En defensa del neoliberalismo

                                         

 
                                              
                                      
                                         

El botín de los revolucionarios
 

 

Hace algún tiempo, casi inadvertidamente, se inauguró en Washington un monumento a los cien millones de víctimas del comunismo. El más elemental recuento sobre el costo humano y los resultados prácticos de las revoluciones comunistas del siglo XX concluye que ha sido una tragedia histórica sin precedentes. Pese a todo su espanto, los sufrimientos y las víctimas producidas por el nazismo y el fascismo han sido incomparablemente menores. Uno tiene que preguntarse: ¿cómo es posible entonces que las ideas del comunismo hayan mantenido vigencia en ciertas áreas del mundo? Si ningún partido político del mundo puede esperar ganar popularidad esgrimiendo las ideas de Adolfo Hitler o de Benito Mussolini, ¿cómo es posible entonces hacerse popular blandiendo las ideas de Lenin y de Stalin?

No es ninguna especulación. Pese al desconcierto de amigos y enemigos, Fidel Castro se reafirma marxista-leninista. Y, para estupefacción de muchos, Hugo Chávez se proclama seguidor incondicional de sus ideas. Y no está solo. López Obrador consiguió mucho público con esa línea. Y Correa convenció a la mayoría de los desesperados ecuatorianos. Por no hablar de Bolivia, que quiere experimentar con el incanato. O del triste regreso de Daniel Ortega. ¿Cómo es posible? ¿Es que hay un impulso suicida en los pueblos?

¿Cómo es posible que el comunismo no sea execrado como el nazismo y el fascismo? La respuesta es compleja (ver El Comunismo Olvidado en http://www.neoliberalismo.com/com_olv.htm ) pero habría que subrayar el papel que jugó la URSS en la lucha contra el nazismo (aunque empezaran como aliados con el Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939). También está el profundo anticapitalismo de la intelectualidad occidental, estimulado por la I Guerra Mundial y la Gran Depresión. Y, quizás lo más importante de todo, el comunismo ofrece una insuperable coartada ideológica para el robo. Un robo en escala masiva y colosal. No hay quien pueda con eso. Es una tentación irresistible.

En nuestro continente, Castro ha dado el deslumbrador ejemplo. Después de todo, era sólo un oscuro gángster en la Cuba republicana y ya lleva medio siglo en el poder. Ante ese ejemplo, ¿por qué arriesgarse para robar un banco? ¿Por qué no un país entero, con el pretexto de que el imperialismo nos explota o que el capitalismo se basa en el lucro? ¿Acaso no tiene Castro todavía entusiastas defensores? Es precisamente por eso que, a pesar del aparatoso fracaso del comunismo, esas coartadas ideológicas nunca van a morir.

En EEUU, Francia, Inglaterra y algunos otros países ese discurso ideológico no convence a nadie. Creen en otros disparates, pero no en ése. Pero en buena parte del mundo subdesarrollado, particularmente en América Latina, esas ideas mantienen una relativa vigencia. Mucha gente cree que es mejor que las empresas privadas sean administradas por burócratas. Creen importante que los ''puestos de mando'' de la economía nacional estén en manos del estado. Por favor.

Todos los contratos de la defensa nacional de Estados Unidos están en manos de empresas privadas. ¿Alguien se imagina a EEUU nacionalizando la Exxon, Microsoft o General Motors? Es importante sonar la campana de alarma en relación con las nuevas revoluciones anticapitalistas. ¿Anticapitalismo? ¿Y quién va a sustituir la gestión empresarial de miles de pequeñas, medianas y grandes empresas? ¿Quién va a sustituir la administración de sus dueños? ¿Simples amigos del gobierno que ganan un sueldo fijo y no tienen ningún verdadero interés en su rentabilidad?

En el 99% de los casos, las ''nacionalizaciones'' no son más que un robo. Un robo que les transfiere la administración de esas propiedades a los amigos de los gobernantes. Ellos simplemente van a gastar el capital acumulado y, cuando empiecen a dejar pérdida, el gobierno los va a subvencionar. En la gran mayoría de los casos, esto sólo puede llevar a la bancarrota.

Miles de cuadros, profundamente frustrados por la corrupción e ineficiencia de los gobiernos democráticos, han mostrado una disposición desesperada a ensayar un experimento que siempre ha fracasado. Ellos se dicen: si todo el mundo está tan corrompido, ¿por qué no darle un voto de confianza a los que han denunciado fieramente esta corrupción? ¿Por qué no darles la oportunidad de dirigir no sólo las empresas, sino todo el país? ¿Acaso hay una alternativa peor que la realidad existente? Enorme error. Por corrompida que sea una clase política, no hay nada peor que entregarle el poder a una gavilla de aventureros, cuya única preocupación es eternizarse ''legalmente'' en el poder. De aquí su impúdica prisa por cambiar la constitución aprovechando su momentánea mayoría.

Los ejércitos nacionales tienen que estar alertas ante estos golpes de estado a cámara lenta. No se puede permitir que el país entero se convierta en el botín de los revolucionarios. Un gobierno civil puede hacer lo que quiera, menos cambiar las reglas del juego republicano y democrático . Y no hay que olvidar que el que pretenda hacerlo tendrá que destruir el ejército constitucional. No le quedará más remedio. Castro se lo repite a Chávez una y otra vez. El ejército venezolano no es confiable. ¿Cómo va a serlo si Castro no confía ni en el ejército que él mismo creó?

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