Kenneth Billingsley
Traducción: Adolfo Rivero
De vez en cuando alguien en Hollywood usa de su poder para romper las
reglas de la colonia cinematográfica.Tomemos Eclipse Total, la mejor película de este año. Por extraño que
parezca, es la primer película americana seria que tiene como telón de
fondo el Pacto Nazi-Soviético de 1939, el acuerdo que unió a los dos
poderes totalitarios de Europa contra Occidente, y ayudó a hundir al
mundo en la Segunda Guerra Mundial. Con un aliado cuidándole la
frontera oriental, Hitler pudo lanzar sus Panzers contra Francia
mientras Stalin se apoderaba de los países bálticos e invadía
Finlandia. Una película como ésta fácilmente pudiera haberse
convertido en una monserga didáctica tan indigerible como aquel Inchon
de 1982 en que Laurence Olivier hacía el papel del General Douglas
MacArthur. En esta ocasión, sin embargo, la verosimilitud del guión,
reforzada por algunas actuaciones memorables, le dan al filme un enorme
poder dramático.
El pasmoso retrato del dictador soviético Josef Stalin que hace Dustin
Hoffman se deriva obviamente de un profundo sobre el efecto
corruptor del poder absoluto. De la misma manera, Jurgen
Prochonow es totalmente convincente como Joachim von Ribbentrop, el
ministro de Relaciones Exteriores de Hitler. Robert Duvall no se queda
atrás con su incisiva representación de Vyacheslav Molotov, el
ministro de Relaciones Exteriores soviético. La versión que nos da
Duvall de la famosa cita de Molotov: "El fascismo es una cuestión
de gusto" es un momento clave del filme y seguramente se volverá
tan memorable como su famosa observación en Apocalypse
Now sobre el olor del napalm en la mañana. El discurso de Molotov
ha sido objeto de algunas críticas que lo consideran excesivo pero es
bueno recordar que no fue inventado por el guionista William Goldman (Marathon
Man) sino que es una cita textual.
En la película, lo inesperado es casi tan chocante como su contenido.
En una de sus secuencias más escalofriantes, los soviéticos le
entregan a la Gestapo un grupo de comunistas
alemanes judíos que se habían refugiado en Moscú. El público moderno
pudiera encontrar esto sorprendente pero el incidente es rigurosamente
histórico. De hecho, algunos antiguos oficiales de la KGB aparecen en
los créditos como asesores de la película, cuyo reparto incluye
algunas de sus víctimas reales.
Hay que decir, sencillamente, que la pantalla no ha visto nada como esto
en seis décadas. Ha hecho falta todo ese tiempo para que los amantes
del cine puedan ver las fuerzas soviéticas invadiendo Polonia y reuniéndose
con su aliado nazi. Es muy probable que el público se sintiera
igualmente sorprendidas por el tratamiento cinematográfico de las
prisiones cubanas, el genocidio de los jémeres rojos y las sangrientas
campañas del coronel Mengistu Haile Marian, el verdugo de Etiopía -
que todavía están esperando que Hollywood les preste atención
Eclipse
Total
está clasificada como PG-13 debido a la violencia, particularmente gráfica
en algunas de las escenas de asesinatos en masa, imágenes de niños
muriendo en las hambrunas deliberadamente provocadas por Stalin en
Ucrania en 1932, y las torturas de los disidentes. El director Steven
Spielberg (Schindler's List)
edita magistralmente escenas que comprenden desde los juicios de Moscú
hasta las cámaras de tortura de la Lubianka. Más controversiales son
los retratos de los comunistas americanos durante el período del Pacto
Molotov-Ribbentrop. Se les muestra haciendo desfiles de protesta frente
a la Casa Blanca, llamando "guerrerista" a Roosevelt y
demandando que Estados Unidos permanezca fuera de la “guerra
capitalista” en Europa. Harvery Keitel interpreta un notable papel
como Earl Browder, el secretario general del Partido Comunista de
Estados Unidos, y Linda Hunt hace una representación magistalmente ácida
de Lillian Hellman, que, cuando Hitler atacó a la URSS en septiembre de
1941, gritó literalmente “¡Han invadido la Madre Patria!”.
