En defensa del neoliberalismo

Colom y el Tigre de la Malasia

Adolfo Rivero Caro

No duró mucho la felicidad de Michelle Bachelet. Consiguió la anhelada fotografía con su héroe, Fidel Castro. Este, sin embargo, inmediatamente lanzó una diatriba contra Chile por haberle quitado a Bolivia su acceso al océano Pacífico en el siglo XIX. Y esto, por supuesto, provocó una gran irritación en Chile. Esa irritación no debía de estar dirigida tanto contra las declaraciones de Cuba como contra la ineptitud de la Bachelet, incapaz de comprender que la dictadura cubana es esencialmente hostil a la democracia. Los Castro sólo apoyan a gobiernos decididos a entronizar una dictadura. Como Chávez, Evo Morales o Correa. A un régimen que lleva 50 años en el poder no le interesa mucho lo que considera un efímero apoyo de cuatro años. Es más importante congraciarse con Evo Morales, un seguidor incondicional, que con una simple simpatizante como la presidenta chilena. En todo caso, ahora la comunidad cubanoamericana de Miami, y todo el mundo, sabe que el gobierno y los socialistas chilenos simpatizan con la dictadura más vieja del mundo y rechazan y desprecian a sus heroicos defensores de los derechos humanos. Para muchos, ha sido una gran sorpresa. No debió haberlo sido.

Desde hace algún tiempo, en América Latina estamos viendo una emulación en la infamia. Gobiernos democráticos (Chile, Argentina, Ecuador y Panamá) haciendo verdaderas peregrinaciones a una ruinosa Habana, convertida en una especie de nueva Meca. Es doloroso pero nos ayuda a comprender por qué este continente sigue anclado en el subdesarrollo. ¿Qué progreso pueden impulsar gobiernos que simpatizan con una dictadura sangrienta que ha hundido a Cuba en la mayor de las miserias? El último ejemplo lo ha dado Alvaro Colom, el lamentable presidente de Guatemala.

En ese bello y querido país, más del 50 por ciento de la población vive por debajo del nivel de la pobreza, que se define como un ingreso insuficiente para comprar un paquete básico de bienes y servicios. Casi 58 por ciento tiene ingresos por debajo de la extrema pobreza, que se define como la cantidad necesaria para comprar un paquete básico de alimentos. El Acuerdo de Libre Comercio de América Central (CAFTA) de julio de 2006, ha estimulado las inversiones extranjeras, pero problemas de seguridad, falta de obreros calificados y mala infraestructura han frenado su crecimiento. Guatemala sufre la herencia de 36 años de guerra civil, que ha dejado a miles de antiguos guerrilleros, violentos y analfabetos, en las calles. ¿Quién puede asombrarse del enorme crecimiento de las pandillas, de la violencia y la delincuencia callejeras? Ahora bien, ¿quién entrenó y mantuvo a las guerrillas guatemaltecas durante décadas? ¿No fue la dictadura de La Habana? El presidente Colom parece ignorarlo. Fue a la Habana para otorgarle a Fidel Castro la Orden del Quetzal en el grado de Gran Collar, el máximo galardón que alguien puede recibir del estado guatemalteco. La orden del Quetzal se concede a las personas que han dedicado su vida al avance de la humanidad. Su insignia es una cruz de cinco brazos que pende de 17 eslabones enlazados por una cadena de oro de casi un metro de largo y 2.5 cm de ancho. Uno se pregunta, ¿cuántos miles de dólares no valdrá esa bella insignia? ¿No hubiera sido mejor invertir ese dinero en una escuela o un policlínico? ¿O es que realmente estos no hacen falta en Guatemala?

Febrero, 2009

 

 

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