En defensa del neoliberalismo
 

Apuntes para la historia del movimiento disidente en Cuba

 

Adolfo Rivero Caro
Tomado del libro La Fisura II, de Reinaldo Bragado


Desde su fundación en 1976, el Comité Cubano Pro Derechos Humanos tuvo una posición muy definida frente a Fidel Castro y al comunismo.

No era una posición fácil. A mediados de los años 70, la URSS parecía hallarse en el apogeo de su poder. El triunfo del Vietcong en 1975 había puesto a toda Indochina del lado chino-soviético. Los Acuerdos de Helsinki de 1975 parecían consolidar la división de Europa. Tropas cubanas con ayuda soviética intervenían en la guerra civil de Angola convirtiendo el país en un satélite de la URSS. Una junta militar (Derg) había tomado el poder en Etiopía. Dos años después, tropas cubanas combatirían contra el ejército somalí en la provincia etíope de Ogaden para convertir a Etiopía en otro satélite soviético. A través de Cuba, la URSS conseguía una fuerte base operativa en Africa. El comunismo parecía una fuerza incontenible. Muchos intelectuales adoptaban la teoría de la convergencia en el convencimiento de que el socialismo era una tendencia mundial inevitable.

Los soviéticos y sus aliados aceptaron las proposiciones occidentales sobre derechos humanos incluidos en los Acuerdos de Helsinki porque estaban ansiosos por garantizar el reconocimiento internacional del status quo del este de Europa. Sin embargo, el Principio 7 del Acta Final establecía el “respeto por los derechos humanos y otras libertades fundamentales, incluyendo la libertad de pensamiento, consciencia, religión o creencia” como uno de los diez principios que regían las relaciones entre los países europeos. Esto no preocupaba excesivamente a los dirigentes comunistas. En el Politburó soviético, Andrei Gromiko insistió en que el Principio 6, que se refería a la “no intervención en los asuntos internos”, tenía igual fuerza que el de los derechos humanos. Gromiko tranquilizó al Politburó insistiendo en que, pese a cualquier presión internacional, “en nuestra propia casa nosotros somos los dueños”.

Las autoridades comunistas del este de Europa mantuvieron un estricto control sobre la distribución del texto del Acta Final. El gobierno polaco, por ejemplo, sólo publicó 500 copias. Los checos hicieron miles de copias que nunca distribuyeron. Antes de los Acuerdos de Helsinki, no existía ningún mecanismo para el monitoreo del respeto a los derechos humanos y que ese respeto no se encontraba vinculado a la diplomacia occidental. En sus relaciones diplomáticas, los países ignoraban la Declaración Universal. Es más, la Declaración de los Principios de las Relaciones Amistosas entre los Estados de 1970, y el acuerdo entre las superpotencias de 1972 sobre los Principios Básicos de las Relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, repetían el principio de la no-interferencia en los asuntos internos y no mencionaban los derechos humanos. Todo esto cambió con los acuerdos de 1975.

Las noticias sobre el acuerdo difundieron rápidamente. Los disidentes no vieron el acuerdo de Helsinki como una ratificación del status quo sino como una nueva posibilidad para desafiar la represión. Los regímenes comunistas, por su parte, confrontados con la inesperada insistencia nacional e internacional en el cumplimiento de los acuerdos de Helsinki, cambiaron su posición: dejaron de negar la validez del principio de la supervisión internacional sobre las violaciones de derechos humanos y pasaron simplemente a negar su validez en los casos concretos. Pero la aceptación del principio mismo iba a desencadenar su propia dialéctica.

Constituciones: la legalidad inasequible

Las constituciones estaban de moda. En el XXII Congreso del PCS de 1961, Nikita Jruschov había planteado que era necesario hacer una nueva constitución. A Breznev le pareció que los Acuerdos de Helsinki brindaban una oportunidad inmejorable para su promulgación. Reforzaba, por decirlo así, la solemnidad de los Acuerdos que reconocían la división de Europa y ayudaba a “legalizar” en cierta medida las dictaduras comunistas del Este de Europa. Pero no era sólo eso. Había una motivación más profunda.

Los regímenes comunistas sufren de una crisis permanente de legitimidad. El surgimiento del mundo moderno coincide con la decadencia del principio dinástico y la emergencia de la voluntad popular como única fuente de legitimidad política. Esto está expresado en el importante artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre; “La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas…”

Los regímenes comunistas llegan al poder convencidos de su popularidad y en su mayoría son, en sus inicios, verdaderamente populares. Más o menos rápidamente, sin embargo, esa popularidad se agota y entonces tienen que recurrir a una elaborada pantomima de elecciones “populares” cuyo formalismo hueco no convence a nadie. El gobierno se sabe profundamente impopular y es por eso que no acepta ningún tipo de elecciones ni de plebiscitos democráticos. Pero es por eso también que busca constantemente todo tipo de sucedáneos a esa única verdadera fuente de legitimidad que es la voluntad popular. Encontramos aquí la fuente última de esa extraña manía por las manifestaciones, las concentraciones y los desfiles masivos tan típica de muchas dictaduras y, en particular, de la de Fidel Castro. Si no se puede tener la simpatía de las masas, se les obliga a fingirla. El líder toma las manifestaciones como el cliente a la prostituta. Los dirigente de las “organizaciones de masas” del régimen son los proxenetas políticos del dictador.

En busca de esa legitimidad inasequible, Breznev ordenó que se promulgara la nueva constitución soviética. No sólo eso. Ordenó que todos los satélites hicieran nuevas constituciones. En las mismas se debía establecer claramente el papel hegemónico de la Unión Soviética. Todos los gobiernos títeres lo aceptaron dócilmente y, como en una vasta coreografía, procedieron a cumplir las órdenes simultáneamente. Más de 40 años después de la abolición de la Enmienda Platt en Cuba, Fidel Castro aceptaría introducir el papel rector de una potencia extranjera en la constitución de la nación. El papel dirigente del partido no se plantea en el artículo 6, como en la soviética, sino en el 5. Buena parte del pueblo cubano creía estar discutiendo, por limitada y formalmente que fuera, una constitución nacional. No sabía que simplemente estaban obedeciendo órdenes emanadas de Moscú - al mismo tiempo y exactamente igual que los demás países títeres.

