En defensa del neoliberalismo
 


LAS RUINAS INVISIBLES DE UNA SOCIEDAD:
Destrucci
ón y Evolución del Capital Social en Cuba

 

 

Jorge A. Sanguinetty
DevTech Systems, Inc.

Es un error suponer que la revolución cubana se hizo para desarrollar la economía del país y elevar el nivel de vida de sus ciudadanos. También es un error concluir que todos los problemas económicos de la isla sólo pueden explicarse como fracasos o errores del gobierno. Es igualmente erróneo evaluar la evolución de la economía cubana en los últimos cuarenta y seis años con los mismos instrumentos analíticos y la misma metodología que se aplica a otros países. En este ensayo, adoptamos la hipótesis de trabajo de que el proceso político que comienza en 1959 y que todavía perdura tenía como primera prioridad transformar al país de manera tal que sirviera para maximizar la influencia de Fidel Castro como líder mundial y su poder sobre los cubanos. Así, la economía, las instituciones del estado y la sociedad en su conjunto sufrieron unas transformaciones radicales y profundas gracias al enorme poder del movimiento revolucionario, al apoyo de las masas que siguieron ciegamente a un líder mesiánico y a las debilidades colectivas de las elites de la república. Estas últimas no pudieron ni supieron cómo impedir la avalancha de cambios que se les venía encima y la concomitante pérdida de todos sus poderes políticos y económicos.

Una característica esencial de este proceso es la adaptación deliberada, forzosa, indiscriminada y brutal de la economía cubana a los objetivos políticos-internacionales no declarados del gobierno. Dicha adaptación comienza con la expropiación y estatización masiva de las empresas extranjeras y nacionales de todo tamaño existentes en Cuba. Ese proceso se consolida con la creación y el desarrollo de un aparato administrativo que a guisa de planificación central tenía como verdadero objetivo el control de los recursos materiales y humanos del país para ponerlos a disposición de los objetivos políticos. Estos últimos eran de dos tipos: a) el control de la población para reprimir toda actividad opositora y permitir la perpetuidad del equipo gobernante y b) la movilización de recursos que serviría para apoyar a los ejércitos y a los movimientos subversivos que jugarían un papel significativo en tierras extranjeras.

Como resultado de este proceso, la economía cubana sufre una transformación que no se puede catalogar de desarrollo bajo concepto alguno, sino más bien de demolición y desmantelamiento. De esta manera se genera un déficit entre oferta y demanda agregadas en presencia de precios fijos por debajo de sus posiciones de equilibrio, lo que hace que desde los primeros momentos el país dependa de grandes volúmenes de subsidios provenientes de la Unión Soviética hasta la desaparición inesperada de la misma en 1991. El proceso se puede caracterizar como una devastación paulatina llevada a cabo por dos tipos de acciones: a) la eliminación o reducción drástica de sectores o actividades económicas, especialmente en el comercio, los servicios y las finanzas y b) la carencia de recursos (materiales y humanos) para el mantenimiento corriente de las instalaciones y equipos existentes, y de recursos para inversiones de reposición y de ampliación de nuevas capacidades productivas.

Aunque la falta de datos estadísticos no permite demostrarlo rigurosamente, hay fuertes indicaciones de que ese proceso provocó una descapitalización física crónica desde el comienzo del gobierno que se inaugura en 1959 y que continúa hasta el presente. La manifestación más directamente visible de la descapitalización se encuentra en el marcado deterioro del acervo de viviendas del país. Las abundantes muestras fotográficas que al azar se toman de muchas edificaciones en casi cualquier parte del territorio nacional indican claramente un profundo decaimiento físico, resultado de la falta absoluta y crónica de materiales básicos para su mantenimiento. Esto ha causado que muchas edificaciones se hayan derrumbado dejando sus ruinas como evidencia de lo que fueron tiempos mejores. Paralelamente, las viviendas existentes se han ido subdividiendo para dar apretada cabida a las nuevas familias que resultan del crecimiento vegetativo de la población. Mientras tanto, no hay indicaciones de que la construcción de nuevas viviendas alcance a reemplazar la parte del inventario que se ha ido perdiendo.

Junto al deterioro de las viviendas, Cuba ha sufrido y continúa sufriendo procesos similares de descapitalización en otras áreas de la economía. En materia de otros bienes inmuebles se puede citar el desgaste de todo el sistema de generación y distribución de electricidad, el sistema telefónico, una parte de la infraestructura vial, los sistemas de suministro de agua, las obras portuarias, los centrales azucareros, la red de comercio mayoritario y al detalle, casi todos los centros de entretenimiento destinados al uso doméstico y muchos centros educativos, de servicios de salud, culturales y religiosos. A estas instalaciones, muchas de ellas en ruinas, hay que sumarle el deterioro o demolición de plantaciones agrícolas permanentes, especialmente las de caña y las de frutales, y la dramática reducción del número de cabezas de ganado en todo el país. Otros deterioros físicos visibles se notan fácilmente en el parque automotriz de todo tipo, desde automóviles hasta medios de transporte colectivo urbano e interurbano. Al mismo tiempo, es sabido que los cubanos han ido sufriendo el desgaste de sus minúsculas existencias de bienes de uso duradero como son muebles, aparatos electrodomésticos y otros utensilios del hogar. Una prueba de esto es el anuncio hecho por Fidel Castro en su discurso de conmemoración del 26 de julio en 2005 sobre la decisión del gobierno de importar más de cinco millones de juntas de puertas de refrigeradores domésticos, más varios millones de ollas de presión y arroceras.

