El gobierno más irresponsable fiscalmente en la historia de
Estados Unidos.
Las tendencias actuales del presupuesto federal son capaces
de destruir este país.
Mortimer B. Zuckerman
Hay una conclusión instintiva en el público norteamericano de
que el paquete de estímulos del presidente Obama no ha creado
una recuperación sostenida. El desempleo ha aumentado en lugar
de disminuir; los consumidores se han atrincherado; el comienzo
de construcción de viviendas se colapsa junto con las
solicitudes de hipoteca; y hay temor de que una depresión de
dobles dígitos esté en camino La percepción pública, reflejada
en las encuestas de Pew Research/National Polls del Journal, es
que las medidas para combatir la Gran Recesión han mayormente
ayudado a los grandes bancos e instituciones financieras, y esa
es una impresión común a republicanos (75%) y demócratas (73%).
Sólo un tercio de cada tendencia política cree que las políticas
gubernamentales han hecho algo justo por los pobres.
Hay otra conclusión instintiva en el pueblo nortemericano. Es
que el déficit nacional, y las deudas que hemos acumulado, son
de crítica importancia política. En la deuda nacional, el dinero
que el gobierno ha gastado sin ingresos fiscales para pagarlo ha
producido cifras tan alucinantes que parecen desconectadas de la
realidad. Ceros desde aquí hasta el infinito. Es difícil
describir las sumas; es difícil describir un elefante, pero se
le reconoce cuando se le ve. El público lo sabe: barájense las
cifras como se quiera, el nivel de la deuda es insostenible.
¿Quién pudiera sorprenderse de que millones de votantes hayan
descubierto eso por si mismos? Al igual que en la mañana tras
una noche de excesos, todos sabemos que es inevitable pagar por
los mismos. Es terrible despertarse y descubrir que la hipoteca
que se tiene sobre la casa excede el valor de la misma. O que
uno tiene una tarjeta de crédito que no se puede pagar y el
prestamista tiene al deudor en el potro del martirio, con los
crecientes intereses compuestos sobre la deuda. O ambas cosas.
Pero la lección ha sido bien aprendida: nadie puede escapar de
sus deudas. Hay millones que comprenden que van a tener que
encontrar una forma de vivir conforme a sus recursos y, aún así,
lograr hacer algunos ahorros para pagar lo que deben. Y hay más
de catorce millones de norteamericanos sin empleo, de forma que
el descontento está muy alto. ¿Cómo van a poder recobrar el
control de sus vidas?
Jodie Allen, del Pew Research Center informó, en usnews.compost
de julio 26, que en recientes semanas más economistas y
académicos han estado exhortando al gobierno para que aplace las
rebajas presupuestarias y el aumento de impuestos y en su lugar
provea estímulo adicional para una economía aún frágil. Pero en
el público ha habido un cambio de opinión en sentido contrario
que refleja preocupaciones sobre la deuda. "Déficit y gastos
gubernamentales" ha pasado de los lugares 10 y 11 a la prioridad
número 3 del gobierno federal, superada sólo por la creación de
empleos y el crecimiento económico. El cambio de opinión se
manifiesta en otras encuestas recientes. Por ejemplo, una
encuesta de la CBS en Julio 9-12 estimó que los problemas más
importantes que afronta el país son la economía y los empleos
(38 por ciento), con la preocupación sobre el déficit
presupuestario y la deuda nacional descendiendo un cinco por
ciento. Sin embargo, la CNN (julio 16-21) señala un 47 por
ciento preocupado en primer lugar por la economía, y un 13 por
ciento por el déficit federal. En una encuesta reciente de la
revista Time, dos tercios de los entrevistados dicen que se
oponen a un programa de segundo estímulo gubernamental, y más de
la mitad dicen que el país estaría mejor sin el primero. La
gente ve el estímulo como algo elaborado y aprobado por el
Congreso, como dinero derrochado. Son altamente críticos de la
falta de disciplina entre nuestros dirigentes políticos. La
pregunta que surge de forma espontánea es la de cómo evitar un
descenso económico a largo plazo.
