En defensa del neoliberalismo |
Durante mucho tiempo esto resultaba tan obvio que ninguna persona seria lo ponía en duda. Pero un par de estudios durante la década de los noventa afirmaron no haber encontrado prueba alguna de que la pérdida de empleos estuviera asociada a los aumentos del salario mínimo. Sin embargo, la economía clásica enseña que para cada empleo existe un precio de mercado que equipara la oferta y la demanda, es decir, el precio según el cual alguien desea hacer algo y alguien está dispuesto a pagarle para que lo haga. Si uno eleva el mínimo legal por encima de ese precio, habrá más gente dispuesta a realizar el trabajo, pero lo más probable es que sean menos las personas (los empleado res) dispuestos a pagar el nuevo precio, más alto, para que el trabajo se realice. Para tener una idea de cómo funciona esto, piense en el empacador del supermercado, un servicio clásico de bajo salario. Los supermercados contratan a los empacadores por el salario mínimo, o por un salario cercano a éste, porque se trata de un servicio adicional que hace que los clientes se sientan mejor, contribuye a que las colas disminuyan y es posible que permita contratar menos cajeros, cuyos salarios son mayores que los de los empacadores. Ahora bien, ¿que ocurriría si se aprobase una ley que estipula pagar $10 la hora a todo trabajador, incluidos los empacadores de los supermercados? Lo más probable es que el supermercado contrate menos empacadores, o reduzca sus horas de trabajo. A lo mejor decide que sólo los necesitan en el horario de 4 p.m. a 7 p.m. Si el salario mínimo se eleva hasta $20 la hora, los clientes mismos tendrían que empacar sus compras. Esto es tan evidente que a los defensores de un salario mínimo que nunca deja de elevarse les ha costado tiempo crear una teoría adecuada que lo oculte. La mayoría de los trabajos no tienen que empaquetar víveres. Pero la mayoría de ellos no pagan el salario mínimo. El Buró de Estadísticas Laborales señala que los que trabajan por un salario mínimo constituyen el 2% de la fuerza laboral. La mayoría de ellos tienen menos de 25 años y son solteros. Además, la fuerza de trabajo en los empleos de salario mínimo tiende a ser más inestable. La teoría que proponen los que abogan por un salario mínimo más alto es la siguiente: el mercado de los empleos de salario mínimo no es ni eficiente ni justo. Los trabajadores carecen de información adecuada sobre las alternativas existentes, mientras que los empleadores imponen un salario artificialmente bajo a los desfavorecidos, quienes, como resultado de ello, no trabajan con mucho ahínco y tienden a cambiar de trabajo con una frecuencia mayor con la que lo harían si se les pagara de una manera más “justa”. El aumento del salario mínimo eleva la productividad y reduce la inestabilidad de la fuerza laboral (debido a que los trabajadores están más satisfechos), lo que rebaja el costo real del trabajo as í como los costos que ocasiona la búsqueda y entrenamiento constante de nuevos trabajadores (costos estos que el empleador pagaba sin darse cuenta de ello, ya que desconocía el precio “correcto” que debía pagar a sus trabajadores). Todos se benefician y nadie sufre.
Los problemas que afectan este idilio no difieren de los que enfrentan todos los intentos por remplazar los precios que el mercado determina por los planificados. Incluso si es cierto que algunos trabajadores perciben un salario inferior al que debían, y probablemente lo es (nunca nos hemos tropezado con algún periodista que crea que los desdichados que se manchan de tinta, como clase, ganan más que lo que debían), queda el problema de establecer cuál es el salario correcto. ¿Cabe suponer que Nancy Pelosi lo sabe mejor que cualquier gerente de un supermercado? En cuanto al empleador que supuestamente se daña a sí mismo y daña su negocio al despedir a trabajadores mal pagados, ¿quién es capaz de afirmar que no sabe lo que está haciendo? Quizás los años de experiencia le enseñaron que los empacadores de víveres abandonan su empleo después de seis meses, independientemente de lo que se les pague (dentro de límites razonables). En todo caso, dudamos que la señora Pelosi pierda el sueño por el hecho de que los capitalistas no entienden su propio mercado laboral. La lógica que se encuentra detrás de la elevación del salario mínimo lleva implícita la idea de que si apretamos un poco a los empleadores éstos ni siquiera se darán cuenta. Otro argumento, explícito éste, es que se eliminan empleos, pero los aumentos salariales compensan la reducción del número de empleos. Pero esto sólo es cierto si el empleo que se elimina no es el de uno. Si usted es un joven negro, su situación será ligeramente mejor que la de la población general a la que se le pagará el salario mínimo, pero sus posibilidades de encontrar algún trabajo serán diez veces menores. Y si usted está desempleado, lo más probable es que el incremento del salario mínimo, en vez de ayudarlo a encontrar un empleo, s e lo hará más difícil. Bienvenida sea la idea del progreso de la señora Pelosi. _____
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