En defensa del neoliberalismo

 

Lo que declina es la mentalidad
Víctor Davis Hanson

Factores menos decisivos de lo que se piensa

Yuxtaponga fotos de Frankfurt y Liverpool en 1945 y en 2010 (o las de Hiroshima y Detroit).  Algo parece estar mal.  Quizás uno pueda ver, incluso en estas imágenes superficiales, que más que una derrota militar, son otros los acontecimientos que suelen erosionar las sociedades.  Aunque  perder una guerra también puede dar fin a una civilización (como ocurrió con los cartaginenses en la Tercera Guerra Púnica o los aztecas en 1521).

Al final de la Segunda Guerra Mundial, los centros industriales de  Europa Occidental y Oriental quedaron arrasados.  Rusia se vino abajo.  China y la India eran precapitalistas.  Tanto Alemania como Japón no eran más que cenizas.

Las fábricas del Reino Unido (pese a los ataques aéreos de 1940 y a los V-1 y V-2) apenas sufrieron daños y las de Estados Unidos permanecieron en perfecto estado.  Ambos países quedaron muy endeudados.  Pero Inglaterra se socializó a fines de los años cuarenta y durante los cincuenta, multiplicó considerablemente el sector público y devino nación empobrecida en los sesenta y los setenta.  A diferencia de ella, Estados Unidos regresó a las libertades empresariales y se preparó para suministrar bienes comerciales e industriales a un mundo en ruinas; además, pagó su inmensa deuda mediante la expansión de la economía.  Nosotros prosperamos, pero la Gran Bretaña socialista no se convirtió en una Alemania Occidental, un Japón o un Singapur.

Salta a la vista que los recursos naturales, pese a su importancia, no lo determinan todo.  Venezuela y México, ricas en petróleo, son un desastre, pero Suiza y Japón, carentes de recursos, no lo son.  En la actualidad son pocos los refugiados económicos que huyen de Shangai a Hong Kong, como ocurría en el pasado; ni Alemania Oriental está mucho más atrasada que Alemania Occidental, como Corea del Norte lo sigue estando en comparación con Corea del Sur.

Planificación contra libertad

Qué duda cabe de que la tradición cultural influye.  Pero aún más importante es la naturaleza de la política y la economía.  Como regla general, mientras mayor sea la libertad del individuo y la flexibilidad de los mercados—con impuestos más bajos, menos burocracia, un gobierno constitucional, mayor transparencia y el imperio de la ley— más posibilidades tiene una sociedad de crear riqueza y de recuperarse tanto de las guerras como de los desastres naturales.

Estas verdades trascienden el espacio y el tiempo, y son más determinantes que la raza y la nacionalidad, el clima, los recursos y la geografía.  La noción de que nosotros estamos condenados mientras los chinos están destinados a prosperar no está tallada en piedra.  Ellos también han de enfrentar una nueva era de descontento de los trabajadores, sindicatos, problemas en los barrios residenciales, regulaciones medioambientales, una población que crece menos y envejece, grandes apetitos personales, protestas sociales e inconformidad, tal como ocurrió en los países occidentales durante su industrialización a comienzos del siglo XIX.

De nosotros depende

Nosotros, como en el pasado, podemos superar a cualquier país si seguimos siendo la sociedad más libre, más respetuosa de la ley y más abierta en lo económico.  Una meritocracia ajena a raza, etnia o sexo, una aplicación de la ley igual para todos, impuestos bajos, gobierno pequeños y un sistema político y jurídico transparente constituyen el corazón de esa renovación.  Estados Unidos puede convertirse de nuevo, en el transcurso de una década, en país acreedor, con un superávit en la balanza comercial y el presupuesto, capaz de atraer el capital y el talento mundial de una manera que resulta imposible para países más rígidos o menos meritocráticos como China, Japón o Alemania.  Una vez más, esto obedecerá a una decisión nuestra y no a un destino que alguien nos impone.

Lamentablemente, somos presa –como ha ocurrido en muchas sociedades complejas que se convirtieron cada vez más en burocráticas y funcionariales, aunque la salvación solo es posible cuando lo son menos—de una nueva concepción campesina del bien limitado, según la cual  todo lo que se produce se obtiene a expensas de otros.  La riqueza absoluta es imaginaria, pero no la relativa. Preferimos la igualdad y ser seres corrientes y molientes que estar mejor colectivamente con unos pocos que tienen más que nosotros.

Sin embargo, a mí, como creo que a la mayoría de los americanos, no me importa si Bill Gates vive en una mansión,  ni si Warren Buffet vuela en un enorme avión privado o George Soros tiene millones para dedicar a causas progresistas o si John Kerry dispone de millones para gastar en veloces lanchas o en yates.  El sistema que ha creado estos excesos, incluso si  los calificamos así,  también propició que mi agua caliente –y el agua caliente en la cercana y empobrecida Selma—no sea más fría que la de ellos.  Mi Honda y los miles de autos de la ciudad funcionan tan bien como sus limusinas. La última vez que estuve en un Wal-Mart conté 100 modelos de teléfonos celulares, y dudo que el de Al Gore reciba mejor las llamadas que cualquiera de ellos.  El más acaudalado puede o no “haber ganado dinero suficiente….en cierto punto”, para citar al presidente, pero no tengo la menor idea de cuál es ese punto (o si incluye vacaciones a la Costa del Sol).  Lo que sí sé es que una vez que nuestra tecnocracia comience a establecer ese punto, serán mayores las posibilidades de que mi ciudad no disponga de un agua tan caliente como la de los ricos y de que los Hondas no funcionen tan bien como sus carros de lujo.

Cuando llegue el fin

Estudiemos el colapso de las sociedades complejas.  Rara vez el medio ambiente o el enemigo externo es el culpable.  En la medida en que las murallas se derriban, los ríos se llenan de barro o las erupciones volcánicas  acaban con una sociedad  todo esto depende de la naturaleza preexistente de una sociedad, tanto si esta es flexible y creadora de riquezas o está encerrada en sí misma, es hostil y redistribuidora de la riqueza.  Chile se recuperará de un terremoto mucho más fuerte que el que Haití sufrió (temo que Haití no se recuperará fácilmente, si es que llega a hacerlo)

En 1521, un Hernán Cortés brutal no hubiera podido tomar Gran Bretaña con sus 1,500 conquistadores, aunque no tardó en entender cómo destruir un imperio de 4 millones con la misma cantidad de hombres.  La economía dirigida de la Unión Soviética rechazó la invasión nazi de 3 millones de soldados,  pero no pudo evitar la pérdida de 20 millones de los suyos, ni pudo crear en la posguerra un orden próspero y sostenible en la URSS y su periferia.  

La “difusión de la riqueza” y el “cambio en la redistribución” sólo acontecen cuando los emprendedores, los hombres capaces, dichosos o audaces entre nosotros sienten que cuentan con buenas posibilidades de ganar algo para ellos mismos (y quedarse con la mayor parte de lo que obtienen), o cuando trasladan a otros ese algo que ganaron o, como suele ocurrir, cuando existen ambos propósitos: el interés propio y el colectivo.  Niéguese todo esto, mátese la vaca más grande, por así decir, o quémense las montañas de grano y acabaremos siendo campesinos y siervos que luchan por un pastel cada vez más pequeño.

 

·

 

Regresar a la portada