Las primeras dos constituciones soviéticas sólo habían dado por supuesto el papel dirigente del partido. La tercera, la constitución estalinista de 1936 planteaba, en su artículo 126, que el PCUS era “la vanguardia de los trabajadores en su lucha por construir una sociedad comunista”. En 1977, Breznev promulgó la cuarta, y la última, que se hizo bajo el poder soviético. En la constitución de Breznev, el artículo 6 decía: “El Partido Comunista de la Unión Soviética es la fuerza dirigente y orientadora de la sociedad soviética y el núcleo de su sistema político y de todas las organizaciones estatales y públicas…”.

Fue al calor de las supuestas “discusiones populares” sobre la constitución cuando, a fines de 1975, pocos meses después de la firma del Acta Final, 59 de los principales intelectuales polacos hicieron una carta abierta al gobierno demandando que se implementaran en la práctica los derechos fundamentales contenidos en la constitución vigente. El manifiesto estaba lleno de referencia a los compromisos adquiridos en Helsinki.

A muchas personas que no hayan vivido la experiencia del totalitarismo les parecerá extraño esa lucha de los disidentes porque se cumpla efectivamente una constitución socialista. En realidad, no tiene nada de extraño. Veamos por qué.

La economía de toda sociedad se encuentra íntimamente vinculada con el resto de la economía mundial. En una sociedad basada en el libre intercambio de bienes y servicios, el mercado se encarga de reflejar los constantes cambios en el valor de esos bienes y servicios. Ahora bien, cuando una economía elimina el libre juego de la oferta y la demanda y basa su producción de bienes y servicios en un plan centralizado, esa junta planificadora pierde el único instrumento que existe para detectar esos cambios constantes en los términos de intercambio. Por consiguiente, cualquier planificación centralizada, en la medida que sustituye al mercado, es una planificación a ciegas, como lo afirmara Ludwig von Mises desde los años 20.

En su afán por controlar la economía, la junta planificadora exige el acatamiento incondicional de sus directivas. Como decían los Webbs refiriéndose a la situación de las empresas rusas, “mientras el plan está en ejecución, toda pública expresión de duda, o incluso el temor de que no logre éxito, es un acto de deslealtad y hasta de traición, a causa de sus posible efectos sobre la voluntad y los esfuerzos del resto de la fuerza laboral”. Cuando la duda o el temor expresados conciernen, no al éxito de una empresa particular, sino al plan social entero, no pueden dejar de tratarse como un sabotaje. (F. A. Hayek, El Camino de la Servidumbre, Capítulo 11).

Ahora bien, ¿qué hacer con los cambios que están surgiendo constantemente, aunque sólo sea debido a la dependencia del resto del mercado mundial? Al gobierno no le queda más remedio que cambiar las leyes, órdenes, reglamentos e instrucciones que había elaborado anteriormente. Una sociedad socialista es necesariamente una sociedad de leyes que cambian de acuerdo a las circunstancias. Si las leyes del gobierno sustituyen al mercado, los cambios de las leyes tienen que sustituir a los cambios del mercado. Es la única forma en que el gobierno puede afrontar cambios sobre los que no tiene control

Es por esta razón que los regímenes comunistas son necesariamente arbitrarios. La sociedad comunista no puede respetar ni siquiera sus propias leyes. Y de aquí también se deriva que exigir ese respeto sea considerada una actividad disidente y contrarrevolucionaria.

En la primavera de 1976, un grupo de disidentes polacos se reunió porque creían que las condiciones habían madurado para emprender un esfuerzo organizado sobre las condiciones de los derechos humanos en el país. Varias docenas de intelectuales crearon entonces los Comités de Defensa de los Trabajadores (KOR), un grupo independiente para proporcionar ayuda material y jurídica a los obreros presos tras las huelgas de junio de 1976 en las ciudades de Ursus y Radom. Como dijera Adam Michnik: “Ustedes firmaron la Declaración de Helsinki sobre Derechos Humanos y nosotros queremos usar, y vamos a usar, esa firma. Aquí está: aquí está nuestro Comité de Defensa de los Trabajadores”. Fue la primera organización disidente seria que surgiera en la Europa del Este. Otras le seguirían.

En Cuba, sin embargo, en 1976, cuando Ricardo Bofill fundó el Comité Cubano Pro Derechos Humanos junto con la Dra. Marta Frayde y unos pocos amigos, las condiciones no habían madurado para ese tipo de reto. A fines de ese mismo año la Dra. Frayde fue detenida, acusada de espía de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y condenada a 29 años de prisión. Sólo el valor y la integridad de la Dra. Frayde impidió que esa incipiente disidencia fuera a dar a la cárcel. Bofill logró establecer algunos contactos con embajadas y agencias de prensa para sacar denuncias de violaciones de derechos humanos al exterior pero era recibido con desconfianza y, en no pocas ocasiones, con franca hostilidad. No se trata de que el movimiento no estuviera financiado nunca desde el exterior ni de que nunca recibiera ni una aspirina sino que, muy por el contrario, inicialmente tuvo que enfrentar muchas burlas, muchas suspicacias y mucho escepticismo.

La disidencia en la URSS

En la Unión Soviética, la disidencia había empezado a resurgir aprovechando el llamado “deshielo”, la mínima apertura posterior al XX Congreso del PCUS en 1956 y la “crítica al culto de la personalidad”.

En 1965, los escritores Andrei Sinyavski y Yuli Daniel fueron arrestados por “tratar de subvertir el orden soviético” con sus escritos. Aunque muchos escritores soviéticos habían sido “juzgados” y condenados anteriormente, el proceso de Sinyavski y Daniel tuvo características propias. No fueron acusados de espionaje sino simplemente por lo que habían escrito. Ese mismo año, un grupo de unos 200 personas organizaron una demostración en la Plaza Pushkin en Moscú protestando por su detención. El juicio (en febrero de 1966) fue público. En contra de todas las tradiciones de los juicios estalinistas, Sinyavski y Daniel rehusaron admitir culpa alguna ni mostrar arrepentimiento. Ambos fueron condenados a 7 y 5 años de campos de trabajo forzado respectivamente.

