En defensa del neoliberalismo |
Apuntes para la historia del movimiento disidente en CubaAdolfo
Rivero Caro Desde
su fundación en 1976, el Comité Cubano Pro Derechos Humanos tuvo una
posición muy definida frente a Fidel Castro y al comunismo. No
era una posición fácil. A mediados de los años 70, la URSS parecía
hallarse en el apogeo de su poder. El triunfo del Vietcong en 1975 había
puesto a toda Indochina del lado chino-soviético. Los Acuerdos de
Helsinki de 1975 parecían consolidar la división de Europa. Tropas
cubanas con ayuda soviética intervenían en la guerra civil de Angola
convirtiendo el país en un satélite de la URSS. Una junta militar (Derg)
había tomado el poder en Etiopía. Dos años después, tropas cubanas
combatirían contra el ejército somalí en la provincia etíope de
Ogaden para convertir a Etiopía en otro satélite soviético. A través
de Cuba, la URSS conseguía una fuerte base operativa en Africa. El
comunismo parecía una fuerza incontenible. Muchos intelectuales
adoptaban la teoría de la convergencia en el convencimiento de que el
socialismo era una tendencia mundial inevitable. Los
soviéticos y sus aliados aceptaron las proposiciones occidentales sobre
derechos humanos incluidos en los Acuerdos de Helsinki porque estaban
ansiosos por garantizar el reconocimiento internacional del status
quo del este de Europa. Sin embargo, el Principio 7 del Acta Final
establecía el “respeto por los derechos humanos y otras libertades
fundamentales, incluyendo la libertad de pensamiento, consciencia,
religión o creencia” como uno de los diez principios que regían
las relaciones entre los países europeos. Esto no preocupaba
excesivamente a los dirigentes comunistas. En el Politburó soviético,
Andrei Gromiko insistió en que el Principio 6, que se refería a la “no
intervención en los asuntos internos”, tenía igual fuerza que el
de los derechos humanos. Gromiko tranquilizó al Politburó insistiendo
en que, pese a cualquier presión internacional, “en nuestra propia
casa nosotros somos los dueños”. Las
autoridades comunistas del este de Europa mantuvieron un estricto
control sobre la distribución del texto del Acta Final. El gobierno
polaco, por ejemplo, sólo publicó 500 copias. Los checos hicieron
miles de copias que nunca distribuyeron. Antes de los Acuerdos de
Helsinki, no existía ningún mecanismo para el monitoreo del respeto a
los derechos humanos y que ese respeto no se encontraba vinculado a la
diplomacia occidental. En sus relaciones diplomáticas, los países
ignoraban la Declaración Universal. Es más, la Declaración de los
Principios de las Relaciones Amistosas entre los Estados de 1970, y
el acuerdo entre las superpotencias de 1972 sobre los Principios Básicos
de las Relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, repetían
el principio de la no-interferencia en los asuntos internos y no
mencionaban los derechos humanos. Todo esto cambió con los acuerdos de
1975. Las
noticias sobre el acuerdo difundieron rápidamente. Los disidentes no
vieron el acuerdo de Helsinki como una ratificación del status quo
sino como una nueva posibilidad para desafiar la represión. Los regímenes
comunistas, por su parte, confrontados con la inesperada insistencia
nacional e internacional en el cumplimiento de los acuerdos de Helsinki,
cambiaron su posición: dejaron de negar la validez del principio de la
supervisión internacional sobre las violaciones de derechos humanos y
pasaron simplemente a negar su validez en los casos concretos. Pero la
aceptación del principio mismo iba a desencadenar su propia dialéctica. Constituciones:
la legalidad inasequible Las
constituciones estaban de moda. En el XXII Congreso del PCS de 1961,
Nikita Jruschov había planteado que era necesario hacer una nueva
constitución. A Breznev le pareció que los Acuerdos de Helsinki
brindaban una oportunidad inmejorable para su promulgación. Reforzaba,
por decirlo así, la solemnidad de los Acuerdos que reconocían la
división de Europa y ayudaba a “legalizar” en cierta medida las
dictaduras comunistas del Este de Europa. Pero no era sólo eso. Había
una motivación más profunda. Los
regímenes comunistas sufren de una crisis permanente de legitimidad.
El surgimiento del mundo moderno coincide con la decadencia del
principio dinástico y la emergencia de la voluntad popular como
única fuente de legitimidad política. Esto está expresado en el
importante artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos del
Hombre; “La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del
poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas…” Los
regímenes comunistas llegan al poder convencidos de su popularidad y en
su mayoría son, en sus inicios, verdaderamente populares. Más o menos
rápidamente, sin embargo, esa popularidad se agota y entonces tienen
que recurrir a una elaborada pantomima de elecciones “populares”
cuyo formalismo hueco no convence a nadie. El gobierno se sabe
profundamente impopular y es por eso que no acepta ningún
tipo de elecciones ni de plebiscitos democráticos. Pero es por eso
también que busca constantemente todo tipo de sucedáneos a esa única
verdadera fuente de legitimidad que es la voluntad popular. Encontramos
aquí la fuente última de esa extraña manía por las manifestaciones,
las concentraciones y los desfiles masivos tan típica de muchas
dictaduras y, en particular, de la de Fidel Castro. Si no se puede tener
la simpatía de las masas, se les obliga a fingirla. El líder toma las
manifestaciones como el cliente a la prostituta. Los dirigente de las
“organizaciones de masas” del régimen son los proxenetas políticos
del dictador. En
busca de esa legitimidad inasequible, Breznev ordenó que se promulgara
la nueva constitución soviética. No sólo eso. Ordenó que todos
los satélites hicieran nuevas constituciones. En las mismas
se debía establecer claramente el papel hegemónico de la Unión Soviética.
Todos los gobiernos títeres lo aceptaron dócilmente y, como en una
vasta coreografía, procedieron a cumplir las órdenes simultáneamente.
