedades.
Sin duda, Obama ha estado oscureciendo estas posiciones a medida que
se encamina hacia las elecciones generales. Por otra parte, en
ocasiones los presidentes contemplan el mundo de manera diferente a
cuando eran candidatos. Algunos citan como modelo que pudiera seguir
Obama el desplazamiento de Bill Clinton hacia el centro de la
política económica después de las debacles de la asistencia médica
de Hillary Clinton y las elecciones al Congreso de 1994. Pero el
candidato Obama ha empezado mucho más a la izquierda que el
candidato Clinton en cuestiones como los gastos, los impuestos y las
regulaciones. Un desplazamiento tan grande como el de Clinton hacia
el centro aún dejaría a Obama en la izquierda económica.
Además, en 1995 el país contaba con un Congreso republicano para
limitar el programa de un gobierno abultado de Clinton, mientras que
la mayoría de los entendidos en política pronostican mayorías
demócratas en ambos cuerpos legislativos en el 2009. Debido a que
los presidentes electos suelen tratar de plasmar las políticas que
propugnaron en sus campañas, vale la pena explorar con cierta
profundidad las propuestas de Obama. Abordaré los impuestos y el
comercio, aunque la historia de sus otras propuestas es parecida.
Empecemos por los impuestos, con lo que podría ocurrirle a las tasas de impuestos
marginales en un gobierno de Obama. Este elevaría las tasas
marginales superiores sobre ingresos, dividendos y ganancias de
capital aprobados en 2001 y 2003, y suprimiría las deducciones que
benefician a los contribuyentes de altos ingresos. Eliminaría el
tope a los impuestos de seguridad social, que en la actualidad
gravan los primeros 102,000 dólares de ingresos. El resultado de
ello sería una notable reducción de los incentivos laborales de
nuestros ciudadanos más económicamente productivos.
La tasa máxima de impuesto marginal a los ingresos de 35% se
elevaría a 39.6%. Al añadir el impuesto estatal a los ingresos, el
impuesto por Medicare, el efecto de suprimir las deducciones a los
contribuyentes de altos ingresos y el nuevo impuesto de seguridad
social de Obama (de hasta un 12.4%), el total de la tasa de impuesto
marginal combinada sobre los ingresos por trabajo adicional (o
ingresos de las empresas pequeñas) aumenta de un 44.6% hasta un
enorme 62.8%. a gente responde a lo que puede guardar después de los
impuestos, cifra que el plan de Obana reduce desde 55.4 centavos por
dólar hasta 37.2 centavos, ¡una reducción de una tercera parte del
salario después de los impuestos!
A pesar de la retórica, no sólo se afecta a los individuos “ricos”,
sino también a toda una serie de pequeñas empresas y parejas de
clase media y mediana edad donde ambos cónyuges trabajan y se
encuentran en sus años de ingresos máximos viviendo en zonas de alto
costo de la vida. (El gran incremento en los impuestos a la energía
que propone Obama y que no abordamos aquí afectaría
desproporcionadamente a los norteamericanos de bajos ingresos. Y
aunque dice que no elevará los impuestos de la clase media,
necesitará muchos otros aumentos de impuestos para pagar su gran
incremento de los gastos)
En cuanto a los dividendos la historia es casi igual de mala, pues
los tipos impositivos aumentan del 50.4% al 65.6% y los rendimientos
después de impuestos disminuyen más de un 30%. Incluso una débil
respuesta de trabajadores e inversionistas a estas disminuciones en
sus ingresos indica que, tarde o temprano, dañarían seriamente la
economía.
En política económica el presidente propone y el Congreso dispone,
por lo que los presidentes suelen terminar adoptando la política
favorita de senadores o congresistas poderosos. Así, pues, aunque
Obama propone también un impuesto mínimo alternativo (AMT según sus
siglas en inglés), bien podría terminar con la abolición permanente
de este impuesto mínimo alternativo que propone Charlie Rangel (d,
NY), presidente del Comité de Medios y Abitrios, lo que equivaldría
a un aumento adicional del 4.6% en la tasa marginal sin ningun
deducción de los impuestos estatales a los ingresos. Las tasas de
impuestos marginales se acercarían entonces al 70%, niveles estos
que no se veían desde los años setenta y que se encuentran entre los
más elevados del mundo. Los ingresos después de los impuestos -el
salario neto por más esfuerzo o tiempo de trabajo- se reduciría en
más de un 40%.
