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El modo de guerrear estadounidense y las limitaciones
al poderío de los Estados Unidos (Primera parte).
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Víctor Davis Hanson
En nuestra época, la naturaleza del poderío militar estadounidense la
define el cómo se limita ese poderío: mediante la disuasión nuclear, las
realidades políticas y el análisis de costo/beneficio. ¿Cómo los
Estados Unidos emplean su aplastante superioridad militar para conseguir
propósitos políticos, sobre todo cuando incluso nuestros amigos y
aquéllos que son neutrales desean que tropecemos, aunque sólo sea para
ver ocasionalmente humillada a la única superpotencia mundial?
Nuestro arsenal nuclear disuade a los estados enemigos de usar contra
nosotros esas armas de destrucción masiva. En los raros casos de
regímenes demenciales que parecen ser suicidas y son inmunes a los
protocolos de la destrucción mutuamente asegurada --o que por lo menos,
como Corea del Norte y quizás Irán, se las dan de tales-hacemos lo
posible para que no obtengan la bomba y, cuando la consiguen, confiamos
en una futura defensa coheteril.
Los más razonables entre nuestros enemigos saben que perderían tanto una
batalla nuclear como una guerra convencional sin restricciones contra
los Estados Unidos, por lo que tratan de hacer una guerra asimétrica.
Esas iniciativas parten de la premisa de que los Estados Unidos se
preocupan más por lo que puedan sufrir que por infligir bajas, se
inquietan más por lo que otros piensan de ellos que por lo que ellos
piensan de los demás.
En el pasado enfrentamos esta situación recurriendo a los bombardeos
punitivos. Cuando los terroristas atacaron a estadounidenses o los
intereses de los Estados Unidos en el extranjero, lanzamos ataques
aéreos: cuatro días de bombardeos de Irak en 1998; la campaña de
bombardeo contra Milosevic en ese mismo año de 1998; el lanzamientos de
misiles crucero en Afganistán. El gobierno de Clinton denominó
"mantener a raya [al enemigo]" esta suerte de disparos ocasionales de
misiles y los bombardeos mediante el Sistema de Posicionamiento Global
(GPS, según sus siglas en inglés).
El lado positivo de estas campañas es que, por lo general, sólo tiene un
costo monetario en vez de un costo humano. El apoyo político es
considerable, pues los estadounidenses raras veces perecen en la
televisión. Además, se suelen neutralizar los medios de información
hostiles. Es inusual que la devastación que infligimos se filme en el
terreno de un estado policiaco que es blanco de un ataque, en
particular, debido a la posible proximidad de los reporteros a las
bombas lanzadas por los estadounidenses. Los periodistas que sí van a
Bagdad o a Belgrado cuando están siendo atacadas, o no obtienen un
permiso de libre acceso o, si lo obtienen, se sospecha de que toda su
cobertura informativa está censurada.
El bombardeo punitivo tiene algunos límites. El primero es que evitamos
los Estados nucleares como Corea del Norte o Pakistán porque no estamos
dispuestos a arriesgarnos a una respuesta peligrosa. En segundo lugar,
tratamos de impedir una guerra prolongada que a fin de cuentas se
traduzca en imágenes de matanzas que son transmitidas a los Estados
Unidos. Y, por último, los aviones no están hechos para que los
derriben.
Incluso cuando se dice que las cosas salieron bien, la desventaja, como
vimos a lo largo de la década de los noventa del siglo pasado, es que la
mayoría de los resultados son, por definición, punitivos, en virtud de
que carecemos de presencia en el terreno para influir en los
acontecimientos políticos de una manera más constructiva.E incluso el
grado en que el bombardeo a distancia consigue disuadir temporalmente a
Saddam, Kadafi o los talibanes de apoyar a los terroristas depende de la
precisión de las bombas americanas, de la naturaleza de la cobertura
periodística y de si la población está descontenta y culpa de sus
desgracias a su propia autocracia (por ejemplo, Serbia) o, por el
contrario, al perpetrador americano (Irak). Estas guerras pueden ser
relativamente breves (por ejemplo, Libia, la Operación Zorro del
Desierto) o durar meses (Serbia) o incluso años (las zonas de exclusión
de vuelos).
Una propuesta aún más riesgosa es la de utilizar tropas terrestres
americanas para cambiar la situación política, esto es, para derrocar un
gobierno hostil partiendo de la teoría de que el pueblo ansía la
libertad y daría la bienvenida a su liberación. Las invasiones son
fáciles en países pequeños como Panamá o Granada, pero no lo son tanto
en países grandes del Oriente Medio o Asia que cuentan con movimientos
políticos o religiosos bien enraizados que pueden dárselas de
nacionalistas.
Y el reloj echa a andar en el momento en que los Estados Unidos irrumpen
en tan riesgoso panorama. Vencer o caer en un atolladero depende de si
podemos derrotar a los insurgentes e instalar un gobierno local antes de
que el enemigo pueda erosionar la opinión pública de los Estados Unidos,
bien matando a un número suficiente de americanos en los noticieros de
la tarde para hacernos dudar de que el gambito valga su costo, o
sugiriendo que los tan cacareados valores de la sociedad burguesa
occidental quedaron mancillados durante los conflictos en lugares como
My Lai o Abu Ghraib. La clave de cualquier esfuerzo de este tipo es en
buena parte política: ¿son capaces las fuerzas locales, con la ayuda de
los Estados Unidos y la promesa de un gobierno democrático, de encabezar
la lucha y garantizar una reducción de las bajas estadounidenses y al
mismo tiempo ofrecer algo mejor que un pasado que repercute en los
occidentales comprensivos?
Poco nos ayuda que un enemigo detestable decapite o torture. Lo cierto
es que en semejante guerra asimétrica a los terroristas les resulta
ventajoso cometer barbaridades, bien para aterrar a los aburguesados
Estados Unidos, o por lo menos para galvanizar los movimientos contra la
guerra abriendo la caja de Pandora de los horrores que inevitablemente
"son consecuencia" de la "agresión" estadounidense.
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Tomado de Nacional Review
Traducido por Félix de la Uz.
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