En defensa del neoliberalismo

El Estado de Obama
Adolfo Rivero Caro

Todo el mundo sabe que la popularidad del presidente Obama ha caído verticalmente. No es de extrañar. Cuando Obama tomó posesión había un desempleo del 7.7 por ciento. Un año después, pese a gastos sin precedentes y un enorme aumento del déficit, el desempleo está alrededor del 10 por ciento y se han perdido 3.4 millones de puestos de trabajo. Durante este tiempo, la principal preocupación del Presidente ha sido tratar de imponer una reforma de la salud pública tan costosa como impopular. Había prometido, por cierto que las negociaciones sobre la misma serían completamente públicas y transparentes, al punto de ser transmitidas por C-Span. En realidad, sin embargo, los demócratas en la Casa Blanca y el Congreso han realizado innumerables negociaciones a puertas cerradas y los republicanos han estado totalmente excluidos de las mismas. Obviamente, la cuestión no es hablar de bipartidismo, sino negociar realmente con el otro partido, lo que supone concesiones mutuas.

Los electores han reaccionado agriamente ante esta situación, como lo demostraron los triunfos republicanos en las elecciones para la gobernación de Virginia y Nueva Jersey y, sobre todo, en las elecciones de Massachusetts para el Senado. Es evidente el rechazo de los electores a la reforma de la salud del Presidente así como a su visión de una creciente intervención estatal en la economía. Es natural, por consiguiente que hubiera una gran expectativa en relación con su discurso sobre el Estado de la Unión. ¿Comprendería el Presidente la situación y cambiaría su política?

Por supuesto que no. Obama está absolutamente convencido de que hablando puede conseguir lo que quiera. Después de todo llegó a presidente de Estados Unidos sin ninguna ejecutoria. En efecto, en su discurso afirmó que parte del rechazo a la reforma de la salud era responsabilidad suya, porque no lo había explicado adecuadamente. Por favor. Ningún presidente ha hablado tanto durante su primer año en el poder. No se trata de forma, sino de contenido.

Los actuales proyectos de ley sobre la reforma costarían más de dos billones de dólares en los próximos 10 años y no disminuirían, sino aumentarían los gastos en salud pública. No sólo eso, sino que añadirían miles de millones de dólares al ya enorme déficit federal y a una deuda gubernamental sin precedentes. Como si fuera poco, sus impuestos y regulaciones debilitarían la economía y llevarían a menos empleos. El pueblo americano no quiere poner una sexta parte de la economía nacional en manos del estado. ¿Por qué habría de considerarlo como un buen administrador? Lo que ha hecho grande a Estados Unidos es su culto a la libertad individual y a la empresa privada. Obama, sin embargo, afirmó que continuaría empujando la impopular medida.

Dicho sea de paso, las rebajas de impuestos de Bush tienen que ser prorrogadas por el Congreso. Basta con que no lo haga para que los impuestos suban sustancialmente. ¿Qué pueden esperar los empresarios y el hombre de la calle? Si el Presidente realmente quiere bajar el desempleo que baje los impuestos y reduzca las regulaciones. No es el Estado el que crea empleos, sino la empresa privada. En realidad, las constantes amenazas de Obama sobre aumentos de impuestos y regulaciones se han convertido en el principal obstáculo para la recuperación económica.

Una buena iniciativa en el discurso fue la de créditos fiscales para ayudar a los estudiantes que tienen que pagar préstamos así como la congelación de los gastos discrecionales aunque, al mismo tiempo, haya solicitado otro paquete de estímulo de $150,000 millones.

A mi juicio, lo más negativo fue el tratamiento de la política exterior. Es asombroso que Obama no se refiriera a medidas para fortalecer la seguridad de Estados Unidos, pese a las repetidas amenazas de Al Qaida de atacarnos nuevamente. Prácticamente, no se mencionó la guerra contra Al Qaida. Apenas de habló de la guerra de Afganistán y no de victoria sino de empezar a retirar las tropas en el 2011. La inminente amenaza nuclear de Irán se llevó dos líneas del discurso con una tibia advertencia a "crecientes consecuencias" para Teherán. No hubo ningún apoyo a los manifestantes iraníes que han sido asesinados y torturados por las fuerzas de seguridad de Mahmoud Ahmadinejad. Obviamente, al presidente no le interesa su destino.

En el discurso no hubo ninguna referencia al avance de la libertad en el mundo. Ningún presidente americano de la época moderna ha estado menos interesado en los derechos humanos. El discurso ignoró completamente el destino de cientos de millones de personas oprimidas, desde Birmania y Sudán hasta Cuba y Zimbabwe. El liderazgo internacional de Obama en su primer año en el poder ha sido extremadamente débil. Como buen izquierdista, contempla el poderío americano como algo negativo y es por eso que se ha dedicado a dar excusas por todo el mundo, desde Estrasburgo hasta El Cairo. Ha pretendido apaciguar a algunos de los peores enemigos de Estados Unidos y ha pretendido ganarse la amistad de algunas de las peores dictaduras del planeta. No es de extrañar que Castro y Chávez lo hayan elogiado aunque hayan terminado por despreciarlo.

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