En defensa del neoliberalismo
 

           

El desafío democrático

 

 
ADOLFO RIVERO CARO

En una reciente encuesta se les preguntó a los iraquíes si, pese a los sufrimientos y la sangre derramada, el derrocamiento de Saddam Hussein había merecido la pena y 61 por ciento contestó que sí. Yo estoy en esa lista. He sido y sigo siendo un defensor de la guerra de Irak. Es un heroico esfuerzo por cambiar la geografía política del mundo musulmán y particularmente del Medio Oriente. Y ha sido un esfuerzo exitoso. La niebla de la guerra no debe oscurecer la realidad. Nuestro objetivo fundamental es que el gobierno democráticamente electo por los iraquíes pueda sostenerse independientemente. En lo fundamental eso depende de sus fuerzas armadas y Estados Unidos se ha concentrado en preparar esas fuerzas armadas y policía iraquíes. Y ese esfuerzo ha sido exitoso. El pueblo de Irak las ve con gran simpatía. En la encuesta a que nos referíamos anteriormente, el 96 por ciento de los encuestados estaba en contra de los ataques terroristas contra las fuerzas de seguridad. Y esas fuerzas crecen y se fortalecen con cada semana que pasa. Mi opinión es que, en cuestión de un año, no necesitarán apoyo americano en el terreno. Políticamente, eso fortalecería la autoridad del gobierno iraquí. Y todos los desesperados intentos por echarlo abajo habrían sido en vano. ¿Significa esto que la violencia iría a disminuir en Irak? No lo creo. Pero la sociedad iraquí no sería la única en vivir con un elevado índice de violencia interna. Pensemos en Colombia o en Cachemira.

En general, las dictaduras reflejan profundas tendencias sociales. Probablemente, la más importante sea una cierta incapacidad para vivir en democracia. Esto no es tan extraño como parece. Históricamente, la democracia ha sido un fenómeno muy raro. La democracia significa que el grupo que controla la policía y las fuerzas armadas está dispuesto a abandona el poder y cederle ese control a un grupo adversario y, en general, sumamente hostil. ¿Por qué? Porque se ha llamado a la población a que exprese su opinión sobre los grupos en el poder y, en este momento, la mayoría se ha inclinado hacia tal grupo en particular. Pero, ¿qué poder real tiene esa mayoría? Si el grupo que controla las fuerzas armadas decide ignorar su voluntad, ¿qué puede hacer esa mayoría? Hace un siglo, los anarquistas creían en la fuerza de una huelga general. Eso demostró ser una ilusión. Lo primero que habría que hacer es tratar de organizar la resistencia. Eso, por supuesto, está garantizado por los principios liberales (en el sentido clásico) de nuestras constituciones: libertad de asociación, etc. Pero ¿qué sucede cuando el grupo que controla las fuerzas armadas decide ignorar los procedimientos democráticos tradicionales? ¿Qué sucede cuándo organizarse es considerado un delito, como ocurre en Cuba? ¿Y qué pasa cuando un gobierno toma el control de los medios de comunicación? ¿Qué recursos le quedan a la población?

Establecer una dictadura es fácil. Lo difícil es establecer una democracia. La clave está en la existencia de cultura democrática. La que existe en Estados Unidos o Gran Bretaña, por ejemplo. ¿Puede concebir alguien un golpe de estado en Estados Unidos? ¿No se han fijado mis lectores que cuando algún jefe militar americano consigue éxitos extraordinarios, esto coincide casualmente con su retiro? ¿Tuvo que llamarlos Bush a discutir? ¿Se vivieron momentos de gran tensión en la Casa Blanca? En lo más mínimo. Los jefes sabían que sus días de gloria estaban contados. Y estaban perfectamente de acuerdo. ¿Por qué? Porque esa es la cultura americana. ¿Será también la cultura hispanoamericana? Que mis lectores reflexionen sobre el tema. La herencia cultural británica y la herencia española son dos destinos.

La democracia es un ideal formalmente aceptado por todos, pero interiormente sentido por muy pocos. Es uno de los problemas que afrontamos actualmente en el Medio Oriente. Los judíos son profundamente odiados en la región. Pero Israel es el único estado democrático del área y Estados Unidos ha sido su principal aliado. De aquí el visceral antiamericanismo de la zona. La lucha ideológica en el mundo musulmán gira alrededor de los judíos y del estado de Israel. A los que vivimos alejados de ese mundo, su antisemitismo nos resulta incomprensible. En un estado árabe tras otro se cultiva el odio contra los judíos. Varios gobiernos árabes les suministran a sus pueblos un adoctrinamiento antisemita desde la más temprana infancia. En las escuelas públicas de Arabia Saudita, por ejemplo, se enseña que los judíos ''obedecen al diablo'' y que son un pueblo maldecido por Dios.

Los Protocolos de los sabios de Sión es un libro difundido con el apoyo oficial en todo el Medio Oriente. Como es sabido, su tesis central gira sobre las supuestas maquinaciones de los judíos para dominar al mundo. Los Protocolos aparecieron por primera vez a principios del siglo XX y sus autores parecen haber sido miembros de la policía secreta zarista. Hitler los utilizó para adoctrinar a la juventud nazi. El libro ha sido desacreditado una y otra vez. En 1964, el Comité Judicial del Senado revisó los Protocolos y los consideró ''una cruda idiotez''. Sin embargo, los gobiernos de Arabia Saudita, Líbano, Jordania, Egipto, Libia, Palestina y Siria, entre otros, los difunden constantemente y los tratan como si fueran una realidad histórica. Ese es el desafío cultural que enfrenta Occidente en el mundo árabe. Los pueblos no se guían por sus intereses, se guían por sus ideas.

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