Este inmenso proceso de producción de ruinas ha sido parcialmente compensado con algunas nuevas inversiones y-o reparaciones destinadas al turismo internacional, como son los hoteles nuevos o a inversiones extranjeras como las efectuadas en la minería del níquel y en la prospección geofísica. No obstante, el volumen de este último grupo de nuevas instalaciones no parece ser más que una pequeña fracción de la descapitalización agregada descrita en los dos párrafos anteriores. Excluimos de este conteo todo lo que pueda representar construcciones y equipo militar por no ser parte del capital físico (productivo) de la nación o de las propiedades personales de los ciudadanos.

El acervo material de una nación, junto al conjunto de activos financieros netos en posesión del estado y de los ciudadanos (ambos desconocidos), es una medida de la riqueza que se consiguió acumular durante muchos años. Su destrucción o reducción física, por guerras, catástrofes naturales o fenómenos político-sociales representa una gran pérdida para el país en su conjunto y para todos sus ciudadanos que ahora parecen ser más pobres de lo que fueron hace muchas décadas. Es difícil exagerar la magnitud de tal pérdida pero es fácil suponer que la misma ha significado un severo empobrecimiento de los cubanos que posiblemente ha reducido el nivel de vida promedio al existente muchos años antes de 1959. La recuperación de los niveles de riqueza material acumulada, cuando pueda lograrse, llevará muchos años de trabajo intenso y sistemático.

Del mismo modo, el país ha perdido una porción desconocida pero presumiblemente significativa de la parte de su riqueza representada por el capital humano, debido al éxodo masivo de ciudadanos ocurrido durante los años siguientes a 1959. No obstante, una cierta proporción de esas pérdidas logra reponerse mediante la educación en algunas áreas del conocimiento, aunque no así en las formas empresariales y administrativas del capital humano. Aunque todavía hay pocos datos, ningún análisis riguroso puede ignorar la pérdida de un volumen desconocido pero no necesariamente despreciable de capital humano, especialmente en forma de líderes jóvenes, que son eliminados físicamente bien por medio de penas de muerte o por pérdida de libertad.

Al inventariar la riqueza de una sociedad o más específicamente de una economía, sin embargo, también hay que incluir algunos componentes o bienes menos tangibles del acervo total de riqueza, pero de gran valor para sus miembros.  De esta manera pueden listarse componentes como las relaciones diversas entre los ciudadanos, la memoria institucional y productiva del país, las instituciones que participan en la producción de ciertos bienes públicos, el conjunto de tradiciones, el agregado de preferencias de los consumidores, la gastronomía, etc. El objetivo de este trabajo es destacar, entre las diversas formas de riqueza, una a la que se le ha ido dando una importancia creciente para que la economía de una sociedad pueda funcionar con un cierto grado de eficiencia. Esta forma de riqueza comienza a ser conocida actualmente como el capital social de una economía.

II.

Muchos años antes de que se acuñara y se hiciera frecuente el uso del concepto de capital social, la importancia de las asociaciones entre los diversos agentes de cualquier sociedad fue reconocida por muchos autores. Por ejemplo, en el Siglo XIX ya Toqueville (edición de 1969) observó la relación entre la vitalidad de la sociedad estadounidense y su capacidad para formar asociaciones de todo tipo. En el otro extremo tenemos la investigación de Banfield (1958) enfocada en el pueblo de Montegrano en el Mediodía italiano y en la cual el autor concluye que “la incapacidad [de los montegranenses] de crear y mantener organizaciones es claramente de la mayor importancia en retardar el desarrollo económico de la región.”

Aunque como afirma Sobel (2002), el concepto de capital social no es nuevo, no es hasta en los últimos años cuando ha cobrado una gran importancia y una atención creciente por parte de los sociólogos y de los economistas. Este auge se debe en gran medida al trabajo del sociólogo James S. Coleman (2000) que lo contribuye en un famoso artículo del American Journal of Sociolgy 94 (Suplemento) en 1988, donde lo define como:

“no una simple entidad sino una variedad de entidades, con dos elementos en común: todas ellas consisten de algunos aspectos de las estructuras sociales y facilitan ciertas acciones de los actores—tanto actores personales como corporativos—dentro de la estructura.”

Coleman no ofrece una definición rigurosa de capital social, sino que va presentando diversos ejemplos de relaciones entre miembros de distintas sociedades y va paulatinamente introduciendo la noción de que el concepto consiste de una serie de formas que sirven de aglutinante o elemento de cohesión de las relaciones entre los miembros de una sociedad.

