En defensa del neoliberalismo
 

La espada y el escudo

 

ADOLFO RIVERO CARO


Sin duda, es fascinante asomarse a los archivos de la KGB. Ahora es posible gracias a La espada y el escudo, el archivo Mitrokhim (The Sword and the Shield. The Mitrokhin Archive) de Christopher Andrew. Vasili Mitrokhim fue un alto oficial soviético que consiguió transcribir y sacar al exterior los archivos de la KGB. Pero la KGB estuvo en el mismo centro de una guerra sin cuartel contra el mundo occidental en la que se anotó importantes triunfos, cuyos resultados nos afectan todavía. La KGB también adiestró a la Seguridad del Estado cubana. Asomarse a sus archivos, por consiguiente, nos permite comprender mejor la historia del siglo XX. Y, de paso, atisbar los métodos de la seguridad cubana. Hoy, tras la llamada ``cumbre de los disidentes'', cuando el trabajo de inteligencia contra la oposición se intensifica tanto dentro como fuera de la isla, los capítulos 19 y 20 del libro dedicados a ``la guerra contra los disidentes'' cobran para nosotros una siniestra e inmediata actualidad.

El aniquilamiento de la oposición interna tomó formas más refinadas tras la muerte de Stalin en 1953. No significa, por supuesto, que se renunciara a los asesinatos políticos, las torturas, los agentes provocadores y las campañas de desinformación. En esta época, la principal característica de la minúscula disidencia soviética fue hallarse encabezada por grandes personalidades. Andrei Sájarov, por ejemplo, fue el padre de la bomba H soviética y premio Nobel de la paz. En una reunión de 1976, Yuri Andropov, que ya era jefe de la KGB, lo designó como ``enemigo público número uno''. En noviembre de ese mismo año, Andropov hizo aprobar una serie de medidas operativas contra Sájarov. Resultan sumamente instructivas. Incluían la circulación de rumores destinados a agriar las relaciones entre Sájarov y Solyenitsin; campañas de cartas y declaraciones de protesta en contra de la concesión del premio; la filtración de materiales para la prensa escandinava sugiriendo vínculos de Sájarov con organizaciones reaccionarias financidas por la CIA y otros servicios especiales de Occidente, así como la circulación de un telegrama (falso) en el que Pinochet felicitaba a Sájarov por la obtención del premio Nobel. Los ataques contra Sájarov, al que la KGB llamaba ASKET (asceta), incluían una campaña contra su esposa Elena Bonner (llamada LISA o la ``zorra'') y comprendían numerosas provocaciones para ``distraerlos de sus actividades hostiles''.

Andropov había sido embajador soviético en Hungría cuando la revolución de 1956 y nunca pudo olvidar la fulminante rapidez con la que se desintegró el gobierno comunista de Matías Rakosi. Durante sus 17 años al frente de la KGB (1967-1982), fue el principal enemigo de los disidentes dentro de la nomenklatura soviética. Fue también un político astuto y el único jefe de la seguridad que llegó a la máxima dirección del Partido Comunista. Murió dos años después. Tuvo más suerte que otros jefes. Yagoda fue fusilado en 1938, Yezoff en 1940 y Beria en 1953. Iván Serov se suicidó en 1963.

En 1975, como parte de los acuerdos de Helsinki, la URSS logró hacer realidad un viejo sueño: el reconocimiento internacional de la división de Europa producto de los acuerdos de Yalta. A cambio de ello, los países europeos acordaban proteger una serie de derechos humanos básicos. Era un negocio perfecto. El clásico cambio de la vaca del poder real por la chiva de los principios abstractos. La vaca, sin embargo, estaba enferma y el chivo resultó combativo.

Andropov advirtió al politburó sobre los peligros del acuerdo pero la mayoría prefirió compartir la arrogancia de Andrei Gromiko, creyendo que la URSS podría interpretar como quisiera las provisiones sobre derechos humanos. Fue un error estratégico mortal. Los defensores de los derechos humanos pudieron plantear que se estaban violando acuerdos internacionales en los que se había entrado libremente. El resto es historia.

En 1968, tras la primavera de Praga, Andropov mandó crear un cuerpo especial, el llamado Quinto Directorio, para la lucha contra los disidentes. Por aquella época, Alexander Sozlhenitsyn era una de sus obsesiones personales. Cuando Sozlhenitsyn ganó el premio Nobel de literatura en 1970, fue Andropov el que propuso que se le expulsara del país y se le privara de la ciudadanía soviética. Por supuesto, no le bastaba con eso. Cuando Sozlhenitsyn se asiló en Suiza, sus primeros amigos en el exterior fueron Valentina Holubova y Frantisek Holub. Valentina, una mujer culta y encantadora, se convirtió en su vocera y secretaria particular. A través de la pareja, Sozlhenitsyn conoció a Oscar Krause, dueño de una galería (que le contó sus experiencias como preso político en las cárceles checas) y al joven escritor checo Tomas Rezac. Ambos habrían de trabajar en la traducción y edición de su obra. Todos eran agentes clandestinos de la KGB.

La versión isleña de este mundo alucinante, con sus ``kajoteros'' y su MC, ha sido brillantemente descrita por Norberto Fuentes en su Dulces guerreros cubanos. Pese a su minucioso realismo, su tema central es la descripción de un espejismo. El espejismo del poder de los funcionarios en una dictadura totalitaria. En Cuba, los soviéticos no tuvieron nada que enseñar sobre la adicción al poder pero sí enseñaron, y bastante, sobre los métodos para mantenerlo. Es un tema que todos debemos estudiar. Quizás nos concierna más directamente de lo que podamos imaginarnos.