En defensa del neoliberalismo |
Ion Mihai Pacepa No que cabe duda de que Alexander Litvinenko, antiguo oficial de la KGB/FSB, fue asesinado por órdenes de Putin. Creo que lo mataron porque reveló los crímenes de Putin y el secreto entrenamiento que el FSB le dio a Ayman al-Zahawiri, el número dos de al Qaida. Sé que es un hecho que el Kremlin ha usado repetidas veces armas radioactivas para matar a sus enemigos políticos en el exterior. A fines de los años 70, Leonid Breznev le dio a Ceaucescu, vía la KGB y su hermana rumana, la Securitate, un polvo soluble de talio radioactivo que se podía poner en la comida; el veneno se iba a usar para matar a enemigos políticos en el exterior. Según la KGB, el talio radioactivo se desintegraba dentro del cuerpo de la víctima, generando una forma galopante y mortífera de cáncer que no dejaba trazas detectables en una autopsia. A Ceaucescu se le dijo que la sustancia era una nueva generación del talio radiactivo que había fracasad contra Nikolai Khokhlov en Alemania Occidental en 1957. (Khokhlov perdió todo el cabello pero sobrevivió.) En Rumanía su nombre de código era “Radu’’ (de radioactivo), y lo describí en mi primer libro, “Red Horizons” (Horizontes Rojos), publicado en 1987. El polonio 210 utilizado para matar a Litvinenko parece ser una forma mejorada de “Radu.’’ El asesinato como política exterior Los esfuerzos organizados del Kremlin para asesinar a sus enemigos políticos en el exterior (y no sólo mediante el veneno, por supuesto) empezó un par de meses después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en febrero de 1956, en el que Jruschov expuso los crímenes de Stalin. Al siguiente abril, el general Iván Anisimovich Fadeyev, el jefe del nuevo 13er Departamento de la KGB, reponsable de los asesinatos en el exterior, llegó a Bucarest para un “intercambio de experiencias” con la DIE, el servicio de inteligencia extranjera rumano al que yo pertenecía. Antes de eso, Fadeyev había encabezado la enorme estación de inteligencia de la KGB en Karlhorst, Berlín del Este, y era conocido en toda la comunidad de inteligencia como un hombre sediento de sangre cuya estación había secuestrado cientos de occidentales y cuyas tropas habían reprimido brutalmente las demostraciones del 13 de junio de 1953 en el Este de Berlín. Fadeyev empezó su “intercambio de experiencias” en Bucarest diciéndonos que Stalin había cometido un error inexcusable: Había dirigido el filo del aparato de seguridad del estado contra “nuestro propio pueblo.” Cuando Jruschov había hecho su “discurso secreto,” su única intención había sido corregir esa aberración. “Nuestros enemigos” no estaban en la Unión Soviética, explicó Fadeyev. En Estados Unidos y Europa Occidental, la burguesía quería eliminar el comunismo. Eran “nuestros mortales enemigos.” Eran “perros rabiosos” del imperialismo. Debíamos dirigir el filo de nuestro espada contra ellos, y sólo contra ellos. Eso era lo que Nikita Sergeyevich había realmente querido decirnos en su “discurso secreto.” En realida, dijo Fadeyev, una de las primeras decisiones de política exterior de Jruschov había sido su orden de 1953 de hacer asesinar secretamente a uno de esos “perros rabiosos”: Georgy Okolovich, el líder de la Alianza Nacional Obrera o NTS, una e las organizaciones de emigrados rusos más agresivamente anticomunista en Europa Occidental. Infortunadamente, nos dijo Fadeyev, una vez en el lugar, el jefe del equipo de asesinos, Nikolai Khokhlov había desertado a la CIA mostrando públicamente la última arma secreta creada por la KGB: una pistolas eléctrica oculta dentro de un paquete de cigarrillos, que disparaba balas con punta de cianuro. Y porque los problemas nunca venía solos, añadió Fadeyev, otros dos oficiales de la KGB familiarizados con el proyecto habían desertado poco después de Khokhlov: Yury Rasvorov en enero de 1954 y Petr Deryabin en febrero de 1954. Este revés, dijo Fadeyev, había llevado a drásticos cambios. Primero, Jrushov le había ordenado a su maquinaria de propaganda diseminar por todo el mundo el rumor de que había abolido