Más de 40 años después de la abolición de la Enmienda Platt en Cuba,
Fidel Castro aceptaría introducir el papel rector de una potencia
extranjera en la constitución de la nación. El papel dirigente del
partido no se plantea en el artículo 6, como en la soviética, sino en
el 5. Buena parte del pueblo cubano creía estar discutiendo, por
limitada y formalmente que fuera, una constitución nacional. No sabía
que simplemente estaban obedeciendo órdenes emanadas de Moscú - al
mismo tiempo y exactamente igual que los demás países títeres. Las
primeras dos constituciones soviéticas sólo habían dado por supuesto
el papel dirigente del partido. La tercera, la constitución estalinista
de 1936 planteaba, en su artículo 126, que el PCUS era “la
vanguardia de los trabajadores en su lucha por construir una sociedad
comunista”. En 1977, Breznev promulgó la cuarta, y la última,
que se hizo bajo el poder soviético. En la constitución de Breznev, el
artículo 6 decía: “El Partido Comunista de la Unión Soviética
es la fuerza dirigente y orientadora de la sociedad soviética y el núcleo
de su sistema político y de todas las organizaciones estatales y públicas…”. Fue
al calor de las supuestas “discusiones populares” sobre la
constitución cuando, a fines de 1975, pocos meses después de la firma
del Acta Final, 59 de los principales intelectuales polacos hicieron una
carta abierta al gobierno demandando que se implementaran en la práctica
los derechos fundamentales contenidos en la constitución vigente.
El manifiesto estaba lleno de referencia a los compromisos adquiridos en
Helsinki. A
muchas personas que no hayan vivido la experiencia del totalitarismo les
parecerá extraño esa lucha de los disidentes porque se
cumpla efectivamente una constitución socialista. En
realidad, no tiene nada de extraño. Veamos por qué. La
economía de toda sociedad se encuentra íntimamente vinculada con el
resto de la economía mundial. En una sociedad basada en el libre
intercambio de bienes y servicios, el mercado se encarga de reflejar los
constantes cambios en el valor de esos bienes y servicios. Ahora bien,
cuando una economía elimina el libre juego de la oferta y la demanda y
basa su producción de bienes y servicios en un plan centralizado, esa
junta planificadora pierde el único instrumento que existe para
detectar esos cambios constantes en los términos de intercambio.
Por consiguiente, cualquier planificación centralizada, en la medida
que sustituye al mercado, es una planificación a ciegas, como lo
afirmara Ludwig von Mises desde los años 20. En
su afán por controlar la economía, la junta planificadora exige el
acatamiento incondicional de sus directivas. Como decían los Webbs
refiriéndose a la situación de las empresas rusas, “mientras el
plan está en ejecución, toda pública expresión de duda, o incluso el
temor de que no logre éxito, es un acto de deslealtad y hasta de traición,
a causa de sus posible efectos sobre la voluntad y los esfuerzos del
resto de la fuerza laboral”. Cuando la duda o el temor expresados
conciernen, no al éxito de una empresa particular, sino al plan social
entero, no pueden dejar de tratarse como un sabotaje. (F. A. Hayek, El
Camino de la Servidumbre, Capítulo 11). Ahora
bien, ¿qué hacer con los cambios que están surgiendo constantemente,
aunque sólo sea debido a la dependencia del resto del mercado mundial?
Al gobierno no le queda más remedio que cambiar las leyes, órdenes,
reglamentos e instrucciones que había elaborado anteriormente. Una
sociedad socialista es necesariamente una sociedad de leyes que cambian
de acuerdo a las circunstancias. Si las leyes del gobierno sustituyen al
mercado, los cambios de las leyes tienen que sustituir a los cambios del
mercado. Es la única forma en que el gobierno puede afrontar cambios
sobre los que no tiene control Es
por esta razón que los regímenes comunistas son
necesariamente arbitrarios. La sociedad comunista no puede respetar
ni siquiera sus propias leyes. Y de aquí también se deriva que exigir
ese respeto sea considerada una actividad disidente y
contrarrevolucionaria. En
la primavera de 1976, un grupo de disidentes polacos se reunió porque
creían que las condiciones habían madurado para emprender un esfuerzo
organizado sobre las condiciones de los derechos humanos en el país.
Varias docenas de intelectuales crearon entonces los Comités de
Defensa de los Trabajadores (KOR), un grupo independiente para
proporcionar ayuda material y jurídica a los obreros presos tras las
huelgas de junio de 1976 en las ciudades de Ursus y Radom. Como dijera
Adam Michnik: “Ustedes firmaron la Declaración de Helsinki sobre
Derechos Humanos y nosotros queremos usar, y vamos a usar, esa firma.
Aquí está: aquí está nuestro Comité de Defensa de los Trabajadores”.
Fue la primera organización disidente seria que surgiera en la Europa
del Este. Otras le seguirían. En
Cuba, sin embargo, en 1976, cuando Ricardo Bofill fundó el Comité
Cubano Pro Derechos Humanos junto con la Dra. Marta Frayde y unos pocos
amigos, las condiciones no habían madurado para ese tipo de reto. A
fines de ese mismo año la Dra. Frayde fue detenida, acusada de espía
de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y condenada a 29 años de
prisión. Sólo el valor y la integridad de la Dra. Frayde impidió que
esa incipiente disidencia fuera a dar a la cárcel. Bofill logró
establecer algunos contactos con embajadas y agencias de prensa para
sacar denuncias de violaciones de derechos humanos al exterior pero era
recibido con desconfianza y, en no pocas ocasiones, con franca
hostilidad. No se trata de que el movimiento no estuviera financiado
nunca desde el exterior ni de que nunca recibiera ni una aspirina sino
que, muy por el contrario, inicialmente tuvo que enfrentar muchas
burlas, muchas suspicacias y mucho escepticismo. La
disidencia en la URSS En
la Unión Soviética, la disidencia había empezado a resurgir
aprovechando el llamado “deshielo”, la mínima apertura posterior al
XX Congreso del PCUS en 1956 y la “crítica al culto de la
personalidad”. En
1965, los escritores Andrei Sinyavski y Yuli Daniel fueron arrestados
por “tratar de subvertir el orden soviético” con sus escritos.
Aunque muchos escritores soviéticos habían sido “juzgados” y
condenados anteriormente, el proceso de Sinyavski y Daniel tuvo características
propias. No fueron acusados de espionaje sino simplemente por lo que habían
escrito. Ese mismo año, un grupo de unos 200 personas organizaron una
demostración en la Plaza Pushkin en Moscú protestando por su detención.
