Mary Anastasia O'Grady
"La forma de aplastar la burguesía es moliéndola entre las piedras de los impuestos y la inflación."
-- Vladimir Lenin .
El historiador y autor mexicano Enrique Krauze ha escrito que cree que "el último marxista de la historia morirá en una universidad latinoamericana". Krauze parece tener razón, al menos en lo que se refiere a la geografía.
Una gran parte del mundo ha tirado el comunismo al basurero de la historia pero, como demuestran los sucesos de la semana pasada, América Latina no lo ha hecho. Este mes, el Presidente Hugo Chávez tomó control, oficialmente, del Banco Central de Venezuela y se declaró a si mismo como comunista. Después viajó a Ecuador para asistir a la ceremonia inaugural de Rafael Correa no perdió tiempo en emular a su mentor.
El Sr. Correa, que fue ministro de finanzas de Ecuador en 2005, era bien conocido como extremista anti-norteamericano y anti-mercado en las primeras etapas de su campaña presidencial, y opinaba que "la dolarización fue el error económico más grande cometido nunca por Ecuador". Pero cuando falló en ganar la primera vuelta de la votación en octubre, se vio forzado a adoptar un tono más mesurado y renunció a su compromiso de terminar la dolarización.
El problema para los ecuatorianos es que, independientemente del ropaje, su nuevo presidente no han cambiado. En su primera semana de trabajo, ya ha demostrado un profundo conocimiento de la aseveración de Lenin de que el poder sobre el mercado monetario es esencial para la revolución. A ese fin, ha comenzado un esfuerzo para destruir la dolarización de Ecuador. A partir de ahí, los impuestos y la inflación harán gran parte del trabajo.
En su inauguración del pasado lunes, el Sr. Correa orquestó un verdadero espectáculo. Lo más extraordinario fue su admisión, nada sutil, de que Chávez será el poder tras el trono ecuatoriano. La mayoría de los países latinoamericanos cuidan de su independencia como cuestión de orgullo nacional. Pero Correa pareció bastante feliz en dejar que el mundo supiera que él ubicaría la soberanía ecuatoriana en Venezuela.
El nuevo presidente declaró que Ecuador está "dejando atrás la noche del neoliberalismo" y que el nuevo gobierno "Bolivariano" adoptaría el "socialismo del siglo 21". Denunció la competencia y en su lugar llamó a la cooperación. Levantó una espada que Chávez le había dado como regalo y exclamó "¡Cuidado, cuidado, la espada de Bolívar está pasando a través de América Latina", en referencia al programa de Chávez que llama a la integración suramericana bajo la hegemonía del mayor productor de energía del continente. El presidente de Venezuela estaba detrás del nuevo presidente, con ojos avizores, aplaudiendo estrepitosamente la representación. El iraní Mahmoud Ahmadinejad era también huésped de honor, sentado junto al presidente de Bolivia, Evo Morales.
La inestabilidad política de Ecuador es legendaria, y Correa es el octavo presidente en 10 años. Tendrá que moverse con rapidez en su meta de consolidar el poder y, a fin de evitar la suerte de sus predecesores, también tendrá que moverse con cuidado.
Reescribir la
constitución es tan central en su programa que en el día
de la inauguración decretó, para marzo 18, un referendo
nacional sobre ese asunto. El único problema es que
Correa no tiene el poder para convocar un referendo
constitucional. Los cambios a la constitución
corresponden al congreso. Dado que el partido de Correa
no tiene miembros en los 100 componentes de la Cámara, y
que su coalición es tambaleante, no está enteramente
claro que él sea capaz de lograr los cambios
constitucionales que desea. Su revolución socialista por
medio de un golpe constitucional podría tener que
demorarse.
Aun así, no le faltan opciones para su aspiración
autoritaria. El puede respaldarse con las ruedas de
molino de Lenin, con sólo resucitar una moneda local.
Esto explica que esté en marcha su asalto a la
dolarización.
La adopción del dólar como moneda nacional, hace siete años, ha sido extremadamente popular entre los ecuatorianos de todas las clases sociales. Una larga historia de repetidos asaltos de hiperinflación, que destruyó tanto salarios como ahorros, ha terminado finalmente, siendo reemplazada por un nuevo sentido de estabilidad. Correa sabe bien que no puede despojar a los ecuatorianos de esa específica ganancia económica sin afrontar el tipo de rebelión que derribó a gobiernos anteriores. Pero el control que ansía no lo logrará mientras reine el dólar.
Para anular la dolarización e introducir una moneda de hecho, Correa tendrá que socavar la economía del dólar. Un paso en ese proceso es ahogar el comercio con Estados Unidos, el mayor socio comercial de su país. Ya se ha comprometido a que, bajo su guía, Ecuador se alejará de la liberalización del comercio con los gringos, y echará su suerte con la alternativa bolivariana de Chávez a la asociación comercial con América del Norte.
El proteccionismo ayudará a debilitar la economía del dólar pero no será suficiente para provocar una crisis. Una reestructuración forzada de la deuda externa del país, por $10.3 millardos, proveerá ayuda adicional en dañar la credibilidad crediticia del país y desalentar nuevas inversiones, particularmente porque es bien conocido que el servicio de la deuda exterior de Ecuador, como porcentaje de su producto doméstico bruto, es más bajo que el de Colombia o Brasil. Los acreedores entienden que pagar lo que se debe es cuestión de voluntad. Sin embargo, el Ministro de Finanzas de
Correa, Ricardo Patiño, propuso la semana pasada un corte de 60% de la deuda de su país, e invitó a Quito, como sus consejeros, a un grupo de funcionarios argentinos, conocidos como los incumplidores de deudas más experimentados del mundo.
Se argüirá que los
"ahorros" en el pago de la deuda serán usados para
ayudar a los pobres. Esto elevará el atractivo populista
de Correa, pero los políticos nunca tienen ingresos
suficientes para alcanzar sus fines. Baja tasa de
crecimiento y precios decepcionantes del petróleo
exacerbarán la falta de ingresos. En una crisis fiscal
es fácil imaginar a un gobierno como el de Correa
emitiendo directivas o una nueva moneda paralelas al
dólar.
El nuevo presidente parece preparado para ese resultado.
En el pasado ha clamado por una moneda local y ahora ha
anunciado que terminará con la autonomía de Banco
Central. Una vez que se sequen las inversiones y el
comercio, y las arcas públicas se agoten ante el pozo
sin fondo de la corrupción y los gastos sociales, la
dolarización servirá de chivo expiatorio.
Correa podrá entonces imprimir su propia moneda y hacer que Lenin se
sienta orgulloso.