La gran prueba
David
Brooks
"No podemos abordar con
éxito cualquiera
de nuestros problemas sin abordarlos todos."
Barack Obama, Feb. 21, 2009
Cuando yo era estudiante de primer año en la universidad, me fue
asignado "Reflexiones sobre la Revolución en Francia", por Edmund
Burke. Yo detestaba el libro. Burke argumentaba que cada individuo
de la población tiene
sólo
una cuota pequeña de razón
y que las decisiones políticas deben guiarse por la sabiduría
acumulada durante las edades.
"El
cambio es necesario",
decía
Burke,
"pero
debe ser gradual, no perturbador".
Para
un joven socialista democrático con la esperanza de ayudar a rehacer
el mundo, esto me parecía un retroceso reaccionario hacia la
pasividad. A lo largo de los años, he llegado a ver que Burke tenía
razón. La historia política del siglo XX es la historia de la
ingeniería social, que se vale de proyectos ejecutados por personas
bien intencionadas que comienzan bien,
pero
terminan mal. Hubo grandes
errores como el comunismo, pero también otros menores, como la
guerra de Vietnam, diseñada por las mejores y más brillantes mentes;
los esfuerzos de renovación urbana que diezmaron los barrios pobres,
las políticas de "mantengo"
cuyo efecto no deseado fue el debilitamiento de las familias y el
desarrollo de programas que dejaron
una cadena de elefantes blancos por doquier. Estas experiencias me
condujeron a la escuela de filosofía pública de “madera torcida” de
Michael Oakeshott, Isaiah Berlin, Edward Banfield, Reinhold Niebuhr,
Friedrich Hayek, y George Clinton Rossiter Orwell. Estos escritores
--algunos de izquierda y
otros
de derecha-- tenían una
especie de modestia epistemológica. Ellos sabían lo poco que podemos
llegar a saber. Entendían que somos extraños a nosotros mismos y que
la sociedad es un organismo de complejidad inmensurable. Tendían a
ser escépticos de la planificación tecnocrática y racionalista,
y de los planes para reorganizar la sociedad de arriba hacia abajo.
En
poco tiempo, ya yo no era liberal [el autor se refiere a “liberal
americano” o socialista, contrario a lo que significa “liberal” en
el resto del mundo, donde
esa palabra
significa “conservador].
Los liberales son más optimistas acerca del raciocinio individual y
sobre la capacidad del gobierno para ejecutar cambios
transformacionales. Tienen más fe en el poderío de las ciencias
sociales, en
los modelos macroeconómicos y en los programas de 10 puntos.
Los
lectores de esta columna saben que soy un gran admirador de Barack
Obama y de quienes lo rodean.
Sin
embargo, la brecha entre mi modestia epistemológica y sus ideas
liberales sobre el mundo se han puesto de manifiesto en las últimos
semanas. Los miembros de la administración están rodeados por una
galaxia de desconocidos, que, sin embargo, ven esta crisis económica
como una oportunidad de ampliar su
poder,
de tomar mayores riesgos y, como dijo Obama el sábado,
de
hacerle frente a cada uno de los principales problemas a la vez.
El
Presidente Obama ha concentrado un enorme poder en un reducido
número de asistentes en el Ala Oeste de la Casa Blanca. Estos
asistentes están desarrollando una rápida cadena de planes: crear
tres millones de puestos de trabajo, rediseñar el sistema de salud,
salvar la industria automotriz, reactivar la industria de la
vivienda, reinventar el sector de la energía, revitalizar los bancos
y reformar las escuelas --y hacer todo al mismo tiempo junto con la
reducción del déficit a la mitad. Si alguna vez este tipo de
revolución nacional fuera
posible, este es el momento y estas son las personas para
lograrlo.
La crisis exige una respuesta en grande. La gente alrededor de Obama
son inteligentes y sobrios. Son audaces, aunque sus planes parecen
flexibles
y matizados con sensibilidad realista.
Sin
embargo, las alarmas de Burke me están sonando. Me temo que en el
intento de hacerlo todo a la vez, no hará nada bien. Me temo que
estamos ante
un grupo de personas,
que sin
siquiera haber
aprendido a utilizar su nuevo sistema telefónico,
están tratando de rediseñar la mitad de la economía de EE.UU. Me
temo que van a emprender el mayor reto administrativo en la historia
del país negándose a contratar a las personas que pueden ayudarlos
más: veteranos de las diversas agencias que ahora están inscritos
como cabilderos.
Me
preocupa que estamos operando mucho más allá de nuestros
conocimientos sobre la ciencia económica. Cada vez que la
administración divulga una iniciativa, leo a 20 diferentes
economistas con 20 opiniones distintas. Me preocupa que nos faltan
las estructuras políticas para recuperar el control fiscal. Los
déficit están explotando y el presidente claramente los quiere
limitar. Pero no hay evidencia de que los demócratas y republicanos
en el Congreso tengan la valentía ni la confianza mutua necesaria
para compartir la culpa cuando haya que subir los impuestos y bajar
los beneficios.
Con
todo, puedo ver por qué los mercados están nerviosos y en picada. Y
también está claro que estamos en la cúspide del mayor experimento
político de nuestras vidas. Si Obama obtiene el éxito, entonces el
escepticismo epistemológico natural de los conservadores quedará
desacreditado. Sabremos que expertos gubernamentales altamente
calificados son capaces de rediseñar y ejecutar rápidamente de
arriba hacia abajo enormes cambios transformacionales. Si en gran
parte fallan, entonces el liberalismo sufrirá un gran golpe y los
conservadores serán llamados a restablecer el orden y la cordura.
Será
interesante ver quién tiene la razón. Pero yo ni siquiera puedo
abogar por mi propia reivindicación. Los costos son demasiado altos.
Tengo que sentarme frente al teclado cada mañana con la esperanza de
que Barack Obama me
demuestre
que estoy equivocado.
Febrero,
2009 |
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