el aparto de asesinatos de la KGB. Luego bautizó los asesinatos en el exterior con el eufemismo de “neutralizaciones” y rebautizando la 9na Sección de la KGB - como se llamaba entonces el departamento de asesinatos – como el 13er Departamento, todavía más secreto y puesto bajo su propia supervisión. (Posteriormente, cuando el 13er Departamento se vio comprometido, el nombre se volvió a cambiar.) Posteriormente, Jruschov había introducido una nueva “metodología” para realizar operaciones de neutralización. Pese a la tendencia de la KGB al papeleo burocrático, estos casos tenían que ser manejados en forma estrictamente y mantenerse eternamente secretos. También había que mantenerlos secretos del Politburó y los demás organismos del gobierno. Fadeyev enfatizaba que “El Camarada y sólo el Camarada’’ podía aprobar neutralizaciones en el extranjero. (En las direcciones de todo el bloque, el término de “El Camarada” designaba al líder del país.) Independientemente de cualquier prueba que pudieran producir las investigaciones de las policías extranjeras, la KGB – y sus servicios hermanos – nunca, bajo ninguna circunstancia, podía reconocer su complicidad en asesinatos en el extranjero; había que descartar cualquier prueba de ese tipo como una acusación ridícula. Y, finalmente, tras cada operación, la KGB diseminaba subrepticiamente “pruebas” en el exterior acusando a la CIA u otros convenientes “enemigos” de haber realizado el hecho. De esta manera, por decirlo así, mataban a dos pájaros de un tiro. Luego Jruschov le ordenó a la KGB que desarrollara una nueva generación de armas que pudieran matar sin dejar huellas detectables en el cuerpo de la víctima. Antes de que Fadeyev dejara Bucarest, el DIE había establecido su propio grupo para las operaciones de neutralización. Se le bautizó como Grupo Z porque esta letra era la última del alfabeto, representando la “solución final.” Esta nueva unidad procedió entonces a realizar la primera neutralización en el bloque soviético bajo las nuevas reglas de Jruschov. En septiembre de 1958, el Grupo Z, auxiliado por un grupo especial de la Stasi de Alemania Oriental, secuestró al dirigente anticomunista rumano Oliviu Beldeanu de Alemania Occidental. Los gobernantes de Alemania Oriental y Rumania le echaron la culpa de este crimen a la CIA, publicando comunicados oficiales declarando que Beldeanu había sido arrestado en Alemania Oriental tras supuestamente haber sido infiltrado secretamente allí por la CIA para realizar sabotajes y operaciones diversionistas. Exportar una tradición Vladimir Putin parece ser el último de una larga fila de zares que han mantenido la tradición de asesinar a cualquiera que se interponga en su camino. La práctica se retrotrae al siglo XIV y a Iván el Terrible, que mató a miles de boyardos y a otras personas, incluyendo al Metropolitano Felipe y el príncipe Alexander Gorbatyl-Shuisky por haber rehusado hacer un juramento de sumisión a su hijo mayor, un niño por aquella época. Pedro el Grande desató su policía política contra cualquiera que hablara en su contra, desde su propia esposa hasta cualquier borracho que hiciera chistes sobre su gobierno. Llegó a hacer que su policía política atrajera a su propio hijo y heredero, el zarevich Aleksey, del exterior para que fuera a Rusia donde fue torturado hasta la muerte. Bajo el comunismo, los asesinatos arbitrarios se convirtieron en política estatal. En una orden manuscrita del 11 de agosto de 1918, Lenin exigió que se ahorcaran por lo menos 100 kulaks en el pueblo de Penza para dar un ejemplo. La nota dice textualmente: “Ahorquen (sin falta, para que la gente lo vea) no menos de cien ricos, explotadores, kulaks... Háganlo en forma tal que, en cientos de kilómetros a la redonda, la gente vea, tiemble, conozca y grite: Están estrangulando y matando a esos explotadores.” (Esta carta fue parte de una exhibición titulada “Revelaciones de los Archivos Rusos”, presentada en la Biblioteca del Congreso, en Washington D.C. en 1992.) Durante las purgas de Stalin solamente, unos nueve millones de personas perdieron la