En 1967, Yuri Andropov fue nombrado jefe de la KGB. En 1968 se produjo la Primavera de Praga y Andropov creó el llamado Quinto Directorio para monitorear y reprimir todo tipo de disidencia. Se crearon departamentos especializados para la vigilancia de intelectuales, estudiantes y creyentes. La disidencia cubana todavía enfrente el aparato creado por Andropov y copiado por la Seguridad del Estado de Fidel Castro. Durante los 17 años que le quedaban de vida, Andropov fue el más feroz perseguidor de los disidentes dentro de la dirección soviética.

Al calor de los esfuerzos de Nikita Jruschov por mostrar sus diferencias con la larga noche estalinista, en 1962 se había permitido la publicación de “Un Día en la Vida de Iván Denisovich”, el clásico de Alexander Solyenitsin, que fue publicado en Cuba por la editorial Cocuyo… y posteriormente recogido como el Stalin de Isaac Deutscher. Solyenitsin siguió trabajando a todo vapor. En 1967 mandó a Occidente una copia de su novela “El Pabellón del Cáncer” y tenía casi terminado su monumental “El Archipiélago de Gulag”, uno de los libros más importantes del siglo XX.

Solyenitsin se convirtió en una obsesión personal de Andropov. Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1970, el jefe de la KGB le propuso al Politburó despojarlo de su ciudadanía soviética y expulsarlo de la URSS.

La otra personalidad que obsesionaba a Andropov era el físico nuclear Andrei Sajarov, padre de la bomba H soviética y tres veces Héroe del Trabajo Socialista. A fines de 1970, Sajarov, su esposa Elena Booner

y otros dos físicos fundaron el Comité para los Derechos Humanos y persuadieron a Solyenitsin para que formara parte del mismo (aunque no muy activa). Sajarov y sus colegas planteaban el respeto a la constitución y a la pretendida legalidad que ésta proclamaba. De esta manera consiguieron limitar, aunque fuera mínimamente, la arbitrariedad inherente al sistema. Una característica particular de la disidencia soviética fue que su influencia dependió en gran medida de la estatura internacional de estas dos grandes personalidades convertidas en portavoces de millones de seres humanos reducidos al silencio.

Los hombres y mujeres sencillos que desafían a un régimen totalitario se convierten inmediatamente en personalidades políticas pero cuando ese desafío proviene de individuos que ya son personalidades intelectuales o políticas importantes su presencia en la oposición cobra una importancia excepcional. No fue por gusto que en el memorando al Politburó donde proponía la expulsión de Solyenitsin, Andropov escribiera: “… Si permitimos que Solyenitsin siga residiendo en el país después de recibir el Premio Nobel, esto fortalecerá su posición y le permitirá propagar sus ideas más activamente”.

Mientras se estaban desarrollando los juicios de los disidentes Yakir y Krasin, Sajarov y Solyenitsin subieron la parada al criticar públicamente las concesiones hechas por Estados Unidos a la Unión Soviética en nombre de la distensión. En septiembre de 1973, Sajarov hizo un llamamiento público al Congreso de Estados Unidos pidiéndole apoyar la enmienda Jackson-Vanik que se oponía la concesión del status comercial de nación más favorecida a la URSS hasta que ésta no terminara con sus restricciones a la emigración.

“La enmienda”, decía Sajarov, “no representa ninguna intervención en los asuntos internos de los países socialistas sino que es, simplemente, una defensa del derecho internacional sin el que no puede haber confianza mutua”. La carta de Sajarov, publicado en la primera plana de The Washington Post, fue decisiva a la hora de aprobar la enmienda. Se imaginarán nuestros lectores la furia de la cúpula soviética.

En febrero de 1974, Andropov consiguió la expulsión de Solyenitsin de la URSS. Un año después, la URSS firmaba los Acuerdos de Helsinki y en octubre Andrei Sajarov recibía el premio Nobel de la Paz. En noviembre, Andropov aprobaba un documento titulado “Medidas operativas complejas para exponer los antecedentes políticos de la concesión del Premio Nobel de la Paz a Sajarov”. En una reunión en 1976, Andropov calificó a Sajarov como “El Enemigo Público Número Uno”, un título que había de retener durante los próximos nueve años. Una lista de las medidas activas compilada en 1977 incluía 7 operaciones para “cortar a Asket (Sajarov) y Lisa (Elena Booner) de sus amigos más cercanos y provocar disensión en su círculo”.

Entre las medidas había cierto número de documentos falsificados entre los que había una supuesta carta del personal ruso de Radio Libertad denunciado los vínculos de Sajarov con los sionistas. También se mandaron cartas con las firmas falsificadas de Sajarov y de un “grupo de homosexuales” de Bielorusia a organizaciones de homosexuales en Gran Bretaña y los países escandinavos para provocar cartas de respuesta. Con todo, las medidas activas más repugnantes se tomaron con Elena Booner. La revista soviética Sputnik que circulaba en Cuba (y de la que deben quedar ejemplares en las bibliotecas), publicó varios artículos que eran parte de esa campaña de la KGB. La integridad mundialmente conocida de Sajarov lo hacía un objetivo menos vulnerable que su esposa, mucho menos conocida y, por otra parte, esos ataques le resultaban más dolorosos que los que se hacían contra él mismo.

En enero de 1977, disidentes checos elaboraron un documento de cuatro páginas que enumeraba las violaciones de los derechos humanos en Checoslovaquia y llamaba a un diálogo con las autoridades para ver como proteger esos derechos. Entre las 242 personas que firmaron el documento, llamado Carta 77, estuvieron Václav Havel y Martin Palous. El ministro del Interior, Jaromir Obzina, por cierto, estimaba que 90 por ciento de la opinión pública simpatizaría con la Carta de ser ésta publicada. Al año siguiente, un cierto número de cartistas creó una organización paralela que desafiaba más directamente el status quo, el Comité de Defensa de los Procesados Injustamente (VONS).