Por otra parte, Putnam (2000) aplica el concepto de capital social a la evolución de las relaciones entre los norteamericanos a lo largo del Siglo XX partiendo de la definición ofrecida por L. J. Hanifan en 1916 para explicar la importancia de la participación de las comunidades en el éxito de las escuelas. Según Putnam (op. cit., pag. 19), Hanifan se refiere al capital social como:

“esas sustancias tangibles [que] cuentan para casi todos en las vidas cotidianas de las personas: lo que denominamos buena voluntad, fraternidad, empatía e intercambio social entre los individuos y las familias que componen una unidad social…”

Tanto para Putnam como para Hanifan el capital social consiste de las redes o contactos que se forman entre las personas o entre los grupos de personas y sin las cuales las sociedades no podrían organizarse ni funcionar.

A pesar de que Arrow (2000) objeta el uso del término “capital social” y recomienda que se abandone y sea reemplazado por otro, reconoce que la formación de redes y otras conecciones sociales pueden surgir por razones económicas. Desde mucho antes, Arrow (1974) ya reconocía la importancia de la confianza interpersonal en el desarrollo económico de las sociedades, en lo que parecía una referencia al trabajo de Banfield citado arriba. Al mismo tiempo que reconoce el debate sobre el papel del elemento confianza como componente del capital social en la promoción del progreso económico, Arrow advierte que las interacciones sociales pueden tener aspectos positivos tanto como negativos en las sociedades. Las manifestaciones de los aspectos negativos del capital social son muchas, por ejemplo, las redes necesarias para el crimen organizado, las acciones terroristas y la corrupción, entre otras. Estas observaciones ponen de manifiesto la complejidad de los fenómenos que se incluyen en el concepto de capital social e independientemente de la validez de las críticas al uso actual del término capital, aquí seguiremos utilizándolo por razones meramente prácticas.

Lo mismo puede decirse del trabajo de Solow (2000) quien es igualmente crítico del concepto de capital social y de la manera en que se usa, aunque señala que su crítica no significa que no reconozca la importancia de las ideas subyacentes o su pertinencia para el comportamiento económico. Su objeción más enfática es sobre el uso del concepto de capital aplicado al capital social, señalando que no representa una entidad susceptible de acumulación en forma de acervo o inventario.

Stiglitz (2000) reconoce la utilidad del concepto en el estudio de la forma en que se organizan las sociedades y su interacción con el desarrollo de las economías. Identifica cuatro aspectos distintos del concepto de capital social. El primer aspecto es el conocimiento existente, lo que él llama el aglutinante social que produce cohesión entre los elementos que componen una sociedad pero que también representan “el conjunto de aptitudes y predisposiciones cognoscitivas de sus miembros”. Esta primera concepción ofrecida por Stiglitz puede ser rebatida como siendo más bien un agregado del capital humano existente en un momento dado en una sociedad y no será utilizada en este trabajo. La segunda concepción de Stiglitz es congruente con las definiciones predominantes de otros autores y consiste en la “colección de redes, lo que los sociólogos solían llamar ‘grupos sociales’ dentro de los cuales uno es socializado o aspira a ser socializado”. El tercer aspecto es también congruente con el de otros autores y consiste en la agregación de reputaciones, concepto que equivale al de agregación de la confianza inter-ciudadana. Finalmente, Stiglitz incluye lo que él denomina “capital organizativo” en el de capital social, “que los gerentes (managers) han desarrollado por medio de sus estilos de administración, incentivos y comandos, prácticas laborales, decisiones de contratación de personal, sistemas de resolución de disputas, estilos de mercadeo,” y otras prácticas gerenciales. De hecho Stiglitz introduce, aunque no categóricamente, el concepto o la naturaleza de bien público en el concepto de capital social, lo cual es útil para este trabajo.

Una de las formas en que se nos presenta el capital social es en la confianza interpersonal y en este aspecto quizás la definición más rigurosa la ofrecen Bacharach y Gambetta (2001) partiendo de que una persona “confía en que alguien hará X” si actúa bajo la expectativa de que hará X. Bacharach y Gambetta reconocen la confianza interpersonal sólo como una forma en que se presenta el capital social y desarrollan esta visión del concepto describiendo la interacción como un juego estratégico no-cooperativo que permite el análisis de interacciones sucesivas aplicando el Dilema del Prisionero.

Fukuyama (1995) también concentra su definición de capital social en la confianza y la relaciona con la capacidad de diversas sociedades de desarrollarse económicamente. Seligman (1997) define más rigurosamente la confianza en función del cumplimiento de expectativas y “de las varias formas de control social y mecanismos de sanciones que aseguran tal comportamiento”.