El juicio (en febrero de 1966) fue público. En contra de todas las
tradiciones de los juicios estalinistas, Sinyavski y Daniel rehusaron
admitir culpa alguna ni mostrar arrepentimiento. Ambos fueron condenados
a 7 y 5 años de campos de trabajo forzado respectivamente. En
1967, Yuri Andropov fue nombrado jefe de la KGB. En 1968 se produjo la
Primavera de Praga y Andropov creó el llamado Quinto Directorio
para monitorear y reprimir todo tipo de disidencia. Se crearon
departamentos especializados para la vigilancia de intelectuales,
estudiantes y creyentes. La disidencia cubana todavía enfrente el
aparato creado por Andropov y copiado por la Seguridad del Estado de
Fidel Castro. Durante los 17 años que le quedaban de vida, Andropov fue
el más feroz perseguidor de los disidentes dentro de la dirección soviética. Al
calor de los esfuerzos de Nikita Jruschov por mostrar sus diferencias
con la larga noche estalinista, en 1962 se había permitido la publicación
de “Un Día en la Vida de Iván Denisovich”, el clásico de
Alexander Solyenitsin, que fue publicado en Cuba por la editorial Cocuyo…
y posteriormente recogido como el Stalin de Isaac Deutscher.
Solyenitsin siguió trabajando a todo vapor. En 1967 mandó a Occidente
una copia de su novela “El Pabellón del Cáncer” y tenía
casi terminado su monumental “El Archipiélago de Gulag”, uno
de los libros más importantes del siglo XX. Solyenitsin
se convirtió en una obsesión personal de Andropov. Cuando recibió el
Premio Nobel de Literatura en 1970, el jefe de la KGB le propuso al
Politburó despojarlo de su ciudadanía soviética y expulsarlo de la
URSS. La
otra personalidad que obsesionaba a Andropov era el físico nuclear
Andrei Sajarov, padre de la bomba H soviética y tres veces Héroe
del Trabajo Socialista. A fines de 1970, Sajarov, su esposa Elena
Booner y
otros dos físicos fundaron el Comité para los Derechos Humanos
y persuadieron a Solyenitsin para que formara parte del mismo (aunque no
muy activa). Sajarov y sus colegas planteaban el respeto a la constitución
y a la pretendida legalidad que ésta proclamaba. De esta manera
consiguieron limitar, aunque fuera mínimamente, la arbitrariedad
inherente al sistema. Una característica particular de la disidencia
soviética fue que su influencia dependió en gran medida de la estatura
internacional de estas dos grandes personalidades convertidas en
portavoces de millones de seres humanos reducidos al silencio. Los
hombres y mujeres sencillos que desafían a un régimen totalitario se
convierten inmediatamente en personalidades políticas pero cuando ese
desafío proviene de individuos que ya son personalidades intelectuales
o políticas importantes su presencia en la oposición cobra una
importancia excepcional. No fue por gusto que en el memorando al
Politburó donde proponía la expulsión de Solyenitsin, Andropov
escribiera: “… Si permitimos que Solyenitsin siga residiendo en
el país después de recibir el Premio Nobel, esto fortalecerá su
posición y le permitirá propagar sus ideas más activamente”. Mientras
se estaban desarrollando los juicios de los disidentes Yakir y Krasin,
Sajarov y Solyenitsin subieron la parada al criticar públicamente las
concesiones hechas por Estados Unidos a la Unión Soviética en nombre
de la distensión. En septiembre de 1973, Sajarov hizo un llamamiento público
al Congreso de Estados Unidos pidiéndole apoyar la enmienda Jackson-Vanik
que se oponía la concesión del status comercial de nación más
favorecida a la URSS hasta que ésta no terminara con sus restricciones
a la emigración. “La
enmienda”, decía Sajarov, “no representa ninguna intervención en
los asuntos internos de los países socialistas sino que es,
simplemente, una defensa del derecho internacional sin el que no puede
haber confianza mutua”. La carta de Sajarov, publicado en la primera
plana de The Washington Post, fue decisiva a la hora de aprobar
la enmienda. Se imaginarán nuestros lectores la furia de la cúpula
soviética. En
febrero de 1974, Andropov consiguió la expulsión de Solyenitsin de la
URSS. Un año después, la URSS firmaba los Acuerdos de Helsinki y en
octubre Andrei Sajarov recibía el premio Nobel de la Paz. En noviembre,
Andropov aprobaba un documento titulado “Medidas operativas
complejas para exponer los antecedentes políticos de la concesión del
Premio Nobel de la Paz a Sajarov”. En una reunión en 1976,
Andropov calificó a Sajarov como “El Enemigo Público Número Uno”,
un título que había de retener durante los próximos nueve años. Una
lista de las medidas activas compilada en 1977 incluía 7 operaciones
para “cortar a Asket (Sajarov) y Lisa (Elena Booner) de
sus amigos más cercanos y provocar disensión en su círculo”. Entre
las medidas había cierto número de documentos falsificados entre los
que había una supuesta carta del personal ruso de Radio Libertad
denunciado los vínculos de Sajarov con los sionistas. También se
mandaron cartas con las firmas falsificadas de Sajarov y de un “grupo
de homosexuales” de Bielorusia a organizaciones de homosexuales en
Gran Bretaña y los países escandinavos para provocar cartas de
respuesta. Con todo, las medidas activas más repugnantes se tomaron con
Elena Booner. La revista soviética Sputnik que circulaba en Cuba
(y de la que deben quedar ejemplares en las bibliotecas), publicó
varios artículos que eran parte de esa campaña de la KGB. La
integridad mundialmente conocida de Sajarov lo hacía un objetivo menos
vulnerable que su esposa, mucho menos conocida y, por otra parte, esos
ataques le resultaban más dolorosos que los que se hacían contra él
mismo. En
enero de 1977, disidentes checos elaboraron un documento de cuatro páginas
que enumeraba las violaciones de los derechos humanos en Checoslovaquia
y llamaba a un diálogo con las autoridades para ver como proteger esos
derechos. Entre las 242 personas que firmaron el documento, llamado Carta
77, estuvieron Václav Havel y Martin Palous. El ministro del
Interior, Jaromir Obzina, por cierto, estimaba que 90 por ciento de la
opinión pública simpatizaría con la Carta de ser ésta publicada. Al
año siguiente, un cierto número de cartistas creó una organización
paralela que desafiaba más directamente el status quo, el Comité
de Defensa de los Procesados Injustamente (VONS). En
1978, el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla es electo Papa y toma el
nombre de Juan Pablo II. En 1979 se produce el triunfo sandinista en
Nicaragua y la intervención soviética en Afganistán. En la VI Cumbre
de Países No Alineados que se celebra en La Habana, Fidel Castro es
electo presidente de la organización. Cuando Castro se presenta en
Naciones Unidas se encuentra, probablemente, en el apogeo de su poder.
