En defensa del neoliberalismo |
Víctor Davis Hanson Después del 11 de septiembre, sólo 8 estados del Medio Oriente planteaban un peligro real para la política y, en algunos casos, para la seguridad de Estados Unidos: Afganistán, Irán, Irak, Libia, Pakistán, Arabia Saudita y Siria. Si ignoramos la histeria sobre el Triángulo Sunita en Irak, y miramos empíricamente a esos estados ¿se ha vuelto en una mayor o menor amenaza para Estados Unidos? En Afganistán los talibanes albergaban a bin Laden y Al Qaida. Sin su apoyo activo, el asesinato masivo del 11 de septiembre hubiera sido muy difícil de realizar. Irán era el principal patrocinador de Hezbolá, que había matado más americanos que ninguna otra organización terrorista islámica y se decía que estaba tratando de obtener armas nucleares. En Irak, los agentes de Saddam Hussein estuvieron implicados en el primer atentado contra el World Trade Center. También se estaban reuniendo con agentes de Al Qaida durante los años 90 y ofreciendo santuario tanto a las ramificaciones de Al Qaida en Kurdistán y, posteriormente, a los veteranos de Afganistán. Como observara el Senado de EEUU, esto era además de los problemas generales de las zonas de no-vuelo, las violaciones de la ONU del programa de petróleo por alimentos y los acuerdos del armisticio de 1991, y los periódicos bombardeos americanos de represalia. Libia era un beligerante de facto contra Estados Unidos, habiendo provocado golpes aéreos americanos contra Túnez. Entre otras cosas, estuvo implicada en el atentado de Lockerbie contra Pan Am y tenía un programa clandestino de armas de destrucción masiva. Pakistán había violado los protocolos de no-proliferación de la ONU y de Estados Unidos. Sus servicios de inteligencia estaban infiltrados por fundamentalistas islámicos sido responsables por la muerte de personal diplomático americano y de dar apoyo a los talibanes, así como de ayudar directamente a Al Qaida a lo largo de la frontera. Arabia Saudita, cuyos 15 ciudadanos comprendía la mayoría de los asesinos del 11/9 estaba dando clandestinamente dinero a los terroristas islámicos para desviar hacia Estados Unidos el resentimiento popular contra la monarquía. El poderío financiero del reino subsidiaba “organizaciones caritativas’’ y madrasas que ofrecían, a un nivel global, apoyo religioso e ideológico al violento extremismo islámico. Siria había devorado desde hacía tiempo la mayor parte del Líbano y era un santuario para los terroristas anti-occidentales, desde Hamas hasta Hezbolá. Cuatro años y medio después del 11/9, ¿cómo le ha ido a Estados Unidos en la neutralización de estas 7 amenazas? El gobierno de los talibanes ya no existe. En su lugar está lo impensable: una democracia parlamentaria que quiere una economía abierta e inversiones extranjeras. Afganistán sigue plagado por señores de la guerra, narcotraficantes y terroristas pero, tras la guerra que derrotó fulminantemente los talibanes, el país no se asemeja en lo más mínimo a la pesadilla que era antes del 11/9. Irán está más cerca de la bomba que nunca pero, por lo menos, existe un escrutinio mundial de sus maquinaciones, algo que no existía anteriormente. Teherán está en una lucha a muerte con el nuevo gobierno iraquí, tratando de socavar su democracia tratando de trasplantarle ganglios de radicalismo chiíta antes de que la existencia de un nuevo Irak – libre y democrático – dinamice a su propio pueblo, hastiado de la teocracia. Los miles de personas que morían todos los años bajo la dictadura de Saddam Hussein han sido sustituidos por miles que mueren en luchas civiles sectarias. Sin embargo, Saddam y su pesadilla baasista han perdido el poder y esto permite una esperanza donde antes no había ninguna. Después de tres elecciones, ha surgido un gobierno democrático. Pese a un terrible costo para Estados Unidos, hasta ahora las elecciones han funcionado, no ha habido guerra civil y los americanos están pensando en reducir, no en aumentar, su presencia. Libia es, quizás, el caso más extraño. Estados Unidos está explorando lentamente el reestablecimiento de relaciones diplomáticas. Moamar Qadafi ha entregado su arsenal de armas de destrucción masiva. Y el país está súbitamente abierto a los teléfonos celulares, la Internet, la TV por satélite y ha dejado ser una vía financiera del terrorismo internacional. Pakistán todavía está dirigido por un dictador. Pero como resultado de la presión americana y los incentivos económicos, está sacando lentamente a los simpatizantes de Al Qaida de su gobierno, que muy pocas veces ataca a los terroristas que viven en la frontera. En realidad, Al Qaida parece odiar al actual gobierno paquistaní tanto como a Estados Unidos. Arabia Saudita ha ganando enorme poder en lo que el petróleo ha subido de $30 a más de $70 dólares por barril. Sin embargo, bajo presión americana ha golpeado a los terroristas de al Qaida y ha limpiado (un poco) sus oficinas financieras en el exterior. La prueba de esto pudiera ser la ola de ataques terroristas contra el gobierno saudita. Los esfuerzos americanos exhortando a la liberalización han encontrado una respuesta muy tibia, dado su poderío petrolero y sus sofísticos argumentos de que, por el momento, una monarquía autocrática es la única alternativa a una teocracia amiga de los terroristas. Siria ha salido del Líbano por presión popular. Todavía apoya a los terroristas contra Israel – y ahora contra Irak también – pero, a juzgar por su retórica, se está sintiendo comprimida entre una Turquía democrática, Irak e Israel en sus fronteras, y por una posición dura de Estados