Revisitando el tiempo de los canallasStephen Schwarz Todos hemos oído la trágica historia: como los cazadores de brujas
anticomunistas descendieron sobre Hollywood en 1947, imponiendo una
lista negra y eliminando de la industria a íntegros y talentosos
profesionales. Las víctimas eran simplemente inocentes “liberales,”
y los efectos sobre el cine norteamericano fueron devastadores. Es una historia que no pierde su popularidad. Lillian Hellman, en la década
anterior a su muerte en 1984, prácticamente hizo una segunda carrera
divulgando su versión de aquel “Tiempo de los Canallas.” Más
recientemente, el 27 de octubre de 1997, exactamente 50 años después
de que el Comité de Actividades Antinorteamericanas de la Cámara
escuchara el testimonio hostil de los testigos conocidos como Los 10 de
Hollywood, la Academia de Artes Cinematográficas sirvió de anfitriona
a una noche de conmemoración en Hollywood. La audiencia reaccionó con
atronadores aplausos cuando prominentes actores como Billy Crystal y
Kevin Spacey reinterpretaron los papeles de los ’10,’ presentados
como héroes de la lucha por la libertad de expresión. El tema fue
abordado nuevamente en la TV en un documental de CNN, La
Lista Negra: el Juicio de Hollywood. Ahora, sin embargo, Kenneth Lloyd Billingsley, en su libro El
Partido de Hollywood (Prima, 365 páginas, $25) ha demolido esta
fabricación mítica. El autor nos muestra, fría y metódicamente, como
“los 10” y sus amigos, lejos de ser inocentes bien intencionados,
eran convencidos estalinistas. Explica, con lujo de detalles, como
defendieron las sangrientas purgas estalinistas, el pacto
Molotov-Ribbentrop y la agresiva política de Stalin durante la
postguerra. Como demuestra el autor, estos devotos creyentes trataban de llenar sus
películas de propaganda soviética. Puede servir como ejemplo el filme
de Warner Brothers Misión en Moscú,
aparecido en 1943, que elogiaba con entusiasmo las purgas y difamaba a
las víctimas de Stalin. Hubo muchos otros ejemplos de esos intentos por
saturar los productos de Hollywood con el mensaje de Moscú. Como si esto fuera poco, el
Partido de Hollywood perseguía a los suyos. Budd Schulberg fue
sacado de la sección de Hollywood por rehusar aceptar los cambios
recomendados por el partido en su novela What
Makes Sammy Run? Posteriormente, el guionista Albert Martz fue sometido a su propia
inquisición tipo soviético por el “crimen” ideológico de elogiar
al novelista James T. Farrell, un admirador de Trotsky. La actriz
Frances Fanner fue llevada al manicomio cuando regresó desilusionada de
un viaje a la Unión Soviética, “un país,” dijo, “que se
arrastra y está medio muerto.” Parte de este material ha sido cubierto por otros autores, incluyendo al
actor Robert Vaugh que, en su libro Sólo
Víctimas de 1972, trató de presentar ambos lados de la historia y
sólo consiguió las críticas de la izquierda de Hollywood. ‘10’ y a otros estalinistas como mártires
“progresistas.” Pero Billingsley ha abierto nuevo terreno -especialmente en relación
con el movimiento sindical de Hollywood. Aunque durante cierto tiempo
los comunistas controlaron el Gremio de los Guionistas, nunca pudieron
controlar los principales sindicatos cinematográficos (pese a enormes
esfuerzos). De esa forma, aunque Hollywood sigue siendo una de las
industrias más sindicalizadas del país, su movimiento sindical ha
quedado simbolizado por funcionarios del Gremio de Actores como Ronald
Reagan y Charles Heston que contaron con el apoyo de sus miembros por su valerosa dirección sindical. En sus páginas más valiosas, Billingsley cuenta la historia de Roy
Brewer, un dirigente sindical del corte de Walter Reuther -tan firme en
la defensa de su sindicato, la Alianza Internacional de Empleados del
Escenario Teatral, como enemigo de los estalinsitas. Billingsley también
recuerda figuras como los actores Robert Montgomery y Adolphe Menjou,
que desafiaron a los comunistas, y los coloca en su justo lugar como
campeones de la democracia. En una fascinante anécdota, cuenta como Olivia de Havilland, sancionada
por Warner Brothers con una suspensión de seis meses por haber pedido
mejores papeles, ganó una demanda que “estremeció al sistema de los
estudios hasta sus mismos cimientos.” Pero Havilland, una especie de
heroína sindical protofeminista, se volvió contra los comunistas de
Hollywood cuando éstos le pidieron que leyera una discurso que había
sido redactado por Dalton Trumbo, uno de los ‘10’ en un evento
“progresista.” Hay algunas revelaciones tristes. Bertold Bretch apareció ante el Comité
con fingida indiferencia. Cuando se le preguntó sobre sus reuniones con
Grigory Kheifetz, el jefe de la NKVD para la Costa Oeste, respondió
evasivamente y al otro día huyó de Estados Unidos. Ahora sabemos, al poder
descifrar las comunicaciones soviéticas clandestinas “Venona,” que
muy probablemente fuera un informante clave de Khefetz. Pero aún después de todas las pruebas descubiertas en los últimos años,
sólo un puñado de estudiosos y periodistas está dispuesto a reconocer
a los estalinistas norteamericanos como los mercenarios totalitarios que
realmente fueron. Puede que la verdad sobre los comunistas de Holywood
nunca penetre la comunidad cinematográfica pero Billingsley ha hecho
mucho para aclararle la verdad al resto de nosotros. Stepehn Schwartz es autor de De
Oeste a Este: California y la formación de la mente norteamericana. Artículo publicado en The Wall
Street Journal el 16 de diciembre de 1998. |
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