Sin embargo, aunque la intervención en Afganistán es condenada por una
abrumadora mayoría de los países miembros de Naciones Unidas, Cuba
vota a favor de la intervención. Una vez más, Fidel Castro queda
expuesta como un títere de la Unión Soviética. La guerra entre China
y Vietnam sirve como demostración práctica del internacionalismo
proletario. En ese mismo año, sin embargo, Margaret Thatcher era electa
Primera Ministra del Reino Unido y poco después, en 1980, Ronald Reagan
conquistaba la Casa Blanca. El
Gran Cambio (1979-1989) A
fines de los años 70, Margaret Thatcher y su ministro Keith Joseph,
discípulo de F.A. Hayek, decidieron tratar de transformar la economía
mixta de la Gran Bretaña. Poco después, Ronald Reagan empezaría a
hacer lo mismo en Estados Unidos. Era la gran contraofensiva
neoliberal, partidaria de reducir el papel del estado, garantizar el
máximo de libertad individual, la libertad económica, la confianza en
el mercado y la descentralización en la toma de decisiones. Tiene sus
raíces intelectuales en pensadores como John Locke, Adam Smith y John
Stuart Mill y enfatiza la importancia de los derechos de propiedad,
garantía de las libertades individuales (los libros a leer son Property
and Freedom de Richard Pipes y The Noblest of Triumphs de Tom
Bethell). La
reafirmación de este liberalismo significaba retomar una formidable
tradición ya que éste tuvo su apogeo a fines del siglo XIX. ¿Qué
impulsó este regreso hacia el liberalismo tradicional en todo el mundo?
Fue, sin duda, el fracaso del estado, de la propiedad estatal y de la
planificación como los principales agentes de la modernización, modelo
cuyo ejemplo más consecuente era la Unión Soviética. Ese
modelo estatista había ido cobrando una creciente popularidad en el
mundo entero desde la Gran Depresión de los años 30 (el libro a leer
es The Commanding Heights de Daniel Yerguin). Sin embargo, a
fines de los años 70, las políticas económicas socialistas habían
provocado un estancamiento económico general. Hasta Deng Xiaoping
citaba frases de Marx mientras presionaba enérgicamente a la mayor
economía del mundo para que se desembarazara del comunismo y se
integrara a la economía mundial. En
Estados Unidos, la inflación se había estado acelerando desde los años
60. Al llegar a 12 por ciento en 1979-1980, la inflación prometía
duplicar en unos cuantos años los precios de los productos básicos y
dividir por la mitad el valor de las cuentas de ahorro. En 1980, las
tasas de interés llegaron al 21 por ciento, la más alta desde la
Guerra de Secesión, paralizando prácticamente la compraventa de bienes
raíces. La productividad estaba disminuyendo. El crecimiento económico
prácticamente se había paralizado. La población de los países
subdesarrollados seguía creciendo mientras sus economías se mantenían
estancadas. Los
liberales americanos profetizaban la inminencia del Armagedón
capitalista. Paul Samuelson, el autor de los famosos manual de Economía
Política, dijo en 1985: “Lo que importa son los resultados y no puede
haber duda de que el sistema de planificación soviético ha sido un
poderoso motor de crecimiento económico…” Thatcher
y Reagan iniciaron la lucha por cambiar esa perspectiva socialista que
estaba estancando a sus respectivas sociedades. Ambos partían de que
el motor de la economía no era el gobierno sino la empresa privada.
El papel del gobierno era crear condiciones favorables para el
surgimiento y desarrollo del empresariado. La forma de hacer esto era
bajar los impuestos a las empresas (“ayudar a los ricos” - como
dicen los liberales americanos), reducir la interferencia burocrática
en la economía, y facilitar la acumulación de recursos, de capital,
para facilitar nuevas inversiones. Había que ir a la reivindicación de
la libre empresa y del empresario. Inspirado
en la llamada supply-side economics (el libro a leer es The Way the
World Works de Jude Wanniski, y el tema se puede estudiar en
www.polyconomics,com,), lo primero que hizo Reagan fue rebajar los
impuestos. Nadie podía tener mucho interés en invertir cuando el
gobierno se llevaba siete de cada diez dólares que pudiera ganar con
sus actividades empresariales. En tres años, Reagan hizo una rebaja
general de impuestos de 25% Luego arremetió contra la burocracia
estatal que estaba asfixiando los negocios. Su objetivo era establecer
una política monetaria estable, que evitara la inflación de los años
70. El
mundo empezaba a cambiar. En abril de 1980, se desatan en Cuba los
sucesos de la embajada del Perú que ponen de manifiesto la profunda
impopularidad del régimen. Bofill, Elizardo Sánchez, Adolfo Rivero,
Enrique Hernández y Edmigio López Castillo son encarcelados simultáneamente
con diversos pretextos. En julio, en el otro extremo del mundo, estalla
una huelga en Lublin, una ciudad polaca, y luego otra huelga, ésta de
ferroviarios, en Gdansk. En agosto se constituyó un comité de huelga
interempresas en los astilleros de Gdansk. Allí trabajaba, por cierto,
un joven electricista llamado Lech Walesa. Los huelguistas formularon un
programa de reivindicaciones de 21 puntos y pidieron negociar con el
gobierno. La firma de los acuerdos de Gdanks condujo a la fundación de
un sindicato independiente, Solidaridad, encabezado por Walesa.
Es bueno detenerse aquí y hacerse la siguiente pregunta: ¿cuántos
miembros tenía la disidencia polaca en junio de 1980? ¿Algunas
decenas? ¿Algunos centenares? El nuevo sindicato alcanzaría ¡más de
10 millones de miembros! en pocos meses. En la dirección de todos los
países socialistas cundió el pánico. Por un momento, pareció
inminente una intervención militar soviética pero la OTAN emitió una
advertencia en contra de la misma. En
mayo de 1981, los servicios secretos búlgaros organizan un atentado que
deja malherido a Juan Pablo II, que ya ha hecho un viaje a su Polonia
natal. A
fines de año, asustado por el creciente poder del sindicato Solidaridad,
el nuevo Primer Ministro de Polonia, el General W. Jaruzelski, declara
la ley marcial. Al año siguiente, Solidaridad es disuelta y
declarada ilegal. En ese mismo año, muere Breznev y Andropov es electo
secretario general del PCUS. Thatcher y Reagan, por su parte, estaban
redefiniendo las posiciones occidentales frente al comunismo. Cuando los
soviéticos derriban un avión de pasajeros coreanos con 269 personas a
bordo, Reagan califica tajantemente al régimen como “el imperio del
Mal”. Reagan
no se limitó a reaccionar ante la ofensiva comunista sino que desarrolló
una amplia estrategia contraofensiva. Parte de la misma implicaba el
apoyo militar y material para los movimientos nacionales que estaban
luchando para desembarazarse de las tiranías sostenidas por los soviéticos.