En 1978, el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla es electo Papa y toma el nombre de Juan Pablo II. En 1979 se produce el triunfo sandinista en Nicaragua y la intervención soviética en Afganistán. En la VI Cumbre de Países No Alineados que se celebra en La Habana, Fidel Castro es electo presidente de la organización. Cuando Castro se presenta en Naciones Unidas se encuentra, probablemente, en el apogeo de su poder. Sin embargo, aunque la intervención en Afganistán es condenada por una abrumadora mayoría de los países miembros de Naciones Unidas, Cuba vota a favor de la intervención. Una vez más, Fidel Castro queda expuesta como un títere de la Unión Soviética. La guerra entre China y Vietnam sirve como demostración práctica del internacionalismo proletario. En ese mismo año, sin embargo, Margaret Thatcher era electa Primera Ministra del Reino Unido y poco después, en 1980, Ronald Reagan conquistaba la Casa Blanca.

El Gran Cambio (1979-1989)

A fines de los años 70, Margaret Thatcher y su ministro Keith Joseph, discípulo de F.A. Hayek, decidieron tratar de transformar la economía mixta de la Gran Bretaña. Poco después, Ronald Reagan empezaría a hacer lo mismo en Estados Unidos. Era la gran contraofensiva neoliberal, partidaria de reducir el papel del estado, garantizar el máximo de libertad individual, la libertad económica, la confianza en el mercado y la descentralización en la toma de decisiones. Tiene sus raíces intelectuales en pensadores como John Locke, Adam Smith y John Stuart Mill y enfatiza la importancia de los derechos de propiedad, garantía de las libertades individuales (los libros a leer son Property and Freedom de Richard Pipes y The Noblest of Triumphs de Tom Bethell).

La reafirmación de este liberalismo significaba retomar una formidable tradición ya que éste tuvo su apogeo a fines del siglo XIX. ¿Qué impulsó este regreso hacia el liberalismo tradicional en todo el mundo? Fue, sin duda, el fracaso del estado, de la propiedad estatal y de la planificación como los principales agentes de la modernización, modelo cuyo ejemplo más consecuente era la Unión Soviética. Ese modelo estatista había ido cobrando una creciente popularidad en el mundo entero desde la Gran Depresión de los años 30 (el libro a leer es The Commanding Heights de Daniel Yerguin). Sin embargo, a fines de los años 70, las políticas económicas socialistas habían provocado un estancamiento económico general. Hasta Deng Xiaoping citaba frases de Marx mientras presionaba enérgicamente a la mayor economía del mundo para que se desembarazara del comunismo y se integrara a la economía mundial.

En Estados Unidos, la inflación se había estado acelerando desde los años 60. Al llegar a 12 por ciento en 1979-1980, la inflación prometía duplicar en unos cuantos años los precios de los productos básicos y dividir por la mitad el valor de las cuentas de ahorro. En 1980, las tasas de interés llegaron al 21 por ciento, la más alta desde la Guerra de Secesión, paralizando prácticamente la compraventa de bienes raíces. La productividad estaba disminuyendo. El crecimiento económico prácticamente se había paralizado. La población de los países subdesarrollados seguía creciendo mientras sus economías se mantenían estancadas.

Los liberales americanos profetizaban la inminencia del Armagedón capitalista. Paul Samuelson, el autor de los famosos manual de Economía Política, dijo en 1985: “Lo que importa son los resultados y no puede haber duda de que el sistema de planificación soviético ha sido un poderoso motor de crecimiento económico…”

Thatcher y Reagan iniciaron la lucha por cambiar esa perspectiva socialista que estaba estancando a sus respectivas sociedades. Ambos partían de que el motor de la economía no era el gobierno sino la empresa privada. El papel del gobierno era crear condiciones favorables para el surgimiento y desarrollo del empresariado. La forma de hacer esto era bajar los impuestos a las empresas (“ayudar a los ricos” - como dicen los liberales americanos), reducir la interferencia burocrática en la economía, y facilitar la acumulación de recursos, de capital, para facilitar nuevas inversiones. Había que ir a la reivindicación de la libre empresa y del empresario.

Inspirado en la llamada supply-side economics (el libro a leer es The Way the World Works de Jude Wanniski, y el tema se puede estudiar en www.polyconomics,com,), lo primero que hizo Reagan fue rebajar los impuestos. Nadie podía tener mucho interés en invertir cuando el gobierno se llevaba siete de cada diez dólares que pudiera ganar con sus actividades empresariales. En tres años, Reagan hizo una rebaja general de impuestos de 25% Luego arremetió contra la burocracia estatal que estaba asfixiando los negocios. Su objetivo era establecer una política monetaria estable, que evitara la inflación de los años 70.

El mundo empezaba a cambiar. En abril de 1980, se desatan en Cuba los sucesos de la embajada del Perú que ponen de manifiesto la profunda impopularidad del régimen. Bofill, Elizardo Sánchez, Adolfo Rivero, Enrique Hernández y Edmigio López Castillo son encarcelados simultáneamente con diversos pretextos. En julio, en el otro extremo del mundo, estalla una huelga en Lublin, una ciudad polaca, y luego otra huelga, ésta de ferroviarios, en Gdansk. En agosto se constituyó un comité de huelga interempresas en los astilleros de Gdansk. Allí trabajaba, por cierto, un joven electricista llamado Lech Walesa. Los huelguistas formularon un programa de reivindicaciones de 21 puntos y pidieron negociar con el gobierno. La firma de los acuerdos de Gdanks condujo a la fundación de un sindicato independiente, Solidaridad, encabezado por Walesa. Es bueno detenerse aquí y hacerse la siguiente pregunta: ¿cuántos miembros tenía la disidencia polaca en junio de 1980? ¿Algunas decenas? ¿Algunos centenares? El nuevo sindicato alcanzaría ¡más de 10 millones de miembros! en pocos meses. En la dirección de todos los países socialistas cundió el pánico. Por un momento, pareció inminente una intervención militar soviética pero la OTAN emitió una advertencia en contra de la misma.

En mayo de 1981, los servicios secretos búlgaros organizan un atentado que deja malherido a Juan Pablo II, que ya ha hecho un viaje a su Polonia natal.