vida. De los siete miembros del Politburó en la época de la Revolución de Octubre, sólo Stalin quedó vivo cuando terminó la masacre. Lo que siempre he encontrado todavía más perturbador que la brutalidad con que se cometieron estos crímenes fue la profunda participación de los dirigentes soviéticos en los mismos. Stalin, personalmente, ordenó que León Trotski, el co-fundador de la Unión Soviética, fuera asesinado en México. Y el mismo Stalin le entregó la orden de Lenin a la comunista española Caridad Mercader del Río, cuyo hijo, Ramón Mercader, un oficial soviético de inteligencia, había matado a Trotski en agosto de 1940 hundiéndole una piqueta de hielo en la cabeza. De forma similar, Jruschov, con sus propias manos, puso la más alta condecoración soviética en el pecho de Bogdan Stashinsky, un oficial de la KGB que en 1962 había matado a dos destacados emigrados anticomunistas en Alemania Occidental. Mi primer contacto con las operaciones de “neutralización” del Kremlin se produjo el 5 de noviembre de 1956 cuando me estaba entrenando en el ministerio de comercio exterior para mi cobertura como segundo jefe de la Misión Rumana en Alemania Occidental. Mihai Petri, un oficial del DIE que estaba trabajando como ministro adjunto, me dijo que “el gran jefe” me necesitaba inmediatamente. El “gran jefe” era el general Mijaíl Gavrilyuk, agente encubierto de la KGB, rumanizado como Mihhai Gavriluc y jefe del DIE. “Es bueno ver a un viejo amigo” me dijo el hombre que estaba sentado frente al buró de Gavrilyuc, Era el general Alexander Sajarovsky. Había sido el creador del DIE y, como su principal asesor soviético, había sido mi jefe de facto hasta un par de meses antes cuando Jruschov lo había escogido para encabezar el todopoderoso PGU, o Primer Directorio Jefe de la KGB, el servicio de inteligencia exterior de la Unión Soviética. “Permíteme presentarte a Iván Alexandrovich”, dijo señalando a un hombre de aspecto campesino con espejuelos de marco de oro. Era el general Iván Serov, el nuevo jefe de la KGB. Los visitantes nos dijeron que la noche anterior el premier húngaro Imre Nagy, que había anunciado la secesión de Hungría del Pacto de Varsovia y había solicitado la ayuda de Naciones Unidas había buscado refugio en le embajada yugoeslava. El gobernante rumano Gheorghe Georghiu-Dej y el miembro del Politburó Walter Roman (que conocía a Nagy de la guerra cuando ambos habían trabajado para la Internacional Comunista en Moscú) habían acordado ir a Budapest para ayudar a la KGB a secuestrar a Nagy y traerlo a Rumanía. El mayor Emanuel Zeides, el jefe de la oficina alemana, que hablaba húngaro con fluidez, iría con ellos como intérprete. El objetivo de la entrevista era anunciarme que, en la ausencia de Zeides, yo iba a servir como jefe de la oficina alemana del DIE. El 23 de noviembre de 1956, los tres miembros del Politburó soviético que habían coordinado desde Budapest la intervención militar contra Hungría mandaron el siguiente telegrama cifrado a Nikita Jrushov: “El camara Walter Roman, que llegó ayer, 22 de noviembre, a Budapest junto con el camarada Dej, ha tenido largas discusiones con Nagy... Imre Nagy y su grupo dejaron la embajada yugoeslava y ahora están en nuestras manos. Hoy, el grupo saldrá para Rumanía. El camarada Kadar y los camaradas rumanos están preparando un comunicado de prensa adecuado.” Malenkov. Suslov, Aristov. Un año después, Nagy y los principales miembros de su gabinete fueron ahorcados tras un “juicio” organizado por la KGB en Budapest. En febrero de 19662, la KGB estuvo a punta de asesinar al shah de Irán, que había cometido el imperdonable crimen de haber removido un gobierno comunista instalado en el noroeste de Irán. El principal asesor ruso del DIE nunca nos dijo explícitamente que la KGB había fracaso en su intento de asesinato pero nos pidió que le ordenáramos a la estación del DIE en Tehrán que destruyera todos los documentos comprometedores, que suspendiera todas las operaciones de los agentes y que lo reportara todo, incluyendo los rumores, sobre un intento contra la vida del