Reagan apoyó esas guerrillas en Afganistán, Camboya, Angola y
Nicaragua. En
1983, tropas norteamericanas invadieron y liberaron Granada, derrocando
al gobierno marxista y propiciando elecciones libres. En
marzo de 1983, Reagan anuncio la Iniciativa de la Defensa Estratégica
(SDFI), un nuevo programa de investigación y de eventual despliegue de
misiles defensivos que prometían, en sus propias palabras, “hacer
obsoletas las armas nucleares”. Al año siguiente, muere Andropov y es
sustituido por Konstantin Chernenko. Agentes polacos asesinaban a Jerzy
Popieluzsko, un popular sacerdote disidente, y medio millón de personas
acuden a sus funerales. En
cada etapa, la estrategia contraofensiva de Reagan fue duramente
criticada por los liberales americanos.
Los apaciguadores explotaban los temores públicos de que su política
militar estuviera acercando el mundo a una guerra nuclear. Strobe
Talbott (actual funcionario del gobierno de Clinton) consideró la Opción
Cero como “sumamente irreal” y afirmó que había sido propuesta
“más para anotarse puntos de propaganda que para ganar concesiones de
los soviéticos”. Con la excepción del apoyo a los mujedines afganos,
las palomas se opusieron en el Congreso y en la prensa a todos los
esfuerzos por ayudar a los rebeldes anticomunistas. Y la SDI fue
denunciada en palabras de The New York Times como “una proyección de
la fantasía en política”. Por
supuesto, la Unión Soviética también era hostil a la contraofensiva
de Reagan pero la percepción de su política era mucho más aguda. Izvestia
dijo: “Quieren imponernos una carrera armamentista todavía más
ruinosa”. El Secretario General Yuri Andropov afirmó que el programa
de la SDI de Reagan era “un intento por desarmar a la URSS”. Y
Andrei Gromiko señaló
que “detrás de todas estas mentiras está el frío cálculo que la
URSS agotará sus recursos materiales y se verá obligada a rendirse”. Presos
a principios de los años 80 y pese a nuestra falta de información, ya
Ricardo Bofill hablaba con simpatía de Margaret Thatcher y de Ronald
Reagan. En 1985, el año en que Mijail Gorbachov llegó al poder y en
que Fidel Castro decidió que “¡Ahora sí vamos a construir el
socialismo!”, fue el año en que, a iniciativa de Reagan, salió al
aire Radio Martí, una emisora que habría de jugar un papel
decisivo en la historia de la disidencia cubana. En 1986, el CCPDH envió
una carta al presidente norteamericano que éste respondió públicamente
con emocionante cordialidad. Cuando
Bofill se asiló en la embajada de Francia en 1986, el resto del CCDH -
es decir, Elizardo Sánchez, Adolfo Rivero y Enrique Hernández- fue
arrestado en Villa Marista junto con el Dr. Samuel Martínez Lara.
Cuando una intervención personal de Francois Mitterand, logró nuestra
liberación, el movimiento empezó a crecer. La primera actividad
pública del CCPDH fue el 23 de octubre de 1987, la convocatoria a una
oración solemne en la iglesia de San Juan de Letrán en memoria del
sacerdote polaco Jerzy Popieluzcu, asesinado por la policía política
de su país. Allí se leyó un documento que terminaba diciendo: “hacemos
un llamamiento por el cese del virtual estado de ley marcial que vive
Cuba y porque se abra paso al imperio de un estado de derecho democrático
donde toda la ciudadanía goce de la garantía de vivir sin miedo”.
Y cuando la feroz campaña desatada por Granma en 1988, la
disidencia, por primera vez, se hizo conocida nacionalmente.
Como vemos, la experiencia se repite aunque a un nivel cada vez más
alto. En
1988, a la hora de constituir el Partido Pro Derechos Humanos de Cuba
como ala política del CCPDH, ya había una mejor comprensión del
neoliberalismo y una toma de posiciones más definida. Por aquella época,
cuando ya el campo socialista empezaba a colapsarse, nos dábamos cuenta
de que toda nuestra cultura política estaba permeada de socialismo
(ver el Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario de Carlos
Rangel y el Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano de Carlos
Alberto Montaner) y que hacía falta emprender una enorme tarea
de revalorización histórica y cultural. Sólo así podremos liberarnos
de ese socialismo que nos oprime desde fuera y, más importante todavía,
de ese socialismo que nos oprime desde dentro (el libro a leer es Los
Fundamentos de la Libertad, de F.A. Hayek). Crecimiento
y reto de la disidencia cubana Era
natural que la ampliación de movimiento disidente significara la
incorporación de muchos opositores desde posiciones de izquierda. Muchos
revolucionarios sinceros veían que Fidel Castro le había arrebatado su
independencia al movimiento obrero y que tomaba a sus cuadros como
simples mandaderos de sus instrucciones. Que no existían posibilidades
de discutir el deterioro de las condiciones de vida, ni de los salarios
en dólares y la tajada leonina de que se apropiaba el gobierno, ni de
las insoportables dificultades de los obreros que estaban fuera de la
economía dolarizada. Dentro del contexto de la cultura política
cubana, era lógico que muchos pensaran la necesidad de un socialismo
diferente aunque, para algunos de nosotros, esta fuera una concepción
históricamente superada. Tanto
en Cuba como en el exterior muchos consideran la diversidad organizativa
de la oposición como una muestra de debilidad. Un país, sin embargo,
no puede ser políticamente uniforme porque comprende sectores demasiado
diversos, intereses demasiado diferentes. De aquí que una oposición
ideológicamente unida sólo pueda representar un determinado grupo, un
cierto sector. Esa uniformidad, que Stalin calificaba orgullosamente de
monolítica, sólo representa una colosal mentira que sólo puede
sostenerse mediante una asfixiante represión. Las dictaduras comunistas
se apoyan en cimientos de arena. El país real es diverso y múltiple.
