¿Es Chávez
Fascista?
Adolfo Rivero Caro
Cómo definir políticamente a Hugo
Chávez no es una cuestión banal. En un reciente discurso, el mismo
Chávez llamaba a estudiar la nueva terminología bolivariana porque
''el lenguaje es muy importante''. El aspirante a dictador tiene
razón. Desde hace décadas en el mundo occidental se libra una sorda
guerra cultural en torno al lenguaje. En los próximos meses, por
ejemplo, vamos a ver como la izquierda va a volver a insistir en
hablar de ''las fiestas'' y eliminar cualquier mención a las Pascuas
y las Navidades cristianas.
Un exitoso ejemplo de la manipulación del lenguaje es la popular
concepción de que el fascismo y el comunismo son polos opuestos. Fue
un engaño popularizado por la Internacional Comunista a mediados de
los años 30. Se apoyaba fundalmente en que la URSS y otros países
socialistas no permitían la propiedad privada de los medios de
producción mientras que en la Italia fascista y la Alemania nazi
imperaba ''la dictadura terrorista del gran capital''. Era una
enorme falsificación histórica. En la Italia fascista y la Alemania
nazi se toleraba la propiedad privada de los medios de producción
aunque no se trataba del casi ilimitado derecho del derecho romano o
de los EEUU del sigo XIX, sino una posesión condicional bajo la que
el estado, propietario en última instancia, se reservaba el derecho
de interferir e inclusive confiscar las propiedades que, a su juicio,
estuvieran mal utilizadas. ¿No les recuerda algo a los venezolanos?
El sistema funcionó porque los empresarios acataron todo tipo de
regulaciones e interferencias con tal de salvaguardar algún margen
de ganancias. Según la doctrina fascista, la verdadera lucha de
clases no era entre clases, sino entre naciones. El objetivo del
fascismo era superar las estrechas alianzas clasistas, todas las
clases tenían que subordinar sus intereses particulares a los de la
nación, y colaborar contra el enemigo externo. No es casual que, al
inicio de su carrera, Mussolini fuera un destacado líder socialista.
Reconocía el principio de la propiedad privada, pero no como un
derecho sino como un privilegio concedido por el estado. En los años
20, por ejemplo, se arrogó la autoridad de interferir con el mercado.
Hitler, por su parte, compartía el odio socialista contra la ''burguesía''
y ''el capitalismo'' y explotó las tradiciones socialistas de
Alemania. Su partido se llamaba el Partido Nacional Socialista de
los Trabajadores Alemanes, adoptó la bandera roja, declaró feriado
el 1 de mayo y requería que sus miembros se llamaran ''camaradas'' (Genossen).
En una ocasión, en medio de la Segunda Guerra Mundial, Hitler
declaró que ''básicamente el nacionalsocialismo y el marxismo son lo
mismo''. ¿No es curioso que Jorge Dimitrov, presidente de la
Internacional Comunista, fuera acusado del incendio del Reichstag en
1933 y declarado inocente por los tribunales nazis? ¿Y acaso no
firmó Stalin un pacto de no agresión y ayuda mutua con Hitler en
1939?
Dado el valor supremo asignado a la raza, no es sorprendente que los
nazis rehusaran reconocer derechos individuales de ninguna clase,
incluyendo la propiedad privada. Al mes de tomar el control del
gobierno alemán, los nazis suspendieron las garantías
constitucionales sobre la propiedad privada. La independencia de la
libre empresa se vio radicalmente limitada. El estado nazi intervino
en todos los niveles de la actividad económica, regulando precios,
salarios, dividendos e inversiones, limitando la competencia y
resolviendo las disputas laborales. En 1936, se creó la Oficina del
Comisario para la Formación de Precios para garantizar ''precios
económicamente justos'', lo que suspendió el mecanismo regulador del
mercado.
Un decreto de 1937 estipulaba que el dueño de una granja que no
estuviera eficientemente cultivada tenía que pasarla o arrendarla a
un granjero más competente. Las tierras podían ser expropiadas para
uso ''comunitario''. ¿No les recuerda algo a los venezolanos? El
gobierno determinaba a qué cosechas podía dedicarse el granjero y
cuánto tenía que entregar a las agencias estatales. Como dijera
Schoenbaum en La revolución social de Hitler: ``A pesar de una
generación de mitología marxista y neomarxista, probablemente nunca
una economía ostensiblemente capitalista haya sido dirigida de una
forma tan no capitalista e, inclusive, tan anticapitalista como la
economía alemana entre 1933 y 1939''.
¿Cómo es posible entonces considerar al fascismo como ''la dictadura
terrorista del gran capital''? La experiencia confirma que al igual
que la libertad necesita del derecho a la propiedad, el
totalitarismo necesita eliminar la autoridad de los ciudadanos sobre
las cosas, porque ésta les permite evadir el poder omnipresente del
estado.
Hugo Chávez podrá considerarse comunista, pero se define cada vez
más como un líder fascista. No es un insulto, es una definición. Y,
después de todo, la diferencia no es mucha.
El fascismo, sin embargo, es universalmente execrado mientras que el
comunismo mantiene una cierta legitimidad. Es increíble. Parte de la
explicación reside en que las potencias fascistas (término en el que,
por razones de simplificación, incluyo al nazismo y al chovinismo
japonés) perdieran la guerra mientras que la URSS, una potencia
comunista aliada a Estados Unidos e Inglaterra, estuviera entre los
triunfadores. Esto hace olvidar que Stalin estuvo aliado con la
Alemania nazi hasta principios de los años 40 y que esa alianza
hubiera podido prolongarse indefinidamente. Fue Hitler el que la
rompió con su inesperada invasión a Rusia en 1941.