shah. Poco días después, canceló el plan del DIE de matar a su propio desertor Constantin Mandache en Alemania Occidental con una bomba puesta en su automóvil. La razón, nos dijo el asesor, era porque el aparato de control remoto suministrado por la KGB para esta operación pudiera fallar. En 1990, Vladimir Kuzichkin, un oficial de la KGB que había estado directamente implicado en el fallido intento contra el shah y que luego había desertado a Occidente, publicó un libro (Dentro de la KGB: Mi Vida en el Espionaje Soviético, Pantheon Books, 1990) en el que describe la operación. Según Kuzichkin, el shah escapó con vida porque el control remoto utilizado para detonar una gran carga de explosivos colocado en un Volkswagen no había funcionado. Silenciando la disidencia El domingo 20 de mayo de 1965, visité por última vez la residencia invernal de Gheorghe Georghiu-Dej en Predeal. Como siempre, lo encontré con su mejor amigo, Chivu Stoica, el presidente honorario de Rumanía. Dej se quejó de sentirse débil, con mareos y nauseas. “Creo que me cogió la KGB”, dijo sólo medio en broma. “Cogieron a Togliatti. Eso es seguro’’, comentó Stoice ominosamente. Palmiro Togilatti, el jefe del Partido Comunista Italiano, había muerto el 21 de agosto de 1964 estando de visita en la Unión Soviética. En las jefaturas de la comunidad de inteligencia del bloque soviético se decía que había muerto de una rápida forma de cáncer tras haber sido irradiado por la KGB, por órdenes de Jrushov, mientras estaba de vacaciones en Yalta. Su asesinato había sido provocado por el hecho de que, estando en la Unión Soviética, había escrito un “testamento” en el que había expresado su profundo disgusto con los fracasos de Jrushov. Las frustraciones de Togliatti no sólo expresaban sus opiniones personales sino también las de Leonid Breznev. Según Dej, esas sospechas se vieron confirmadas por el hecho de que Breznev había asistido el funeral de Togliatti en Roma; de que en septiembre de 1964 Pravda había publicado partes del “testamento” de Togliatti y de que, cinco semanas más tarde, Jrushov había sido derrocado por acusaciones de aventurerismo y desvinculación con la realidad. Dej se estremeció. El también había criticado la política exterior de Jrushov. No sólo eso. Un año antes había expulsado a todos los asesores de la KGB de Rumania y, el anterior septiembre, le había expresado a Jrushov su preocupación por “la extraña muerte” de Togliatti. Durante las elecciones rumanas del 12 de marzo de 1965, Dej lucía vigoroso y enérgico. Una semana más tarde, sin embargo, murió de una forma galopante de cáncer. “Asesinado por Moscú” fue lo que me susurró al oído el nuevo líder rumano, Nicolae Ceacescu, pocos meses más tarde. “Irradiado por la KGB”, me dijo, todavía más bajo, añadiendo: “Fue firmemente establecido por la autopsia.” Habíamos hablado del tema porque Ceaucescu me había ordenado inmediatamente obtener contadores Geigers e instalarlos secretamente en sus oficinas y residencias. Poco después de la invasión de Praga, Ceacescu se cambió del estalinismo al maoismo y en junio de 1971 visitó China. Allí supo que la KGB había organizado un complot para matar a Mao Tse Tung con la ayuda de Lin Piao, el jefe del ejército, que se había educado en Moscú. El complot fracasó y Lin Piao trató de escapar de China en un avión militar. Su ejecución se vino a anunciar en 1972. Durante el mismo año, conocí los detalles de labios de Hua Guofeng, el ministro de seguridad pública que, en 1977, se convertiría en el máximo líder del país. “Diez,” me dijo Ceacescu. “El Kremlin ha matado o tratado de matar a diez dirigentes internacionales”, explicó contándolos con los dedos: Laszlo Rajk e Imre Nagyy de Hungría; Lucretiu Patrascanu y Gheoghiu-Dej de Rumanía; Rudolf Slansky, de Checoeslovaquia y Jan Masaryk, el jefe de la diplomacia de ese país; el shah de Irán; Palmiro Togilatti de Italia; el presidente americano John F. Kennedy y Mao Tse Tung. (En los círculos de inteligencia, todo el mundo estaba de acuerdo en que la KGB había estado implicada en el asesinato de Kennedy.)