Por consiguiente, una disidencia diversa sí puede significar todo un
país en oposición. Esa oposición sólo necesita saberse
unida en unas pocas demandas esenciales: libertad para los presos políticos,
libertad de reunión y asociación, elecciones libres con supervisión
internacional (como en México). En
los dos años que han pasado desde la primera edición de “La
Fisura,” hay un hecho que se destaca sobre todos los demás: el
régimen no ha podido acabar con la disidencia. No sólo eso: la
disidencia se profundiza, se disemina, se multiplica. La Cumbre
Iberoamericana de La Habana, demostró que la disidencia cubana tiene más
reconocimiento internacional que nunca. Los dirigentes de la oposición
cubana se reunieron con más jefes de estado y con más secretarios del
exterior que la mayoría de los ministros del régimen. Ha sido difícil
conseguir este reconocimiento pero, una vez conseguido, entra a formar
parte de una nueva realidad. La correlación de fuerzas entre el
gobierno y la oposición sigue a favor del gobierno aunque también
sigue cambiando, lenta pero inexorablemente, a favor de la oposición.
La lucha por hacer cada vez más visible la oposición de la isla sigue
teniendo una importancia decisiva. Durante
este tiempo, han salido varios documentos desde Cuba. Ninguno puede
compararse, por su agudeza de análisis y profundidad teórica, con el
documento de trabajo de los sacerdotes de Santiago de Cuba, Holguín,
Bayamo-Manzanillo y Guantánamo que apareció en 1999. Es difícil
pensar la situación cubana sin el concepto de “síndrome de
indefensión aprendida”. Sigue
siendo el mejor material de estudio, dentro de la isla y fuera de ella,
para comprender la situación cubana. El
documento de los curas orientales también sigue siendo el mejor
instrumento para forjar la indispensable unidad entre la iglesia de
la base y la disidencia en todo el país. Es una tarea histórica de
la que pudiera depender el futuro de la Iglesia Católica en Cuba, así
como el de la nación misma. Pero hace falta que, en cada iglesia, en
cada pueblo, sacerdotes y disidentes tomen contacto y se ayuden
mutuamente. No hay nada de conspirador en esto. Hay muchos problemas
concretos en cada comunidad que necesitan urgentemente de esa colaboración.
Y ninguna organización se desarrolla sobre la base de reiterativos
documentos y profusos cargos directivos. Las organizaciones sólo se
desarrollan en la lucha por resolver problemas concretos. No hay otra
forma. Las que encuentra sus causas, crecen. Las que no, se estancan y
eventualmente se disuelven en rencillas internas. Los
periodistas independientes merecen una mención especial. En cierto
sentido, han sido los testigos históricos de un vasto movimiento que,
de otra forma hubiera quedado ignorado. Incapaces por el momento de
difundir su trabajo entre la población, siguen dependiendo de la
solidaridad externa para conseguirlo. En este sentido, la disminución
de la audiencia de Radio Martí, motivada por la incesante obstrucción
y la falta de voluntad política del actual gobierno de Estados Unidos
para superarla, han influido adversamente sobre la posibilidad de una
mayor difusión de su trabajo. El
fortalecimiento de la disidencia no se debe a ninguna de esas
“aperturas” de que tanto hablan los liberales americanos. Todo lo
contrario. La dictadura ha arremetido una y otra vez contra sus
opositores internos. Vladimiro Roca, Marta Beatriz Roque, Felix Bonne
Carcacés y René Gómez Manzano, se atrevieron a responder a las tesis
del último congreso del Partido Comunista de Cuba - puesto que se había
invitado expresamente a la población a dar sus opiniones sobre las
mismas. Su respuesta fue un documento, ya famoso, “La Patria es de
Todos”. La reacción del gobierno ante ese desafío ideológico
fue típica, los metió en la cárcel. Esas tesis, por cierto,
planteaban que el PCC era “el partido de los derechos humanos”. “La
hipocresía”, decía Le Rochefoucauld, “es el homenaje que el
vicio rinde a la virtud”. El
gobierno creyó sacar de circulación a los cuatro. Se equivocó, sus
nombres han estado circulando por el mundo entero. Es razonable pensar
que, de haber estado en libertad, Madeleine Albright no hubiera tenido
su retrato sobre la mesa de su despacho. No es probable que, de haber
estado en libertad, se hubieran hecho tan conocidos internacionalmente.
Ahora siguen su lucha pero con más peso y más prestigio. Y cuando
Marta Beatriz Roque, Félix Bonne y René Gómez Manzano fueron puestos
en libertad provisional, no se demoraron en citar una conferencia de
prensa para reafirmar sus posiciones, en forma desafiante, y exigir la
libertad de Vladimiro Roca, el único de los cuatro que sigue preso (ver
“Respuesta Necesaria”.) Otro
avance de este período que me resulta particularmente grato es el de
las bibliotecas independientes. El movimiento que iniciaron Humberto Colás
y Berta Mexidor ha conseguido un fuerte apoyo internacional.
Recientemente, The Washingon Post publicó un artículo sobre la
lucha de las bibliotecas independientes. Oscar
Elías Biscet, el valeroso campeón de la lucha antiabortista, ha sido
propuesto para Premio Nobel de la Paz. A él, como a otros luchadores,
los agiganta la represión. No sólo eso. Es una peculiaridad de la
lucha cubana por la libertad, dada su actual correlación de fuerzas: que
la represión genera dirigentes. Aunque parezca paradójico, esto
es un efecto típico de los movimientos ascendentes. Cuando un
movimiento está en decadencia, el arresto de sus dirigentes suele
significar su desaparición. Cuando está en ascenso, los dirigentes
presos no sólo cobran mayor autoridad moral sino que siempre
aparece un relevo. Este, inmediatamente, se ve obligado a
concebir iniciativas que permitan movilizar fuerzas, lo que supone
ampliar contactos, sumar voluntades, alentar desfallecientes, criticar
despistados y todas las demás tareas implícitas en cualquier dirección
política. Pasa, necesariamente, de ejecutor de iniciativas a creador de
las mismas. Es en este proceso en el que se forman los dirigentes. Otra
peculiaridad de la situación cubana actual es que la comunidad
internacional sigue con mucha atención el desarrollo de la represión
en Cuba. Y podemos asegurar que lo va a seguir haciendo. La razón es
simple. La disidencia interna tiene en el exterior, más allá del
alcance de Castro, una solidaridad vasta, fuerte y organizada. Esa
solidaridad la encabeza, como debía de ser, el gobierno de Estados
Unidos y la comunidad cubanoamericana. Nada más natural. Castro elogió
durante mucho tiempo el “internacionalismo proletario”. ¿Por qué
no va a haber entonces un internacionalismo democrático? Por supuesto
que lo hay. La lucha contra el fascismo y el nazismo fue internacional.
