Comunismo y nazismo
Felipe Giménez Pérez
Sobre el libro de Alain de Benoist, Comunismo y nazismo,
25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX
(1917-1989), Ediciones Áltera, Barcelona 2005
Es este fundamentalmente un libro breve y conciso dedicado a
la reflexión histórico-político-filosófica sobre el
comunismo y el nazismo.
Resulta que hoy en día si un individuo proclama su
adscripción ideológica al nazismo está condenado, maldito,
proscrito.
El nazismo liquidó a 25 millones de hombres. Lógicamente es
una doctrina criminal. Pero si un individuo presume de ser
comunista, no pasa nada, es admirado, aplaudido, respetado.
Sin embargo, el comunismo liquidó a 100 millones de hombres.
Lógicamente debiera ser considerado el comunismo como una
doctrina más criminal aún si cabe que el nazismo y sin
embargo no ocurre así.
Sin embargo, «la conclusión de un cierto número de
observadores es que «el balance del comunismo constituye el
caso de carnicería política más colosal de la historia» (pág.
15).
El comunismo ha matado en perfecta coherencia con sus
doctrinas.
El terror de masas, el crimen masivo se ha convertido en un
verdadero sistema de gobierno para el comunismo. Podemos
decir con Alain de Benoist,
«que el sistema comunista no ha sido sólo un sistema que ha
cometido crímenes, sino un sistema cuya esencia misma era
criminal.» (pág. 16)
Hay muchos que aún se resisten a admitir la naturaleza
criminógena del comunismo y que se niegan a admitir la
comparación entre el comunismo y el nazismo.
El comunismo se revistió de un aura ilustrada, democrática,
racionalista, progresista y el nazismo fue condenado como
irracionalista, imperialista, racista, antisemita, &c.
«La idea de que se pueda comparar a los regímenes comunista
y nazi ha sido siempre rechazada con indignación por los
comunistas» (pág. 19).
Y sin embargo, tal comparación ha de ser realizada. Es
necesario aunque sólo sea por interés científico.
Ernst Nolte ha sostenido que el nazismo es una reacción
frente al comunismo.
Nolte ha hablado de «un nexo causal» (kausaler Nexos) entre
el comunismo y el nazismo. En efecto, el nazismo aparece,
en muchos aspectos como una reacción simétrica al comunismo.»
(pág. 20)
Nunca hay que olvidar que el terror bolchevique ha surgido
históricamente antes que el terror nazi.
Los nazis han tomado sus técnicas de exterminio de los
bolcheviques.
Las formas y métodos son importados de los bolcheviques por
parte de los nazis. El nazismo es una reacción frente al
bolchevismo. «El nazismo puede pues, definirse como un
anticomunismo que ha tomado de su adversario las formas y
los métodos, empezando por los métodos del terror» (pág.
21).
Comparar comunismo y nazismo no quiere decir asimilar o
igualar ambos. Se trata de poner juntos los dos para
pensarlos juntos y establecer unas cuantas relaciones entre
ambos términos. Ni el nazismo disculpa los crímenes del
comunismo ni los crímenes del comunismo disculpan al nazismo.
Por empezar podríamos repetir el tópico del principio que
caracteriza al clima político políticamente correcto o
progresista:
«El comunismo ha destruido más vidas humanas aún que el
nazismo, y sin embargo continua prevaleciendo la opinión de
que el nazismo ha sido, de cualquier forma, algo mucho peor
que el comunismo» (pág. 25)
El argumento utilizado apela a las buenas intenciones. El
comunismo habría obrado por amor a la humanidad y el nazismo
por odio, por racismo. El nazismo sería criminal por
vocación y el comunismo criminal por error. A fin de
cuentas, los crímenes comunistas eran progresistas.
«Tenemos derecho a preguntarnos –escribe Stéphane Courtois–
por qué el hecho de matar en nombre de la esperanza en 'alegres
amaneceres' es más excusable que el asesinato vinculado a
una doctrina racista.» (pág. 31)
La enorme lucidez de Alain de Benoist nos lleva a demoler
las creencias progresistas que eventualmente quedaran en la
imaginación. «Inmediatamente se plantea la cuestión de
saber si debe juzgarse a los regímenes políticos por sus
intenciones o por sus actos.» (pág. 32)
Está claro que desde una perspectiva materialista es
menester juzgar por los actos.