Por otro lado Rose (2000) ofrece una definición basada en “el acervo de las redes sociales formales e informales que los individuos usan para producir y asignar bienes y servicios”. O sea, Rose incluye la noción de la existencia misma de las redes sociales como capital social donde la variable confianza interpersonal puede estar incluida. La existencia de las redes de relaciones es el capital social para Rose, sobre cuyo trabajo volveremos más tarde pues lo aplica a Rusia, haciéndolo especialmente pertinente a esta indagación. Pero lo que es de particular interés en el estudio de Rose es su diferenciación entre las redes oficiales y las no-oficiales o privadas y cómo estas últimas sobrevivieron la desaparición de la Unión Soviética. Nótese que esta concepción es congruente con la noción propuesta por Arrow sobre los aspectos positivos y negativos del capital social. Nótese además que tanto las redes formales como las informales pueden ser de ambos signos. Por ejemplo, la existencia de las redes que sostienen los sectores protegidos legalmente de la competencia de los mercados libres pueden ser consideradas negativas, mientras que las redes informales que se desarrollan entre los miembros de una sociedad totalitaria para su propia supervivencia pueden ser consideradas positivas.[1]

Es importante señalar que el concepto de capital social incluye la capacidad de organización o asociación de diversos grupos humanos y no necesariamente en la organización per se. En su trabajo sobre la lógica de la acción colectiva, Olson (1965) se basa en el más estricto racionalismo del comportamiento humano, dando por sentado otras variables culturales que afectan las formas de organización humana en diversas sociedades. Toqueville (op. cit.) había señalado que los ciudadanos de Estados Unidos tienen una capacidad extraordinaria para organizarse en diversas formas de asociaciones lo cual puede considerarse como el resultado de las capacidades subyacentes en los miembros de la sociedad, entre las cuales puede incluirse la confianza interpersonal.

Al pasar a discutir lo que ha sucedido con el capital social en Cuba desde 1959 y a manera de recapitulación utilizaremos un concepto amplio de capital social que aunque se basa principalmente en la confianza interpersonal, contiene otros elementos que se han identificado como faltantes en el estudio de Montegrano y que tiene que ver con la capacidad cognoscitiva de las personas de identificar las ventajas del intercambio o de la asociación, la capacidad de enfrentar una cierta cantidad de incertidumbre o riesgo en el trato con otras personas y la capacidad, cognoscitiva también, de que los miembros de un grupo sepan comunicarse con un cierto nivel de eficiencia y de llegar a acuerdos. También incluiremos en nuestro agregado de capital social el conocimiento o la cantidad de información que cada persona tiene sobre otras lo cual le permite a cada cual evaluar las posibilidades y las ventajas y desventajas de diversos tipos de asociación. Una forma en que esta información se puede observar directamente observable y hasta medirse es en los directorios personales, telefónico y de otros tipos, que los miembros de una sociedad desarrollan con el tiempo.

III.

Como lo hemos definido arriba, el capital social es un elemento aglutinante que une los diversos componentes de la estructura de las sociedades y que determina un cierto grado de estabilidad en ellas.[2] Se puede afirmar que los diversos aspectos o componentes del capital social funcionan de manera análoga a las cuatro fuerzas que sostienen la estructura atómica de la materia y que son los que le permiten a una sociedad auto-organizarse y evolucionar hacia formas más complejas de desarrollo e institucionalización.  Estas consideraciones traen a colación la nomenclatura y los conceptos de autores como Markose (2005) y otros que estudian lo que se denominan los Sistemas Adaptables Complejos (SACs), entre los que se destacan tres exponentes naturales y productores de cambios, a saber, la biología evolutiva, los sistemas inmunológicos y las economías capitalistas cuyo crecimiento y desarrollo estructural se basa en innovaciones constantes de todo tipo. El desarrollo y crecimiento del capital social es una de las formas en que evoluciona y aumenta la complejidad de una sociedad, pero la misma lo hace en relación directa, pero no única o exclusiva, a los grados de libertad de que gozan sus ciudadanos. En otras palabras, cuando vemos las diversas formas en que se nos presenta el capital social, observamos que es el resultado de acciones individuales tomadas en función de los grados de libertad individual existente, entre otras variables.[3]

El movimiento político que comienza en 1959 en Cuba no tuvo una oposición que pudiera detenerlo, desviarlo o al menos retardarlo. Esa falta de oposición se debió primeramente a la incapacidad de la sociedad cubana de organizarse para defender los diversos intereses individuales de sus miembros (propiedad privada, libertades civiles, etc.). Por esto, es posible postular que el nivel de capital social existente en Cuba en 1959 era bajo.[4] Sobre este punto vale la pena señalar que el proceso revolucionario consistía de una forma de organización simple, sumamente centralizada, con un agente decisorio único e indiscutible (o sea, no existía el grado de complejidad inherente a la existencia de varios agentes decisorios). Tenía como prioridad lexicográfica número uno la dominación total de la organización social existente y usarla para maximizar la influencia internacional del líder máximo.[5] La llamada revolución era esencialmente un proceso reductor de la complejidad recibida del sistema atacado, para neutralizar o eliminar todos sus mecanismos de defensa, estrategia que consistió en la destrucción sistemática del capital social del país.

