En defensa del neoliberalismo
 

           

Objetividad y guerra cultural

 

 

 

ADOLFO RIVERO CARO

En mi última columna del año no voy a referirme a la extraordinaria lucha de la disidencia cubana, eterno motivo de admiración y asombro, ni al estado de salud del viejo caudillo de un pequeño país del tercer mundo. Prefiero conversar con mis lectores sobre un importante problema americano: la forma en que nuestros medios de comunicación enfocan algunos problemas internacionales.

Es terrible, pero hay que aceptarlo. La prensa liberal estadounidense ha dejado de ser patriota. No es una afirmación gratuita. ¿Cuántos actos de heroísmo no han realizado nuestros soldados en estos años de guerra? Y, sin embargo, ¿cuántos de ellos han visto reportados nuestros lectores? Las historias sobre el progreso en Irak constituyen una fracción insignificante de las noticias. No sólo esto, la prensa liberal se opone a toda la guerra contra el terrorismo y hace todo lo posible por dificultarla. The New York Times publicó en primera plana que el presidente Bush estaba permitiendo monitorear, sin autorización judicial expresa, las llamadas telefónicas entre terroristas en ultramar y personas en Estados Unidos. Esto se denunciaba como una grave intromisión en la vida privada de los ciudadanos estadounidenses y como un incipiente esfuerzo por instaurar un régimen totalitario en nuestro país.

Poco después, el New York Times reportó que el FBI tenía un programa ultrasecreto que monitoreaba las transacciones bancarias internacionales dedicadas a financiar a los terroristas. En otra época, esto se hubiera considerado como un acto de traición nacional. ¿Se hubiera podido ganar la Segunda Guerra Mundial si hubiera existido entonces una prensa nacional de esta tipo?

Según la prensa liberal estadounidense, apoyar a nuestras tropas se opone a la objetividad periodística. El patriotismo las convertiría en simples propagandistas. Reflexionemos un momento. ¿Qué queremos decir con ''objetividad periodística'' en oposición a la propaganda? Tradicionalmente, ha significado que, en cualquier discusión, el papel de un periódico no es tomar partido, sino darles a los lectores los argumentos de las partes que están discutiendo y dejar que sean ellos los que decidan qué posición tomar. La propaganda, por su parte, es la difusión de ciertas que se aceptan como ciertas sin permitir que se cuestionen o pongan en discusión. No es por gusto que el origen del término esté en la Iglesia católica. Ahora bien, esto no significa, no puede significar, que el periódico no comparta los principios básicos de la sociedad estadounidense. Nuestra sociedad, por ejemplo, parte de la convicción de que todos los hombres tienen ciertos derechos inalienables. No debía extrañar, por consiguiente, que los medios de comunicación compartan ciertos criterios básicos con el gobierno de Estados Unidos. Ni que estas ideas choquen frontalmente contra la concepción de que ciertas razas son inferiores, como creían los nazis, o que ciertos grupos sociales tienen que ser aniquilados, como creen los comunistas. ¿Qué ha sucedido entonces? Veamos.

Lo que caracteriza las sociedades liberales, democráticas, es la libertad de expresión. Esta se manifiesta en una constante discusión. Esto ha sido una de las razones de nuestro incontenible progreso. Ahora bien, la sociedad capitalista ha sido extraordinariamente exitosa. Paradójicamente, sin embargo, en vez de llenarnos de admiración y aprecio por la sociedad en que vivimos, el resultado ha sido todo lo contrario. Muchos se han hecho más hipersensibles y, por consiguiente, más ferozmente críticos de sus deficiencias. Son los inmigrantes de todo el mundo los que mantienen viva la admiración por la sociedad americana. Son estos hombres y mujeres pobres, provenientes de otras sociedades y de todas las nacionalidades, los que más aprecian a Estados Unidos y se juegan la vida por venir a este país. Son los intelectuales estadounidenses, nacidos y criados aquí, los que no soportan Estados Unidos. Son ellos los que aspiran a transformar radicalmente al país. Ellos no comparan a Estados Unidos con ningún otro país del mundo real. Lo comparan con el modelo ideal y abstracto de una sociedad igualitaria y perfecta. Y, por supuesto, lo encuentran trágicamente deficiente. Y lo más peligroso es que mientras más avanzamos, más imperfecta e insatisfactoria les parece.

La intelectualidad y la prensa estadounidenses apoyaron a su gobierno en la primera y segunda guerra mundiales. Pero esta creciente insatisfacción provocó una ruptura cuando la guerra de Vietnam. Desde entonces, las universidades, los medios de comunicación y Hollywood se han hecho opositores de nuestro gobierno, de sus fuerzas armadas y de sus órganos de inteligencia. La prensa habla de la influencia de Hollywood como si fuera una influencia pronorteamericana. Eso es totalmente falso. Es al revés. Hollywood influye mucho, es cierto. Pero no influye a favor de Estados Unidos. Todo lo contrario. Basta observar el contraste de las formas en que Hollywood presentaba las fuerzas armadas antes de la guerra de Vietnam y la forma en que las ha presentado desde entonces. O la forma en que se ha presentado la CIA desde Los tres días del Condor (1975) hasta Syriana (2006). Hollywood le ha presentado al mundo una visión profundamente negativa de la CIA y la política exterior de Estados Unidos. ¿Es tan extraño entonces que una gran parte del mundo tenga una visión hostil de Estados Unidos?

Que nadie se equivoque: las ideas marxistas de la lucha de clases han penetrado profundamente en toda la intelectualidad occidental. Esa intelectualidad está cuestionando todos nuestros valores esenciales. Es por eso que defender nuestros principios frente al totalitarismo comunista es considerado propaganda. O por lo que se niegan a tomar partido en la guerra contra los fundamentalistas islámicos. O por lo que es incorrecto decir felices pascuas. No sólo vivimos una guerra contra el terrorismo. También estamos en medio de una feroz guerra cultural. Feliz año nuevo.

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