La praxis es el criterio a decir de Marx. «No lo saben pero
lo hacen». Una ideología es el conjunto de los actos de sus
partidarios. La ideología comunista es el conjunto de los
actos de los comunistas.
El Estado comunista es el conjunto de las políticas públicas
desarrolladas por tal Estado, lo mismo del nazismo o del
Estado Alemán nazi.
Como afirma lúcidamente Alain de Benoist, «ser víctima de
una idea hermosa, ulteriormente desviada, no hace que uno
deje de ser víctima.» (pág. 33)
No hay más comunismo que el comunismo realmente existente,
igual que no hay más nazismo que el realmente existente.
Hay que evitar en todo momento el idealismo platónico que
contrapone la Idea verdadera al mundo empírico falso y
engañoso y aparente. «No basta con decir que el comunismo
es una buena idea que ha terminado mal.
Hay que explicar además cómo ha podido terminar mal; es
decir, hay que preguntarse cómo una buena idea, lejos de
inmunizar contra el horror, no le impide realizarse menos
que una mala idea.» (pág. 35)
Es ésta una verdadera cuestión filosófica y sin embargo, las
respuestas que históricamente se han dado no tienen nada de
filosóficas y sí de empíricas, las circunstancias históricas.
En el caso del terror soviético hay que decir que fue brutal
desde un principio. El terror rojo es parte indispensable
del comunismo.
El terror rojo es esencialmente comunista. Forma
parte de su naturaleza. Si se afirma que es algo debido a
las circunstancias, igualmente se podría afirmar que el
terror nazi no tiene nada específicamente nazi en sí mismo.
El terror rojo apareció desde el primer momento, desde 1917.
Los progresistas y los comunistas o filocomunistas o
compañeros de viaje del PC siempre han tratado de legitimar
los crímenes comunistas como menos condenables que los
crímenes nazis.
«Pregunta Jacques Julliard: «¿Por qué los criminales que
dicen estar del lado del bien son menos condenables que los
criminales que dicen estar del lado del mal?» (pág. 39)
En el fondo el genocidio de raza y el genocidio de clase son
dos subcategorías del «crimen contra la humanidad».
«El punto de partida, en todo caso, es el mismo.» (pág. 41)
«La utopía de la sociedad sin clases y la utopía de la raza
pura exigen por igual la eliminación de los individuos
sospechosos de obstaculizar la realización de un proyecto
«grandioso»; a saber, el advenimiento de una sociedad
radicalmente mejor.»
(pág. 41)
El Bien Absoluto exige un Mal Absoluto
y a ese Mal hay que exterminarlo. Hay que borrarlo de la faz
de la Tierra. Ambas ideologías se saben legitimadas para
realizar el exterminio del enemigo absoluto.
Por lo demás, «La virtud de los hombres no hace virtuosas a
las doctrinas que defienden. Pascal se equivoca cuando dice
que sólo hay que creer los testimonios de quienes son
capaces de dejarse matar por ellos: eso atestigua la fuerza
de sus convicciones, pero no su justeza.» (pág. 49) Como
decía Nietzsche, la sangre de los mártires no demuestra
nada.
Los comunistas o los filocomunistas o sus compañeros de
viaje, los progresistas sostienen que atacar al comunismo
hace el juego a la derecha. Siempre se dice eso. Es un
argumento de tipo estratégico. Esto es retomar la retórica
de Stalin.
«Seguimos así los pasos de Jean-Paul Sartre cuando
pretendía que había que guardar silencio sobre los campos
soviéticos «para no desesperar a Billancourt.» «Estas gentes
-observa Courtois- todavía no han roto con esa cultura de
comisario político que emponzoña el mundo editorial». (pág.
56)
Se nos quiere convencer del carácter único del nazismo, como
algo esencialmente incomparable. Esto evita comprender el
fenómeno del nazismo. «En efecto, un acontecimiento que no
puede ser puesto en relación con otros acontecimientos se
convierte en algo incomprensible.» (pág. 57)
Es imprescindible comparar el nazismo con el comunismo como
sistemas totalitarios y criminales.