Escrupulosamente exacta aunque llena de sorpresas históricas, esta película
es tan refrescante, tan absorbente, que an con sus 162 minutos parece
corta.
¿Nunca han oído Eclipse Total?
No es extraño. Nunca se ha producido, ni siquiera se ha escrito.
Seguramente un filme así ni siquiera se ha contemplado nunca, por lo
menos en Hollywood. En realidad, en la década que ha transcurrido desde
la caída del Muro de Berlín, o inclusive en la década anterior,
ninguna película de Hollywood ha abordado la historia real del
comunismo, la agonía de los incontables millones de personas cuyas
vidas fueron destrozadas, ni de todo el siglo de engaños y mentiras
internacionales que han oscurecido la sangrienta realidad
comunista.
La simple pero desconcertante verdad es que el conflicto histórico más importante de nuestro tiempo, la lucha
mortal entre la democracia y el totalitarismo marxista-leninista – lo
que The New York Times llamó
“la guerra santa del siglo XX” -- está casi totalmente ausente del
cine norteamericano. Es como si Hollywood no hubiera producido nada, o sólo
muy poco, sobre la victoria de los Aliados y los crímenes del
nacionalsocialismo desde 1945 hasta hoy. Este extraordinario vacío,
este ensordecedor silencio, es todavía más extraño puesto que el
conflicto histórico más importante de nuestro tiempo parecería ser un
atractivo natural para Holywood. En efecto, aunque de dimensión
planetaria, el conflicto abarca millones de dramáticas historias
personales que se desarrollaron en un gran escenario histórico: los
valerosos sindicalistas de Solidaridad enfrentando la junta militar
comunista; los adolescentes húngaros y checos enfrentando los tanques
en Budapest y Praga; los homosexuales cubanos cruelmente reprimidos por
la dictadura castrista; los escritores y artistas tratando de resistr el
kitsch de un materialismo oscurantista; las familias que arriesgaron sus
vidas, y con frecuencia las perdieron, tratando de alcanzar la libertad.
Más aún. Los grandes villanos son ideales para el gran drama
y, en el comunismo, los hay de sobra: Lenin, Stalin, Mao,
Ceaucescu, Rakosi, Pol Pot, Castro, Mengistu – todos de una megalomanía
delirante – junto con sus séquitos de sicofantas, matones y
delatores, tanto nativos como extranjeros.
Muy pocas películas en inglés han utilizado esta enorme y
extraordinaria cantidad de material, especialmente para filmes basados
en libros que han recibido mucha publicidad, como Un Día en la Vida de Iván Denisovich (una producción británico-noruega
de 1971) y, por supuesto, Doctor
Zhivago (1965), Pero muchos otros proyectos naturales de películas
basadas en libros siguen vírgenes, desde la historia de Svetlana, la
hija de Stalin (que huyó de la Unión Soviética a Occidente, aunque
luego regresó a Rusia) hasta trabajos por desertores de tan alto nivel
como el embajador polaco Romuald Sapsowski; (The
Liberation of One), el agente de la KGB Arkady Schevchenko (Breaking
With Moscow), y los poetas cubanos perseguidos Armando Valladares
(Contra Toda Esperanza) y Heberto Padilla (Heroes
Are Grazing in My Garden). A la luz de las últimas revelaciones en
relación con el espionaje de Alger Hiss, el Witness
de Whittaker Chambers es otro obvio candidato.
La razón por la que esta enorme cantidad de historias siga sin filmar
no es ignorancia. Aunque puede que frecuentemente sus filmes no lo
reflejen, Hollywood está lleno de escritores y productores conocedores.
Las razones están en otra parte y, muy particularmente, en la propia
retorcida historia de Hollywood. Es una historia que ha pasado a través
de muchas etapas. Quizás, la más relevante de ellas tenga que ver con
la “historia oculta” de la gran ofensiva comunista en los estudios.