A fines de año, asustado por el creciente poder del sindicato Solidaridad, el nuevo Primer Ministro de Polonia, el General W. Jaruzelski, declara la ley marcial. Al año siguiente, Solidaridad es disuelta y declarada ilegal. En ese mismo año, muere Breznev y Andropov es electo secretario general del PCUS. Thatcher y Reagan, por su parte, estaban redefiniendo las posiciones occidentales frente al comunismo. Cuando los soviéticos derriban un avión de pasajeros coreanos con 269 personas a bordo, Reagan califica tajantemente al régimen como “el imperio del Mal”.

Reagan no se limitó a reaccionar ante la ofensiva comunista sino que desarrolló una amplia estrategia contraofensiva. Parte de la misma implicaba el apoyo militar y material para los movimientos nacionales que estaban luchando para desembarazarse de las tiranías sostenidas por los soviéticos. Reagan apoyó esas guerrillas en Afganistán, Camboya, Angola y Nicaragua.

En 1983, tropas norteamericanas invadieron y liberaron Granada, derrocando al gobierno marxista y propiciando elecciones libres.

En marzo de 1983, Reagan anuncio la Iniciativa de la Defensa Estratégica (SDFI), un nuevo programa de investigación y de eventual despliegue de misiles defensivos que prometían, en sus propias palabras, “hacer obsoletas las armas nucleares”. Al año siguiente, muere Andropov y es sustituido por Konstantin Chernenko. Agentes polacos asesinaban a Jerzy Popieluzsko, un popular sacerdote disidente, y medio millón de personas acuden a sus funerales.

En cada etapa, la estrategia contraofensiva de Reagan fue duramente criticada por los liberales americanos. Los apaciguadores explotaban los temores públicos de que su política militar estuviera acercando el mundo a una guerra nuclear. Strobe Talbott (actual funcionario del gobierno de Clinton) consideró la Opción Cero como “sumamente irreal” y afirmó que había sido propuesta “más para anotarse puntos de propaganda que para ganar concesiones de los soviéticos”. Con la excepción del apoyo a los mujedines afganos, las palomas se opusieron en el Congreso y en la prensa a todos los esfuerzos por ayudar a los rebeldes anticomunistas. Y la SDI fue denunciada en palabras de The New York Times como “una proyección de la fantasía en política”.

Por supuesto, la Unión Soviética también era hostil a la contraofensiva de Reagan pero la percepción de su política era mucho más aguda. Izvestia dijo: “Quieren imponernos una carrera armamentista todavía más ruinosa”. El Secretario General Yuri Andropov afirmó que el programa de la SDI de Reagan era “un intento por desarmar a la URSS”. Y Andrei Gromiko

señaló que “detrás de todas estas mentiras está el frío cálculo que la URSS agotará sus recursos materiales y se verá obligada a rendirse”.

Presos a principios de los años 80 y pese a nuestra falta de información, ya Ricardo Bofill hablaba con simpatía de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan. En 1985, el año en que Mijail Gorbachov llegó al poder y en que Fidel Castro decidió que “¡Ahora sí vamos a construir el socialismo!”, fue el año en que, a iniciativa de Reagan, salió al aire Radio Martí, una emisora que habría de jugar un papel decisivo en la historia de la disidencia cubana. En 1986, el CCPDH envió una carta al presidente norteamericano que éste respondió públicamente con emocionante cordialidad.

Cuando Bofill se asiló en la embajada de Francia en 1986, el resto del CCDH - es decir, Elizardo Sánchez, Adolfo Rivero y Enrique Hernández- fue arrestado en Villa Marista junto con el Dr. Samuel Martínez Lara. Cuando una intervención personal de Francois Mitterand, logró nuestra liberación, el movimiento empezó a crecer. La primera actividad pública del CCPDH fue el 23 de octubre de 1987, la convocatoria a una oración solemne en la iglesia de San Juan de Letrán en memoria del sacerdote polaco Jerzy Popieluzcu, asesinado por la policía política de su país. Allí se leyó un documento que terminaba diciendo: “hacemos un llamamiento por el cese del virtual estado de ley marcial que vive Cuba y porque se abra paso al imperio de un estado de derecho democrático donde toda la ciudadanía goce de la garantía de vivir sin miedo”. Y cuando la feroz campaña desatada por Granma en 1988, la disidencia, por primera vez, se hizo conocida nacionalmente. Como vemos, la experiencia se repite aunque a un nivel cada vez más alto.

En 1988, a la hora de constituir el Partido Pro Derechos Humanos de Cuba como ala política del CCPDH, ya había una mejor comprensión del neoliberalismo y una toma de posiciones más definida. Por aquella época, cuando ya el campo socialista empezaba a colapsarse, nos dábamos cuenta de que toda nuestra cultura política estaba permeada de socialismo (ver el Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario de Carlos Rangel y el Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano de Carlos Alberto Montaner) y que hacía falta emprender una enorme tarea de revalorización histórica y cultural. Sólo así podremos liberarnos de ese socialismo que nos oprime desde fuera y, más importante todavía, de ese socialismo que nos oprime desde dentro (el libro a leer es Los Fundamentos de la Libertad, de F.A. Hayek).

Crecimiento y reto de la disidencia cubana

Era natural que la ampliación de movimiento disidente significara la incorporación de muchos opositores desde posiciones de izquierda. Muchos revolucionarios sinceros veían que Fidel Castro le había arrebatado su independencia al movimiento obrero y que tomaba a sus cuadros como simples mandaderos de sus instrucciones. Que no existían posibilidades de discutir el deterioro de las condiciones de vida, ni de los salarios en dólares y la tajada leonina de que se apropiaba el gobierno, ni de las insoportables dificultades de los obreros que estaban fuera de la economía dolarizada. Dentro del contexto de la cultura política cubana, era lógico que muchos pensaran la necesidad de un socialismo diferente aunque, para algunos de nosotros, esta fuera una concepción históricamente superada.