Lo peor es la diferencia de trato que han recibido comunismo
y nazismo. «Mientras que el nazismo es considerado como
el régimen más criminal del siglo, el comunismo, que ha
causado la muerte de un número mucho más considerable de
hombres, sigue siendo considerado como un sistema, desde
luego impugnable, pero perfectamente defendible tanto en el
plano político como en el intelectual o moral.» (pág. 65)
En España, pongo por ejemplo, el nazismo y su propaganda
está castigado con la cárcel. La venta de un libro
comunista no suscita ninguna crítica. Un antiguo nazi se
convierte en un apestado política y socialmente, pero el
haber sido comunista no acarrea ningún problema.
Se tiene derecho a equivocarse con el comunismo, pero no se
tiene derecho a equivocarse con el nazismo. Compárese el
caso Heidegger con el caso Sartre.
Además, los crímenes nazis no prescriben, pero los
comunistas sí. Se olvida el comunismo, pero se
recuerda constantemente el nazismo.
«En el pasado, a los antifascistas siempre se les creyó de
inmediato, mientras que quienes denunciaban el comunismo
eran considerados a menudo como fabuladores o espíritus
partidistas.» (pág. 71) Pero la cosa no termina ahí. «Otro
signo revelador: sólo cuando ha sido adoptado por
antiguos comunistas decepcionados es cuando se ha empezado a
considerar creíble el discurso anticomunista.
Sus pasados extravíos han sido considerados como una especie
de garantía de su nueva lucidez, mientras que se sigue
considerando sospechoso el hecho de haber sido lúcido desde
un comienzo. Y, por lo demás, sólo se les consideró creíbles
sobre la base del renombre adquirido en los tiempos de sus
antiguos extravíos.» (pág. 72)
Este silencio respecto al comunismo deriva tal vez de la
alianza entre la URSS y las potencias occidentales frente al
nazismo. Esta alianza ha constituido el fundamento del orden
internacional surgido a partir de 1945.
La victoria sobre la Alemania nazi legitimó aún más si cabe
el régimen soviético. El antifascismo como invento
ideológico ha servido para legitimar el comunismo y ha
servido de paso para oscurecer el concepto de fascismo,
cajón de sastre donde cabe todo aquello que produzca
problemas al comunismo. Todavía hoy resulta problemático
definir el fascismo.
Hay que decir que stricto sensu «fascismo»significa el
régimen italiano de Mussolini (1922-1943). «Ahora bien,
el fascismo italiano es el gran ausente del Libro negro.
Ocurre, en efecto, que en materia de violencia social y
represión política, no es comparable con los regímenes
totalitarios.» (pág. 90) El fascismo no tiene nada que
ver con el nazismo.
Alain de Benoist recurre al término «totalitario» para
definir el comunismo y el nazismo.
Esto tiene sus inconvenientes, porque es imposible la
existencia de un Estado totalitario, como señaló Gustavo
Bueno hace ya muchos años, sencillamente porque un Estado
jamás puede controlarlo todo. Hay que reconocer pues la
problematicidad del concepto de totalitarismo. Mejor sería
llamarlos al comunismo y al nazismo como monocracias o
ideocracias.
De todos modos, «el recuerdo de los sistemas totalitarios no
puede hacer aceptar la sociedad actual en lo que tiene de
más destructivo y deshumanizante. No se tiene el derecho de
aceptar una suerte injusta, so pretexto de que se podría
sufrir otra peor. Los sistemas políticos tienen que
ser juzgados por lo que son, no mediante la comparación con
otros, cuyos defectos atenuarían los suyos.»
(pág. 157)
Además, «un régimen que destruye sistemáticamente vidas
humanas a vasta escala no puede ser un buen régimen. Sin
embargo, el balance de un régimen, incluso criminal, no se
reduce a su dimensión de terror y de represión, como tampoco
puede ser juzgado a la luz de los mártires que suscita.» (pág.
159)
Finalmente, hay que decir que el antifascismo hoy es una
muestra de la ignava ratio política. «el antifascismo
contemporáneo constituye, ante todo, una expresión de la
pereza intelectual, pues siempre resulta más fácil
identificar los males del pasado que darse cuenta de los del
presente.» (pág. 169)
Recomiendo pues la lectura atenta de este libro para
reflexionar sobre nazismo y comunismo. Esto ayuda a quitarse
las anteojeras progresistas. El comunismo está en vías de
extinción, pero el progresismo aún no. Estas 25
reflexiones son un atrevido y audaz ejercicio de reflexión
política que se atreven a tocar los tabúes del progresismo y
del filocomunismo.