Un cadáver
insepulto
ADOLFO RIVERO CARO
Hay realidades que, quizás por evidentes, suelen pasar inadvertidas. Una de ellas es que la historia de las personalidades políticas está íntimamente vinculada con las ideas que defienden. ¿Cómo es posible que Adolfo Hitler, un personaje de origen tan oscuro, haya podido convertirse en el hombre más poderoso de la aristocrática Alemania de 1933? Hay que llegar a la conclusión de que estaba defendiendo ideas extremadamente populares. ¿Qué destino político pudiera tener un político que tratara de defender esas ideas en la Alemania moderna? Obviamente, sería objeto de desprecio y ridículo. Un Hitler contemporáneo aunque siguiera siendo un extraordinario orador de memoria fotográfica y formidable dedicación a su causa, sería totalmente irrelevante. La falsedad de sus ideas sería evidente. En 1933, sin embargo, no era así. Sus ideas eran inmensamente populares, como lo eran las de Mussolini en Italia.
Ahora, mucho tiempo después de su caída, es fácil burlarse de ellos. Pero, si eran tan grotescos, ¿cómo es posible que hayan sido tan asombrosamente populares? ¿Cómo es posible que tantos alemanes hayan dado su vida por Hitler hasta la misma caída de Berlín? Evidentemente creían, y creían absolutamente, en lo que estaba diciendo. Sólo una minoría comprendía lo desastroso de sus ideas. Muchos comunistas murieron dando vivas a Stalin, el mismo que los había mandado a fusilar. Y el esquema totalitario necesariamente se repite. Fidel mandó a fusilar a los generales Ochoa y Patricio de la Guardia. Los militares venezolanos, por supuesto, están seguros de que eso no les va a pasar a ellos. Chávez se los ha dicho. Buena suerte.
A Fidel Castro y a Hugo Chávez les espera el juicio histórico que a Hitler y Mussolini. Pero primero tenemos que enterrar sus ideas. La historia de las personalidades políticas es la historia de las ideas que representan.
Un ejemplo es la popularidad de ese extraordinario fracasado que fue Ernesto Guevara. Sus escasos éxitos no fueron suyos. No fue más que un joven aventurero que, por pura casualidad, se incorporó al grupo de Fidel Castro. Es cierto que demostró valor personal e iniciativa en unos cuantos combates. Pero hay que poner estas cosas en perspectiva. Cualquier soldado americano en las guerras de Afganistán e Irak ha combatido más tiempo, demostrado más valor y desplegado más iniciativa que el argentino. Ernesto Guevara se conviertió en una figura internacional gracias al triunfo de la revolución cubana. Ahora bien, ¿qué hizo el argentino con su poder y su prestigio?
Muchos de los que trabajaron con él están entre nosotros. Y su opinión es que Guevara era tan arrogante como inepto. Fue uno de los arquitectos del fulminante colapso de la economía cubana desde mediados de los años 60. Defendía apasionadamente políticas de extrema izquierda que habían fracasado estrepitosamente 40 años antes. Inclusive muchos comunistas, que sabían de ese fracaso, criticaron esas políticas tratando de defender la revolución. Hacerlo los llevó a la cárcel en el proceso de la llamada microfracción, que ahora cumple 40 años.
Decepcionado por su lamentable desempeño como administrador, Guevara decidió proseguir su carrera de aventurero internacional. Sólo consiguió magnificar sus fracasos. No era para menos. Sus pocas ideas eran asombrosamente superficiales. Creía que una guerrilla internacional podría jugar el mismo papel en el Congo tribal que el que había jugado una guerrilla nacional en la Cuba moderna. Como intelectual marxista era patético. Y su arrogancia lo llevó a repetir el mismo disparate en Bolivia.
La figura de Guevara sobrevive, aunque sólo sea marginalmente, porque no hemos terminado de enterrar las ideas que representa. En América Latina, la persistencia de un capitalismo atrasado e ineficiente, el llamado ''capitalismo malo'', justifica y explica la persistencia del mito revolucionario, la desastrosa idea de que no hay que reformar la sociedad democrática y liberal sino destruirla. La experiencia histórica, sin embargo, nos dice que el único camino del desarrollo es la expansión de la libertad económica (ver Indice de la Libertad Económica en www.neoliberalismo.com). La defensa de ese capitalismo oligárquico a nombre de la lucha contra el comunismo convirtió a la derecha en una mala palabra en América Latina. Es lamentable que la izquierda pueda reciclarse, pese a un historial tan sangriento y negativo, y que a la derecha le cueste tanto trabajo hacerlo, pese a los espectaculares éxitos que está teniendo en todo el mundo. En América Latina hace falta una poderosa oposición de derecha, favorable al capitalismo moderno y empresarial, pero duramente crítica del capitalismo atrasado y oligárquico. En su ausencia, una izquierda esencialmente burocrática y antiempresarial seguirá dominando y nunca conseguiremos los elevados ritmos de crecimiento que otros países subdesarrollados han alcanzado y que nosotros necesitamos desesperadamente. Guevara llamaba a multiplicar guerras sangrientas como la de Vietnam. Y, sin embargo, la experiencia histórica ha mostrado que estaba totalmente equivocado. Los países del sudeste asiático que abrazaron el modelo capitalista han tenido un espectacular crecimiento económico.
Y, por otra parte, de manera cruelmente irónica, ese mismo Vietnam que el argentino llamaba a imitar ha repudiado el modelo comunista. Sus dirigentes recorren, deslumbrados y sonrientes, la Bolsa de Valores de Nueva York. Sólo les interesa mantener sus prebendas gubernamentales. Han abandonado el anticapitalismo, la propiedad estatal de los medios de producción y la planificación centralizada a cuyo nombre decían combatir. Han desechado, en fin, las ideas de Ernesto Guevara. Las mismas ideas en cuya defensa quería que sus seguidores se convirtieran, como él mismo decía, en frías máquinas de matar. Y a nombre de las cuales estuvo asesinando implacablemente durante toda su vida. A nadie puede extrañarle, y mucho menos lamentar, que terminara como lo hizo.