El gran potencial del cine para la persuasión llenaba de excitación a
Stalin y a su instrumento, el Partido Comunista de Estados Unidos
(PCEU), que estuvo viviendo del dinero soviético hasta que criticó las
reformas de Gorbachov como “viejo pensamiento socialdemócrata de
colaboración de clases.” La correspondencia entre los comunistas
americanos y sus jefes soviéticos puede revisarse ahora en The
Secret World of American Communism (1998). Los editores John Earl
Haynes, Harvey Klehr, y Kyrill Anderson han reunido nuevo material
desclasificado de los archivos moscovitas de la Internacional Comunista
(Comintern), la organización soviética que controlaba los partidos
comunistas nacionales. Lo miembros del
PCEU hicieron algunos documentales en los años 30 pero nada que
pudiera competir con el cine comercial americano, que el partido se puso
como meta captar.
“Una de las tareas más urgentes que confronta el Partido Comunista en
el campo de la propaganda” escribía el infatigable agente del Comintern Willi Muenzenberg en un artículo
publicado en el Daily Worker
de 1925 “es la conquista
de esta unidad de propaganda supremamente importante que, hasta ahora,
ha sido monopolio de la clase dominante. Tenemos que arrancársela y
volverla contra ellos.” Era un tarea ambiciosa pero las condiciones se
tornarían a favor del partido.
La Depresión convenció a muchos que el capitalismo estaba agonizando y
que el socialismo era la ola del futuro. En los días de los Frentes
Populares a mediados de los años 30, los comunistas encontraron fácil
hacer causa común con los liberales en contra de Hitler y de la España
de Franco. En 1935, V.J. Jerome, el comisario cultural del PCEU,
estableció una sección Hollywood del partido. Esta unidad sumamente
secreta tuvo un gran éxito reclutando miembros, organizando sindicatos
enteros, recaudando dinero de liberales de Hollywood y usando esos
fondos para apoyar causas soviéticas a través de frentes únicos como
la Liga anti-Nazi de Hollywood. “Teníamos nuestra propia aritmética,
podíamos hacer frentes únicos y hacer que dos se convirtiera en uno,
recuerda el guionista Walter Bernstein (Fail
Safe, The Front, The House on
Carroll Street) en su autobiografía de 1996, Inside
Out.
Durante el período del Pacto Molotov-Ribbentrop, por ejemplo, el actor
Melvyn Douglas (Ninotchka)
y el guionista –director Philip Dunne (Wild
in the Country) propuso que una agrupación de demócratas de la
industria, el Comité Demócrata de la Industria Cinematográfica
(Motion Picture Democratic Committee) condenara la invasión soviética
de Finlandia a fines de 1939. Pero el grupo estaba secretamente
controlado por los comunistas y la resolución fue rechazada. Como Dunne
describiera posteriormente en sus memorias de 1980, Take Two: A Life in Movies and Politics, "En esta ciudad, el
rabo de los comunistas meneaba al perro liberal”.
"En Holywood nunca hubo una oposición de izquierda organizada y
efectiva a los comunistas," concluyó John Cogley, un socialista,
en sus Reportaje sobre la Lista
Negra de 1956. Como dijera un antiguo miembro del partido, Budd
Schulberg (On the Waterfront)
el partido era … "el único guapo del barrio" (the only game
in town.) Pero aunque los
comunistas tuvieran más fuerza en el Screen Writers Guild, influir en
el contenido de las películas era un problema más espinoso.
Según la doctrina cultural comunista los escritores son “ingenieros
de almas” productores de obras cuya función era transmitir mensajes
políticos y elevar la consciencia de sus audiencias. De otra forma, las
películas serían simple decadencia burguesa, instrumento de distracción
capitalista y, por consiguiente, instrumento de sojuzgamiento. Los jefes
de partido V.J. Jerome y John Howard Lawson (un co-fundador del Screen
Writers Guild y guionista de Algiers
y Action in the North Atlantic) impusieron este credo de
arte-como-arma en Hollywood, como lo habían hecho anteriormente entre
los dramaturgos de Nueva York. Albert Maltz (Destination
Tokyo) habría de cuestionar la doctrina en un artículo de 1946 en New
Masses, alegando que la política doctrinaria frecuentemente
resultaba en mala literatura. Criticando el concepto del “arte como
arma”, Maltz planteó, "Un artista puede ser un gran artista sin
ser un pensador integrado o lógico o progresista en todos los
asuntos."
Como resultado de semejante herejía, el partido lo hizo pasar por una
humillante inquisición y lo obligó a publicar una retractación.
Maltz calificó su artículo original de “un tratamiento unilateral,
no dialéctico de problemas complejos” que "se distinguía por
sus omisiones” y que “tuvo éxito en mezclar mis comentarios con
ataques sin principios contra la izquierda que siempre he repudiado y
combatido. Maltz hubo de defender esa retractación hasta el día que
murió en 1985.
Dalton Trumbo (Kitty Foyle), un miembro del Partido a Comunista y,
durante cierto tiempo, el guionista mejor pagado de Hollywood, describió
el oficio de guionista como "guerra de guerrillas literaria".
El sistema de estudios, en el que los proyectos eran estrechamente
supervisados, hacía difícil, si no imposible, la inserción de
propaganda. Hollywood no se convirtió en un bastión de la propaganda
comunista, excepto durante la II Guerra Mundial, cuando la Unión Soviética
fue festejada como un Aliado. Ayn Rand, que era entonces una guionista
en Hollywood y una de las pocas personas en la comunidad cinematográfica
que realmente había vivido bajo el comunismo, iba a señalar que, en su
ansiedad por ayudar a los soviéticos, los guionistas comunistas
americanos llegaron a extremos absurdos. En películas de la guerra como
North Star y Song of Russia (ambas de 1943), presentaron a la URSS como una
tierra de alegres y bien alimentados trabajadores llenos de amor por sus
líderes. Mission to Moscow (también de 1943), que tiene a Walter Huston en
el papel estelar, llegó hasta justificar los criminales juicios de Moscú
de los años 30.
Pero si las fantasías del Comintern sobre un Hollywood soviético nunca
llegaron a materializarse, los cuadros del partido desempeñaron, sin
embargo, un papel muy significativo: algunas veces pudieron impedir la
producción de películas a las que se oponían. El partido no sólo
ayudó a organizar el Gremio de la Guionistas Cinematográficos (Screen
Writers Guild), sino que también organizó el Gremio de los Analistas
de Historias. Los analistas de historias
juzgan los guiones y orientación de los filmes temprano en el
proceso de la toma de decisiones. Un reporte peyorativo
significa con frecuencia que un estudio rechace una propuesta de
producción. Por consiguiente, el partido se ubicó inmejorablemente
para aplastar guiones y tratamientos con contenido antisoviético, así
como historias que presentaran a las empresas capitalistas y a la religión
bajo una luz favorable.
En The Worker, Dalton Trumbo
se jactaba abiertamente de que las siguientes obras nunca habían
llegado a la pantalla: Darkness at
Noon y El Yogi y el Comisario
de Arthur Koestler; Yo Escogí la
Libertad de Victor Kravchenko; y Bernard
Clare de James T. Farrell, también autor de Studs
Lonigan y vilipendiado por el organizador del partido
Mike Gold como un "canallesco y voluble trotskista."
Algunas veces, hasta los buscadores de talento respondían a Moscú. El
organizador del partido Robert Weber terminó en la agencia William Morris donde representó a escritores y directores
comunistas como Ring Lardner Jr. y Bernard Gordon. Weber tenía
considerable poder en relación con quién trabajaba y quién no. También
lo tenía George Willner, un agente comunista que representaba
guionistas y que traicionó a sus clientes no comunistas al negarse
deliberadamente a promover sus historias. En una escala mayor, el
partido lanzó campañas de calumnias y listas negras contra los no
comunistas, tomando como objetivo a figuras como Barbara Stanwyck, Lana
Turner, y Bette Davis.
Estas estuvieron entre los muchos actores que desafiaron el sindicato
respaldado por el partido, el Conference
of Studio Unions. El CSU, que estaba tratando de cerrar la industria
y forzar concesiones jurisdiccionales que le hubieran dado la supremacía
dentro del movimiento sindical de los estudios, chocó con la International Alliance of Theatrical Stage Employees (IATSE) y sus
aliados, que estaba tratando de mantener funcionando a los estudios.
Katharine Hepburn trabajó incansablemente por la CSU, leyendo discursos
escritos por Dalton Trumbo,
mientras que Ronald Reagan, que por aquel entonces era un demócrata
liberal, encabezaba a los anticomunistas en los gremios. Esos eran los
verdaderos frentes de la ofensiva comunista y frente a cada estudio se
desató una sangrienta guerra callejera. La posibilidad de influencia
comunista en Hollywood asustó a Washington pero, infortunadmente, los
políticos tomaron las cosas al revés.
