Europa sabe lo que tiene que hacer
Irwin Stelzer
En una pequeña fiesta a principios de este siglo en Washington en honor de un alto funcionario de la Unión Europea, organizada por el embajador británico ante Estados Unidos, el funcionario preguntó a los expertos reunidos cuál creían ellos que sería el rol futuro de Europa en los asuntos mundiales. Uno de mis colegas respondió "Europa es irrelevante para el siglo XXI".
Las acaloradas respuestas que siguieron al comentario no eran creíbles entonces y lo son menos ahora. Las buenas noticias para el futuro de la Unión Europea es que sus líderes están conscientes de ello y saben lo que deben hacer.
Las malas noticias es que saber lo que se tiene que hacer es diferente a llegar a hacerlo.
El mejor, y más obvio, ejemplo es Grecia. Los encargados de diseñar políticas saben que eventualmente tendrán que permitir que Grecia reestructure su deuda, pero insisten en que no lo permitirán. Pero ese sólo es el problema actual y es trivial en comparación a los problemas más fundamentales que amenazan la relevancia futura de Europa.
La negativa europea de cargar con el peso de mantener un orden mundial sensible ha reducido su influencia en todo el mundo. Pregúntele a cualquiera en la Casa Blanca el nombre de tres presidentes de la Unión Europea y la mayoría tendrá problemas para nombrar uno. Por qué molestarse en establecer comunicaciones con un área del tamaño de Estados Unidos que no gasta lo suficiente en defensa como para controlar lo que pasa en su patio trasero o que no hace una contribución sustancial a la guerra contra el terrorismo, siendo el Reino Unido la notable excepción.
El espectáculo de ver cómo se forzó al presidente del país más grande la UE a renunciar por sugerir que el despliegue de tropas alemanas a Afganistán, la mayoría de las cuales se mantienen a gran distancia de cualquier combate, es una defensa adecuada de los intereses del país dice mucho de la confiabilidad de Europa como un aliado. Sin un gran propósito moral Europa no luchará y si hay un gran propósito moral, tal como detener el genocidio serbio, su ejército pobremente financiado no tiene los recursos para luchar.
Al momento de la fiesta en Washington era posible negar el hecho de que una unión monetaria que no incluye cierto control central o una política fiscal podría ser sostenible.
Ya no es el caso. El irresponsable gasto y déficit de los países Club Med ha generado quizás grietas fatales en el euro. Considere estos hechos: los bancos centrales del mundo están reacios a aumentar sus cuentas de euros, las agencias calificadoras son cada vez más escépticas de la calidad de la deuda soberana de la zona euro, los inversionistas vacilan a la hora de poner fondos a disposición de los bancos europeos a tasas históricas y los votantes alemanes están cansados de ser el cajero automático de la UE.
La pregunta ahora es qué hacer para conseguir la supervivencia del euro y la viabilidad política de la euro zona. Una de las cosas en las que la eurocracia concuerda es que no se debe hacer una enmienda al Tratado de Lisboa, para evitar que se le de a los votantes otra oportunidad para decirle a sus líderes lo que piensan del Proyecto Europeo y torpedearlo. Para ponerlo de una manera menos sutil, luchar contra los déficits fiscales, pero mantener el déficit democrático de la UE a toda costa.
Los líderes europeos creen que pueden hacer lo que se necesita sin una revisión al tratado. Lo primero en su lista es convertir a la esclerótica economía europea en una dinámica. Ahora es obvio que un crecimiento anual de 1% no será suficiente, especialmente en un período de austeridad. Todos menos la izquierda no conciliada concuerdan en que una reforma del mercado laboral es crucial. Incluso España y Grecia están dando los primeros pasos de bebé en esa dirección al hacer más fáciles y menos costosos los despidos para que los empleadores estén más dispuestos a contratar nuevos empleados.
Pero estas medidas deben estar acompañadas por otras en la agenda de crecimiento. Tasas marginales de impuesto a la renta más bajas, menores obstáculos regulatorios para empresarios que buscan establecer nuevos negocios, una política de competencia que haga de los carteles empresas criminales en vez de meros pagadores de multas, un fin a la protección de los campeones nacionales contra la amenaza de una adquisición y de los agricultores contra los productores más eficientes del extranjero.
Aún no está claro que incluso la amenaza de un estancamiento económico y la irrelevancia podrían generar el apoyo suficiente para medidas tan radicales en una unión en la que muchos estados ven a los mercados como el enemigo, en vez del motor de la eficiencia y mayores estándares de vida. Adam Smith y Milton Friedman no han alcanzado un estatus icónico en muchos países de la UE.
Finalmente, si Europa quiere ser tomada en serio a lo largo de este siglo, tendrá que poner su casa en orden. Un presidente con cierto peso, un Tony Blair quizás, en vez de tres burócratas luchando por protagonismo. Y lo más importante, una reparación de la relación franco-germana.
Esto no se trata de encontrar una forma en la que el hiperactivo Nikolas Sarkozy y la cauta Angela Merkel puedan coexistir. Ellos no son para siempre, sus países si lo son.
Pero por ahora lo que importa es que a Merkel no le guste la inflación, que sea reacia a premiar el derroche y esté dispuesta a ceder el control de los asuntos económicos alemanes a Bruselas. Sarkozy, mientras tanto, le gustaría implementar una gestión económica europea e imponer control político del Banco Central Europeo para suavizar su postura anti inflacionaria.
Alemania es cada vez menos reacia a imponer sus intereses nacionales, a medida que la generación de la Segunda Guerra Mundial fallece, haciendo que sea difícil para Sarkozy el continuar con el acuerdo europeo que Francia encontraba tan atractivo: Alemania el caballo, Francia el jinete; Alemania, con su fuerte economía como el financista, Francia el encargado del gasto. Hay que resolver estas diferencias o la parálisis política y la irrelevancia serán su destino.
— Irwin Stelzer es un director de estudios de política económica del Hudson Institute.
Tomado del ·Wall Street Journal