El colapso soviético ha sido devastador para los partidos comunistas.
Sus ideas, sin embargo, mantienen su vitalidad. No es de extrañar.
Marx le dio poderosos argumentos a una tendencia instintiva: la de
echarles la culpa de nuestros problemas a los demás. Los obreros son
pobres porque la burguesía los oprime. Las naciones están
subdesarrolladas porque potencias imperialistas las explotan. Para
los jóvenes, en particular, esto es extraordinariamente atractivo.
Súbitamente cuentan con una clave para explicarse complejos
problemas sociales. Pasan de ignorantes a expertos en un par de
folletos. Y, como si fuera poco, se ven más allá de toda crítica.
Todo pensamiento contrario es erróneo por definición: está
contaminado por su origen de clase. Los que se oponen a la
revolución sólo defienden los intereses de las clases dominantes. De
la noche a la mañana, muchachos de escasa cultura y menos
experiencia se ven convertidos no sólo en héroes morales, sino en
campeones intelectuales de los desposeídos. Es un sentimiento
embriagador que muchos demagogos van a aprovechar.
Aunque parezca increíble estas elucubraciones adolescentes,
ácidamente refutadas por la historia, son el único bagaje
intelectual de Fidel Castro. Su extraordinario éxito político, en el
orden personal, le confiere a sus ideas un prestigio que no les
corresponde. No es extraño. El mundo está lleno de estafadores que
se han hecho millonarios. Recientemente, en Miami, uno de esos, que
decía ser nada menos que Dios, murió en la cárcel. Durante más de
una década, Hitler fue el hombre más poderoso de Europa. Stalin fue
uno de los hombres más poderosos del mundo, como lo fueron Atila o
Genghis Khan. El éxito deslumbra y es natural que tratemos de
justificarlo. Pero la experiencia demuestra, una y otra vez, que el
éxito momentáneo de un hombre no convalida sus ideas. El triunfo de
caudillos semidementes es tan frecuente como efímero. Por favor, ¿cuánto
va a durar un Chávez aliado del fundamentalismo islámico?
Es una pena que la intelectualidad latinoamericana sea tan
conformista. O acepta un capitalismo deformado y negativo o acepta
una revolución socialista todavía más empobrecedora y negativa. Son
las (falsas) alternativas a que nos hemos acostumbrado. Jorge
Castañeda es uno de los poquísimos intelectuales latinoamericanos
que está planteando el problema en sus términos justos. El enemigo
fundamental es la alianza entre los grandes monopolios nacionales y
el estado. Es lo que algunos teóricos han llamado ''el capitalismo
malo''. El que los comunistas critican, con razón, cuando dicen que
unas pocas familias dominan un país. El responsable último de
nuestro subdesarrollo. Ahora bien, el enorme error de los
revolucionarios está en identificar ese capitalismo malo con el
capitalismo en general. Hasta el día de hoy, la libre empresa y el
libre mercado han sido una fórmula de desarrollo y prosperidad sin
igual en la historia. Los revolucionarios anticapitalistas, por
supuesto, no lo son sólo por superficialidad o ignorancia sino,
sobre todo, por una desesperada ambición por el poder total. La
primera preocupación de Correa, por ejemplo, ha sido cambiar la
constitución. Pero dice que no quiere reelegirse. Lo mismo decía
Chávez. Nos toman por tontos. El fascismo y el comunismo fueron
reacciones gemelas de profunda hostilidad contra el liberalismo,
estimuladas por la catástrofe de la I Guerra Mundial. Según la
famosa definición de Giovanni Gentile, el fascismo es un movimiento
de masas que se cree investido de una misión de regeneración
nacional, que se considera en guerra con sus adversarios políticos y
que aspira a conquistar el monopolio del poder mediante la
utilización, entre otras tácticas, de fuerzas paramilitares. Exige
un solo partido con la tarea de la movilización permanente de las
masas y un aparato policial dedicado a reprimir la disidencia,
inclusive llegando al terror. Demanda una organización económica
corporativa que elimina la libertad sindical, amplía la intervención
estatal y busca la colaboración de los ''sectores productivos'' bajo
el control del régimen, aunque sin liquidar la propiedad privada ni
las diferencias de clase. Proclama una política internacional
inspirada en el mito de la grandeza nacional con el objetivo de la
expansión imperialista y un sistema político jerarquizado de abajo a
arriba y coronado por un líder carismático. ¿No resulta familiar
todo esto?
Me parece, obviamente, el modelo que Chávez está implementando. No
creo que esté pensando en expropiar a la burguesía venezolana.
Simplemente quiere ponerla inondicionalmente bajo sus órdenes. ¿Por
qué matar la gallina de los huevos de oro? No me extrañaría que el
mismo Fidel Castro se lo hubiera recomendado. Después de todo,
siempre ha sido un pragmático, no un ideólogo. ¿Que diferencia hay
entre las camisas negras de Mussolini y las camisas rojas de Chávez?
El tinte. La diferencia entre fascistas y comunistas siempre ha sido
mínima y circunstancial.
Noviembre,
2008 |
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