Las primeras pérdidas del capital social en Cuba tuvieron su origen en el éxodo de cubanos y otros ciudadanos que llevaron consigo el conocimiento de las capacidades de otros ciudadanos y las relaciones de las cuales todos formaban parte. Cada persona es en realidad un nudo o nódulo del cual parten muchas relaciones y conocimiento sobre otras personas, instituciones y organizaciones. Cuando el propietario o administrador de una empresa partía hacia el extranjero, se quebraba y desaparecía para el país el sector de red correspondiente de vínculos económicos y sociales del cual él era un nudo. Toda una red de relaciones desaparecía en un plazo muy breve afectando el modus operandi de la empresa, especialmente cuando el dueño o administrador era reemplazado por un aparatchik político cuya función principal era mantener el establecimiento operando de alguna manera para no provocar el desempleo. Al ser estatizada, la empresa perdía relaciones de diversos tipos en muchas direcciones que generalmente la nueva administración no mantenía ni podía mantener aunque quisiera. Entre las primeras clases de relaciones estaban las que se habían desarrollado con los muchos abastecedores de materiales, equipos, energía, servicios, financiamiento, etc. Igualmente la estatización haría desaparecer las relaciones de la empresa con el mercado laboral pues la movilidad del factor trabajo ya no dependería de la libre contratación entre empleadores y empleados. Parte del intento de establecer un sistema de planificación central que ya comienza a tomar forma en 1961 (1962 se declaró oficialmente “Año de la Planificación”), era crear una red de relaciones  centralizada: cada empresa o centro de trabajo (unidades de producción) estaría “conectada” administrativamente con una “empresa consolidada”, cada una de estas últimas con un ministerio o super-organismo y cada uno de éstos con el gobierno central. La nueva red de relaciones se decretaba desde el centro, no respondía a iniciativas privadas, individuales o descentralizadas. En cierta medida era una nueva forma de capital social pero que no tenía la memoria del anterior ni sus objetivos. 

Algo similar sucedería con los contactos y relaciones necesarios para la adquisición de capital para la ampliación o simple reposición de capacidades instaladas. Al ser estatizada, la empresa y sus gerentes no tenían que competir en el mercado de factores de producción por lo que el conocimiento, contactos, etc. que se había acumulado por años se perdería con el éxodo de los dueños o gerentes o se harían obsoletos y se olvidarían con el proceso de supuesta socialización.  Del mismo modo la empresa perdería su capital social en relación al mercado de producto, pues sus ventas al consumidor o usuario final (privado o gobierno) se harían mediante sistemas de racionamiento a precios discrecionales establecidos por las autoridades de planificación u otra instancia gubernamental, incluso por el propio Fidel Castro de manera arbitraria. En poco más de tres años, empresa tras empresa, gerente tras gerente, dueño tras dueño, se derrumbaron como fichas de dominó junto con los componentes del capital social del que hasta entonces habían sido gestores, portadores y usuarios. En el ámbito de las empresas, el capital social se pierde por dos grupos de razones: el éxodo de muchos de sus portadores y la obsolescencia que resulta de las profundas transformaciones estructurales de la economía y de la sociedad en su conjunto. Una parte del capital social que se pierde por el éxodo no se hubiera perdido necesariamente por obsolescencia pues ciertos conocimientos o relaciones eran necesarios para el nuevo régimen.

Algo parecido ocurrió con el capital social de los consumidores, los trabajadores y todos los demás miembros de la sociedad. Al perder su autonomía, el conocimiento, las relaciones y las expectativas de los consumidores con relación al amplio mundo donde expresaban su demanda por bienes y servicios se fue reduciendo y transformando de formas más complejas a otras más simples, gracias a la contracción de la diversidad productiva, de las libertades individuales en general y al racionamiento. Una parte de la desaparición de las redes del consumidor está representada por la reducción extrema en el número de establecimientos al alcance de cada ciudadano. Esto es resultado de que el régimen de racionamiento obliga a cada familia o ciudadano a inscribirse en un número limitado y predeterminado de expendios por medio de los cuales reciben las cuotas correspondientes de los artículos racionados en la localidad o vecindario donde vive cada cual. La red de contactos de los consumidores se ve reducida aún más con la desaparición radical de las posibilidades de adquirir ciertos bienes, como los de uso duradero (electrodomésticos), automóviles, viviendas, etc., y servicios de todo tipo, financieros, legales, médicos, educativos, etc. Sin embargo una parte del capital social perdido se repone con la creación de nuevas redes y relaciones que parten del crecimiento de las organizaciones estatales, que son una respuesta altamente restringida a la nueva organización de la economía y de la sociedad en su conjunto.

