Progresismo: Inventor de pobreza y asesino de la libertad
JOSE
BRECHNER
“Soy progresista no izquierdista”, me dijo. Para mi sonó:
“Soy idiota no estúpida”. Después proseguiría: “Soy
socialdemócrata”, lo que confirmó que mis oídos gozan de
mayor agudeza que su cerebro. Progresismo y socialismo
nacieron del mismo óvulo. Su variante civilizada, la
socialdemocracia, que aprovecha del capitalismo para
proclamar sus beneficios, también conduce a la pobreza sino
al estancamiento económico y confunde los valores morales y
culturales.
El progresismo es
marxismo dosificado, administrado lentamente para que no se
sienta su brutalidad. En vez de acudir a la revolución
violenta y la lucha de clases para implantar un gobierno
centralista ultra poderoso, que controla todas las acciones
del individuo coartando su libertad. Aboga por el cambio
gradual, sin revolución, destruyendo de a poco la
constitución y los principios éticos de una nación hasta
convertirla en dictadura. La progresía cambió la palabra
“revolución” por “evolución”, para introducirse en el
sistema, usando y abusando de la democracia. El progresismo
surgió en Estados Unidos a comienzos del siglo XX con el
presidente demócrata Woodrow Wilson. Un racista que ordenó
la segregación de los negros en las Fuerzas Armadas.
Otro progresista de la época, George Bernard Shaw, propuso
la eliminación de quienes no generaban superávit
aplicándoles un gas letal. Shaw fue el precursor de las
cámaras de gas nazis. Según el escritor, cada cinco o seis
años había que hacer un cómputo de quiénes habían producido
más de lo que habían consumido. Esos merecían vivir. Los
demás debían ser aniquilados. El mismo concepto era
aplicable a los enfermos y minusválidos. Se denomina
eugenesia y formula que sólo deben tener derecho a la vida
los físicamente capacitados. La idea fue ampliada por Hitler
contra cualquiera que no fuese ario.
Hitler era progresista.
No se diferenciaba ideológicamente de Stalin o Mao y hablaba
del socialismo como su meta. El “Partido Nacional Socialista
Obrero Alemán” lo dice claramente, era “socialista y obrero”,
los ancestrales simbolismos izquierdistas. Los nazis
diferían de los socialistas tradicionales porque no eran
internacionalistas sino nacionalistas, y a Hitler no le
gustaba reconocer que su ideología derivaba de Karl Marx, un
judío renegado. Ser “nacional y alemán” no es idealismo, es
vanidad etnocentrista. Hitler fue tildado de derechista por
no permitir los sindicatos. ¿Pero qué sindicato existió
alguna vez bajo el reinado de Mao, Stalin o Castro?
La
razón de ser de la filosofía progresista es “la
redistribución de la riqueza”. Quitar a unos para satisfacer
a otros. Los nazis saquearon principalmente a los judíos.
Los progresistas no admiten límites legales ni
individualismo. Consideran que pueden exceder los preceptos
establecidos y los derechos naturales de las personas. Limitarán
qué debemos leer, ver o escuchar. Restringirán lo que
podemos divulgar o escribir. Establecerán si podemos creer
en Dios, la astrología o ninguno. Hasta nos ordenarán qué
vestirnos, tal como hizo Mao. Los progres consideran a los
demás incapaces de gobernar su propia vida. Sin embargo
sostienen que el hombre es perfectible. No por introspección,
empatía con el prójimo o elevación espiritual, sino por
imposición. Según ellos, el estado puede crear individuos
superiores si son obedientes. En eso también concordaban
Marx, Hitler, Stalin y Mao.
Decirse progresista
suena bien, armoniza con progreso, mientras que calificarse
de marxista es demodé. El actual totalitarismo cibernético
no es publicitado por un obrero de overol con un martillo en
la mano, sino por un ejecutivo vestido de Armani conduciendo
un BMW, o una modelo con la imagen del Che Guevara en la
bombacha. Tanto el trabajador, el yuppie, como la modelo
tienen algo en común: el materialismo es su Dios.
El progresismo es
socialismo conservador, también llamado comunismo. En
América Latina lo rebautizaron “Socialismo del Siglo XXI”.
Es la forma más abusiva de gobierno que ideó el demonio
humano porque casi siempre degenera en totalitarismo. Si no
te fuerzan a cumplir con sus normas, con el tiempo y sin que
lo notes, igual te encontrarás restringido en tus opciones
hacia la vida porque el estado lo es todo.
Para acabar con la
progresía, antes de que ella lo haga con nosotros, hay que
luchar por la libertad individual; por la propiedad privada;
por la justicia; por la libre empresa y la no injerencia del
estado en los asuntos y negocios de las personas. Los
gobernantes deben someterse y rendirle cuentas al ciudadano.
Hay que reducir la estructura estatal;
trabajar por
leyes ecuánimes; la eliminación de los aranceles; la
disminución de los impuestos; hay que exigir seguridad
jurídica y física; no hay que permitir subsidios de ninguna
clase; y no hay que dejar que se cambien las leyes a
conveniencia de los gobernantes.
Para quienes están
aturdidos en la nebulosa ideológica, la respuesta es simple.
Lo opuesto al progresismo es el capitalismo y la libertad,
representado apropiadamente por el movimiento libertario.
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