Tanto en Cuba como en el exterior muchos consideran la diversidad organizativa de la oposición como una muestra de debilidad. Un país, sin embargo, no puede ser políticamente uniforme porque comprende sectores demasiado diversos, intereses demasiado diferentes. De aquí que una oposición ideológicamente unida sólo pueda representar un determinado grupo, un cierto sector. Esa uniformidad, que Stalin calificaba orgullosamente de monolítica, sólo representa una colosal mentira que sólo puede sostenerse mediante una asfixiante represión. Las dictaduras comunistas se apoyan en cimientos de arena. El país real es diverso y múltiple. Por consiguiente, una disidencia diversa sí puede significar todo un país en oposición. Esa oposición sólo necesita saberse unida en unas pocas demandas esenciales: libertad para los presos políticos, libertad de reunión y asociación, elecciones libres con supervisión internacional (como en México).

En los dos años que han pasado desde la primera edición de “La Fisura,” hay un hecho que se destaca sobre todos los demás: el régimen no ha podido acabar con la disidencia. No sólo eso: la disidencia se profundiza, se disemina, se multiplica. La Cumbre Iberoamericana de La Habana, demostró que la disidencia cubana tiene más reconocimiento internacional que nunca. Los dirigentes de la oposición cubana se reunieron con más jefes de estado y con más secretarios del exterior que la mayoría de los ministros del régimen. Ha sido difícil conseguir este reconocimiento pero, una vez conseguido, entra a formar parte de una nueva realidad. La correlación de fuerzas entre el gobierno y la oposición sigue a favor del gobierno aunque también sigue cambiando, lenta pero inexorablemente, a favor de la oposición. La lucha por hacer cada vez más visible la oposición de la isla sigue teniendo una importancia decisiva.

Durante este tiempo, han salido varios documentos desde Cuba. Ninguno puede compararse, por su agudeza de análisis y profundidad teórica, con el documento de trabajo de los sacerdotes de Santiago de Cuba, Holguín, Bayamo-Manzanillo y Guantánamo que apareció en 1999. Es difícil pensar la situación cubana sin el concepto de “síndrome de indefensión aprendida”.

Sigue siendo el mejor material de estudio, dentro de la isla y fuera de ella, para comprender la situación cubana.

El documento de los curas orientales también sigue siendo el mejor instrumento para forjar la indispensable unidad entre la iglesia de la base y la disidencia en todo el país. Es una tarea histórica de la que pudiera depender el futuro de la Iglesia Católica en Cuba, así como el de la nación misma. Pero hace falta que, en cada iglesia, en cada pueblo, sacerdotes y disidentes tomen contacto y se ayuden mutuamente. No hay nada de conspirador en esto. Hay muchos problemas concretos en cada comunidad que necesitan urgentemente de esa colaboración. Y ninguna organización se desarrolla sobre la base de reiterativos documentos y profusos cargos directivos. Las organizaciones sólo se desarrollan en la lucha por resolver problemas concretos. No hay otra forma. Las que encuentra sus causas, crecen. Las que no, se estancan y eventualmente se disuelven en rencillas internas.

Los periodistas independientes merecen una mención especial. En cierto sentido, han sido los testigos históricos de un vasto movimiento que, de otra forma hubiera quedado ignorado. Incapaces por el momento de difundir su trabajo entre la población, siguen dependiendo de la solidaridad externa para conseguirlo. En este sentido, la disminución de la audiencia de Radio Martí, motivada por la incesante obstrucción y la falta de voluntad política del actual gobierno de Estados Unidos para superarla, han influido adversamente sobre la posibilidad de una mayor difusión de su trabajo.

El fortalecimiento de la disidencia no se debe a ninguna de esas “aperturas” de que tanto hablan los liberales americanos. Todo lo contrario. La dictadura ha arremetido una y otra vez contra sus opositores internos. Vladimiro Roca, Marta Beatriz Roque, Felix Bonne Carcacés y René Gómez Manzano, se atrevieron a responder a las tesis del último congreso del Partido Comunista de Cuba - puesto que se había invitado expresamente a la población a dar sus opiniones sobre las mismas. Su respuesta fue un documento, ya famoso, “La Patria es de Todos”. La reacción del gobierno ante ese desafío ideológico fue típica, los metió en la cárcel. Esas tesis, por cierto, planteaban que el PCC era “el partido de los derechos humanos”. “La hipocresía”, decía Le Rochefoucauld, “es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”.

El gobierno creyó sacar de circulación a los cuatro. Se equivocó, sus nombres han estado circulando por el mundo entero. Es razonable pensar que, de haber estado en libertad, Madeleine Albright no hubiera tenido su retrato sobre la mesa de su despacho. No es probable que, de haber estado en libertad, se hubieran hecho tan conocidos internacionalmente. Ahora siguen su lucha pero con más peso y más prestigio. Y cuando Marta Beatriz Roque, Félix Bonne y René Gómez Manzano fueron puestos en libertad provisional, no se demoraron en citar una conferencia de prensa para reafirmar sus posiciones, en forma desafiante, y exigir la libertad de Vladimiro Roca, el único de los cuatro que sigue preso (ver “Respuesta Necesaria”.)

Otro avance de este período que me resulta particularmente grato es el de las bibliotecas independientes. El movimiento que iniciaron Humberto Colás y Berta Mexidor ha conseguido un fuerte apoyo internacional. Recientemente, The Washingon Post publicó un artículo sobre la lucha de las bibliotecas independientes.

Oscar Elías Biscet, el valeroso campeón de la lucha antiabortista, ha sido propuesto para Premio Nobel de la Paz. A él, como a otros luchadores, los agiganta la represión. No sólo eso. Es una peculiaridad de la lucha cubana por la libertad, dada su actual correlación de fuerzas: que la represión genera dirigentes. Aunque parezca paradójico, esto es un efecto típico de los movimientos ascendentes. Cuando un movimiento está en decadencia, el arresto de sus dirigentes suele significar su desaparición. Cuando está en ascenso, los dirigentes presos no sólo cobran mayor autoridad moral sino que siempre aparece un relevo. Este, inmediatamente, se ve obligado a concebir iniciativas que permitan movilizar fuerzas, lo que supone ampliar contactos, sumar voluntades, alentar desfallecientes, criticar despistados y todas las demás tareas implícitas en cualquier dirección política. Pasa, necesariamente, de ejecutor de iniciativas a creador de las mismas. Es en este proceso en el que se forman los dirigentes.

