En defensa del neoliberalismo
 

El enigma francés

 
 

Adolfo Rivero Caro

Los sorprendentes resultados de las elecciones francesas invitan a la reflexión. Se destaca la gran abstención (28.4%). Muchos pensaron que la diferencia entre los principales candidatos era tan pequeña que no merecía la pena ir a votar. E iguá, como decía el chino del cuento.

En la derecha, además de Chirac, que sacó 5.66 millones de votos, otros candidatos de centro derecha incluyeron a Bayrou con 1.95 millones; el liberal Madelin con 1.1 millones; Lepage, ecologista de derecha, con 530,000; Saint-Josse, con 1.24 millones y otros para un total para la dentro derecha del 37.93% de la votación. Es decir, en relación con las elecciones anteriores, la centro derecha pierde 2.61 millones de votos.

En la izquierda, además del primer ministro Lionel Jospin  con 4.6 millones de votos, otros representantes de centro izquierda como Chevenement  y Mamere sacaron 1.5 millones y 1.49 millones respectivamente. En este grupo hay que incluir a los comunistas de Hue que sacaron… 960,000 votos. En su conjunto los partidos de centro izquierda  sacaron el 32.45% de la votación. En relación con las elecciones anteriores, la centro izquierda pierde 1.5 millones de votos.

Ahora bien, el ultranacionalista Le Pen, ferozmente antiamericano y antiliberal, sacó 4.8 millones de votos mientras que Megret, otro extremista de derecha, sacó 670,000 votos. La extrema derecha obtuvo el 19.20% de la votación, es decir, gana 900,000 votos más que en las elecciones anteriores. Por otra parte, la trotskista Laguiller sacó 1.63 millones de votos y otros trotskistas como la Liga Comunista Revolucionaria y Gluckstein-Partido de los Trabajadores sacaron 1.21 millones de votos y 130,000 votos respectivamente. La extrema izquierda consiguió el 10.44% de la votación, es decir, gana 1.36 millones más que en las elecciones anteriores.

Las corrientes políticas que más ganan son la extrema izquierda (1.36 millones) y la extrema derecha (900,000). Las que más pierden son la centroderecha (2.61 millones de votos) y la centroizquierda (1.5 millones de votos). Curioso.

¿Cómo interpretar estos resultados? Si observamos la gran abstención y a eso le sumamos que la poderosa centroderecha pierde votos y que la no menos poderosa centroizquierda también los pierde, todo parece indicar que el electorado no ve diferencias importantes entre los candidatos centristas y que sus planteamientos les parecen insatisfactorios para afrontar los grandes problemas nacionales.

A mi juicio, la explicación está en que, en toda Europa, estamos viendo la entronización de esa cultura anticapitalista, también muy fuerte en Estados Unidos y que aquí llamamos ''el pensamiento políticamente correcto'' (ver La guerra ideológica en Estados Unidos en www.neoliberalismo.com). Esta cultura --muy arraigada en las universidades y que, a partir de allí, extiende su influencia al periodismo, la sociología, la historia, la pedagogía y demás disciplinas de las humanidades-- pretende responder a problemas complejos imponiendo a la sociedad ciertas ''verdades progresistas'' que no son susceptibles de discusión.

La Unión Europea, por ejemplo, tiene aspectos muy positivos. Muchos apoyan el libre mercado y la libertad de circular. Pero la Unión Europea considera que los altos impuestos son necesarios y convenientes. Cuando un país como Irlanda realiza grandes rebajas de impuestos y consigue espectaculares éxitos económicos, la Unión Europea se irrita y pretende sancionarla. Esto está frenando el desarrollo económico de Europa. Ningún ''moderado'', ni la centroizquierda ni la centroderecha, se atreve a criticar a la Unión Europea. Hacerlo es ser inmediatamente calificado de reaccionario y ultranacionalista. Pero muchos no están dispuestos a aceptar que una burocracia no electa en Bruselas les imponga sus criterios a viejas naciones.

Otro problema. El norte de Africa, con su tenaz falta de desarrollo, envía millones de inmigrantes a Europa. En su mayoría son jóvenes analfabetos o muy poco educados. No sólo eso. Vienen de una matriz cultural radicalmente diferente. No comparten ni la religión ni la herencia cultural occidental. Ya Francia tiene entre 4 y 5 millones de musulmanes. Una parte de esos jóvenes, enfrentada a una sociedad altamente competitiva, opta por la delincuencia. Se trata de un problema difícil sobre el que hay que reflexionar. Afecta al conjunto de la sociedad pero con particular fuerza a los más humildes, a los que no pueden vivir en barrios amurallados o en casas con sistemas electrónicos de seguridad. Pero insinuar la conveniencia de moderar la inmigración para mantener la identidad nacional y la paz social se califica inmediatamente de xenofobia y de racismo.

Este problema se agrava con el multiculturalismo. Cuando Silvio Berlusconi, el nuevo primer ministro italiano, se atrevió a decir que la civilización occidental era superior a la musulmana, la irritación y el escándalo fueron mayúsculos. Ahora bien, cuando se suma la inmigración irrestricta con la negación de una cultura nacional en aras del multiculturalismo se están sembrando las semillas de los sangrientos conflictos civiles asociados con el término de ''balcanización''. El ejemplo lo tienen a la vista.

El electorado francés intuye esto. La centroizquierda y la centroderecha están de acuerdo en una serie de criterios que el electorado percibe, acertadamente, como erróneos y peligrosos. De ahí su rechazo el centro y su fuga hacia los extremos. Después de todo, Le Pen se atreve a criticar la inmigración y los trotskistas a denunciar la Unión Europea.

La derecha francesa tiene que establecer otro modelo: bajar los impuestos, frenar la arrogancia de los sindicatos, que frecuentemente paralizan el país, poner límites a la inmigración, defender los valores occidentales y estrechar relaciones con Estados Unidos. Seguir plegándose a criterios populistas y demagógicos es condenarse al estancamiento, al aumento de las tensiones sociales y al suicidio como fuerza política efectiva. Ojalá lo comprendan a tiempo.