En defensa del neoliberalismo

 

 

Peor que el ántrax

 

Adolfo Rivero


Al ver por la televisión esas manifestaciones frenéticamente antiamericanas de mujeres con velo y hombres con turbante, es natural pensar que el fundamentalismo islámico es una ideología brutal y primitiva, propia de pueblos donde la cultura del camello es más importante que la del automóvil. Esto, sin embargo, sería un error. Los responsables directos de los ataques terroristas del 11 de septiembre eran aburridos hijos de familias acomodadas, y egresados de las mejores universidades occidentales. Muy parecidos a como fueron, en su época, los dirigentes del Weather Underground de Estados Unidos, del grupo Baader-Meinhof de Alemania, de la Facción del Ejército Rojo de Japón y de las Brigadas Rojas de Italia. Y, por supuesto, no es casual. En las universidades occidentales es donde se aprende marxismo.

Las universidades americanas fueron tomadas por los radicales desde los años 60 y 70. Noam Chomsky, admirador de Pol Pot es, probablemente, el más popular de los intelectuales americanos (ver La mente enferma de Noam Chomsky en www.neoliberalismo.com). Angela Davis, la famosa dirigente comunista, es una profesora universitaria galardonada. Sus colegas y seguidores son legión. En cualquier carrera de humanidades, son ellos los que están a cargo de la formación de los jóvenes. Es por eso que cuesta tanto trabajo encontrar periodistas o maestros que no sean ``liberales''. Y es por eso también, desgraciadamente, que nuestras universidades son el único lugar de la nación donde se critica la guerra contra el terrorismo y se justifican los ataques del 11 de septiembre. La responsabilidad, en última instancia, es de quienes lo saben y las mantienen con su dinero. Y, quizás, también de tantos jóvenes con mentalidad de rebaño.

Hay muchas razones para explicar por qué el marxismo tiene tanta influencia en las universidades occidentales. Para los intelectuales es, simplemente, una tentación irresistible. Les permite dar una explicación simple a problemas complicados. Los profesores marxistas no tienen que saber mucho de nada, y ni siquiera de marxismo. Localizan el origen de todos los problemas sociales en la existencia de una clase explotadora, la burguesía. La explotación de la burguesía es la causa última de la pobreza, y la pobreza, a su vez, es la causa última de todos los problemas sociales. La prostitución, la guerra, la delincuencia y hasta el simple egoísmo son productos de la división de la sociedad en clases. Súbitamente, los problemas más abstrusos e intratables se tornan diáfanos y solubles. Los culpables son los ricos y los poderosos. La envidia, la frustración y el resentimiento se ven dotadas de una formidable justificación intelectual.

El aporte fundamental de Marx, sin embargo, es considerar que las ideas dependen, en última instancia, de las condiciones sociales y, específicamente, de la estructura económica de la sociedad. Al hacer depender las ideas de la evolución de la economía, Marx las relativiza y desvalora. Al hablar de moral y legalidad burguesas, desprestigia y debilita la moral y el estado de derecho. Súbitamente, todo crimen está autorizado a nombre del ``proletariado'' y la ``justicia social''. Esto tiene que resultarle extraordinariamente atractivo a los ambiciosos sin escrúpulos. Marx fue un heredero de la Ilustración francesa. ``El hombre nace libre'' --decía Rousseau--, ``pero en todas partes vive en cadenas''. La sociedad es la responsable. Si se cambiara esa estructura social, se podría acabar con esos males. Que nadie crea que éstas son cuestiones alejadas de la realidad. Todos los días estamos viendo cómo los criminales más abyectos encuentran defensores entre los que creen que se vieron presionados a delinquir por ciertas condiciones adversas: la pobreza, la discriminación o el haber sido objeto de abusos sexuales cuando niños. El culpable siempre es la sociedad, el grupo. Lo que ninguno admite es la responsabilidad individual. Es paradójico que ese colectivismo atávico se presente como prueba de modernidad.

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial y ante el fracaso de la revolución proletaria en los países industrializados, Lenin se vio forzado a desplazar el centro de la lucha al enfrentamiento entre el tercer mundo y los llamados países imperialistas. Al convertirse en la primera potencia capitalista del mundo, Estados Unidos se volvió necesariamente el principal país ``imperialista'' y el principal apoyo y sostén de la burguesía mundial. Se convirtió, por consiguiente, en el origen del mal, en el foco del odio y en el enemigo fundamental. La difusión de estas ideas en el mundo entero e inclusive, con extraordinaria fuerza, en los mismos Estados Unidos ha sido el fenómeno cultural más aberrante del último siglo. Paul Johnson lo ha calificado como ``el intento de suicidio de Occidente''.

Las ideologías, sin embargo, como las bacterias, tienen mutaciones y cepas. En este sentido, el marxismo es peor que el ántrax. Su hibridación con las tradiciones de los grupos terroristas rusos produjo el leninismo. Leninismo y catolicismo generaron esa tóxica ``teología de la liberación'' que todavía es popular en América Latina. Y, de la misma forma, leninismo e islamismo han producido el fundamentalismo islámico. Si curas occidentales y católicos se volvieron guerrilleros y colaboradores de los terroristas bajo la seducción marxista-leninista, ¿qué podremos esperar de los musulmanes árabes?

Estamos entrando en un nuevo y dramático período histórico. Es hora de revalorizar posiciones políticas y desembarazarnos de todo ese lastre ideológico marxista de anticapitalismo y estructuras sociales opresoras. Toda sociedad tiene defectos. Pero a los que se sienten insoportablemente humillados, ofendidos y discriminados en Estados Unidos les recordamos que nadie les impide regresar a sus países de origen. O que siempre tendrán albergue y refugio en Irán o en Cuba. O en alguna segura cueva de su combativo Afganistán.