Kimberley A. Strassel
Bjorn Lomborg es un politólogo práctico, pero el rubio y carismático
danés me ha dado una lección de historia. Desde su silla en las
oficinas de este periódico en Manhattan, me explica que hace
doscientos años la izquierda era un "movimiento increíblemente
racional." Creía en las "enciclopedias", en los datos concretos, y
en la idea de que el dominio de estos fundamentos ayudaría a "crear
una sociedad mejor." Desde entonces, los benefactores del mundo
sucumbieron al "romanticismo; se hicieron más soñadores." Según él,
esto constituye un problema. De aquí que la "izquierda que se
autocalifica de moderada" esté decidida a conseguir que todo el
mundo regrese al "racionalismo."
Bueno, si no todo el mundo, por lo menos aquéllos que en realidad
importan. En el universo de Lomborg éstos son los legisladores y
los funcionarios que tienen la misión de resolver los problemas
mundiales más apremiantes: el SIDA, la malaria, la malnutrición, el
agua contaminada y las barreras comerciales. Este danés, hasta hace
poco tiempo desconocido, se ha convertido en una celebridad
internacional. Se ha hecho famoso tratando de hacer entender a los
dirigentes que el mundo cuenta con recursos limitados para resolver
sus problemas, y que es necesario priorizarlos.
El establecimiento de prioridades, la rentabilidad y la eficiencia
son básicos en el pensamiento racional. (Me da la impresión de que
son básicos en la "economía de mercado", aunque Lomborg tratar de
evitar ese término.) Son también conceptos de los que apenas se
habla entre los gobiernos, las instituciones internacionales y los
grupos de ayuda que supervisan las buenas obras.
Lomborg organiza eventos en los que exhorta a los líderes a pensar
de manera distinta. Sin duda su misión es muy oportuna, en momentos
en que la ONU debate sobre la "reforma" y filántropos como Warren
Buffet donan miles de millones a fundaciones caritativas. Pero, me
pregunto, ¿puede realmente el mundo hacerse más racional? "No tiene
sentido limitarse a hablar de las grandes cosas que a uno le
gustaría realizar; tenemos que llegar a hacerlas", dice Lomborg.
Bjorn Lomborg irrumpió --no existe una palabra mejor- en la escena
mundial en el 2001 con la publicación de su libro The Skeptical
Environmentalist (El Ecologista Escéptico). Quien fuera un
entusiasta de Greenpeace, quería rebatir a los que afirmaban que el
medio ambiente estaba mejorando. No pudo hacerlo. Y es un mérito
suyo haberlo dicho en su libro, que se convirtió en una condenación
del pesimismo ecologista. Basado en una minuciosa investigación, el
libro aportó innumerables estadísticas -procedentes de fuentes
oficiales como la ONU- demostrando que no se avecinaba ningún
Apocalipsis del medio ambiente. "Nuestra historia muestra que
solucionamos más problemas que los que creamos", me dice. Los
grupos ambientalistas -cuyo financiamiento depende de asustar al
público-catalogaron de hereje a Lomborg por sus ideas, y han llegado
a odiarlo aún más (de ser esto posible) que al presidente Bush.
Sin embargo, la experiencia le dejó a Lomborg el gusto por desafiar
la sabiduría convencional. En el 2004 invitó a Copenhague a ocho de
los más importantes economistas del mundo, entre ellos a cuatro
premios Nobel, y les pidió que evaluaran los problemas mundiales,
que pensaran en los costos y en la eficiencia para solucionarlos y
que presentaran una lista priorizada de los que más fondos merecían.
Los famosos resultados (y hay que decir que Lomborg no se queda
atrás cuando de promover su propia persona y su libro se trata)
resultaron sensacionales. Aunque los economistas eran de diferentes
tendencias políticas, estuvieron de acuerdo en la mayoría de los
casos. Las cifras fueron muy persuasivas: un dólar gastado en
prevenir el SIDA daría como resultado 40 dólares de beneficios
sociales, por lo que los economistas pusieron este gasto a la cabeza
de la lista (seguido de la malnutrición, la libertad de comercio y
la malaria.) Por el contrario, un dólar invertido en reducir el
calentamiento global crearía sólo un bien de entre 2 y 25 centavos.
Por esta razón este proyecto fue a parar a la parte baja de la
lista.
"Si la mayoría de la gente tuviera que elegir entre estas
alternativas escogería el proyecto de 40 dólares de beneficios en
lugar de los restantes; esto es lo racional", dice Lomborg. "El
problema es que a la mayoría de la gente simplemente se le muestra
un menú de proyectos en el que no aparecen los precios. Lo que el
Consenso de Copenhague ha estado tratando de hacer es que el menú
tenga los precios. Y después le pide a la gente que escoja".
Claro que es más fácil decirlo que hacerlo. Como explica Lomborg,
"es correcto pedir a los economistas que prioricen, pero los
economistas no dirigen el mundo." (Esto me parece una lástima aunque
Lomborg, el "izquierdista moderado", no tarda en añadir "gracias a
Dios".) "Necesitamos atraer a los políticos, que son los que
enfrentan los problemas del mundo." Y es aquí donde radica el
problema. A los políticos no les gusta tener que elegir; no les
gusta recompensar a unos grupos y no a otros; no les gusta admitir
que no pueden hacerlo todo. No son seres racionales, son políticos.
