En defensa del neoliberalismo

Un aniversario y sus héroes

Adolfo Rivero Caro

En prácticamente todo el mundo se ha estado recordando que, hace 50 años, Fidel Castro entronizó una dictadura en Cuba. El término de dictadura es indiscutible. Nadie puede creer que un gobierno puede mantenerse democráticamente en el poder durante medio siglo. Ahora bien, esto significa que la revolución de Fidel Castro le ha robado al pueblo cubano su capacidad de elección. Y, en efecto, todo el mundo sabe que cualquier grupo opositor, por pequeño que sea, es ferozmente perseguido y reprimido. En el vasto Gulag cubano (¡más de 500 cárceles! se están pudriendo en vida centenares de hombres y mujeres cuyo único delito ha sido oponerse pacíficamente al comunismo y defender los derechos humanos. Hombres y mujeres que en cualquier país democrático del mundo serían considerados ciudadanos ejemplares y meritorios. ¿Cómo pueden ignorar estos hechos los dirigentes políticos de América Latina?

¿Qué significa para un pueblo verse bajo un gobierno al que no puede desalojar del poder? ¿Verse bajo un régimen que, a diferencia de las democracias, puede despreciar sus necesidades e ignorar sus demandas? No es ningún misterio. Está a la vista. Cuba se ha convertido en una nación arruinada tanto física como espiritualmente. Cualquier persona mínimamente interesada en la objetividad, sólo tiene que revisar la evaluación que hacían de la Cuba precastrista organizaciones internacionales como la UNESCO. Cuba, aunque un país subdesarrollado, era uno de los más prósperos del continente. Hoy, 50 años más tarde, es uno de los más pobres. La Habana, una de las capitales más bellas y atractivas del hemisferio, hoy es una ciudad en ruinas. Miles de personas viven en edificios a punto de derrumbarse. En toda Cuba son extremadamente difíciles de conseguir productos agrícolas que rebosan los mercados de Haití o de Paraguay. La única aspiración de la juventud cubana es irse del país. ¿Alguien duda de estas afirmaciones? Vayan a Cuba. Pero vayan a Cuba como personas interesadas en averiguar la realidad del país, no como invitados de lujo, con todos los gastos pagos. Gastos pagados, por cierto, con el dinero que la dictadura le roba a un pueblo oprimido y famélico. A cualquier persona con una sombra de conciencia moral le debían ser insoportables esos banquetes a costas de un pueblo hambreado. Lamentablemente, ninguno de esos centenares de invitados a festejar el extraordinario triunfo de los hermanos Castro, parece tener escrúpulos morales.

Los pueblos de América Latina debían prestar atención. Dada la realidad de Cuba, ¿qué se puede admirar de Fidel Castro? En el fondo, lo único que le envidian es haberse mantenido 50 años en el poder. Mientras más admiración por Castro, más indiferencia y más desprecio por el pueblo cubano. Simpatizar con la dictadura castrista carece de cualquier otro significado. ¿Elogiar la salud pública en un pueblo desnutrido, donde las epidemias (como la de neuropatía óptica, entre otras) simplemente son ignoradas por la prensa? ¿Donde las farmacias carecen hasta de aspirinas? ¿Dónde no hay sábanas limpias en los hospitales? ¿Elogiar la educación donde la mayor aspiración de los graduados universitarios es trabajar como taxistas u ofreciéndole cualquier tipo de servicio a los turistas, incluyendo servicios sexuales, para conseguir algunos dólares? Hoy, 50 años después de una revolución comunista, en Cuba no sólo hay más prostitución que la que nunca hubo en la república, sino que ha surgido toda una generalizada cultura de la misma, desoladora e inconcebible para las viejas generaciones.

¿Elogiar qué? ¿Oponerse a Estados Unidos? ¿Para convertirse en un peón de la Unión Soviética? ¿No le pidió Fidel Castro a Nikita Jruschov que lanzara un ataque nuclear contra Estados Unidos? ¿Le importaba que eso hubiera significado millones de muertos cubanos? Por favor. Lo único que merece ese régimen es hostilidad y desprecio.

De lo único de lo que todos podemos sentirnos orgullosos es de que siempre ha habido cubanos dispuestos a luchar contra esa dictadura. Los que la enfrentaron desde los primeros momentos, con las armas en la mano, en el Escambray y en la ciudades, muriendo por miles o integrando lo que, en el exilio llamamos, con reverencia, ''el presidio histórico''. Los hombres y mujeres que dejaron su juventud en la cárcel. Los compañeros de Mario Chanes: los Ernesto Díaz, Angel de Fana, Georgina Cid, Polita Grau y tantos como ellos. Y los que siguieron sus pasos levantando la bandera de los derechos humanos: el movimiento que iniciaron Ricardo Bofill y Marta Frayde. El Partido Pro Derechos Humanos fundado por Samuel Martínez Lara. Y toda la pléyade de combatientes extraordinarios que, hasta el día de hoy, siguen desafiando una dictadura totalitaria: Jorge Luis García Pérez (Antúnez), Oscar Elías Biscet (en la cárcel), Vladimiro Roca, Marta Beatriz Roque, René Gómez Manzano, Noeli Pedraza (en Santa Clara), Segundo Rey (en Sancti Spíritus), Juan Carlos Herrena (en la cárcel), Antonio Alonso, fundador de la primera cooperativa agrícola independiente en Cuba, y de la Alianza Nacional de Agricultores Independientes de Cuba. Y sólo mencionamos a unos cuantos. Sí, son poco conocidos porque nunca han estado en el poder pero son los únicos que merecen pasar, noblemente, a la historia.

El Nuevo Herald ha hecho un trabajo excepcional con el serial de Cuba: La Utopía errante. Creo que no se destacó lo suficiente el surgimiento y desarrollo del movimiento de derechos humanos pero es un trabajo extraordinario, del que podemos sentirnos legítimamente orgullosos y que debía de ser ampliamente divulgado en América Latina y el mundo. Forma parte de una lucha que, infortunadamente, no ha terminado.

Enero, 2009

 

 

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