En defensa del neoliberalismo

El cambio necesario

Adolfo Rivero Caro

Tenemos un nuevo presidente. Me opuse ácidamente a su candidatura y sigo considerando plenamente válidos todos los argumentos que utilicé entonces (que provocaron la cólera de algunos liberales americanos, tan influyentes en nuestra prensa, llevando, inclusive, a lamentables sugerencias de censurarme). Paradójicamente, sin embargo, esta derrota política de los republicanos representa un triunfo de sus ideas. En efecto, hemos sido los llamados ''conservadores'' los que hemos estado insistiendo, desde hace muchos años, que la sociedad americana había dejado de ser racista. Es bueno recordar que si hemos celebrado el nacimiento de Martin Luther King en vísperas de la inauguración presidencial, fue porque Ronald Reagan declaró ese día como fiesta nacional. Jimmy Carter y el Congreso demócrata habían rechazado la idea. Es cierto que hoy tenemos un presidente negro demócrata, pero han sido presidentes republicanos los que han tenido a dos negros, Colin Powell y Condoleezza Rice, como secretarios de Estado, el segundo cargo más importante del gobierno. Por no remontarnos al hecho histórico de que fueron más republicanos que demócratas los que votaron a favor de la Ley de los Derechos Civiles. Si la raza ha seguido siendo un factor divisivo en los últimos 40 años ha sido porque la generación de los Jackson y los Sharpton y sus partidarios liberales lo han querido así. Es por esto que todos los americanos podemos festejar el triunfo de Barack Obama. Por razones diferentes, su victoria ha sido un triunfo de todos.

Ahora entramos en una nueva era. Creo que lo que va a caracterizar la política exterior de EEUU no va a ser el famoso ''cambio'' sino, muy por el contrario, la continuidad. Una continuidad que sería, en la práctica, una reivindicación de George W. Bush. No creo que Obama vaya a cancelar las medidas que han mantenido al país seguro después del 11 de septiembre. No creo que quiera poner en peligro la guerra ganada en Irak (pese a las tonterías que hemos escuchado en la televisión hispana). La retirada de tropas va a ser la retirada triunfante, sosegada y cautelosa acordada entre Bush y el gobierno iraquí, no la estampida derrotista que quería la izquierda americana. La política de Bush en Irán tampoco tiene muchas alternativas y, en cuanto al conflicto Israel-palestino, hablar de negociaciones carece, infortunadamente, de sentido. ¿Qué puede negociar Israel mientras Irán, sus peones de Hamas y ''la calle árabe'' insistan en su destrucción? ¿Qué consiguió Israel retirándose de la Franja de Gaza sino darles a sus enemigos un mejor lugar desde donde atacarle? ¿Alguien puede pensar seriamente que la capacidad dialéctica de Barack Hussein Obama o la de su secretaria de Estado, Hillary Clinton, van a poder cambiar esa realidad? Cualquier tipo de ''negociación'' con esos fanáticos sólo consigue legitimar su causa y, por consiguiente, estimularlos. La única política sensata en relación con los terroristas es matarlos. Y no estoy hablando por hablar. Los fanáticos nazis (y los japoneses) no nos dejaron otra alternativa. Los alemanes resistieron en Berlín hasta prácticamente el último hombre. Y los japoneses no se rindieron ni siquiera tras la bomba de Hiroshima. Hubo que aplastarlos. ¿Cuál fue el resultado? Una Alemania y un Japón pacíficos. Ante estas realidades, la luna de miel con Obama va a durar poco.

Obama no va a convencer a Raúl Castro de que debe renunciar a su dictadura totalitaria, ni a los populistas latinoamericanos de que han abrazado un modelo fallido. Si realmente quiere ayudar a América Latina pudiera empezar por acordar el tratado de libre comercio con Colombia, o suprimir las tarifas al etanol brasileño o, más importante todavía, acabar con los colosales subsidios a las multimillonarias empresas agrícolas americanas. Esto último sería una extraordinaria ayuda para todo el mundo subdesarrollado. Esos son los cambios que realmente necesitamos. Veremos, dijo Homero.

América Latina, por su parte, tiene que deshacerse de esas populares ideas marxistas y anticapitalistas. La mayoría de los intelectuales latinoamericanos, al combatir justamente contra las formas corrompidas del capitalismo, se han convertido en anticapitalistas. Han echado al niño junto con el agua sucia. Como hacía falta echarle la culpa a alguien por nuestro subdesarrollo, no encontraron nada mejor que la teoría del imperialismo de Lenin. Son esos venezolanos que aspiran a un chavismo sin Chávez. Esto es suicida. Los verdaderos enemigos de nuestro desarrollo económico son los que, bajo las banderas del nacionalismo, el medio ambiente o la justicia social obstaculizan el surgimiento de un empresariado dinámico y competitivo, quieren poner todas las empresas en manos de corruptas burocracias gubernamentales o se oponen, como en el caso de México, a que PEMEX cambie y se abra a la competencia.

Los intelectuales latinoamericanos pudieran y debieran encabezar esa lucha. Unos pocos ya lo están haciendo. Otros avanzan lentamente por ese camino. ¿Cómo es posible que algunos critiquen agudamente la dictadura de Fidel Castro y copien buena parte de su retórica anticapitalista y antiamericana? Hace falta que se liberen de concepciones periclitadas y encabecen el cambio intelectual en América Latina. Cambio sin el cual seguiremos siendo eternamente el continente de ese futuro brillante... que nunca llega.

Enero, 2009

 

 

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