Víctor Davis Hanson
Cuando yo leía sobre los años 30 - la invasión italiana de Abisinia,
el ascenso del fascismo en Italia, España y Alemania, el
apaciguamiento en Francia y Gran Bretaña, la criminal duplicidad de
la Unión Soviética y los masivos asesinatos japoneses en China -
nunca podía comprender por qué, durante esos tristes años, tantos
europeos y americanos se habían quedado callados y no habían
condenado esa creciente locura, aunque sólo fuera para defender la
milenaria promesa del liberalismo occidental.
Por supuesto, el trauma del Gran Guerra estaba muy fresco, y las
utópicas esperanzas de la Liga de las Naciones seguían vivas. La
Gran Depresión había hecho que el rearme pareciera absurdo. Las
complicidades de Stalin y Hitler - algunas veces aliados, otras en
conflicto - podía confundir a muchos observadores.
Y, sin embargo, sigue siendo surrealista releer las fantasías de
Chamberlain, Dadalier y el Papa Pio XII, o los discursos de Charles
Lindbergh ("Ellos (los judíos) representan un gran peligro para este
país debido a sus grandes propiedades y a su influencia en nuestro
cine, en nuestra prensa, en nuestra radio y en nuestro gobierno.") o
del Padre Coughlin ("Mucha gente está empezando a preguntarse a
quien deben temer más, si a la combinación Roosevelt-Churchill o a
la combinación Hitler-Mussolini.") y es desconcertante pensar ese
tipo de individuos pudieran tener alguna influencia.
Era desconcertante. Ya no lo es.
Nuestra generación también está al borde de la demencia moral. Nunca
ha sido más evidente que en las últimas tres semanas, cuando
Occidente ha sido totalmente incapaz de distinguir entre una
democracia bajo ataque que trata de hacer retroceder a los
terroristas, y los agresores terroristas que deliberadamente tratan
de matar civiles inocentes.
Han pasado casi cinco años desde que yihadistas del mundo árabe
abrieran un cráter en el medio de Manhattan y destruyeran parte del
Pentágono. Además de la guerra en Irak, los Estados Unidos y la OTAN
tienen tropas luchando con los islamo fascistas en Afganistán. Todos
los días, la policía europea trata de evitar otros atentados como
los de Londres o Madrid. Los gobiernos de Francia, Holanda y
Dinamarca están preocupados de que un número importante de
inmigrantes musulmanes dentro de sus países no se esté asimilando y,
más preocupante todavía, que estén empezando a exigir que sus
anfitriones alteren sus valores liberales para acomodar al Islam
radical. No es seguro para un australiano viajar a Bali. En
cualquier país árabe un judío debe tratar de pasar inadvertido, y
probablemente también deba de hacerlo en Francia o en Suecia. La
oposición de Canadá a la guerra de Irak, y su profunda empatía con
los palestinos, no los ha eximido del odio de los fundamentalistas,
algunos de los cuales fueron capturados conspirando para decapitar a
su primer ministro. Los musulmanes chechenos han dinamitado rusos
desde Moscú hasta Beslan. Los terroristas islámicos rutinariamente
atacan a la India. Un ministro libanés electo tiene que mantener en
mente que un terrorista sirio o de Hezbolá - no una bomba israelí -
puede matarlo si dice una palabra equivocada. En Estados Unidos, el
único misterio es qué objetivo los yihadistas quieren destruir
primero: si un túnel de Nueva York o la Torre de Sears en Chicago.
En casi todos estos casos hay una cierta similitud: Se cita el Corán
como la autoridad moral de los atacantes; el terrorismo es el método
preferido de violencia; generalmente se le echa la culpa a los
judíos y se hacen docenas quejas incoherentes. Con frecuencia los
asesinos parecen sin nación, al menos en el sentido de que los
países en que buscan refugio o realizan sus actividades no aceptan
responsabilidad por sus acciones.
Occidente excusa todas las quejas musulmanas: la India, después de
todo, está en Cachemira; Rusia está en Chechenia; Estados Unidos
está en Irak, Canadá está en Afganistán; España estuvo en Irak (y
todavía está en Andalucía); o Israel estuvo en Gaza y en el Líbano.
Por consiguiente debemos creer que los "luchadores por la libertad"
(freedom fighters) hacen terrorismo por objetivos políticos de
"liberación." Algunos extremistas llegan a plantear que no hay
ningún patrón de terrorismo global y que la simple sugerencia de que
éste existe es prueba de "islamofobia."
Aquí, otro fanático islámico asesina judías en Seattle y la primera
preocupación de la policía es la seguridad de las mezquitas, de
donde tan frecuentemente he emanado ese odio. Como si el problema de
un judío asesinado en el aeropuerto de Los Angeles o en un centro
cívico de Seattle se derivara de la falta de protección de las
mezquitas más bien que de proteger lo que sucede dentro de ellas.