El primer jefe de lo que eventualmente se conoció como el Comité de
Actividades Antinorteamericanas de la Cámara de Representante (CAAC),
fue el demócrata de New York Samuel Dickstein. Como muestran los
recientemente desclasificados documentos "Venona" (cables soviéticos
descifrados), Dickstein trabajaba para la inteligencia soviética --no
por ideología sino por dinero. Inicialmente el Comité estuvo
preocupado con los grupos profascistas a fines de los años 30. Después
de la guerra estuvo dominado por republicanos de derecha, aunque su
figura más desagradable era John Rankin, demócrata por
Mississippi y un virulento antisemita.
En 1947, mientras investigaba al agente del Comintern Gerhart Eisler,
cuyo hermano Hanns era compositor en Hollywood, el Comité descubrió
gente del cine revelando historias sobre las intrigas del Partido
Comunista y decidió que éstas eran suficiente como para justificar
audiencias en el Congreso. Seleccionaron a menos de 50 testigos de
varios tipos de trabajo y perfiles políticos, incluyendo pesos pesado
del partido como John Howard Lawson y Dalton Trumbo.
En su ansiedad por explotar a Hollywood en busca de publicidad, el Comité
de Actividades Antinorteamericnas planteó, estúpidamente, que el
problema central era el contenido de los filmes, ignorando las vastas
campañas de organización del partido en las trastiendas de los
estudios y pese al convincente testimonio de, entre otros, Walt Disney. Más importante, el Comité ignoró que lo realmente
importante no era lo que el partido ponía
dentro de North Star y Song of Russia sino el material anticomunista y antisoviético que
dejaba fuera.
Mientras el Comité se congratulaba con la publicidad, la asediada
comunidad cinematográfica se atrincheraba en posiciones defensivas. Los
jefes de los estudios, aunque decididamente anticomunistas, afirmaron en
forma desafiante que ningún congresista podía decirles cómo llevar su
negocio. Un grupo de apoyo integrado por celebridades que incluía
figuras como Humphrey Bogart y Danny Kaye, fueron a
Washington a defender los suyos.
Las audiencias exhibieron una serie de furiosas arengas de escritores
estalinistas que vinieron a ser conocidos como los 10 de Hollywood. Dalton
Trumbo, que ingresó en el Partido Comunista durante el Pacto
Molotov-Ribbentrop y que inclusive escribió una novela, The
Remarkable Andrew, para apoyar el repugnante pacto entre nazis y
comunistas, gritó en una audiencia: "Esto es el principio de los
campos de concentración en Estados Unidos."
Semejantes demostraciones choquearon a los jefes de los estudios y a los
simpatizante de las celebridades, que habían estado esperando
elocuentes defensas del derecho constitucional a la libertad de expresión.
La militancia en el partido misma no era ilegal, y los miembros pudieran
haber aludido a la alianza con los soviéticos durante la guerra. Muchos
quisieron testificar, un fenómeno que Norman Mailer calificó de
"envidia de citación." Como supo posteriormente para su pesar
el director John Huston (The Maltese Falcon), que organizó el grupo de apoyo a las
celebridades, los abogados del PCEU habían decidido la estrategia de
confrontación, en gran medida para proteger al agente John Howard
Lawson y otros que ya habían mentido bajo juramente al testificar ante
un comité de California que no eran comunistas.
Tras otra serie de audiencias a principios de los años 50, los estudios
produjeron una serie de baratos justamente olvidados filmes
anticomunistas, entre ellos Big
Jim McClain y My
Son John, en el que Helen Hayes le informa al gobierno sobre su hijo
Robert Walker. Estos filmes trataban con el comunismo como si fuera una
especie de mafia política nacional pero prácticamente no mencionaba
las verdaderas condiciones de vida bajo los regímenes comunistas. Pero
más importante todavía fue la reacción interna de Hollywood.
