En defensa del neoliberalismo
 

           

Cultura suicida

 

 

 

ADOLFO RIVERO CARO

Si los cubanos siguen el ejemplo de los chilenos, dentro de veinte años Cuba será un país capitalista y próspero, pero la Plaza de la Revolución será un gran monumento en memoria de Fidel Castro. No es de extrañar. Muchos chilenos denuncian violentamente la dictadura de Pinochet, pero a ninguno se le ocurre cambiar sus lineamientos económicos. Se le odia pero se le sigue. Y también se hace al revés: se elogia mucho al personaje, pero se hace todo lo contrario de lo que aconsejaba. A Mao Tse-tung se le venera oficialmente, pero a nadie se le ocurre seguirlo. En el mundo de hoy, estas fórmulas contradictorias ganan una creciente aceptación. Reflejan una desconexión entre la ideología y la práctica: se rinde homenaje a los campeones del desastre.

Estimular la iniciativa individual, el libre mercado y la libre empresa es lo único que efectivamente ha disminuido la pobreza. Y los grandes ejemplos de los últimos veinte años son Irlanda, China y la India. ¿Irlanda? Sí. Todos sabemos que, tradicionalmente, Irlanda era uno de los países más pobres de Europa. Impulsados por el hambre, hambre física, literal, cientos de miles de irlandeses tuvieron que emigrar a Estados Unidos. De lo que no estamos bien informados, sin embargo, es que en los últimos 20 años el gobierno irlandés hizo un fuerte viraje hacia una derecha moderna. ¿Cuáles fueron los resultados? ¡Que Irlanda es el país más rico de Europa después de Luxemburgo! ¿Lo sabían mis lectores? ¿No? ¿Y cómo es posible que un fenómeno tan importante para nosotros no haya recibido publicidad en América Latina? ¿Por qué no hay masivas peregrinaciones a Irlanda para investigar las razones de su extraordinaria transformación? ¿Será acaso porque representa el éxito de la liberalización? Si yo fuera Felipe Calderón, tendría comisiones de alto nivel en Dublín estudiando la experiencia irlandesa.

Hay casos todavía más extraños. Como que la mayor expansión capitalista que hay en el mundo se esté produciendo bajo una dictadura comunista. Es el caso de China, que todos los años manda 80,000 jóvenes a estudiar en los Estados Unidos. En realidad, una de las pocas economías que mantiene una severa ortodoxia anticapitalista es la de Corea del Norte, donde millones de personas han muerto literalmente de hambre en los últimos años. Y, por favor, que nadie le eche la culpa a ningún embargo americano. Estados Unidos les manda alimentos. Los norcoreanos, al igual que los cubanos, manufacturan su propia miseria.

En gran medida, la intelectualidad occidental vive desfasada. Sigue atrapada en la percepción del mundo de la Primera Guerra Mundial y de la ''gran depresión''. Es un trauma que no se ha superado. El progreso científico técnico en la segunda mitad del siglo XIX fue tan extraordinario que mucha gente lo convirtió en un fenómeno independiente de la sociedad que lo hacía posible. En Estados Unidos se inventó desde el teléfono hasta la luz eléctrica. Era difícil creer que una sociedad motivada por el afán de ganancia hiciera posible esos maravillosos descubrimientos. De ahí la popularidad de Marx. Según él, bastaba con que una supuesta clase obrera le arrancara a la burguesía los medios de producción. Esto iba a elevar verticalmente el nivel de productividad social, incluyendo la creación artística, intelectual y científica. No era más que una utopía. Quien tomaba el poder no era ningún proletariado, sino un grupo de pandilleros políticos. La expropiación de los empresarios y la prohibición de trabajar en beneficio propio no sólo destruia la estructura productiva de la sociedad, sino que degradaba moral e intelectualmente a sus ciudadanos. La utopía anticapitalista, sin embargo, iba a mantener su poder de seducción.

En Estados Unidos, y en todo el mundo desarrollado, no hay mejor negocio intelectual que el anticapitalismo. Ahora se ha convertido en una crítica de toda la civilización occidental. Creer en su superioridad es ser ''eurocéntrico''. Hay que ser multiculturalista. Hay que decir que la cultura de los indios putumayos, los talibanes o los islamofascistas es tan válida como la nuestra. Lo demás es racismo. Eso es lo que se enseña en nuestras universidades. Es por eso que Reuters se niega a calificar a los islamofascistas de terroristas. Para Reuters son simplemente ''militantes''. O por lo que los periodistas no pueden ser patriotas porque el patriotismo impide la objetividad. O por lo que no se debe decir ''felices pascuas'' sino ''felices fiestas'' porque el cristianismo puede ofender a alguien.

Para seguir la moda del mundo académico, de Hollywood y de los grandes medios de comunicación hay que ser un acerbo crítico de la sociedad americana y de sus costumbres. Pero cuidado con criticar a los musulmanes. Eso puede ser peligroso. Es mejor posar de rebelde ofendiendo a los cristianos o a los empresarios. ¿A dónde nos llevará esto? No lo sé. Por el camino de la moribunda Europa, probablemente, que será musulmana dentro de veinte años. Nadie mata una civilización. Las civilizaciones se suicidan.

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