En defensa del neoliberalismo

El ejemplo de Irán

Adolfo Rivero Caro

Desde hace días, y pese a la censura, el mundo entero ha visto las masivas demostraciones de los iraníes protestando contra el fraude en las elecciones del 12 de junio. Pocos pueden haberlas visto con tanto interés, admiración y hasta un poco de envidia como los cubanoamericanos. No cabe duda de que las protestas han estremecido la República Islámica y todos sabemos que se trata de un régimen sumamente represivo. ¿Por qué esto sucede en Teherán y no en La Habana?

Irán juega un papel singularmente importante y complejo en el Medio Oriente. En primer lugar no es un país árabe sino persa y los iraníes no hablan árabe sino farsi. Y, lo más importante, no son sunitas, como la inmensa mayoría del mundo árabe, sino chiitas. Para nosotros, es difícil captar toda la importancia de esa diferencia. La escisión sunita-chiita se remonta al siglo VII D.C y a la gran discusión sobre quién era el verdadero sucesor de Mahoma. A su muerte, uno de sus lugartenientes, Abu-Bakr, fue nombrado su heredero y califa. La gran mayoría que lo aceptó son los llamados sunitas. La palabra viene de Sunna, una colección de dichos y hechos de Mahoma transmitida de forma oral. Los sunitas no sólo se orientan por el Corán sino también por la Suna, lo que les permite adoptar el Corán a las condiciones de la época.

Una minoría, sin embargo, creía que Mahoma había escogido como heredero a Alí, su primo, yerno y el padre de sus nietos. Son los llamados chiitas, que viene de chi, socio o partidario de Alí. El cisma se hizo permanente tras la batalla de Karbala en 680, cuando el hijo de Alí, Hussein, murió a manos de los soldados del califa. La veneración de los chiitas por los descendientes de Mahoma ha contribuido a un clero mucho más centralizado y jerarquizado, con los ayatolas como la máxima autoridad. Los sunitas son mucho más descentralizados. Ahora bien, entre el 85 y el 90 por ciento de los musulmanes son sunitas. Los chiitas, sin embargo, son mayoritarios en Irán, Irak, Azerbaiyán, Bahrein y el sur del Líbano. Es bueno recordar que Hezbolá es una organización terrorista chiita, financiada y dirigida desde Irán. Los chiitas son minorías aunque relativamente importantes en Siria, Afganistán y Pakistán.

La mayoría de los chiitas cree que hubo 12 legítimos sucesores de Mahoma como califa y que el último imán, ahora llamado el Mahdi, desapareció arrebatado por Dios. Muchos chiitas creen que el Mahdi va a regresar al mundo como salvador para encabezar una batalla entre las fuerzas del Bien y el Mal que terminará en mil años de paz y el fin del mundo. En la práctica, esto ha llevado a una retórica apocalíptica por parte del controvertido presidente de Irán Mahmoud Ahmadinejad y del iraquí Moqtada al-Sadr. Uno se pregunta cómo es posible que prácticamente el destino del mundo esté en manos de un personaje como éste. Y tenemos que preguntarnos y cómo es posible que el pueblo cubano haya puesto su destino en las manos de un joven gangster.

En todo el mundo árabe, abrumadoramente sunita, hay temor y una profunda desconfianza hacia el Irán chiita. Irán está desarrollando un programa de armas atómicas y de misiles para transportarlas. Y amenazando constantemente con borrar a Israel del mapa. Existen, por consiguiente, condiciones objetivas para una alianza entre Israel y la mayoría del mundo árabe. Desgraciadamente, su antisemitismo parece insuperable.

En su reciente discurso ante el parlamento israelí, Benjamín Netanyahu se declaró dispuesto a reconocer un estado palestino (que prácticamente dividiría en dos a Israel) siempre que los países árabes reconocieran el derecho de Israel a existir, y que el estado palestino estuviera desmilitarizado. Esta fue la respuesta de Netanyahu a la posición del presidente Obama, que presiona brutalmente a Israel pero que ignora el terrorismo árabe. Obama presiona a quien no tiene que presionar y quiere hacerse amigo de enemigos irreconciliables.

Una simpatía irreflexiva por Obama me parece desorientada y peligrosa. Hay que dejárselo a la izquierda. Obama ha tenido algunas posiciones importantes y correctas. Ha mantenido la política de Bush en Irak y ha subido la parada en Afganistán. Lo ha hecho frente a una enérgica oposición dentro de su propio partido. Desgraciadamente, casi todo el resto de su política exterior e interior ha sido un desastre. Las últimas encuestas muestran que el pueblo americano está empezando a darse cuenta.

¿Qué importa que un dirigente político sea hombre o mujer, blanco, negro, chino o paquistaní? Lo importante son sus ideas. Hitler y Ronald Reagan eran blancos y no podían ser más diferentes. Para mí, una mujer, Margaret Thatcher, ha sido uno de los estadistas más grandes del siglo XX y un negro, Thomas Sowell, es el más importante de los intelectuales americanos. ¿Qué importancia tiene el sexo o la raza a la hora de definir capacidades? Es totalmente irrelevante. Simpaticen con Obama todo lo que quieran pero traten de mantener un mínimo de objetividad. Recuerden que la gran prensa americana es de izquierda, abiertamente partidista y que siempre va a defender a Obama. No importa. Siempre está la página editorial del Wall Street Journal, la mejor del país, o los programas radiales de Rush Limbaugh o Mark Levin o sitios de Internet como townhall.com o neoliberalismo.com.

El pueblo iraní se mantiene en la calle. ¿Qué implicaciones tiene su lucha para el pueblo cubano? Infortunadamente, no tenemos espacio. Se quedará para la próxima columna.

Junio, 2009

 

 

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