Los jefes de los estudios, temerosos de la mala publicidad, anunciaron
que efectivamente despedirían a los comunistas, lo que habían rehusado
hacer hasta entonces. Esto fue el principio de la lista negra. La versión
hollywoodense del Gran Conflicto de Nuestro Tiempo plasmada en filmes
como The Front (1976), con
Woody Allen y Zero Mostel y escrito por Walter Bernstein, y el Guilty
by Suspicion (1991), están llenos de estrellas pero son sumamente débiles.
El público consumidor de semejante papilla intelectual podía llegar fácilmente
a la conclusión de que el comunismo
apenas si existió, a no ser si como fuente de ilimitado
optimismo en los corazones de los escritores más creativos del país.
El mismo mensaje emergía The Way
We Were de Sydney Pollack (1973) con Robert Redford y Barbra
Streisand y de Julia, de Fred
Zinnemann (High Noon) con Jane
Fonda y Vannessa Redgrave (1977), basado en unas narcisitas memorias de
Lillian Hellman.
Con el pasar de los años, un serie de testimonios del tamaño de libros
han vuelto a tomar la causa. Allgunos de ellos han sido escritos por
parientes de los que estuvieron en la lista negra, invocando la
"inquisición" y
la "rojo fobia" en sus títulos y erizados de términos como
"cacería de brujas" y "McCartismo." El senador de
Wisconsin, por cierto, no jugó ningún papel en Hollywood, cuyos
anticomunistas, la mayoría de ellos liberales demócratas, lo
consideraban como un obstáculo para su causa.
La historia de la lista negra, tal como se presenta en esas películas,
es puro Hollywood: los Malos contra los Buenos. El malvado Comité del
gobierno llega al pueblo y, sin ninguna razón aparente, le arruina la
vida a un grupo de nobles artistas. En una subtrama, las víctimas
sobreviven vendiendo guiones bajo nombres falsos. La historia es muy
atractiva, aunque pasa por alto la ironía de que los que consideraban
malvado al capitalismo siguieron aprovechando el mercado que no existía
en los regímenes sociales que tanto alababan. Es bien sabido que Albert
Matz se hizo un campeón de la República Democrática Alemana (RDA)
mientras que su compañero de los 10 de Hollywood Lester Cole prefería
defender ese bastion de la libertad artística que es Corea del Norte.
En los años 60 ya nadie se acordaba de la lista. Kirk Douglas y Otto
Preminger restauraron los nombres de los escritores de la lista negra a
los créditos del filmes que realmente escribieron. Los 10 de Hollywood
y otros escritores comunistas estaban camino de, como dijo Philip Dunne,
ser "prácticamente deificados." Dunne, que había pasado por
todo, encontró las versiones revisionistas tan distorsionadas que, según
dijo, "Casi podía creer que estaba leyendo la crónica de algún
reino mítico."
La leyenda de la lista negra, depurada de toda referencia a Stalin o al
verdadera historial de la actividad del Partido Comunista en los
estudios, se convirtió en una influencia permanente en la vida política
de Hollywood. Hollywood había entrado en su período
anti-anticomunistas, un bien conocido fenómeno de la vida cultural e
intelectual de Estados Unidos.
Personas motivadas por esta ideología han vilipendiado a críticos de
la Unión Soviética de la talla de Robert Conquest y Sidney Hook,
mientras siguen venerando a izquierdistas como el periodista I.F. Stone,
cuya Historia Oculta de la Guerra
de Corea de 1952 repetía
como un papagayo la línea del partido de que Corea del sur había
invadida a la pacífica Corea del norte. El anti-anticomunismo critica a
los anticomunistas, por ciertas que sean sus revelaciones, como
paranoicos ubicados en el lado malo de la historia mientras elogia a los
apologistas del totalitarismo como idealistas llenos de buena fe, por
mendaces que y serviles que hayan sido. No es probable que semejante
visión promueva un tratamiento cinematográfico significativo del
comunismo.
No hay mejor testimonio de esto que la vieja campaña por impedir que el
director Elia Kazan (On the
Waterfront, East of Eden, A Streetcar Named Desire) recibira un Oscar de la Academia por el
trabajo de toda una vida. Kazan, un antiguo comunista, cooperó con el
Comité y defendió su posición en un anuncio pagado en The New York Times donde llamaba a los liberales a tomar una posición
clara frente al comunismo. Puesto que los logros de Kazan son
innegables, su carrera viola un dogma e la leyenda de los 10 de
Hollywood: que los que desafiaron al comité eran brillantes artistas y
nobles idealistas mientras que los que
cooperaron eran viles mediocridades que sólo podían hacer
carrera destruyendo a otros.