Otra peculiaridad de la situación cubana actual es que la comunidad internacional sigue con mucha atención el desarrollo de la represión en Cuba. Y podemos asegurar que lo va a seguir haciendo. La razón es simple. La disidencia interna tiene en el exterior, más allá del alcance de Castro, una solidaridad vasta, fuerte y organizada. Esa solidaridad la encabeza, como debía de ser, el gobierno de Estados Unidos y la comunidad cubanoamericana. Nada más natural. Castro elogió durante mucho tiempo el “internacionalismo proletario”. ¿Por qué no va a haber entonces un internacionalismo democrático? Por supuesto que lo hay. La lucha contra el fascismo y el nazismo fue internacional. La lucha contra el comunismo también fue, y sigue siendo, internacional.

A la disidencia interna le gustará saber que www.sigloxxi.org, la página del Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCPDH) en la Internet, es una de las páginas de derechos humanos más consultadas del mundo. Pero hay centenares de páginas electrónicas dedicadas a la solidaridad con el pueblo cubano. Con todo, hay que lamentar es que esa solidaridad internacional no sea mayor. Los fondos que se dedican a esa lucha son insignificantes si se comparan con la ayuda soviética a la dictadura castrista durante casi 40 años.

Y hablando de fondos. La comunidad cubanoamericana no ha permitido que Castro pueda matar de hambre al movimiento disidente. Pero las necesidades de un movimiento nacional son tantas, que toda ayuda, por definición, resulta insuficiente. Su distribución interna, por otra parte, crea fricciones, estimuladas por los provocadores infiltrados en la oposición. La oposición interna tiene que comprender muy bien que el caso de Cuba no es, ni ha sido nunca, una prioridad de la política exterior de Estados Unidos. La importancia geopolítica del país no lo justifica. La solidaridad con Cuba tiene que competir con demandas de solidaridad del mundo entero por grupos que sufren de abusos terribles: Irán, Iraq, Serbia, Chechenia, Sudán, Somalia, Zimbabwe y Sierra Leona, son tan sólo unos pocos de los pueblos sufrientes. No hay injusticia ni agonía en el mundo que no recabe la ayuda y la solidaridad de Estados Unidos. Es la comunidad cubanoamericana la que mantiene vigente el problema cubano en la agenda del gobierno de Estados Unidos. Sin ese cabildeo tenaz e incansable del exilio, la solidaridad con el pueblo cubano descendería a niveles más que modestos, independientemente de los sacrificios de la oposición.

¿Por qué hace esto la comunidad cubanoamericana? Yo les voy a decir por que no lo hace. No lo hace por dinero. Hacerse rico en el capitalismo es una posibilidad al alcance de todos. Pero lo posible es muy diferente de lo real. Prosperar en el capitalismo es una tarea extraordinariamente absorbente y agotadora. Tanto, que son relativamente pocos los que tienen la persistencia y la energía para conseguirlo. Hoy en día, la frase que más se escucha entre los jóvenes cubanos recién llegados a Miami, es “¡Cómo hay que trabajar aquí!” Sí, en efecto, todos tienen que trabajar mucho. En el capitalismo, nada mas que hay dos grupos: los que quieren salir a flote y los que quieren mantenerse a flote. Que nadie se llame a engaño. En esas condiciones, todo el tiempo que se dedique a una causa como la solidaridad con la disidencia, es tiempo robado a la lucha por la subsistencia. ¿Qué los cubanoamericanos piensan hacerse ricos en la Cuba del futuro? Reflexionen sobre esa afirmación. El país para hacerse rico no es la Cuba del futuro sino los Estados Unidos del presente. ¿Qué aspiran a ser alcaldes de Marianao? Por favor. El presupuesto del condado de Miami-Dade es mayor que el de Cuba completa. Y lo va a seguir siendo durante mucho tiempo.

La disidencia cubana es la continuadora, en otras condiciones y con otros métodos, de la lucha que inició el heroico presidio histórico cubano. Sus fundadores estuvieron vinculados, en mayor o menor medida, al movimiento comunista. Su ruptura con ese movimiento no tenía, no podía tener, nada de oportunista. Eran hombre y mujeres de principios. Principios equivocados, sin duda, pero sinceros. Ahora bien, la característica fundamental del estalinismo no es la fidelidad a ningún principio sino la obediencia incondicional al jefe. (Para un análisis de este fenómeno el libro a leer es El Camino de la Servidumbre, de F.A. Hayek). Los que rehusaron hacerlo estaban conscientes de que el precio a pagar iba a ser muy alto. Pero no rehusaron pagarlo. En esto también fueron continuadores de una profunda tradición de respeto a las convicciones individuales que sólo posteriormente comprendimos que era inherente a los fundamentos liberales de nuestra nación.

Mario Chanes de Armas, asaltante al Moncada y expedicionario del Granma que, siendo un modesto obrero, se ve súbitamente en los más altos niveles del movimiento revolucionario que ha tomado el poder. Pero Mario Chanes no simpatiza con el comunismo y así lo hace saber. Rechaza todos los cargos que se le ofrecen e insiste en regresar a su fábrica. Esa toma de posición moral, que viniendo de un obrero resulta muy peligrosa para el régimen, le cuesta 30 años de cárcel.

Hubert Matos, simple maestro de escuela que, en plena juventud, se ve convertido en comandante de la revolución. ¿Tiene alguien idea de lo que significaba eso en 1959? Pero Hubert Matos tampoco está de acuerdo con en el giro hacia el comunismo que está tomando la revolución, y presenta la renuncia de sus cargos. Esta toma de posición moral, que viniendo de un comandante de la revolución resulta muy peligrosa para el régimen, le cuesta 20 años de cárcel.

Marta Frayde, destacada obstetra, luchadora por el adecentamiento de la república, amiga personal de Castro y nombrada por él embajadora de Cuba ante la UNESCO. Aunque acepta el giro hacia el comunismo, le repugnan los abusos de la UMAP, el monolitismo ideológico, la creciente represión y termina renunciando a su embajada en París. Acaba condenada a 20 años.

Cuando sale de la cárcel, marcha al exilio y, desde España, sigue siendo, hasta el día de hoy, una de las principales activistas del Comité Cubano Pro Derechos Humanos en el exterior.