Hasta 1959, el capital social de los trabajadores en Cuba consistía de sus contactos en el mercado laboral cuyo nódulo principal era, para una alta proporción de ciudadanos, el centro de trabajo donde se ocupaban. Con la revolución, sin embargo, se establece un régimen de inmovilidad laboral que tiene una ventaja inmediata para aquellos empleados que no tenían trabajos seguros. Pero la inmovilidad restringe severamente todos los mercados de trabajo, elimina los incentivos principales para mantener los niveles de productividad alcanzados y los incentivos de los trabajadores de mantener contactos que generen información sobre oportunidades de trabajo en otras partes de la economía. El conocimiento existente se vuelve obsoleto en la medida en que la economía sufre transformaciones tan radicales. Al mismo tiempo desaparecen las asociaciones u organizaciones que sirven de medios de información y para establecer relaciones sobre cuestiones laborales, como son los sindicatos de trabajadores y clubes sociales especializados en ciertos gremios.

Los ciudadanos en general, además de perder partes sustanciales de su capital social como consumidores, empresarios, o trabajadores, pierden también relaciones, contactos y conocimientos sobre otros ciudadanos con los que estuvieron relacionados como familiares, amigos, colegas o vecinos. Las relaciones con ciudadanos y organizaciones extranjeras se reducen a una mínima expresión, incluyendo las de tipo informativo por medios diversos. En los círculos más frecuentados por los miembros de los estratos socio-económicos más elevados la devastación del capital social es más intensa por el éxodo, la expropiación de las empresas y la desaparición de casi todas las organizaciones que se habían desarrollado en torno a la participación voluntaria y privada de sus miembros, como clubes sociales, asociaciones gremiales y otras. El cubano que marcha al exilio deja atrás contactos de todo tipo con los que no podrá tener las mismas relaciones que antes, tanto en la esfera de lo económico, como familiar y social. El ciudadano que no emigra, o que no lo hace por un tiempo ve perder una parte de sus relaciones representadas por los que se marchan del país. Obviamente la pérdida de capital social se hace más marcada con los ciudadanos que sufren pérdida de libertad o que son eliminados físicamente por oponerse al gobierno. Es de notar que esta forma de capital social es la que se aplica a la organización de actividades políticas y representa un blanco primordial de la vigilancia oficial para eliminar no sólo toda forma de oposición sino también las formas de asociación que oportunamente puedan convertirse en una amenaza a la estabilidad del gobierno.

En este aspecto las políticas represivas no se limitan a ser reactivas sino que son también preventivas. De hecho, la reducción máxima del capital social es la que le permite al gobierno aproximarse al ideal de la represión: que las expectativas ciudadanas sean certeras en prever la represión antes de que el acto subversivo se realice. La represión perfecta es precisamente la que cohibe completamente la acción colectiva, de manera que nunca hay que reprimir la acción misma. Este proceso se hace más fácil cuando las relaciones interpersonales (y la confianza interpersonal) existentes van desapareciendo y son reemplazadas por relaciones con desconocidos, por ejemplo, familias leales al gobierno que ocupan las viviendas de los que abandonan el país y trabajadores nuevos que ocupan las posiciones o incluso son redundantes en las empresas ya estatales.[6] Paulatinamente, la matriz de confianza interpersonal se va transformando y el ciudadano deja de expresar sus sentimientos y expectativas a los desconocidos con la despreocupación de otros tiempos. La desconfianza afecta al ciudadano no sólo en lo político sino también en otros aspectos de la vida como el económico, el religioso y hasta el filosófico o ideológico. Por ejemplo, el que profesa alguna religión que se siente inseguro en su trabajo o tiene otras aspiraciones dentro del régimen y desea integrarse a la línea oficial puede dejar de expresar sus creencias. Por otra parte, el que necesita o simplemente desea entrar en una transacción de bolsa negra no evita hacerlo con desconocidos.

Es en estas circunstancias cuando aparecen nuevas formas privadas de capital social en lo que Rose (op. cit.) denominó redes no oficiales en su estudio de Rusia y que perduraron con la Unión Soviética. Efectivamente, la necesidad de “resolver” los problemas cotidianos que se presentan por la escasez y el racionamiento hace que los ciudadanos desarrollen nuevos contactos, conocimientos y redes para poder ganar algún espacio en medio de tantas restricciones. Tales redes se desarrollan en torno al mercado negro pero incluyen agentes puramente privados tanto como agentes estatales, o sea, personas que ocupan puestos en empresas estatales y usan sus contactos internos para vender suministros ilegalmente en lo que técnicamente constituye robo de la propiedad estatal. Este capital social informal es de menor alcance y complejidad que el existente antes de la revolución, pero es interesante señalar que surge como expresión de los grados de libertad que el gobierno no alcanza reprimir y como resultado de la búsqueda permanente del ser humano de maximizar alguna medida de bienestar o utilidad aun en medio de las más severas restricciones.[7] También se debe notar que estas nuevas formas de capital social son indispensables para mejorar significativamente el nivel de vida en las condiciones económicas imperantes. Sin estas relaciones, el ciudadano sufriría mucho más las insuficiencias creadas por el régimen de gobierno, en muchos casos poniendo en riesgo su salud y la de sus familiares.