La Reserva Federal bajó dramáticamente las tasas de interés, a
fin de mantener en marcha la economía y quizá continuar la
penosamente lenta recuperación, pero entre los beneficiarios no
hay ninguna sensación de alivio. La gente sabe que el estímulo
está al cesar de estimular. Saben que el dinero se está
agotando. Saben que los estados están preparándose para reducir
$200,000 mil millones en sus gastos, a fin de equilibrar sus
presupuestos. Advierten que la Gran Recesión ha barrido enormes
cantidades de riqueza y que, distinta a otras recesiones, ésta
no será seguida por ese tipo de prosperidad económica en que
aquellos que durante los años de vacas flacas han estado
guardando su dinero, desatan una demanda acumulada por todo tipo
de bienes y servicios.
No hay señal de que esta vez suceda lo mismo. Los hogares y los
negocios han mantenido las manos en los bolsillos. Así, mientras
que muchos creen que la única forma de revivir la economía e
inyectar más dinero en ella a través de gasto gubernamental, el
sentimiento general es que por ahora eso es algo que no nos
podemos permitir. El gobierno seguirá endeudándose pese que los
niveles actuales son impermisibles. ¿Para qué planear un segundo
estímulo si el primero no pudo impedir alto desempleo?
Por supuesto, queda la pregunta de si el sentimiento público
coincide con una economía sana. El reto que afrontamos como país
es como crecer vigorosamente manteniendo un equilibrio fiscal.
Estamos aprendiendo de los europeos lo que sucede cuando se
convierten en realidad los riesgos que acompañan la deuda
excesiva. Parece estar emergiendo el consenso de que, de haber
un estímulo adicional, tiene que estar explícitamente vinculado
a una restricción fiscal verosímil al final del camino. Esto
incluirá el compromiso de una legislación coercitiva de forma
que ambos, programas y procedimientos presupuestarios, nos
pongan en una trayectoria benigna.
Hay dos señales que advierten sobre una crisis presupuestaria:
la deuda creciente y la pérdida de confianza de que el gobierno
la manejará. Este gobierno está al borde de cumplir ambas
condiciones.
En verdad, no hay hoy coalición mayoritaria en el Congreso para
reducir el déficit. Es cierto también que, debido a la recesión,
el crecimiento de la deuda pública ha sido impulsada por una
disminución dramática de los ingresos tributarios, el gasto
adicional para evitar caer en una depresión que se perpetúe a si
misma, y todos esos miles de millones de dólares que invertimos
para salvar de sus pecados a los sectores financieros. Los
votantes ven que los políticos quieren detener el déficit
presupuestario cuando están fuera del poder y quieren usarlo
contra el partido mayoritario. Demasiados políticos aseveran que
están todos a favor de presupuestos equilibrados- pero sólo
disminuyendo las prioridades del otro partido. Los republicanos
quieren disminuir el gasto social. Los demócratas quieren
reducir el gasto militar. Es el Washington de siempre.
Entre los clamores y las contra promesas, es útil mantener en
mente la experiencia histórica. Pagamos la Segunda Guerra
Mundial por medio del crecimiento. La deuda nacional, como por
ciento del producto doméstico bruto, cayó agudamente a través de
las presidencias post bélicas de Truman, Eisenhower, Kennedy, y
Johnson (a pesar de la guerra de Vietnam), y continuó
descendiendo menos durante la mayor parte del gobierno de Nixon,
aumentando algo con el de Ford. Marcamos el tiempo en la
estaginflación de los años de Carter, y entonces el porciento de
la deuda aumentó dramáticamente durante las presidencias de
Reagan y Bush. Y de nuevo se disparó hasta los niveles
peligrosos actuales.