Allí
mismo, Ceacusecu me ordenó crear un unidad de contrainteligencia
ultrasecreta para trabajar en los países socialistas. “Tienes mil
puestos de trabajo a tu disposición para esto.” Añadió que la nueva
unidad debía ser “inexistente.” Sin nombre, sin título, sin placa en la
puerta. Sólo recibió la denominación genérica de U.M 0920/A y su jefe
tenía el rango de jefe de un Directorio del DIE. El 22 de julio de 1978, Ceucescu y yo estábamos escondidos en una remota esquina del Delta del Danubio. Estábamos cazando pelicanos. A Ceauescu le fascinaban los pelícanos. Los pájaros viejos siempre se posaban cerca del agua y la fuente de alimentos. Sus respetuosos hijos se alineaban detrás en ordenadas filas mientras los más pequeños pasaban el tiempo jugando en la parte de atrás. Le oi decir muchas veces que hubiera querido que Rumanía hubiera tenido la misma estructura social. “Quiero que le des “Radu” a Noel Bernard, me sususrró. Noel Bernard era en aquella época el director del programa rumano de Radio Europa Libre y, desde hacía años, había estado enfureciendo a Ceaucescu con sus comentarios. “No tienes que informarme de los resultados”, me dijo. “Lo sabré por los periódicos occidentales y...” El final de la oración quedó oculto por el tableteo de su ametralladora. Apuntó primero a la primera línea de pelícanos, luego a los que estaban a media distancia y finalmente a los que estaban detrás. Desde hacía 27 años había estado pensando que, tarde o temprano, me iban a dar una orden de ese tipo. Hasta el momento había estado seguro puesto que era el jefe del DIE que estaba a cargo de las operaciones de neutralización. Pero en marzo de 1978 me había nombrado jefe interino del DIE y no había forma de evitar mi participación en los asesinatos políticos, que se habían convertido en el principal instrumento de política exterior de todo el bloque soviético. Dos días después, Ceaucescu me mandó a Bonn a entregar un mensaje secreto al canciller Helmut Schmdt, y fue allí que decidí solicitar asilo político en EEUU. Siguen los asesinatos Noel Bernard siguió informando a los rumanos sobre los crímenes de Ceaucescu. El 21 de diciembre de 1981 murió de una forma galopante de cáncer. El 1 de enero de 1988, su sucesor Vlad Georgescu empezó a hacer un serial de mi libro, “Horizontes Rojos” en Radio Europa Libre. Dos meses más tarde, cuando el programa terminó, Georgescu le informó a sus oyentes que la Securitate le había advertido repetidas veces que iba a morir si transmitía Horizontes Rojos. “Si me matan por haber hecho un seria con el libro de Pacepa, moriré con la clara consciencia de que cumplí con mi deber como periodista,” dijo Georgescu públicamente. Pocos meses más tarde, murió de una forma galopante de cáncer. El Kremlin también siguió asesinando secretamente a sus opositores políticos. En 1979, la KGB de Breznev infiltró a Mijaíl Talebov en la corte del premio afgano Hafizulla Amin como cocinero. Su tarea era envenenar al Primer Ministro pro americano. Tras varios intentos fallidos, Breznev le ordenó a la KGB usar fuerza armada. El 27 de diciembre de 1979, 50 oficiales de la KGB de la unidad elite “Alfa”, encabezada por el coronel Grigory Boyarnov, ocupó el palacio de Amin y mató a todos los que estaba dentro para eliminar testigos, Al otro día, la KGB llevó Babrak Kemal a Kabul. Era un comunista afgano que había buscado refugio en Moscú. Los soviéticos lo