La intervención del Gobierno en la economía
Thomas Sowell
Cuando la gente descubre que uno es economista
suele pedirnos una predicción de cómo marchará la economía.
Últimamente parece que estas peticiones van en aumento. Pero un
economista debe saber mejor que otros especialistas lo
peligrosas que pueden ser esas predicciones.
Una de las razones es que lo que hacen los
políticos en Washington afecta la economía, pero ¿quién es capaz
de predecir lo que ellos harán?
No obstante, aceptaré los riesgos y trataré de
predecir lo que los políticos no harán.
Es probable que la economía se recupere con más
rapidez y plenitud si el presidente y los líderes del Congreso
se callan y dejan de entremeterse en la economía. Pero es
prácticamente imposible que lo hagan.
Piensen por un momento lo que significaría
decirle a millones de personas que perdieron sus trabajos, sus
casas o sus negocios: “Es cierto que los he arruinado, pero
tengan en cuenta que nadie es perfecto. Pero ahora voy a dejar
que las cosas marchen solas”. Sin duda, esto sería difícil de
decírselo a uno mismo.
Si el estímulo no está funcionando, los
verdaderos creyentes tienen que pensar que ello se debe a que
necesita más tiempo o a que no es suficiente el dinero que se
gasta.
Cuando las cosas marchan mal, siempre hay quienes
le piden al Gobierno que “haga algo”. Los que esto reclaman
difícilmente se han preocupado por conocer lo que en realidad
ocurre cuando el Gobierno hace algo comparándolo con lo que
sucede cuando no hace nada.
No son solo los economistas partidarios del
mercado los que piensan que el Gobierno puede hacer barbaridades
con sus intervenciones. Fue nada menos que Carlos Marx quien
escribió a su amigo Engels que “la descabellada intervención de
las autoridades” puede “agravar la crisis existente”.
La historia de Estados Unidos está repleta de
hechos que demuestran los efectos negativos de la intervención
gubernamental. Durante los primeros 150 años de existencia de
este país el gobierno federal no pensó que era asunto suyo
intervenir cuando la economía declinaba.
Todos los bajones que la economía sufrió
terminaron con mayor rapidez que la primera crisis en la que el
Gobierno intervino durante mucho tiempo: la Gran Depresión de
los años treinta.
Son dos las explicaciones enfrentadas de lo que
ocurrió durante la Gran Depresión. La más popular de ellas,
sobre todo entre los políticos, es que el mercado falló y el
Gobierno tuvo que intervenir para salvar la economía.
La otra es que el mercado se hundió y cuando
comenzaba a recuperarse la intervención federal lo redujo de
nuevo, lo que condujo a un desempleo masivo.
Si a usted no le interesan los datos puede
escoger la explicación que más le guste; la primera de ellas
seguramente ganaría el concurso de popularidad.
Pero si observa los datos verá que el desempleo
nunca llegó a los dos dígitos en ninguno de los 12 meses que
siguieron al derrumbe del mercado de valores en 1929, hecho al
que se culpa del desempleo masivo de los años treinta. El
desempleo llegó a su punto más alto –9 por ciento—dos meses
después del descalabro de octubre del 29, y a partir de entonces
comenzó a disminuir poco a poco.
El desempleo se había reducido a un 6.3% en junio
de 1930, cuando se produjo la primera intervención federal. En
un lapso de 6 meses, la tendencia a la baja del desempleo se
invirtió y por primera vez llegó a ser de dos dígitos en
diciembre de 1930.
¿Qué hicieron los políticos? ¿Dijeron que se
habían equivocado? ¿O siguieron probando con nuevas
intervenciones? Los documentos muestran lo que hicieron: las
intervenciones del presidente Herbert Hoover fueron seguidas de
otras mayores del presidente Roosevelt, y el desempleo se
mantuvo en dos dígitos mes tras mes durante lo que quedaba de la
década.
Existen otros hechos: el récord del mayor
hundimiento del mercado de valores en un día, que se estableció
en 1929, fue roto en 1987. Pero Ronald Reagan no hizo nada, y
la prensa lo atacó despiadadamente.
Pero la economía se recuperó y durante 20 años
hubo un crecimiento económico sostenido con inflación baja y
poco desempleo.
¿Podemos imaginar a Barack Obama convertido en
otro Ronald Reagan? Nunca me atrevería a predecirlo.