Kazan finalmente recibió su premio el año pasado pero en medio de una
renovada controversia sobre si le debería de aplaudir en el evento (ver
Revisitando el Tiempo de los
Canallas. AR). (Abraham
Polonsky [I Can Get It for You Wholesale], un destacado comunista de Hollywood
que encabezó las críticas contra Albert Maltz, esperaba, y lo puso por
escrito, que Kazan sería asesinado.) De una forma u otra, Kazan ha
recibido finalmente el reconocimiento de Hollywood. Stalin nunca lo ha
recibido.
Según Hollywood, el anticomunismo americano no se derivaba de ninguna
deficiencia del comunismo o de ninguna amenaza de la URSS sino de la
paranoia, la xenofobia y la nefasta influencia de los nazis que entraron
en Estados Unidos después de la guerra.
Ese fue el tema de The
House on Carroll Street,
el filme de Walter Bernstein de 1988. Bernstein, incidentalmente,
aparece en los descifrados de Venona, que revelan que era colaborador
voluntario de la KGB. Sin duda, semejante revelación le da un nuevo
significado a la frase, tan habitual en
Hollywood, "Que tu agente llame a mi agente."
En las raras ocasiones en que Hollywood ha presentado la vida bajo el
comunismo, su brutalidad prácticamente nunca es descrita. Considere,
por ejemplo, Reds (1981) un
canto a John Reed, el admirador de Lenin. En la película, un personaje
acepta que el régimen soviético "viola derechos humanos"
pero ninguna de esas violaciones aparece en la pantalla. De la misma
forma, el público no ve a los Khmer Rouge asesinando a casi dos
millones de víctimas en The Killing Fields (1984). En realidad, nos enteramos de que los
verdaderos villanos de esa tragedia son Richard Nixon, Henry Kissinger,
y la política exterior de Estados Unidos.
Un tema similar encontramos en Missing
(1982), con Jack Lemmon,
Dirigida por Constantine Costa-Gavras, un hombre de la izquierda que, a
diferencia de sus colegas de Hollywood, en ocasiones está dispuesto a
afrontar con honestidad temas comunistas. El filme de Costa-Gavras de
1970 La
Confesión trata con
los juicios antisemitas de 1952 en Checoslovaquia que produjeron 11
ejecuciones. Después de ser ahorcados los cuerpos de las víctimas
fueron incinerados. El filme muestra a un policía esparciendo las
cenizas sobre los helados caminos alrededor de Praga, que fue lo que
sucedió en realidad. Para Yves Montand, que hizo el papel de Arthur
London, el ministro checo de Relaciones Exteriores,
La Confesión fue "un
adiós al generoso sentimentalismo de la Izquierda, una izquierda que ha
estado ciega a sus propios crímenes y que cultiva una pose mesiánica
proponiendo traer felicidad a los seres humanos aunque haya que
masacrarlos para ello."
Pero Hollywood todavía no se ha mostrado capaz de representar lo que El
Libro Negro del Comunismo, una evaluación académica de los crímenes
comunistas, llama "matanza de masas políticamente correcta."
En Eleni (1985), John
Malkovich persigue a un comunista griego responsable por la muerte de su
madre pero gran parte de la acción enemiga ocurre fuera de la pantalla.
La Insoportable Levedad del Ser
(1988), aunque de un tono generalmente anticomunista, sólo incluye
fugaces imágenes de la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968.
Por extraño que parezca, uno de las pocas películas de Hollywood que sí
presenta la violencia en los países comunistas en la pantalla es un
filme de Disney. En efecto, Night
Crossing de 1983 muestra una audaz fuga de la Alemania Oriental - la
misma que Albert Maltz admiraba tanto. Los espectadores ven los
guardafronteras alemanes, que Hurt llama "puercos," matando a
tiros a los que tratan de escapar. Para este tipo de películas abundan
los materiales. Los archivos del bloque soviético están entregando sus
revelaciones sobre la masacre de oficiales polacos que hizo la KGB en el
Bosque de Katyn, sus campañas de asesinatos en Occidente, y la
identidad de los agentes estalinistas en los gobiernos occidentales. El
libro de Vitaly Shentalinsky, Arrested Voices, de 1996, documenta las campañas de Stalin contra
escritores y artistas, cuyas víctimas incluyen a Itzak Feffer y Solomon
Mikaels, que habían sido presentados en Hollywood por los comunistas
como ejemplo de que en la Unión Soviética no existía el
antisemitismo.
