En defensa del neoliberalismo

Cuidado con el fraude ambientalista
Adolfo Rivero Caro

Recientemente, piratas informáticos (hackers) interceptaron y publicaron alrededor de 3,000 e-mails de la Climate Research Unit (CRU) de la Universidad de East Anglia, entre algunos de los climatólogos más importantes del mundo. Los científicos se llaman entre ellos a presentar una posición “unificada” de la teoría del cambio climático originado por el hombre, y se aconsejan sobre como alterar u ocultar la información que contradiga su hipótesis, como mantener las opiniones divergentes fuera de las principales revistas científicas y como “ocultar la disminución” de la temperatura en ciertas informaciones. El escándalo, por supuesto, ha sido fenomenal. Nada más radicalmente alejado del espíritu científico. Uno se pregunta ¿cómo es posible? E infortunadamente uno tiene que llegar a la conclusión de que las convicciones políticas pueden afectar, y realmente afectan, lo que deberían ser estudios de una estricta objetividad.

En efecto, ¿cómo podría sobrevivir la crítica del capitalismo tras el colapso del sistema comunista mundial? Criticar como la burguesía “explotaba” al proletariado parecía absolutamente anacrónico. En estas desesperadas circunstancias (para la izquierda) fue ganando importancia la tesis de que la gran producción industrial estaba destruyendo el planeta. Las emisiones de carbono estaban provocando un desastroso calentamiento global. Se ignoraba, deliberadamente, lo normal que eran los cambios climáticos y que entre 900 y 1300 D.C, había hecho tanto o más calor que ahora. Por favor. Groenlandia era verde hace mil años (el “gro” viene de “green”).

Mis lectores estarán de acuerdo en que cuando una tesis científica es aceptada, es aceptada universalmente. Ese no es el caso del calentamiento global. Y a lo que yo me opongo radicalmente es a que se pretenda imponerle al público el carácter científico y demostrado de lo que no es más que una hipótesis. Si se vuelve universalmente aceptada, magnífico. Pero, mientras tanto, que nadie pretenda imponernos lo que no es más que una opinión.

Yo simpatizo y comparto la preocupación de los que critican a las empresas que sólo atienden a rebajar sus costos y contaminan el medio ambiente, lo que critico es que se pretenda generalizar su ejemplo y convertirlo en un argumento anti-capitalista. Desgraciadamente, ese es el caso de la mayoría del movimiento ecologista.

Tenemos que estar conscientes de que, desde sus mismos orígenes, el movimiento ecologista ha encabezado causas desastrosas. Ninguna peor que la campaña contra el DDT.

El DDT, por supuesto, ha sido uno de los productos químicos más útiles e importantes jamás creado. En 1948, Paul Hermann Muller recibió el Premio Nobel “por su descubrimiento de la alta eficacia del DDT.’’  El DDT fue crítico para la protección de los soldados americanos de las epidemias de tifus y malaria durante la II Guerra Mundial. Hay que recordad que, a través de la historia, han sido las enfermedades y no los combates la principal causa de muerte entre los soldados.

Como señalara el profesor J. Gordon Edwards de la Universidad estatal de San José: “Cientos de millones de personas han muerto de malaria, fiebre amarilla, tifus, dengue, plaga, encefalitis y muchas otras enfermedades. En el siglo XIV la peste bubónica (trasmitida por las pulgas) mató al25 por ciento de la población de Europa y dos tercios de la población de las Islas Británicas. La fiebre amarilla mató a milones antes de que se supiera que era transmitida por un mosquito, el Aedes…

Pero, con mucho, ninguna enfermedad ha matado más gente que la malaria, trasmitida por el mosquito Anopheles. Gracias al DDT, en1959, en EE.UU, Europa, partes de la URSS, Chile, Cuba y varias otras islas del Caribe prácticamente habían eliminado la malaria. En la India, donde la malaria mataba a 800,000 personas todos los años, las muertes se habían reducido prácticamente a cero a principio de los años 60. Entre 1945 y 1945 el DDT salvó decenas de millones de vidas.  En1970, la Academia Nacional de Ciencias declaró que, en poco más de 20 años, el DDT ha evitado 500 millones de muertes debido a la malaria que, de otra forma, hubieran sido inevitables.’’

En 1962, sin embargo, Rachel Carson, una opositora de los pesticidas, consiguió difundir la idea de los perjudiciales efectos del DDT en la fauna, la flora y, sobre todo, en los niños. “Hace 25 años, escribió, el cáncer en los niños era considerado una rareza médica. Hoy, 12 por ciento de todas las muertes de niños entre uno y catorce años es ocasionada por el cáncer.” Según Carson, la causa estaba en los efectos carcinógenos del uso generalizado del DDT. Inmediatamente, los medios de comunicación magnificaron el alarmismo.

En realidad, esa cifra carecía de toda significación: el por ciento de niños muriendo de cáncer estaba subiendo porque otras causas de mortalidad, como la de enfermedades infecciosas, estaba disminuyendo drásticamente.

Sin embargo, la campaña del Sierra Club y otras organizaciones consiguió que la Agencia de Protección Ambiental (EPA), fundada en 1970, prohibiera el DDT en1972. Su utilización mundial disminuyó verticalmente puesto que Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud dejaron de apoyar financieramente su uso. Las consecuencias han sido desastrosas.  En 2002, el American Council on Science and Health reportó que entre 300 y 500 millones de personas sufrían de malaria todos los años, el 90 por ciento en Africa. La mayoría de los que mueren son niños.

Sobran las razones, históricas y actuales, para tener una actitud de vigilante escepticismo ante las alegaciones de los ambientalistas. El reciente fraude entre los defensores del calentamiento global sólo ha hecho confirmarlo.

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