Unidos. ¿Dónde nos deja esto? En todo caso, me parece, que en una situación mucho más complicada – pero mucho mejor – que antes del 11 de septiembre. Muy pocos piensan que Afganistán e Irak estén ahora peor que bajo los talibanes y Saddam Hussein. Siria tampoco está en una posición más fuerte. Pese a sus poderíos disuasivos nuclear y petrolero, tanto Pakistán como Arabia Saudita están cada vez más conscientes de los peligros del radicalismo islámico. Libia ya no plantea la amenaza de utilizar sus armas de destrucción masiva contra sus vecinos y es menos probable que financie el terrorismo internacional. Irán es la incógnita, más cerca de obtener la bomba pero cada vez más aislada internacionalmente y por los eventos que no puede controlar en Irak. ¿A dónde vamos? Estados Unidos tiene sus propias paradojas. Esos desarrollos positivos son un resultado de una radical ruptura con la vieja política de apaciguamiento que usaba misiles Crucero como un impotente gesto de represalia o aceptaba la realpolitik como medio de utilizar a uso odiosos dictadores contra otros. La nueva política, sin embargo, ha demostrado ser tan polémica como costosa. Ha regresado una nueva cepa de lo que pudiéramos llamar aislacionismo punitivo en el que simplemente mandaremos nuestros bombarderos cuando haya pruebas de complicidad con ataques contra americanos. Pero, bajo ninguna circunstancia, debe haber un solo soldado en el terreno tratando de “ayudar” a pueblos que son “incapaces” de alcanzar una sociedad civilizada liberal. La derecha dura (los “paleoconservadores”) es franca en su pesimista denuncia del idealismo americano u se preocupa de que un nuevo y asertivo Wilsonianismo vaya a perder la ascendente mayoría republicana y traicionar los valores conservadores. La izquierda compra ese neo-aislacionismo puesto que significa menos influencia “imperial” en el exterior y más fondos para sus programas, así como una forma de perjudicar a George W. Bush y reconquistar el Congreso. Lo que ha faltado ha sido una defensa enérgica y consistente, que no se excuse pero que, al mismo tiempo, sea modesta, de nuestros esfuerzos desde el 11 de septiembre. En primer lugar, los Estados Unidos no fueron cínicos en sus esfuerzos; nadie robó ningún petróleo; no se estableció ninguna hegemonía; y se promovieron demócratas, no dictadores. Hemos estado llamando directamente a los pueblos del Medio Oriente, no negociando con los talibanes i con Saddam Hussein sobre sus futuros. Ningún otro país importador de petróleo hubiera tratado de persuadir a los sauditas de hacer reformas en una época de escasez mundial de petróleo, ni Francia, ni China ni la India. En segundo lugar, nunca hubo buenas opciones después del 11 de septiembre. La vieja política de apaciguamiento sólo había envalentonado a los terroristas, desde 1993, con el primer ataque contra el World Trade Center, hasta el ataque contra el USS Cole en Yemen. El Irak de Saddam era inestable. Sólo era cuestión de tiempo antes de que Saddam, estimulado por las ganancias petroleras, hubiera renovado sus ambiciones, una vez que 12 años de zonas de no-vuelo y embargos polémicos pero llenos de filtraciones hubieran fatigado a Occidente. En realidad no había buenas opciones, ya los dejáramos o removiéramos a los peores, puesto que los dictadores promovían el terrorismo en una sacrílega alianza de conveniencias, y ellos mismos tenían petróleo y acceso a armas. En tercer lugar, por los estándares de Granada, Panamá y los Balcanes, nuestras pérdidas han sido costosas. Pero el Medio Oriente es una lucha de un tipo distinto; es una batalla existencial en la que la derrota significa más ataques en el territorio de Estados Unidos mientras que la victoria en transformar el paisaje de la región augura el fin de la matriz del terrorismo islámico. En ese sentido, hasta ahora, casi 5 años más tarde, hemos tenido suerte en evitar el nivel de costos incurridos en el primer día de la guerra que costó 3,000 vidas americanas y un billón de dólares en pérdidas económicas. En cuarto lugar, la estrategia no fue totalmente militar o política y, mucho menos, caracterizada por el ataque preventivo o por el unilateralismo .Irak no era el modelo de infinitas acciones militares futuras. Era en audaz gambito que ofrecía una esperanza real de provocar cambios desde Pakistán hasta Trípoli una vez que Saddam fuera eliminado y un gobierno constitucional establecido en su lugar. En quinto lugar, la práctica es el criterio de la verdad. En lo que nos acercamos al quinto año, no ha habido otro ataque en los Estados Unidos. Ha surgido toda una industria intelectual para educar a Occidente sobre el radicalismo islámico, algo que no existía antes del 11 de septiembre. Nuestros enemigos en Al Qaida están muertos, arrestados, escondidos o perdiendo en Irak, y abrazar el radicalismo islámico en el Medio Oriente ahora conlleva, al menos, el temor a una impredecible reacción de Estados Unidos. Todavía estamos en una especie de
carrera, esperando que Afganistán e Irak entren en un período de
estabilidad democrática y que la violencia se detenga antes de que el
público americano se canse y exija un prematuro fin a nuestros esfuerzos
por llevar la democracia al Medio Oriente. Y mientras nosotros hacemos
el impopular trabajo de tratar de restaurar la esperanza en esa parte
del mundo, los altivos europeos posan como una alternativa moderada
mientras los chinos comercian más que nunca, los rusos provocan más
problemas que nunca y los emiratos árabes ganan más dinero que nunca. |
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