La lucha contra el comunismo también fue, y sigue siendo,
internacional. A
la disidencia interna le gustará saber que www.sigloxxi.org, la
página del Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCPDH) en la Internet,
es una de las páginas de derechos humanos más consultadas del mundo.
Pero hay centenares de páginas electrónicas dedicadas a la solidaridad
con el pueblo cubano. Con todo, hay que lamentar es que esa solidaridad
internacional no sea mayor. Los fondos que se dedican a esa lucha son
insignificantes si se comparan con la ayuda soviética a la dictadura
castrista durante casi 40 años. Y
hablando de fondos. La comunidad cubanoamericana no ha permitido que
Castro pueda matar de hambre al movimiento disidente. Pero las
necesidades de un movimiento nacional son tantas, que toda ayuda, por
definición, resulta insuficiente. Su distribución interna, por otra
parte, crea fricciones, estimuladas por los provocadores infiltrados en
la oposición. La oposición interna tiene que comprender muy bien que
el caso de Cuba no es, ni ha sido nunca, una prioridad de la política
exterior de Estados Unidos. La importancia geopolítica del país no
lo justifica. La solidaridad con Cuba tiene que competir con demandas de
solidaridad del mundo entero por grupos que sufren de abusos
terribles: Irán, Iraq, Serbia, Chechenia, Sudán, Somalia, Zimbabwe y
Sierra Leona, son tan sólo unos pocos de los pueblos sufrientes. No hay
injusticia ni agonía en el mundo que no recabe la ayuda y la
solidaridad de Estados Unidos. Es la comunidad cubanoamericana la que
mantiene vigente el problema cubano en la agenda del gobierno de Estados
Unidos. Sin ese cabildeo tenaz e incansable del exilio, la solidaridad
con el pueblo cubano descendería a niveles más que modestos,
independientemente de los sacrificios de la oposición. ¿Por
qué hace esto la comunidad cubanoamericana? Yo les voy a decir por que no
lo hace. No lo hace por dinero. Hacerse rico en el capitalismo es una
posibilidad al alcance de todos. Pero lo posible es muy diferente de lo
real. Prosperar en el capitalismo es una tarea extraordinariamente
absorbente y agotadora. Tanto, que son relativamente pocos los que
tienen la persistencia y la energía para conseguirlo. Hoy en día, la
frase que más se escucha entre los jóvenes cubanos recién llegados a
Miami, es “¡Cómo hay que trabajar aquí!” Sí, en efecto, todos
tienen que trabajar mucho. En el capitalismo, nada mas que hay dos
grupos: los que quieren salir a flote y los que quieren mantenerse a
flote. Que nadie se llame a engaño. En esas condiciones, todo el tiempo
que se dedique a una causa como la solidaridad con la disidencia, es
tiempo robado a la lucha por la subsistencia. ¿Qué los
cubanoamericanos piensan hacerse ricos en la Cuba del futuro?
Reflexionen sobre esa afirmación. El país para hacerse rico no es la
Cuba del futuro sino los Estados Unidos del presente. ¿Qué aspiran a
ser alcaldes de Marianao? Por favor. El presupuesto del condado de
Miami-Dade es mayor que el de Cuba completa. Y lo va a seguir siendo
durante mucho tiempo. La
disidencia cubana es la continuadora, en otras condiciones y con otros métodos,
de la lucha que inició el heroico presidio histórico cubano. Sus
fundadores estuvieron vinculados, en mayor o menor medida, al movimiento
comunista. Su ruptura con ese movimiento no tenía, no podía tener,
nada de oportunista. Eran hombre y mujeres de principios. Principios
equivocados, sin duda, pero sinceros. Ahora bien, la característica
fundamental del estalinismo no es la fidelidad a ningún principio sino la
obediencia incondicional al jefe. (Para un análisis de este fenómeno
el libro a leer es El Camino de la Servidumbre, de F.A. Hayek).
Los que rehusaron hacerlo estaban conscientes de que el precio a pagar
iba a ser muy alto. Pero no rehusaron pagarlo. En esto también fueron
continuadores de una profunda tradición de respeto a las convicciones
individuales que sólo posteriormente comprendimos que era inherente
a los fundamentos liberales de nuestra nación. Mario
Chanes de Armas,
asaltante al Moncada y expedicionario del Granma que, siendo un
modesto obrero, se ve súbitamente en los más altos niveles del
movimiento revolucionario que ha tomado el poder. Pero Mario Chanes no
simpatiza con el comunismo y así lo hace saber. Rechaza todos los
cargos que se le ofrecen e insiste en regresar a su fábrica. Esa toma
de posición moral, que viniendo de un obrero resulta muy peligrosa para
el régimen, le cuesta 30 años de cárcel. Hubert
Matos,
simple maestro de escuela que, en plena juventud, se ve convertido en
comandante de la revolución. ¿Tiene alguien idea de lo que significaba
eso en 1959? Pero Hubert Matos tampoco está de acuerdo con en el giro
hacia el comunismo que está tomando la revolución, y presenta la
renuncia de sus cargos. Esta toma de posición moral, que viniendo de un
comandante de la revolución resulta muy peligrosa para el régimen, le
cuesta 20 años de cárcel. Marta
Frayde,
destacada obstetra, luchadora por el adecentamiento de la república,
amiga personal de Castro y nombrada por él embajadora de Cuba ante la
UNESCO. Aunque acepta el giro hacia el comunismo, le repugnan los abusos
de la UMAP, el monolitismo ideológico, la creciente represión y
termina renunciando a su embajada en París. Acaba condenada a 20 años. Cuando
sale de la cárcel, marcha al exilio y, desde España, sigue siendo,
hasta el día de hoy, una de las principales activistas del Comité
Cubano Pro Derechos Humanos en el exterior. Gustavo
Arcos Bergnes,
asaltante al Moncada y hermano de un mártir de la revolución. Es
nombrado embajador de Cuba en Bélgica pero tampoco acepta el
monolitismo, la arbitrariedad, la represión y también regresa a Cuba
para presentar la renuncia a su cargo. Es condenado a 20 años pero se
queda en Cuba y, desde allí, dirige, hasta el día de hoy, el Comité
Cubano Pro Derechos Humanos. En
una época en que nadie escuchaba, hubo miles de luchadores por la
libertad de Cuba. Siempre hubo hombres dispuestos a morir frente al
paredón de fusilamiento gritando ¡Viva Cuba libre! Tenemos distintas
concepciones sobre la Cuba del futuro pero estamos estrechamente unidos
en el rechazo a una dictadura totalitaria. Una figura importante, de ese
presidio histórico, por cierto, es mi hermano, el Dr. Emilio Adolfo
Rivero, que cumplió casi 20 años de prisión. Cuando él estaba en las
circulares de Isla de Pinos, en el peor momento del presidio histórico,
yo estaba en la dirección nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas.