Según el plan de Obama, el impuesto adicional de Seguro Social para
cifras superiores a
$250,000 pudiera llegar a ser del 12.4%
Fuente: Michael J. Boskien
Pasemos al comercio. En las primarias el senador Obama ganó fama de
proteccionista al declarar que rompería y renegociaría el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte. (NAFTA) Desde su aprobación
(para la cual el ex presidente Bill Clinton luchó denodadamente,
dada la oposición de su partido a la liberalización del comercio) el
tratado ha alcanzado proporciones casi mitológicas como metáfora del
supuesto daño que causan el comercio, la globalización y el avance
del cambio tecnológico.
Sin embargo, desde la aprobación del NAFTA (en comparación con un
período similar anterior a la aprobación) la producción
manufacturada de los Estados Unidos aumentó con mayor rapidez y
alcanzó su mayor nivel histórico el año pasado; la tasa de desempleo
se redujo mientras el empleo creció un 24%; el pago real por hora en
el sector empresarial duplicó su velocidad de crecimiento en
relación con la anterior; las exportaciones agrícolas hacia Canadá y
México crecieron considerablemente y el comercio entre las tres
naciones se triplicó; los salarios mexicanos han estado creciendo
todos los años posterior a la crisis del peso del año 1994, y las
dos instituciones ecológicas binacionales del tratado aportaron
cerca de 1000 millones de dólares para 135 proyectos de
infraestructura ecológica a lo largo de la frontera entre Estados
Unidos y México.
En pocas palabras, a cualquier persona objetiva le sería difícil
argumentar que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
dañó la economía de Estados Unidos, redujo los salarios
norteamericanos, destruyó la manufactura americana, afectó nuestra
agricultura, perjudicó la mano de obra mexicana, fracasó en expandir
el comercio o empeoró el medio ambiente de la frontera. Pero quizás
yo no sea objetivo, debido a que el NAFTTA surgió en reuniones que
James Baker y yo tuvimos a comienzos del gobierno 41 de Bush con
Pepe Córdoba, secretario particular del presidente mexicano Carlos
Salinas.
Obama también se opuso a otros importantes acuerdos de libre
comercio, incluidos aquellos con Colombia, Corea del Sur y América
Central. Ha hablado con elocuencia sobre la responsabilidad de
Estados Unidos de aliviar la pobreza global -incluso llegó a decir
que ello ayudaría a derrotar el terrorismo- pero aún debe aprobar,
por no decir abogar con energía, la política más adecuada para
conseguirlo: la terminación exitosa de la ronda de Doha para la
liberalización del comercio global. Y lo que es peor, desea
introducir restricciones en los tratados comerciales que dañarían la
capacidad de competir de los países pobres. Y parece no ver falta de
coherencia entre su deseo de mejorar la posición de Estados Unidos
ante los ojos del resto del mundo y su actitud de darle la espalda a
más de seis décadas de liderazgo presidencial norteamericano en la
expansión del comercio global. Cuando las reglas del comercio no se
perfeccionan, las barreras no arancelarias se desarrollan para
compensar la liberalización de las reglas vigentes. Es por ello que
no liberalizar el comercio equivale a un creciente proteccionismo.
La historia nos enseña que los altos impuestos y el proteccionismo
no conducen a una economía floreciente, como fue el caso de los
impuestos y aranceles más altos que agravaron la Gran Depresión.
Aunque semejante política mixta sería un cambio real, el cambio,
como nos lo recuerdan los filósofos, no siempre es progreso.
Michael J. Boskin, profesor de Economía en la Universidad de
Stanford y miembro de la Hoover Institution, fue presidente del
Consejo de Asesores Económicos durante el gobierno de George
H.W.Bush
Tomado del Opinion Journal del WSJ, julio 29-2008.
Traducción: Félix de la Uz |
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