Gustavo Arcos Bergnes, asaltante al Moncada y hermano de un mártir de la revolución. Es nombrado embajador de Cuba en Bélgica pero tampoco acepta el monolitismo, la arbitrariedad, la represión y también regresa a Cuba para presentar la renuncia a su cargo. Es condenado a 20 años pero se queda en Cuba y, desde allí, dirige, hasta el día de hoy, el Comité Cubano Pro Derechos Humanos.

En una época en que nadie escuchaba, hubo miles de luchadores por la libertad de Cuba. Siempre hubo hombres dispuestos a morir frente al paredón de fusilamiento gritando ¡Viva Cuba libre! Tenemos distintas concepciones sobre la Cuba del futuro pero estamos estrechamente unidos en el rechazo a una dictadura totalitaria. Una figura importante, de ese presidio histórico, por cierto, es mi hermano, el Dr. Emilio Adolfo Rivero, que cumplió casi 20 años de prisión. Cuando él estaba en las circulares de Isla de Pinos, en el peor momento del presidio histórico, yo estaba en la dirección nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas. Sin embargo, aunque buena parte de nuestra actividad se desenvuelve en áreas diferentes, desde mi salida de Cuba en 1988 nos consultamos casi diariamente. Y no creo que seamos una excepción. Que nadie se haga ilusiones con dividir al presidio histórico de la disidencia que continúa su lucha.

Esa convicción de que participamos en el mismo combate es lo que mantiene la confianza entre los cubanos de la isla y los del exterior. Todos deben de cultivarla, pero debiera ser una preocupación particular de los que más la necesitan. Si hubiera que citar un solo ejemplo de fructífera colaboración entre la oposición de la isla y su apoyo en el exilio, quizás ninguno sea mejor que las condenas de Naciones Unidas a la dictadura castrista por su violación de los derechos humanos. Esas condenas serían totalmente imposibles sin la enorme cantidad de denuncias que la disidencia envía al exterior. Pero tampoco serían posibles sin el tesonero esfuerzo de los que las compilan, organizan y distribuyen; sin los que constantemente están planteando el caso de Cuba ante el gobierno de Estados Unidos y las otras democracias occidentales. Y, por supuesto, sin el inquebrantable compromiso de Estados Unidos con la libertad y la democracia.

El gobierno de la República Checa y, en particular, de su presidente Vaclav Havel jugó en esto un papel particularmente emocionante en la 55 Sesión de la Comisión de Derechos Humanos. Como planteara Martín Palous, jefe de la delegación checa: “Las razones fundamentales de su presentación (la resolución checa) fueron planteadas en una carta enviada por el presidente de la República Checa, Václav Havel, al Alto Comisionado para Derechos Humanos…Esas razones pueden caracterizarse, usando la frase de Pascal, como “razones del corazón”. Hace 10 años, los disidentes checos (y uno pudiera añadir fácilmente los eslovacos, polacos, húngaros y muchos otros disidentes de la Europa Central y Oriental) estaban en una situación similar a la de muchos individuos en la Cuba de hoy, y apreciaban mucho cualquier expresión de solidaridad internacional. Eso es difícil de olvidar. Y ¿qué otra cosa sino un verdadero espíritu de solidaridad y de cooperación puede recomendarse como el principio básico de acción para la comunidad internacional?

“Permítanme concluir con las palabras del presidente Havel: … Nos podemos imaginar es la misma posición de aquellos cuya causa estamos defendiendo. Nuestra propia historia nos suministra amplia evidencia de que, con demasiada frecuencia, los p0apeles de los defensores y los defendidos pueden resultar invertidos”.

En una carta redactada en Moscú el 12 de julio de este año (2000), otra leyenda viva del movimiento internacional de derechos humanos, Elena Booner, la viuda de Andrei Sajarov, le escribía lo siguiente a los dirigentes del Partido Pro Derechos Humanos de Cuba, Dr. Samuel Martínez Lara, Evelio Ancheta, Lázaro García Cernuda y René Montes de Oca:

“… consideramos que el hecho de que la prepotencia y las atrocidades de Fidel Castro contra todos ustedes, no hayan podido liquidar a esas agrupaciones civilistas cubanas, representa una de las peores derrotas de cuantas él ha afrontado en su muy larga trayectoria.

De manera muy sincera quiero retierarles nuestra admiración y apoyo. A través de mi amigo Ricardo Bofill, miembro de la directiva de nuestra Fundación Sajarov, les aseguro que estaremos con ustedes en este bregar hasta que Cuba sea libre”.

La batalla por Elián González ha sido particularmente importante para la comunidad cubanoamericana. Hemos luchando apasionadamente por la libertad, y la felicidad de un niño. Y, en esa lucha, hemos chocado frontalmente contra la debilidad del actual gobierno americano y la fuerza que tienen en los medios de comunicación y las universidades de Estados Unidos los llamados “liberales” americanos, viejos simpatizantes del comunismo. Esto sorprenderá, sin duda, a muchos cubanos de la isla. Y, sin embargo, es totalmente cierto. En los últimos 40 años, la posición de los medios académicos y de los medios de comunicación de Estados Unidos frente al comunismo ha oscilado entre la crítica benévola y la franca simpatía. Ni la revista Time ni Newsweek ni The New York Times ni The Washington Post ni las cadenas televisivas CNN (o, como se le conoce en la comunidad cubanoamericana Castro's Network News) ni ABC, PBS, NBC o CBS tuvieron una consecuente militancia anticomunista durante la Guerra Fría. Y esta tardía batalla de la Guerra Fría que ha sido la lucha por Elián ha servido para recordarlo (el ensayo a leer es Comunismo Olvidado de Alain Besancon que puede conseguirse en www.neoliberalismo.com - una página creada por mí en Internet para el estudio de estos temas).

Cuba no va a permanecer mucho tiempo como un anacronismo histórico. Pero el papel que jueguen los distintos protagonistas de su batallar político va a estar determinado, en gran medida, por la preparación que tengan y por las iniciativas que sean capaces de generar. Hoy, más que nunca, hay que prepararse para el cambio.