Filmes de antiguos países comunistas, Thief , de 1999, entre ellos, muestran que hasta los mismos rusos
están empezando a ajustar cuentas con el legado del comunismo. Pero el
circo que rodeó el Oscar de Kazan y otros eventos recientes sugieren
que probablemente Hollywood no haga lo mismo. La mitografía de la lista
negra arroja una sombra demasiado larga, sombra que todavía no permite
apreciar en toda su magnitud la épica batalla entre el comunismo y la
democracia. "Hollywood
Recuerda la Lista Negra," montada en el teatro de la Academia
en el 50 aniversario de las audiencias de 1947, presentaron a Billy
Crystal y Kevin Spacey en papeles dramáticos. También aparecieron el
veterano de los 10 de Hollywood Ring Lardner Jr. y su camarada del
partido comunista y co-escritor de Song
of Russia, Paul Jarrico, que comparó la actuación de los 10 de
Hollywood con la posición que tomó Jefferson contra The
Alien and Sedition Act. La actriz Marsha Hunt dijo que "durante
más de una década, esta no fue la tierra de los hombres libres ni la
patria de los valientes. (…this was no longer the land of the free,
nor the home of the brave.")
Este evento fue una versión a color, multimedia, del "reino mítico"
de que hablaba Phil Dunne. Y, sin embargo, para la legión de los
anti-anticomunistas de Hollywood, resultó ser el acontecimiento que los
hizo sentirse bien en el otoño. Ese tipo de shows
trasmite el mito de los 10 de Hollywood. Y lo transmite
a jóvenes cineastas que no se ven a sí mismos como simplemente
dedicados al entretenimiento sino como dedicados a la enseñanza.
Por ejemplo, el Cradle Will Rock de
Tim Robbins, que salió el pasado otoño, toma su título de un musical
agitprop escrito por Marc Blitztein, un sectario estalinista. El trabajo
original fue bienvenido por el Federal
Theater Project de 1930, un grupo dominado por comunistas,
precisamente debido por su realismo socialista de inspiración soviética.
La progresista Works Progress Administration (WPA) cerró el espectáculo por
consideraciones presupuestarias aunque Robbins trata de echarle la culpa
a una malvada alianza de miembros del CAAC y capitalistas aliados con
Mussolini y Hitler. Los magnates fascista-capitalistas, encabezados por
Nelson Rockefeller, que se están enriqueciendo vendiendo mercancías a
Hitler, también quieren deshacerse del muralista Diego Rivera,
interpretado por Rubén Blades. Como era de esperar, el público se
mantuvo lejos del filme pero en Hollywood, la mitología de la izquierda
sigue siendo suficientemente poderosa como para conseguir que semejante
proyecto llegue a producción.
La imagen de los malvados capitalistas, sin embargo, consiguió un
enorme éxito de taquilla con el Titanic
de James Cameron de 1997 pese a su impúdica tergiversación de la
realidad histórica.
A fines del año pasado, la Universidad de Southern California, cuya
escuela de cinematografía es una especie de agencia de empleo de
Hollywood, reveló un conjunto escultórico en un jardín que rendía
homenaje a los 10 de Hollywood como víctimas de la guerra Fría y
campeones de la libertad de expresión. La mitología se ha convertido
en un monumento, en una especie de museo del anti-anticomunismo en una
ciudad que le dio una calurosa acogida a Daniel Ortega, jefe de la junta
sandinista, pero que nunca defendió la causa de un sólo disidente soviético
o de la Europa del este. El espectro del comunismo que, según El
Manfiesto Comunisa, una vez recorrió Europa ha desaparecido. Y, sin
embargo, todavía parece flotar como una tóxica neblina sobre las
palmas del sur de California. Una neblina que oscurece la visión de la
historia de incontables millones de personas amantes del cine.
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