Lomborg ha seguido trabajando. Hace unas semanas consiguió su primer
gran éxito en la reprogramación de los líderes mundiales. Su
organización, el Centro del Consenso de Copenhague, escenificó una
nueva versión del ejercicio en Georgetown. Estuvieron presentes ocho
embajadores en la ONU, incluido John Bolton. (China y la India
participaron, no así los europeos). Se les sometieron varios
proyectos globales. Expertos en cada uno de esos campos argumentaron
con pasión los méritos de cada uno de ellos. A continuación se les
preguntó a los dirigentes: ¿Si dispusieran de $50,000 millones
adicionales, cómo priorizarían sus gastos? Lomborg sonríe y dice
que, antes de la reunión, le dio la lista a los embajadores.
"Algunos de ellos la revisaron y dijeron: "Un momento, todos estos
proyectos son tan importantes que me gustaría darle el número 1 a
cada uno de ellos". No me quedó otro remedio que responderles, "Es
cierto, pero el objetivo de este ejercicio es hacer que ustedes no
hagan eso." Entonces pasaron a clasificar los proyectos. La lista
final se parecía mucho a la de los economistas, lo que quizás no
produjo sorpresa. En la parte superior estaban el mejoramiento de
los servicios médicos, la limpieza del agua, más escuelas y una
mejor nutrición. En la parte de abajo... el calentamiento global.
Pensando qué relación podía tener todo esto con Al Gore, le pregunté
a Lomborg si había visto la película del ex-vicepresidente, que
anuncia un Armagedón climatológico. No la ha visto. Dice que no lo
impresionaron los avances. "No creo que ayude a la discusión". No se
trata de que Lomborg no piense que el calentamiento global es un
problema. Cree que lo es. Pero se trata de los hechos. "El modo
propuesto para resolver este problema, o sea, reducir ahora
drásticamente las emisiones de carbono y solucionar un problema de
100 años en un lapso de 10, es una pésima idea. Se consigue muy
poco y se paga un precio muy alto. Tiene más sentido resolver el
problema de los 100 años en un lapso de 50, y solucionar los
problemas de 10 años, como el SIDA, en un lapso de 5 años. Esto sí
tiene sentido, y es la manera inteligente de gastar el dinero."
Quizás el mayor logro de Lomborg en el reciente evento del Consenso
de Copenhague fue llamar la atención de John Bolton, un enemigo de
la ineficiencia y el burocratismo de la ONU. "Llamé a la secretaria
de Bolton y conseguí que aceptara. Me dijo "Está bien, puede
reunirse con él durante una hora." "Lo necesitamos durante dos
días", le respondí. No pudo contenerse y me dijo: "Nunca va a
ocurrir". Pero ocurrió. Y Bolton se convirtió en un partidario muy
entusiasta de la idea. Lomborg y él anunciaron los resultados del
ejercicio y lamentaron que, con demasiada frecuencia, en la ONU
"todo fuera prioritario". Ya se está hablando de que la ONU
organizará un evento más amplio en el otoño.
Lomborg abriga la esperanza de que priorizar en la cima estimulará
la "competencia" en la base. "La mayoría de la gente trabaja en sus
propios círculos; la gente de la malaria habla con gente de la
malaria, y la de la malnutrición, con gente de la malnutrición. Pero
si entendieran que existen otros proyectos, que también tienen
precios, y que los que mejor funcionen serán los que obtengan
fondos, comenzaremos a tener Olimpiadas en las que compitan los
mejores proyectos. Y esto significa que aparecerán ideas más
inteligentes sobre cómo resolver los problemas". En realidad,
Lomborg quisiera que hubiera más personas como Al Gore. "Es bueno
que tengamos a alguien que dé clases de calentamiento global. Pero
también los necesitamos para el SIDA, para la malnutrición, para la
libertad de comercio, para el agua potable. Necesitamos gente que
recorra el mundo defendiendo sus proyectos. En ese caso, el
verdadero Al Gore se encontraría marginado. Ha estado argumentando a
favor de una cura que, además de ser la más cara, es la que menos
beneficios consigue".
Lomborg es lo suficientemente inteligente como para comprender que
lo que más molesta a los líderes políticos es que "sería como lanzar
una nave sin saber a dónde iría a parar." Un ejercicio del Consenso
de Copenhague para el Banco Interamericano de Desarrollo de América
Latina o para la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (Lomborg
está tratando de organizar ambos eventos) podría demostrar que los
dirigentes de estas organizaciones han estado tirando dinero a la
basura durante años. Los políticos saben que públicamente deben
decir que apoyan todas las causas y sugerir que existe una cantidad
infinita de dinero para financiar una cantidad infinita de buenas
causas. Saben que si tienen diez buenas causas lo más fácil es
entregar una décima parte de los fondos disponibles a cada una, de
manera que nadie se queje. Pero, en privado, también saben que no
cuentan con dinero suficiente para todas y que deben entregar la
mayor parte del dinero a uno o dos grupos capaces de producir los
mayores beneficios.
Por lo menos el Consenso de Copenhague podría hacer que a las
figuras públicas les resulte más difícil defender las malas
decisiones. "Si usted tiene una lista racional que le indica que lo
más beneficioso es la prevención del SIDA, entonces los que
favorecen ese proyecto habrán tenido argumentos un poco mejores y
los que están a favor del cambio climático habrán tenido argumentos
un poco peores". Y aunque es posible que esto no cambie el mundo,
podría ser un comienzo. "La idea del Consenso no es resolverlo todo
perfectamente", señala Lomborg, "Es sólo tratar de resolver algunas
cosas un poco mejor".