Visto desde otro ángulo y a manera de resumen de esta sección es necesario tener en cuenta la desaparición masiva de las instituciones y organizaciones que sirvieron de verdaderos “mercados” de intercambios de relaciones interpersonales de todo tipo. Organizaciones donde se desarrollaron amistades, conocimientos sobre la naturaleza y credibilidad de otros ciudadanos y distintos grados de confianza sobre las capacidades de las personas que formaban parte del círculo de conocidos de cada cual. La lista de tales organizaciones en cualquier sociedad moderna incluye decenas o cientos de de miles de entidades. Baste enumerar algunas pocas de las clases en que podríamos agruparlas como son los clubes sociales y deportivos en todas las comunidades del país; los patronatos culturales; las asociaciones profesionales; los gremios industriales, comerciales y laborales; las asociaciones caritativas; las organizaciones de origen extranjero; las iglesias y grupos religiosos; las asociaciones de estudiantes; los partidos políticos; en fin, toda aquella agrupación de personas que los unía algún interés común y que libremente podían organizar un medio en el cual interactuar sin la tutela del gobierno y persiguiendo sus intereses personales. El conjunto de estas organizaciones es lo que constituye la sociedad civil y representa el esqueleto o, si se prefiere, la masa estructural del capital social perdido en Cuba. En realidad la caracterización de ruinas es indulgente porque en rigor muchas formas de capital social han desaparecido tan completamente que ni siquiera ruinas han dejado.

IV.

Más que un subproducto de las acciones colectivas de una sociedad, el conjunto o agregado de atributos que estamos llamando capital social representa una condición necesaria para extender la frontera de eficiencia o racionalidad del comportamiento individual al colectivo, argumento planteado por Arrow (1974). El mismo autor reconoce la necesidad de la acción colectiva para alcanzar alguna forma de óptimo paretiano entre los miembros de una sociedad. En este sentido, se puede afirmar que el capital social es un bien público típicamente creado por las múltiples acciones simultáneas que los miembros de una sociedad persiguen para relacionarse con otros miembros de la sociedad y beneficiarse de esas relaciones.  En gran medida, el capital social es desarrollado y portado por individuos y es una forma de propiedad privada.[8] O sea, el carácter de bien público surge de la agregación de las formas de capital social que portan los individuos, o por lo menos, algunos individuos de una sociedad. La cantidad de capital social puede variar en función del número de individuos que son sus portadores, así como también en función del alcance del capital social en cada portador.

Una de las principales implicaciones de este trabajo tiene que ver con la reconstrucción de la economía cubana una vez que se pueda librar de las restricciones actuales para su desarrollo. Uno de los retos del futuro será cómo reconstruir o, más bien, facilitar la reconstrucción del capital social que se necesita en una economía moderna. Las formas más elementales o simples del capital social que necesitan los diversos agentes económicos para producir riqueza pueden recuperarse  con relativa rapidez, pues el ser humano está predispuesto a relacionarse con otros una vez que tiene la libertad para hacerlo. Las ventajas más obvias del intercambio y la colaboración generan los incentivos para que el capital social se vaya formando como resultado de las fuerzas evolutivas de la sociedad en su conjunto. Los políticos y la ciudadanía en general deben comprender que la libertad de gestión es esencial para la recuperación de la economía.

Sin embargo, las formas más complejas de capital social, aquéllas que dependen de la confianza ciudadana en instituciones como el crédito, las garantías contractuales, la estabilidad política, el cumplimiento de las leyes, la idoneidad y estabilidad de la política macroeconómica, la seguridad pública, las expectativas sobre el futuro de la economía y muchos otros factores demorarán mucho más en desarrollarse. Esto significa que las empresas que necesitan menos capital social para operar eficientemente o que pueden operar con poco capital social porque pueden enfrentar los riesgos asociados con esa condición serán las primeras en desarrollarse y podrán contribuir más rápidamente al desarrollo del país. El primer grupo de empresas está compuesto por las que pueden operar con redes de relaciones relativamente simples y deberá estar representado principalmente por las empresas más pequeñas. El otro grupo de empresas serán las mayores, posiblemente montadas con capitales externos, extranjeros o nacionales, pero con la capacidad financiera y gerencial de desarrollar una buena parte de su capital social con relativa rapidez o enfrentar la incertidumbre y los riesgos inherentes a su insuficiencia. Bajo estas consideraciones se puede predecir que las empresas medianas tendrán más dificultades en desarrollarse en las primeras fases de una transición cubana hacia una sociedad de amplias libertades ciudadanas.