Pero el mundo está lleno de un odio que no habíamos visto en nuestra
generación: el filme más costoso en la historia de Turquía: "Valle
de los Lobos" presenta a un judío americano cosechando órganos en
Abu Ghraib para venderlos; regularmente, la prensa palestina denigra
la raza y el sexo de la secretaria de Estados de Estados Unidos; el
secretario general de Naciones Unidas califica de "deliberado" un
erróneo bombardeo israelí de un puesto de Naciones Unidas sin una
palabra sobre cómo sus cascos azules han estado observando
indiferentes como Hezbolá armaba sus cohetes en violación de las
resoluciones de Naciones Unidas; y como los terroristas de Hezbolá
habitualmente se esconden tras los mantenedores de la paz de
Naciones Unidas para garantizar su impunidad mientras disparan sus
cohetes contra Israel.
Si alguien cree que exagero la bancarrota de Occidente o que sólo me
estoy refiriendo a los delirios de Pat Buchanan o Jimmy Carter sobre
el Medio Oriente, consideren algunos de los últimos comentarios de
Hassan Nasrallah, jefe de Hezbolá, sobre Israel: "Cuando el pueblo
de este país temporal pierda la confianza en su legendario ejército,
el fin de esta entidad habrá empezado." Luego compare las
observaciones de Nasrallah sobre Estados Unidos: "Al presidente Bush,
el Primer Ministro Olmert y a todos los otros tiránicos agresores.
Quiero invitarlos a hacer lo que quieran, a practicar sus
hostilidades. Por Alá, no van a conseguir borrar nuestro recuerdo,
nuestra presencia o nuestra fe. Pronto sus masas van a desaparecer,
sus días están contados."
Y finalmente examine la reacción aquí en Estados Unidos hacia
Hezbolá, hacia la organización que hizo una masacre de soldados
americanos cuando estos se encontraban como mantenedores de la paz
en el Líbano, enviados por Naciones Unidas. He aquí, por ejemplo, lo
que dijo el congresista demócrata John Dingell: "Yo no tomo partido
a favor o en contra de Hezbolá." ¿Y acaso ese no es problema,
después de todo? ¿Que el occidental amoral no puede tomar posición
moral porque ya carece de ella?
Un grupo de derechos árabe, entre denuncias de Israel y de Estados
Unidos, está demandando al gobierno de Bush por no haber evacuado a
los árabe-americanos humanos lo suficientemente rápido del Líbano,
pese a las repetidas advertencias gubernamentales del peligro que
significaba viajar allí y las explícitas tácticas de Hezbolá de
utilizar escudos humanos en la guerra que ha iniciado contra Israel.
Las manifestaciones a favor de Hezbolá dentro de Estados Unidos -
¿es que nadie recuerda a los 241 marines asesinados por esos
cobardes terroristas? - habitualmente llevan carteles, con la
estrella de David yuxtapuesta a swásticas, en las que proclaman
alabanzas a los terroristas asesinos. En estos días, ¿dónde están
los grupos árabe-americanos que hayan explicado que las creencias de
Hezbolá son emblemáticas de la violencia, la tiranía y la ilegalidad
que los hizo emigrar de sus países?
No hay necesidad de mencionar a Europa, todo un continente que ahora
está regresando a la cobardía de los años 30. A sus caricaturistas
les espanta ofender las sensibilidades musulmanas así que ahora
presentan a los judíos como nazis, seguros de que ningún terrorista
judío vendrá a cortarles la cabeza. El ministro de Relaciones
Exteriores de Francia se reúne con los iraníes para mostrar
solidaridad con los terroristas que afirman públicamente que quieren
borrar a Israel del mapa ("En la región hay, por supuesto, un país
como Irán, un gran país, un gran pueblo y una gran civilización que
es respetada y que juega un papel estabilizador en la región") y se
las arregla para dejar pequeño a Chamberlain en Munich. Uno sólo se
pregunta si el catalizador de semejante bajeza francesa habrá sido
el miedo a un boicot petrolero, a los terroristas, a los misiles
nucleares, a las minorías musulmanas no asimiladas o simplemente al
viejo antisemitismo galo.
Ahora es un cliché quejarse de la difusión del postmodernismo, el
relativismo cultural, el pacifismo utópico y la equivalencia moral
en las ricas sociedades occidentales. Pero ahora estamos viendo los
resultados de estas insidiosas teorías en lo que se han ido
filtrando en nuestra prensa, en nuestras universidades y en nuestros
gobiernos. Y, particularmente, en relación con la indiferencia del
público desde que Hezbolá atacara a Israel.
La verdadera historia de las últimas semanas ha sido la incapacidad
de millones de occidentales, tanto aquí como en Europa, de condenar
a los islamo fascistas que empiezan guerras, difunden el odio racial
y desprecian a las democracias occidentales. Esa es la verdadera
historia y no las bombas israelíes que matan a los civiles libaneses
que viven junto a las rampas lanzacohetes que están disparando
contra Israel.
Sí, quizás Israel debió de haber golpeado más duro, más rápido y en
tierra; sí, ha desplegado una torpe campaña de relaciones públicas;
sí, hay que aceptar estas críticas y muchas más. Pero lo que se
pierde de vista es el gran problema moral de nuestro tiempo: el de
una democracia que está librando una guerra asimétrica y tratando de
protegerse contra terroristas salidos de siglo VII, bajo el
escrutinio de un mundo corrupto que necesita petróleo, que en gran
medida es antisemita y que los islamo fascistas han conseguido
aterrorizar.
En síntesis, si queremos saber lo que estaba pasando en Europa en
1938, sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor.