En defensa del neoliberalismo

Cuba: el nuevo diálogo

ADOLFO RIVERO CARO

Es muy probable que a todo lo largo y ancho de Cuba, muchos disidentes se estén acercando a los curas de todas las iglesias del país para decirles: ``¿Cómo está, padre? ¿Ha podido leer el documento de los curas de Oriente? ¿Qué le pareció?''

Esto, en sí mismo, sería un acontecimiento de vasta importancia e imprevisibles consecuencias. Porque el material de trabajo que sirvió para un encuentro de presbíteros de las diócesis de Santiago de Cuba, Holguín, Bayamo-Manzanillo y Guantánamo probablemente sea el documento más agudo y potencialmente importante que haya salido de Cuba en muchos años.

El documento plantea, con mucha fuerza, que hay que acabar con el inmovilismo. Describe brillantemente lo que califica como ``el síndrome de indefensión aprendida'' o ``no se puede hacer nada''. Y luego apunta el camino a seguir.

Porque en Cuba, como la opinión popular no parece tener ninguna influencia sobre el gobierno, tal parece como si la política misma hubiera dejado de existir. Pero lo que ha dejado de existir es la política habitual de las democracias, no la política misma. Para que la política hubiera dejado de existir, tendría que haber desaparecido toda relación entre las opiniones de las masas y la autoridad del gobierno. Y eso no es posible.

Ningún gobierno puede mantenerse exclusivamente por la fuerza y siempre le hace falta alguna medida de aquiescencia popular. Nadie puede mandar efectivamente sin un mínimo de autoridad. Cuando los dirigentes pierden esa autoridad, simplemente no se cumplen sus órdenes, como sucedió en la URSS en 1992 cuando el intento de golpe de estado contra Gorbachov. De aquí la importancia de recordar el llamamiento de Vaclav Havel a no colaborar con los convencionalismos que sostienen al sistema, subrayando que no se trata de tomar actitudes políticas sino morales, y que no se trata de evadir responsabilidades sino de aceptarlas.

El material de los curas orientales recuerda la simpatía y las expectativas que despertó la visita de Juan Pablo II en el pueblo cubano. Pero también subraya el relativo éxito del gobierno en manipularla, de tratar de hacerla aparecer como una ``apertura'' mientras ha seguido rechazando todo diálogo nacional sobre la crisis cubana. La Iglesia, que tan brillantemente había preparado la visita del Papa, se quedó sin un plan de acción ulterior. ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde volverse? Fiel a una lógica interna implacable, el documento vuelve su atención entonces hacia esa otra fuerza independiente de la sociedad cubana y constata que la jerarquía eclesiástica no ha apoyado a la oposición interna. Lamenta inclusive su silencio en relación con el caso de los cuatro autores de La patria es de todos.

Ese es el punto nodular de este formidable material de trabajo. Porque la Iglesia no es la única fuerza independiente de la sociedad cubana ni el único antagonista del gobierno.

Es cierto que Fidel Castro afirma que en Cuba no hay oposición. Sin embargo, esa oposición inexistente logró, con sus denuncias, que su gobierno fuera condenado en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. La represión de esa oposición inexistente ha hecho que el gobierno de Holanda suspenda los contactos con el régimen cubano. Miguel Angel Rodríguez, presidente de Costa Rica, ha declarado que sólo está dispuesto a visitar a Cuba siempre que pueda reunirse y discutir un programa de trabajo con esa oposición fantasmagórica. Los embajadores de Europa occidental, por su parte, se reunen periódicamente en La Habana con los representantes de esa oposición que no existe. En un reciente estudio, Ernesto Betancourt, uno de nuestros más brillantes analistas políticos, especulaba sobre cuáles dirigentes de la nomenklatura cubana podrían sentarse a discutir en un momento dado con los emergentes dirigentes de la oposición ``sin cuya colaboración no sería posible un tránsito pacífico en Cuba''. No está mal para dirigentes a los que, según Fidel Castro, no sigue nadie.

En Cuba, el gobierno no ha podido acabar con las organizaciones disidentes, ni con la prensa independiente, ni con las organizaciones emergentes de la sociedad civil. Ahora mismo, se está preparando nada menos que un congreso de campesinos independientes. Súbitamente, el diálogo no sólo se ha vuelto necesario sino urgente. ¿Qué diálogo? El diálogo de la sociedad civil, por supuesto. Con el gobierno no hay nada que discutir. Pero hay urgente necesidad de que las organizaciones no gubernamentales, incluyendo a la Iglesia, intercambien ideas sobre la crisis nacional y las vías para superarla. Ese intercambio ni puede ni tiene que tener lugar designado ni fecha fija. Es mejor que se desarrolle en la base y de manera deliberadamente espontánea y difusa. Lo que hace falta ahora es que las dos grandes fuerzas favorables al cambio: la disidencia y la Iglesia, se conozcan mejor, discutan ideas y estrechen relaciones en la base.

Eso pudiera ser el inicio de un capítulo radicalmente nuevo en nuestra historia. Ese es el único diálogo realmente posible, y urgentemente necesario.