Ann
Coulter
Afortunadamente para
los liberales, los iraquíes ejecutaron a Saddam Hussein en la misma
semana en que murió el ex-presidente Ford, por lo que no pareció
extraño que la bandera de Nancy Pelosi estuviera a media asta.
Asimismo, la muerte de Saddam permitió que la ausencia de Harry Reid
en los funerales de Ford no se viera como un desaire.
La muerte de
Gerald Ford debería recordar a los norteamericanos que los demócratas
siempre están al acecho, listos para forzar una derrota humillante de
los Estados Unidos.
Los temas de
conversación de los demócratas: más tropas, menos tropas, diferentes
tropas, “reubicación”, no son más que una manera de aparentar que se
ocupan de algo. ¿A quién quieren engañar? Los demócratas desean salir
de Irak lo más rápidamente posible, traicionando a los iraquíes que
nos han apoyado y recompensando a nuestros enemigos, es decir,
exactamente igual a lo que le hicieron a los sudvietnamitas en la
época del gobierno de Ford.
Los liberales se
pasaron la guerra de Vietnam alentando al enemigo y clamando por la
derrota de los Estados Unidos, una tradición que se ha mantenido en la
guerra de Irak.
Insistían en
llamar al Vietcong apoyado por los soviéticos “Frente de Liberación
Nacional de Vietnam”, como ahora califican de “insurgentes” a los
fascistas islámicos que matan norteamericanos en Irak. Ayer aclamaban
a Ho Chi Minh y lo llamaban “demócrata jeffersoniano”; hoy, Michael
Moore compara a los fascistas islámicos de Irak con los Minute Men.
Durante la guerra de Vietnam, Arthur “Pinch” Sulzberger, vástago del
New York Times, dijo a su padre que si un soldado norteamericano se
enfrentaba a otro vietnamita prefería que muriera el norteamericano.
“Está en el país del otro”, fue su explicación.
Ahora, como
editor del Times, Pinch hace todo lo que puede para ayudar al enemigo
que actualmente dispara contra los soldados norteamericanos.
Después de
seis años de presidentes demócratas que provocaron un desastre inmenso
en 1969 en Vietnam –Kennedy ordenó el asesinato de nuestro aliado en
medio de la guerra, y Johnson elegía torpemente desde el Despacho
Oval los blancos de los bombardeos--, Nixon alcanzó la presidencia y
el mundo volvió a ser un lugar seguro.
Nixon comenzó la
retirada escalonada de los tropas terrestres norteamericanas al tiempo
que protegía a los sudvietnamitas incrementando los bombardeos del
norte, minando los puertos norvietnamitas y atacando los suministros
militares de Vietnam del Norte en Cambodia, acciones éstas que los
liberales norteamericanos, deseosos de que los comunistas derrotaran a
los Estados Unidos, denunciaron histéricamente.
Pese a las
protestas masivas contra la guerra orquestadas por la Generación de la
Postguerra, a las tomas de los edificios universitarios y a los
bombardeos de propiedades federales como protesta por el bombardeo de
las propiedades de Vietn am del Norte, la política vietnamita de Nixon
era popular entre los norteamericanos normales. En 1972 ganó la
reelección contra George McGovern, el candidato de la “paz”, con una
victoria aplastante en 49 estados.
En enero de 1973,
los Estados Unidos firmaron los acuerdos de paz de París, que hubieran
podido finalizar la guerra con honor. A fin de conseguir un cese el
fuego, Nixon forzó a los sudvietnamitas a aceptar unos términos
desfavorables, como permitir que las tropas del Vietcong permanecieran
en el Sur. Pero, como contrapartida, prometimos a Vietnam del Sur que
reanudaríamos los bombardeos y suministraríamos ayuda militar si el
Norte atacaba.
Esto habría
funcionado, pero los demócratas ansiaban la derrota de los Estados
Unidos. Inventaron “Watergate”, cuyo corpus delicti no habría
merecido mucha difusión en los medios periodísticos durante los años
de Clinton, y Nixon fue acosado hasta que tuvo que abandonar la
presidencia. (¿Cómo estará sobrellevando Sandy Berger ese duro tirón
de orejas?)
Tres meses
después de que Nixon se marchara advino el Congreso de Watergate y con
él, el nuevo Partido Demócrata. El lugar del antiguo Partido
Demócrata, que perdía guerras como consecuencia de la incompetencia y
la ingenuidad, lo ocupó el nuevo Partido Demócrata, que perdía las
guerras a propósito.
Un mes
después de elegido el Congreso de Watergate, Vietnam del Norte atacó
el Sur.
Incluso
Gerald R. Ford –tí mido, partidario del aborto y amante de la
distensión—sabía que los Estados Unidos tenían que defender Vietnam
del Sur, ya que de no hacerlo la palabra del país de nada valdría.
Como dijera Ford, “la falta de voluntad norteamericana para brindar
asistencia adecuada a sus aliados que luchan por sus vidas podría
afectar seriamente en todo el mundo nuestra credibilidad como
aliado”. En repetidas ocasiones suplicó al congreso demócrata que
autorizara simplemente la ayuda a Vietnam del Sur, no en armas, sino
en dinero.
Pero los demócratas
le viraron la espalda a Vietnam del Sur, traicionaron a un aliado y
desvalorizaron la palabra norteamericana. Un mes después del último
llamado de Ford al Congreso demócrata para que ayudara a Vietnam del
Sur, Saigón cayó.
El mundo
entero pudo observar cómo el personal norteamericano abordaba
desesperadamente los helicópteros en los techos de la embajada en
Saigón y rechazaba a sus propios aliados, a los que no podía ofrecer
medios para escapar. Fue la imagen más degradante que el público n
orteamericano jamás contemplara, hasta que apareció Britney Spears.
El Sudeste
asiático no tardó en en verse envuelto en una vorágine de violencia
que parece ocurrir cada vez que estos “demócratas jeffersonianos”
arriban al poder. Los totalitarios comunistas se difundieron por
Laos, Cambodia y todo Vietnam. Realizaron masacres horripilantes, tan
vastas, que hasta el propio senador George McGovern pidió una
intervención militar para poner fin a un “caso evidente de genocidio”
en Cambodia.
Cinco años
más tarde, los lunáticos islámicos en Irán no tuvieron reparos en
atacar la embajada de la que había la mayor superpotencia de la
Tierra y en tomar como rehenes durante 14 meses a ciudadanos
norteamericanos. Hasta el día de hoy, al Qaida estimula la decadente
moral de sus jihadistas recordándoles la humillante retirada de
Vietnam.
Los
liberales, además de equivocarse en cuanto a que Ford perdonara a
Nixon, se equivocaron en muchas otras cosas de esa época. Los
demócratas no han admitido su error al rechazar las súplicas de Ford a
favor de Vietnam del Sur porque aún existen extranjeros peligrosos que
tratan de asesinar norteamericanos. Nixon yace tranquilamente
enterrado, pero los enemigos de los Estados Unidos siguen necesitando
la ayuda de los demócratas.