La política
del avestruz
ADOLFO RIVERO CARO
Recientemente, cuando Irán secuestró a 15 marinos británicos, Tony Blair le pidió a la Unión Europea que congelara sus relaciones comerciales con Irán. Tenía sentido porque la UE es el principal socio comercial de Irán. La UE rechazó tajantemente hacerlo. Blair se dirigió entonces al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pidiendo una condena del secuestro. El Consejo se negó, limitándose a declarar una tímida ''preocupación'' por el incidente. Es necesario comprender que todo esto tiene consecuencias. El apaciguamiento estimula y alienta a los terroristas. El único lenguaje que entienden, y respetan, es el que está hablando Estados Unidos en Afganistán e Irak. Estados Unidos está sacando la cara por el mundo entero. Lamentablemente, esto provoca un resentimiento sin precedentes. Naciones impotentes y fallidas rezuman envidia y despecho. Esta es una de las razones profundas del actual antiamericanismo.
Ninguna guerra es popular. En 1940 y 1941, Roosevelt tuvo que dejar sola a Inglaterra frente a la arremetida nazi porque el pueblo americano no quería participar en el conflicto. Y es bueno recordar que fue la Alemania nazi la que le declaró la guerra a Estados Unidos tras el ataque japonés contra Pearl Harbor. Que una guerra sea impopular no significa que sea errónea. Sería bueno reflexionar lo que hubieran sido estos años con Saddam Hussein en el poder. Actualmente, nuestros soldados están matando terroristas en Irak. Es una lucha difícil y sangrienta, pero es preferible a que los terroristas estén matando civiles inocentes dentro de Estados Unidos.
En Cuba, también hay avestruces, también hay quienes enterrar la cabeza en la arena e ignorar la realidad. Infortunadamente, me tengo que referir, una vez más, al comportamiento de la iglesia cubana. El cardenal Jaime Ortega Alamino ha decidido cerrar la revista Vitral. ¿Por qué? La revista que dirigía Dagoberto Valdés era una de las pocas, modestas, luces de pensamiento independiente en Cuba. Su crimen era no considerar a Plácido como un precursor del Moncada. A los ojos de la dictadura, eso la hacía subversiva y detestable. Pero la que debía de cerrarla era la Seguridad del Estado.
En una columna reciente, lamentaba el retiro del obispo Meurice. En realidad, no comprendía la importancia del acontecimiento. Pasaba por alto que esto coincidía con el retiro del obispo José Siro González Bacallao, un simpatizante del Centro de Formación Cívica y Religiosa de la diócesis pinareña. Y lo primero que ha hecho el nuevo obispo de Pinar del Río, monseñor Jorge Enrique Serpa, ha sido cerrar Vitral, la revista del centro. Dicen que Serpa tuvo una buena actitud en Colombia. No sé. Ni me importa. En Cuba, el inicio de su gestión ha sido nefasto. Y que nadie se equivoque, el cierre de Vitral es sólo una parte, la más visible, de una vasta ofensiva contra toda opinión disidente dentro de la iglesia cubana. La consigna es aislar a esos rebeldes y tratar de anularlos. Para nadie es un secreto que Oswaldo Payá y el Movimiento Cristiano Liberación nunca han tenido ni la simpatía ni el apoyo de la iglesia cubana.
El mensaje del cardenal Ortega es claro: hay que colaborar con la dictadura. La iglesia entiende que es la única forma de salvar sus mínimos programas de asistencia social. Cerrando Vitral, mejoran las posibilidades de mantener abierto un comedor para los viejitos de San Juan y Martínez. Lo importante, nos dicen, no es la retórica, sino la caridad práctica. Eso mismo hubieran podido decir todas las iglesias del este de Europa. A los asustados ojos de la jerarquía cubana, tras 50 años de fracasos y de haber hundido al pueblo cubano en la mayor miseria física y espiritual, la dictadura comunista es más fuerte que nunca. Estiman que confrontarla es suicida.
La Iglesia cubana ha perdido la fe en sus ideas, en su futuro y en el pueblo de Cuba. Y, cuando se pierde la fe, se tiene miedo. La Iglesia cubana le tiene miedo a la creciente alineación del pueblo cubano. Le tiene miedo al creciente hedonismo de la sociedad occidental. Le tiene miedo al futuro. Le tiene miedo a su propia debilidad. Ha olvidado el desafiante llamamiento de Juan Pablo II: ''No tengan miedo''. Y se ha rendido ante la tiranía. Condena al futuro catolicismo cubano a una irredimible debilidad. Es una pena, y un bochorno.