Un viejo proverbio dice: "Cuando esté en un hoyo, deje de
cavar". Pero la política de Washington sigue siendo el
obstáculo. Los programas gubernamentales parecen vivir
perpetuamente. El presupuesto se convierte en una máquina de
movimiento perpetuo para mayores gastos. Nuevos programas para
nuevas necesidades se acumulan sobre viejos programas para
viejas necesidades.
Y también están los retirados. Su número y sus costos de salud
seguirán elevándose. En el año 2000 había 35 millones de
norteamericanos mayores de 65 años, y se espera que se duplique
el número de retirados para el 2030. El inminente retiro de
millones de nacidos inmediatamente después de la Segunda Guerra
Mundial, con sus demandas a los programas de retiro federal,
llega en un momento en que ambos partidos parecen estar
dispuestos a empeorar los problemas de mañana a fin de ganar más
votos de hoy. El resultado es que el presupuesto federal está
derivando hacia un futuro de grandes déficits, o extraordinarios
aumentos de impuestos, o ambos.
El gasto federal se está moviendo de un aproximado 18 por ciento
del Producto Nacional Bruto a casi un 25 por ciento en 2030. No
sabemos como pagaremos esto. No sabemos como le irá a la
economía con impuestos más altos. Hemos visto como los
nubarrones se amontonaron durante años, pero no hemos invertido
en una sombrilla para ajustar los programas federales de retiro,
o tomado otras medidas para reducir las asignaciones. Sin duda
habría que pensar en elevar la edad de elegibilidad para la
seguridad social y el cuidado médico, quizá por un mes para cada
dos meses de la expectativa media de vida. Tenemos que pensar en
formas de reducir los aumentos del costo de vida en los
beneficios de seguridad social para ciudadanos acaudalados de
mayor edad, aumentando lentamente sus primas de seguro y dejar
intactas las de todos los demás. Quizá tengamos que permitir que
expiren las rebajas de impuestos de Bush, ciertamente para
hogares con ingresos mayores de $250,000 (y más para los super
acaudalados), dada la concentración de riqueza en el más alto 1
por ciento de la población. Es enteramente apropiado que
comencemos a dar una mayor contribución a a nuestra salud fiscal
a largo plazo.
Estados Unidos parece carecer de un sistema que pueda financiar
un gobierno que el pueblo diga querer. Somos eficientes en las
crisis, pero no parecemos serlo al afrontar problemas crónicos.
Si esperamos a que llegue la crisis, será demasiado tarde.
Simplemente, no es posible cerrar completamente la brecha con
aumento de impuestos a los ricos en el cual los demócratas creen
de forma desesperada. NI podemos cerrar la brecha con costos en
los gastos, como agradaría a los republicanos. Los liberales
tendrán que admitir que beneficios y gastos deben ser reducidos.
Los conservadores tendrán que admitir la necesidad de más altos
impuestos.
La esperanza puede estar en un panel bipartidario dirigido por
Erskine Bowles y Alan Simpson, dos experimentados dirigentes
políticos centristas, cuyos caracteres ofrecen un grado de
confianza que los haría capaces de presentarse con programas
productivos. Como dijo de ellos el presidente Cllinton "son
suficientemente libres como para ignorar las encuestas, pero
talentosos bastantes como para tenerlas en cuenta".
Pero no olvidemos que las tendencias presupuestales actuales son
capaces de destruir el país. Como señaló Bowles, según informe
del Washington Post, no podemos crecer hasta encontrar la forma
de salir de esto. Sólo podemos hacerlo usando aportaciones al
fisco. Debemos hacer lo que hacen los gobernadores- disminuir
los gastos o aumentar los ingresos en alguna combinación que
comience a alejarnos del despeñadero.
Obama tiene que saber que de no atender esta situación será el
presidente que nos condujo a una crisis de endeudamiento. Y
también debe hacerlo el Congreso, pues ambos han participado en
el gobierno más fiscalmente irresponsable en la historia de
Estados Unidos.