Por
Mary Anastasia O'Grady
San Salvador, El Salvador
En medio de la crisis financiera que sacudió los mercados internacionales de capital el año pasado, el Banco Mundial anunció con orgullo un nuevo "paquete de asistencia" de US$250 millones para este país. Unos meses después se desató un escándalo sobre por qué nunca se pudo rastrear el destino de una cantidad de dinero similar en los libros del gobierno.
Por si no entendió la conexión, déjeme expresarlo de otra forma: mientras los países desarrollados le han estado otorgando ayuda a El Salvador para tratar de ayudar al país, se sospecha que los políticos salvadoreños podrían haber tomado fondos de la caja nacional para ayudarse a sí mismos.
¿Cuál es el problema? Esa pregunta podría hacerse sobre la ayuda extranjera de forma más amplia. Pero es especialmente relevante para este país, que ha estado progresando a través de una liberalización económica iluminada durante 20 años, pero que ahora corre el riesgo de ser descarrilada por la corrupción.
Los supuestos actos de corrupción ocurrieron durante el mandato del ex presidente derechista Tony Saca, quien dejó el cargo tras un mandato de cinco años en junio pasado y desde entonces fue expulsado de su partido Arena. El programa del Banco Mundial al que nos referimos fue implementado en julio, bajo el nuevo gobierno del presidente Mauricio Funes, del partido FMLN. Pero hay una conexión: hasta ahora, el gobierno de Funes no ha demostrado interés alguno por investigar lo que ocurrió con todo ese dinero. En cambio, el partido gobernante parece estar usando la amenaza de una investigación para lograr que Saca los ayude a ganar votos en el Congreso. No puede existir algo más cínico que eso.
Todo esto podría parecer la clase de estrategia para entendidos de un pequeño país de América Central sobre la que es difícil entusiasmarse. Pero las lecciones son importantes.
Este país eligió al izquierdista pero moderado Funes y su vicepresidente de línea más dura —y ex guerrillero marxista no arrepentido— por un estrecho margen. No eligió un Congreso controlado por el FMLN. Pero en octubre, 12 legisladores reconocidamente cercanos a Saca se pasaron de bando y comenzaron a votar junto al FMLN.
Si esto le permite a la clase política aquí a comenzar repentinamente a arrastrar al país hacia atrás, en el camino del colectivismo y el autoritarismo, será debido a la corrupción, y alimentará la pobreza, la falta de desarrollo e instituciones disfuncionales. Eso no es bueno para los intereses de seguridad de Estados Unidos o para el mundo desarrollado en general, y es el motivo por el cual es imprudente extender ayuda extranjera a un sistema político sospechoso.
Cuando Saca asumió en 2004, parecía que El Salvador podría convertirse en el primer país en América Latina en salir de la pobreza bajo un gobierno elegido de forma democrática. Sus reformas abrieron mercados y aumentaron la competencia. El resultado, según el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas, fue que la cantidad de hogares viviendo en la pobreza se ubicó en cerca de 35%, un marcado descenso frente al 60% de 1991 cuando terminó la guerra civil. La tasa de pobreza incluso descendió un poco más a 30% para 2005.
Desde ese momento la pobreza ha estado aumentando, y Saca tiene gran parte de la responsabilidad. El ex mandatario dañó el desarrollo de muchas formas, incluido el bloqueo de una nueva operación minera de oro y permitir que languideciera un importante proyecto portuario. Peor, la transparencia disminuyó. Le pregunté, en una entrevista aquí hace tres semanas, que respondiera sobre las acusaciones que señalan que derrochó unos US$250 millones de fondos del gobierno durante su mandato. Negó el derroche pero admitió que unos US$200 millones fueron desviados del presupuesto del Congreso a un grupo de fundos discrecionales bajo su control durante su presidencia. Dijo que no puede recordar con exactitud cómo fueron asignados, pero que los recursos fueron usados para "carreteras, hospitales y emergencias".
Es verdad que los presidentes salvadoreños tienen desde hace mucho tiempo el poder de usar excedentes del presupuesto para gastos discrecionales. Pero bajo el mandato de Saca la magnitud cambió. Otros ex presidentes no tocaron más de US$2 millones a US$3 millones durante sus mandatos. Saca multiplicó esa cantidad por cien.
Ese fondo irregular le dio un enorme poder y sus críticos afirman que no le tembló el pulso a la hora de usarlo. Personas dentro de Arena afirman que usó el dinero para obtener el control del partido. Eso no pasa de una acusación, pero es irrefutable que durante su presidencia se convirtió en el jefe de Arena.
"La gente solía unirse a Arena porque creían en sus valores", me dijo un salvadoreño enfadado. "Pero con Saca, todos recibieron pagos". El ex mandatario fue el primer presidente de El Salvador de Arena que también mantuvo la presidencia del partido.
Todo esto podría ser esclarecido si El Salvador tuviera un cuerpo independiente para analizar el gasto discrecional. Pero la "corte de cuentas" no es independiente. Es controlada por un pequeño partido político —el Partido de Conciliación Nacional— cuyo poder fue concedido por la legislatura a cambio de su voto. El público debe confiar en la evaluación de esa corte de cuentas de que Saca no ha hecho nada malo.
Si el Banco Mundial realmente quiere ayudar a El Salvador, quizás debería ofrecer auditar los libros de Saca. Sería un paso gigante hacia el desarrollo.