George Will
Para los conservadores desconcertados, parece ser otro ejemplo
de exageración analítica de la intelectualidad: un programa de
trabajo en las ciencias sociales, para hombres y mujeres
(mayormente liberales), cuyas herramientas cuantitativas han
demostrado lo obvio.
Una encuesta del Pew Research Center muestra que los
conservadores son más felices que los liberales, en todas las
categorías de ingresos. Mientras que el 34 por ciento de todos
los norteamericanos se consideran "muy felices", sólo el 28 por
ciento de los demócratas liberales se sienten así (y el 31 por
ciento de los demócratas moderados o conservadores), comparados
con un 47 por ciento de los republicanos conservadores. Este
hallazgo se autoconfirma brillantemente: Deprime a los
liberales.
Los resultados de las elecciones no explican este desequilibrio
en la felicidad. Desde que la encuesta comenzó en 1972, los
republicanos han sido cada año más felices que los demócratas.
La gente casada o religiosa está especialmente apta para la
felicidad, y ambas cohortes votan más conservadoramente que la
totalidad de la nación. Los estados del sur y suroeste -casi
todos republicanos- tienen disposiciones más soleadas que las
del noreste, algo que puede tener que ver tanto con la luz solar
como con el conservadurismo. A no ser que la luz solar haga
feliz a la gente, y que eso los haga conservadores.
Estos enigmas muestran el porqué la ciencia social no es para
aficionados. Sin embargo, nadie puede ser encausado -aún- por
adscribirse a una teoría sin licencia, por eso considere algunas
explicaciones sobre el desequilibrio en la felicidad.
Empezemos con una paradoja: Los conservadores son más felices
que los liberales porque son más pesimistas. Los conservadores
piensan que el libro de Job acertó - ("Es tan natural que el
hombre nazca para las dificultades como que las chispas salten
hacia arriba"), lo mismo que Adam Smith ("Hay mucha miseria en
una nación"). Los conservadores comprenden que la sociedad, en
su complejidad, se parece a una gigante escultura móvil de
Calder - tócala aquí y se mueve para allá, tócala allá y se
aleja más. De ahí que los conservadores reconozcan la Ley de las
Consecuencias Imprevisibles: "Las consecuencias imprevisibles de
audaces iniciativas gubernamentales pueden ser mayores que y
contrarias a lo pretendido".
El pesimismo de los conservadores conduce a su felicidad de tres
formas. Primero, son raramente sorprendidos: aciertan más sobre
el curso de los acontecimientos. Segundo, cuando se equivocan,
se alegran de su error. Tercero, debido a que los pesimistas
conservadores no ponen su fe en príncipes -el Gobierno- aceptan
que la felicidad es algo que cada uno tiene que alcanzar por si
mismo. Piensan que la felicidad es una actividad, inseparable
del anhelo por lograrla.
El derecho a la búsqueda de la felicidad es el derecho esencial
para cuya protección existe el gobierno.
Los liberales, tomando sus coordenadas, sépanlo o no, del
discurso de 1936 del presidente Franklin Delano Roosevelt, sobre
el Estado de la Unión, piensan que la consecución de la
felicidad misma, entendida en términos de seguridad y bienestar
material, es un derecho que el gobierno ha creado y que puede
satisfacer.
En enero 3 de 1936, Franklin Delano Roosevelt anunció que en 34
meses su administración había establecido "una nueva relación
entre el gobierno y el pueblo". Amity Schlaes, una aguda
estudiante del alejamiento de FDR de sus premisas politicas,
afirma -"El New Deal tenía un propósito más allá de curar la
Depresión. Y era lograr que la gente buscara ayuda de Washington
en todo momento". De ahí en adelante, el gobierno federal
estaría permanentemente comprometido a servir a un gran número
de votantes. "Dádivas ocasionales a granjeros o tarifas para los
negocios no eran suficientes". Así que, Liberales, sonrían. Han
ganado.
Sin embargo, los conservadores normales -olvídense de los
gladiadores de los programas radiales- "profesionalmente"
disgustados - lo están menos que los liberales. Los liberales
han hecho que, en estos tiempos de desafiantes calcomanías,
millones de ellos estén aún adornados con lemas de Kerry-Edwards
e inclusive de Gore-Lieberman -descoloridas y rasgadas -banderas
que se conservan como reliquias de fallidas cruzadas. Para
preservar esos recuerdos de sueños frustrados, muchos liberales
están privándose de los placeres de comprar nuevos carros: otro
gusto sacrificado en el altar del liberalismo.
Pero, a su vez, los liberales conscientes no pueden disfrutar de
sus automóviles, porque hay un calentamiento global sobre el que
hay que preocuparse y además está el peligro del consumismo
inducido por las corporaciones que, como todo el mundo sabe, son
las sirvientas del materialismo burgués. Y los carros de gran
potencia (¿cuántos liberales manejan Corvettes? ) son metáforas
(de la insensible política exterior norteamericana, el machismo
rampante, etc. )
Pero, también hay -había- toda esa belleza rústica sobre las que
se pavimentaron carreteras. Y esas gigantescas parcelas de
estacionamiento para las exuberantes mega iglesias suburbanas,
(Lo menos que se diga de eso, mejor). Y esos automóviles
desalientan el disfrute igualitario del los ómnibus y los
subways; y que, al facilitar la expansión suburbana, desconocen
"la víctima" de esa expansión -esa palabra tiene
que aparecer en los lamentos liberales, lamentarse es lo que
hacen los liberales - la enaltecedora experiencia comunitaria de
vivir en zonas de mucha densidad de población. Y los
automóviles, como si fuera poco ...En fin, no acabamos
nunca.......
¿Ven? El liberalismo es un credo complicado y exigente, por no
decir adusto y sermoneador. Y no conduce a la felicidad.
Tomado de Jewish World Review
Traducido por el Dr. Emilio Adolfo Rivero