instalaron como Primer Ministro. La operación de neutralización de la KGB jugó un papel en la generación del actual terrorismo internacional. El 13 de mayo de 1981, la misma KGB organizó, con ayuda de Bulgaria, un intento para asesinar al Papa Juan Pablo II, que había iniciado una cruzada contra el comunismo. Mehmet Ali Aqca, que disparó contra el Papa, admitió haber sido reclutado por los búlgaros, e identificó a sus enlaces en Italia: Serguei Antonov, segundo jefe de la oficina de Balkanair en Roma, que fue arrestado; y el mayor Zhelvu Vasilief, de la oficina de los attachés militares, que no podía ser arrestado debido a su inmunidad diplomática y fue llamado a Sofía. Aqca también admitió que, tras el atentado, fue sacado secretamente de Italia en un camión TR (en el bloque soviético, los servicios de inteligencia usaban los camiones TIR para los operativos). En mayo de 1991, el gobierno italiano reabrió la investigación sobre el atentado y el 2 de marzo del 2006, llegó a la conclusión de que el Kremlin había estado detrás del mismo. En las Navidades de 1989, Ceaucescu fue ejecutado. Casi todas las acusaciones en su contra fueron obtenidas de Horizontes Rojos. Recientemente, Nestor Ratesh, un antiguo director del programa rumano de Radio Europa Libre que pasó dos años investigando los archivos de la Securitate, me dijo que había conseguido suficientes preubas para demostrar que Noel Bernard y Vlad Georgescu habían sido asesinados porla Securitate por órdenes de Ceaucescu. El resultado de sus investigaciones será el tema de un libro a ser publicado por Radio Europa Libre. Mano dura y estabilidad Tras el colapso de la Unión Soviética, los rusos tuvieron una oportunidad única de deshacerse de su vieja forma bizantina de estado policial que, durante siglos, los ha dejado mal preparados para tratar con las complejidades de la sociedad moderna. Infortunadamente, no han podido hacerlo. Desde el derrumbe del comunismo, han afrontado una forma de capitalismo encabezada por viejos burócratas comunistas, especuladores y mafiosos que sólo han conseguido ampliar las desigualdades sociales. Por consiguiente, tras un período de perturbaciones, los rusos han ido resbalando a su forma histórica de gobierno: la autocracia que se retrotrae a Iván el Terrible, en la que un señor feudal rige el país con la ayuda de su policía política personal. Buena o mala, a la mayoría de los rusos la vieja policía política les puede parecer su única defensa contra la rapacidad de los nuevos capitalistas. No va a ser fácil romper con una tradición 500 años. Eso no significa que Rusia no pueda cambiar. Pero, para que eso suceda, EEUU tiene que ayudar. Tenemos que dejar de pretender que el gobierno ruso es democrático. Hay que reconocer lo que verdaderamente es: una banda de 6,000 antiguos oficiales de la KGB – una de las organizaciones criminales más grandes de la historia – que han capturado la mayoría de los puestos importantes de los gobiernos federales y locales. Ellos están perpetuando la vieja práctica de asesinar a sus opositores. Pero asesinar siempre ha tenido un precio, y el Kremlin tendrá que pagarlo antes de que renuncie a su práctica. El general Ion Mihai Pacepa es el oficial de inteligencia de mayor nivel que haya desertado del antiguo bloque soviético. Su libro “Horizontes Rojos” se ha publicado en 27 países.
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