Comentando “El Poder y
los Idealistas: O la Pasión de Joschka Fischer y su Epílogo”
de Paul Berman
David Pryce-Jones
En nuestro tiempo, la
izquierda ha estado equivocada en casi todas las cosas
importantes, con la única excepción del nazismo. Estuvo
equivocada con Stalin, equivocada con Mao y con Castro,
equivocada en apoyar a Vietnam del Norte y a los sandinistas,
equivocada con Milosevic, equivocada, equivocada, siempre
equivocada. Y ahora la izquierda viene a decirnos que se debió
de haber permitido que Saddam Hussein permaneciera en el poder,
y que su derrocamiento fue peor que un error: fue un crimen. Su
entusiasmo por los dictadores es realmente extraordinario,
aunque sea totalmente ordinario.
¿Por qué la ideología de
la izquierda prefiere instintivamente el totalitarismo a la
libertad? ¿Por qué es habitualmente ciega la izquierda a las
verdaderas víctimas? Probablemente no haya una explicación
totalmente satisfactoria a estos enigmas políticos, pero Paul
Berman los explora con penetración y en una prosa enérgica,
sutil e inclusive humorística.
Superficialmente, Power
and the Idealists habla sobre el autor mismo: un hombre
inteligente y bien informado que se está distanciando de la
ideología izquierdista en la que se educó. En una ocasión, deja
caer, vivió en una comuna maoísta en París; investigó la
literatura de izquierda, y conoció y admiró a Edgard Said cuando
éste era el portaestandarte de la violencia palestina. Los
motines estudiantiles de 1968 en París fueron un momento
inolvidable para él y para muchos como él. ¡Al fin, la
Revolución!
De manera generosa, quizás
nostálgica, Berman supone que los jóvenes del 68 y sus amigos
estaban condicionados por el espectro del nazismo, que sus
padres habían sufrido, imaginándose a si mismos como potenciales
resistentes, nunca como colaboradores. En ausencia del nazismo,
algo tenía que sustituirlo como la Gran Amenaza: EEUU, Israel,
Occidente, el Capitalismo, la Democracia.
La revolución, por
consiguiente, estaba basada en un mito, no en la realidad así
que, naturalmente, las cosas no salieron como se suponía que
salieran. Delirio y manía están entre las palabras que Berman
vincula con los que acudieron al terror en la forma de la Banda
Baader-Meinhof, las Panteras Negrasy las Brigadas Rojas. La
mayoría de los jóvenes del 68 se conformó con la pose; estaba
dominada por la vanidad y la auto-indulgencia. Eran demasiado
ricos y demasiado privilegiados para su propio bien. Desde hace
tiempo, la mayoría de ellos ha subido al tope de su sociedad,
donde el poder y la influencia que tienen son irreconciliables
con sus antiguos ideales.
Berman se relacionó con
varios contemporáneos que ya eran conocidos en aquella época. Su
desarrollo en figuras públicas le permite analizar como se ha
desorientado la Izquierda. El principal de ellos y, en cierto
sentido, el villano del libro, es Joshcka Fisher, hasta hace
poco el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania. Un típico
joven del 68, empezó como un vulgar agitador comunista. En una
manifestación, una cámara lo captó atacando e hiriendo a un
policía. Si no fue un terrorista, fue un cómplice del terror.
Asistió a una conferencia de la OLP donde se aprobó por
unanimidad una moción que llamaba a la destrucción de Israel.
Según Berman, el secuestro de Entebbe conmovió a Fisher: le hizo
darse cuenta de que estaba apoyando el asesinato de judíos y,
por consiguiente, no luchando contra los nazis sino imitándolos.
El marxista se transformó rápidamente en un Verde, en un
parlamentario si no en un político como cualquier otro.
La crisis de los Balcanes
fue su primera gran prueba, y fue capaz de identificar
correctamente a las víctimas. En aras de terminar la limpieza
étnica que estaban haciendo los serbios, estuvo dispuesto a
ordenar que tropas alemanas penetraran en un territorio que
había sido invadido por Hitler. La estaba dando la espalda a un
anti-nazismo formal que, en realidad, no era anti-nazi. Ponerse
del lado de la OTAN, es decir, junto a Estados Unidos, era lo
humanitario.