Sin embargo, aunque buena parte de nuestra actividad se desenvuelve en
áreas diferentes, desde mi salida de Cuba en 1988 nos consultamos casi
diariamente. Y no creo que seamos una excepción. Que nadie se haga
ilusiones con dividir al presidio histórico de la disidencia que continúa
su lucha. Esa
convicción de que participamos en el mismo combate es lo que mantiene
la confianza entre los cubanos de la isla y los del exterior. Todos
deben de cultivarla, pero debiera ser una preocupación particular de
los que más la necesitan. Si hubiera que citar un solo ejemplo de fructífera
colaboración entre la oposición de la isla y su apoyo en el exilio,
quizás ninguno sea mejor que las condenas de Naciones Unidas a la
dictadura castrista por su violación de los derechos humanos. Esas
condenas serían totalmente imposibles sin la enorme cantidad de
denuncias que la disidencia envía al exterior. Pero tampoco serían
posibles sin el tesonero esfuerzo de los que las compilan, organizan y
distribuyen; sin los que constantemente están planteando el caso de
Cuba ante el gobierno de Estados Unidos y las otras democracias
occidentales. Y, por supuesto, sin el inquebrantable compromiso de
Estados Unidos con la libertad y la democracia. El
gobierno de la República Checa y, en particular, de su presidente
Vaclav Havel jugó en esto un papel particularmente emocionante en la 55
Sesión de la Comisión de Derechos Humanos. Como planteara Martín
Palous, jefe de la delegación checa: “Las razones fundamentales de su
presentación (la resolución checa) fueron planteadas en una carta
enviada por el presidente de la República Checa, Václav Havel, al Alto
Comisionado para Derechos Humanos…Esas razones pueden caracterizarse,
usando la frase de Pascal, como “razones del corazón”. Hace
10 años, los disidentes checos (y uno pudiera añadir fácilmente los
eslovacos, polacos, húngaros y muchos otros disidentes de la Europa
Central y Oriental) estaban en una situación similar a la de muchos
individuos en la Cuba de hoy, y apreciaban mucho cualquier expresión de
solidaridad internacional. Eso es difícil de olvidar. Y ¿qué otra
cosa sino un verdadero espíritu de solidaridad y de cooperación puede
recomendarse como el principio básico de acción para la comunidad
internacional? “Permítanme
concluir con las palabras del presidente Havel: … Nos podemos
imaginar es la misma posición de aquellos cuya causa estamos
defendiendo. Nuestra propia historia nos suministra amplia evidencia de
que, con demasiada frecuencia, los p0apeles de los defensores y los
defendidos pueden resultar invertidos”. En
una carta redactada en Moscú el 12 de julio de este año (2000), otra
leyenda viva del movimiento internacional de derechos humanos, Elena
Booner, la viuda de Andrei Sajarov, le escribía lo siguiente a los
dirigentes del Partido Pro Derechos Humanos de Cuba, Dr. Samuel Martínez
Lara, Evelio Ancheta, Lázaro García Cernuda y René Montes de Oca: “…
consideramos que el hecho de que la prepotencia y las atrocidades de
Fidel Castro contra todos ustedes, no hayan podido liquidar a esas
agrupaciones civilistas cubanas, representa una de las peores derrotas
de cuantas él ha afrontado en su muy larga trayectoria. De
manera muy sincera quiero retierarles nuestra admiración y apoyo. A
través de mi amigo Ricardo Bofill, miembro de la directiva de nuestra
Fundación Sajarov, les aseguro que estaremos con ustedes en este bregar
hasta que Cuba sea libre”. La
batalla por Elián González ha sido particularmente importante para la
comunidad cubanoamericana. Hemos luchando apasionadamente por la
libertad, y la felicidad de un niño. Y, en esa lucha, hemos chocado
frontalmente contra la debilidad del actual gobierno americano y la
fuerza que tienen en los medios de comunicación y las universidades de
Estados Unidos los llamados “liberales” americanos, viejos
simpatizantes del comunismo. Esto sorprenderá, sin duda, a muchos
cubanos de la isla. Y, sin embargo, es totalmente cierto. En los últimos
40 años, la posición de los medios académicos y de los medios de
comunicación de Estados Unidos frente al comunismo ha oscilado entre la
crítica benévola y la franca simpatía. Ni la revista Time ni Newsweek
ni The New York Times ni The Washington Post ni las
cadenas televisivas CNN (o, como se le conoce en la comunidad
cubanoamericana Castro's Network News) ni ABC, PBS, NBC o CBS
tuvieron una consecuente militancia anticomunista durante la Guerra Fría.
Y esta tardía batalla de la Guerra Fría que ha sido la lucha por Elián
ha servido para recordarlo (el ensayo a leer es Comunismo Olvidado
de Alain Besancon que puede conseguirse en www.neoliberalismo.com - una
página creada por mí en Internet para el estudio de estos temas). Cuba
no va a permanecer mucho tiempo como un anacronismo histórico. Pero el
papel que jueguen los distintos protagonistas de su batallar político
va a estar determinado, en gran medida, por la preparación que tengan y
por las iniciativas que sean capaces de generar. Hoy, más que nunca,
hay que prepararse para el cambio. |