REFERENCIAS

Arrow, Kenneth J., 2000. “Observations on Social Capital”, en Dasgupta, Partha y Serageldin, Ismail (Editores) Social Capital: A Multifaceted Perspective, The World   Bank, Washington, D.C.
Arrow, Kenneth J., (1974). The Limits of Organization, W.W. Norton, New York.
Bacharach, Michael y Gambetta, Diego, 2001. “Trust in Signs”, en Cook, Karen S.,
 (Editora) Trust in Society, Russell Sage Foundation, New York
Banfield, Edward C., (1958). The Moral Basis of a Backward Society, The Free Press,  New York
Coleman, James S., 2000. “Social Capital in the Creation of Human Capital”, en Dasgupta, Partha y Serageldin, Ismail (Editores) Social Capital: A Multifaceted  Perspective, The World  Bank, Washington, D.C.Fukuyama, Francis, (1995). Trust: The Social Virtues and the Creation of Prosperity, The Free Press, New York.
Markose, Sheri M., (2005). “Computability and Evolutionary Complexity: Markets As Complex Adaptive Systems (CAS), The Economic Journal, 115, June.
Olson, Mancur, (1971). The Logic of Collective Action, Harvard University Press,
Cambridge, Massachusetts.Putnam, Robert D., 2000. Bowling Alone: The Collapse and Revival of American  Community, Simon & Schuster, New York.
Rose, Richard, 2000. “Getting Things Done in an Antimodern Society: Social Capital
Networks in Russia”, en Dasgupta, Partha y Serageldin, Ismail (Editores) Social  Capital: A Multifaceted Perspective, TheWorld  Bank, Washington, D.C.Seligman, Adam B., (1997). The Problem of Trust, Princeton University Press, Princeton, New Jersey.
Sobel, Joel, 2002. “Can we Trust Social Capital?” Journal of Economic Literature, Vol. XL, March, pags. 139-154.
Solow, Robert M., 2000. “Notes on Social Capital and Economic Performance” en Dasgupta, Partha y Serageldin, Ismail (Editores) Social Capital: A Multifaceted   Perspective, The World  Bank, Washington, D.C.
Stiglitz, Joseph E., 2000. “Formal and Informal Institutions”, en Dasgupta, Partha y Serageldin, Ismail (Editores) Social Capital: A Multifaceted Perspective, The World  Bank, Washington, D.C.
Tocqueville, Alexis de, (1969). Democracy in America, Harper Perennial, New York.

[1] Obviamente, aquí hemos infiltrado implícitamente la noción de signo en función de un juicio de valor sobre la contribución de estas formas de capital social al bienestar general de la sociedad o la mayoría de sus miembros.

[2] Por supuesto, estamos usando el concepto de capital social positivo, pues el negativo podría interpretarse como lo contrario a una fuerza aglutinante. Los movimientos subversivos, por ejemplo, que tienen como objetivo revolucionar las sociedades donde operan pueden llegar a ser fuerzas desintegradoras de las mismas. Al mismo tiempo hay que señalar que los signos son relativos y su uso convencional en una dirección u otra depende de las tendencias o preferencias políticas del observador.

[3] Al hablar de “grados de libertad”  quiero indicar que “la libertad” no es un concepto dicotómico, que se tiene o no. La libertad es susceptible de medirse aun cuando presenta dificultades metodológicas. Se sabe que hay sociedades donde existen distintas formas de libertad como son la política y la económica entre otras y cada una de estas formas también varía. Por ejemplo, la Heritage Foundation y el Wall Street Journal (2004) publican conjuntamente un índice de libertad económica cada año que indica sus amplias variaciones entre los países.

[4] Las sociedades más desarrolladas parecen tener sistemas de defensa contra amenazas externas e internas similares a los sistemas inmunológicos de los seres vivos. Al igual que dichos sistemas, los mecanismos de defensa de las sociedades se desarrollan cuando alcanzan grados más o menos elevados de organización, para responder eficazmente a las fuerzas que pueden desestabilizarlas. Aquí es importante tener en cuenta que el concepto de organización aplicado a diversas entidades se refiere a la red de interacciones y/o interconexiones entre los diversos componentes del sistema. Se puede decir que un sistema perfectamente desorganizado es aquél en el cual todos sus componentes operan sin ningún grado de interdependencia o interacción, mientras que cuando el grado de organización aumenta tales relaciones se desarrollan hasta alcanzar grados crecientes de complejidad.

[5] En la práctica, la revolución de Fidel Castro puede verse como un proceso de privatización extrema donde toda la propiedad se concentra en un solo dueño, pero se disfraza de propiedad estatal.

[6] Puede que una manera más eficaz de racionalizar este fenómeno sea verlo como la creación de una forma de capital social negativo, que consiste en la generación de expectativas inter-ciudadanas de desconfianza tan profunda que nadie se atreve a buscar asociaciones que tienen el riesgo de convertirse en comprometedoras con la policía política. Esto también sería una forma de capital social público y también de “mal público” siguiendo la terminología tradicional.

[7] El gobierno cubano ha sido muy habilidoso en maximizar la reducción de las libertades individuales aplicando diversas políticas. Una de las más sutiles a la vez de eficaces ha sido la de racionar el tiempo de ocio del ciudadano para hacer más difícil su utilización en actividades contrarias al interés oficial. Son ejemplos pertinentes las movilizaciones políticas, las colas para comprar artículos racionados, el tiempo de espera por el transporte público y el que se requiere para obtener bienes no racionados.

[8] Puede haber capital social de propiedad pública pero no lo discutiré en este trabajo.


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Papel presentado en la XV Reunión Anual de la

Asociación para el Estudio de la Economía Cubana

Miami, Florida, 4-6 de agosto de 2005

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