Luego, en febrero del
2003, hubo una conferencia en Munich en la que Rumsfeld trató de
convencer a los líderes europeos de la necesidad de una guerra
contra Saddam Hussein. En esta nueva prueba, falló
miserablemente. Hablando en inglés y con falso dramatismo quiso
burlarse de Rumsfeld: “Excuse me, I am not convinced”. Era
irónico, por no decir cómico verlo usando un traje de tres
piezas y bien pelado. Pero no hay forma de comprender su actitud
sino como indiferencia ante la crueldad de Saddam Hussein
disfrazada de supuesta superioridad moral. Fue una reversión al
izquierdismo del 68. En fin de cuentas, demostró no ser un
resistente sino el colaboracionista de un dictador.
Daniel k.o.-Bendita,
íntimo amigo de Fisher y estrella de 1968, también se había
transformado de Rojo en Verde, en su caso convirtiéndose en
miembro del Parlamento Europeo y en un verdadero eco de todas
las modas ideológicas. Un colaborador todavía más apasionado, él
tampoco creía que EEUU pudiera ser otra cosa que imperialista y
malvado. Por consiguiente, los iraquíes tenían que sufrir a
Saddam Hussein sin protestar.
En contraste, otro joven
del 68, Bernarda Kouchner, defendió apasionadamente el
derrocamiento de Saddam y, en cierto sentido, es el héroe del
libro. Comunista en otra época, había sido influido por la
doctrina del Ché Guevara de que la revolución no tiene
fronteras. La experiencia en gran parte del Tercer Mundo le
enseñó que las víctimas tienen derechos y que la resistencia
significa estar dispuestos a defenderlos. Médico él mismo, fundó
Médicos sin Fronteras, una organización de contenido pacifista,
y ha llegado ser ministro del gobierno francés. Para él, quizás
el gobierno americano sea malo pero su intervención en Irak fue
absolutamente buena. Se han salvado vidas y se han evitado
víctimas.
Berman piensa que debiera
haber sido posible - en realidad obvio – llegar a un consenso
político de que el derrocamiento de Saddam Hussein estaba
justificado por simples razones humanitarias. La incapacidad de
los camaradas de Fisher y Cohn-Bendit de comprender esto ha
hecho mucho daño. Y aunque Saddam debe mucho al nazismo, ni
siquiera era necesario haberlo visto bajo esa luz. Debería haber
sido suficiente escuchar a los mismos iraquíes, a Kanan Makiya,
por ejemplo, que también empezó en la izquierda pero que rompió
con el movimiento cuando escribió libros que denunciaban el
terror totalitario de Saddam.
Inesperada y
conmovedoramente, Berman establece la comparación con un
conservador, el conocido periodista Michael Nelly. Convencido de
que los iraquíes merecían ser liberados de Saddam, cubrió la
guerra del 2003 y perdió la vida durante la misma. A los ojos de
Berman, Nelly brilla como un exponente de la hermandad humana
derivada de su fe religiosa. Y brilla también como un ejemplo a
seguir.
Pudiera decirse que
ninguno de estos personajes del 68 han sido realmente
importantes, que son intelectuales marginales, la basura del 68,
un episodio que, en si mismo, sólo resulta de interés para los
teóricos freudianos. No es así. En el restringido ámbito donde
los intelectuales marginales enseñan y predican, las ideas se
vuelven causas y así van ascendiendo hasta la política general
de la sociedad. Los izquierdistas que actualmente participan en
manifestaciones contra la guerra de Irak son incapaces de
liberarse de malas ideas absorbidas desde hace mucho tiempo. Es
por eso que siguen equivocándose. Hay que ofrecerles
resistencia, y Berman muestra que lo único que hace falta es un
espíritu abierto y humano.
Tomado de National Review
Traducido por AR