En defensa del neoliberalismo
 

                    

Un momento difícil  
 

 
ADOLFO RIVERO CARO

Decía Hegel que era difícil vivir en una época interesante. La revolución francesa fue una época interesante. La nuestra también lo es. Este segundo milenio ha empezado con una guerra mundial contra el terrorismo. Sus primeros capítulos han sido laboriosos y sangrientos. Irak, que es el frente fundamental de la guerra, no se acaba de estabilizar. Las noticias son deprimentes. La violencia sectaria aumenta y el país parece acercarse a una guerra civil. ¿Será cierto que es un sueño idealista querer llevar la democracia a los países árabes del Medio Oriente? ¿Que no son verdaderas naciones, sino agrupaciones de tribus acostumbradas a vivir eternamente en guerra? ¿Que fue un error terrible de Bush derrocar a Saddam Hussein?

Que el pueblo americano no quiera guerra es irrelevante. Fuimos atacados el 11 de septiembre del 2001. Nos impusieron la guerra. Varios errores políticos de Estados Unidos hicieron que Osama bin Laden llegara a la conclusión de que la cultura americana era hedonista y decadente, y que su pueblo era incapaz de soportar los duros sacrificios de una guerra. Le parecía que frente a esos hedonistas, sin ideales ni principios, los árabes dispuestos a morir por reconquistar el califato universal serían una fuerza irresistible.

Es cierto que los americanos disfrutan de sus aires acondicionados, de sus carros del año, de sus computadoras portátiles. Desde hace mucho tiempo, el nivel de vida del pueblo americano es muy superior al del resto del mundo. Que quiera disfrutarlo al máximo no es nada extraño. El caso de nuestros enemigos es distinto. Para quienes sólo conozcan arena, camellos y mujeres con velos, el suicidio no es una mala alternativa.

Pero, cuidado. En la Segunda Guerra Mundial, los jóvenes americanos toparon exitosamente con las formidables tropas nazis. De Omaha Beach en lo adelante, éstas nunca pudieron detenerlos durante mucho tiempo. Lo mismo se puede decir de las sangrientas luchas contra los japoneses en las islas del Pacífico. ¿O es que los soldados japoneses no eran suicidas? Por favor. Ellos fueron los que inventaron la palabra kamikaze. Pero los aplastamos. Y hoy mismo, la moral de nuestros soldados en Irak, todos ellos voluntarios, no puede ser más alta.

Hemos vivido en el medio siglo de paz que compró la Segunda Guerra Mundial. Acostumbrados a la paz y al progreso democrático, nuestro público tiende a legitimar lo que es popular. Es natural. Después de todo, la única fuente de legitimidad de un gobierno moderno es la voluntad popular (Art. 21 de la Carta de los Derechos Humanos). Ahora bien, la popularidad no lo es todo. Adolfo Hitler era enormemente popular en Alemania. Tanto, que muchos miles de alemanes dieron la vida por él, con la guerra perdida, en la batalla de Berlín. Alemanes y japoneses abrazaron ideas malignas y, paradójicamente, sólo una derrota aplastante les pudo traer paz y prosperidad.

Esto encierra enseñanzas importantes para nosotros. Hoy, el Medio Oriente hierve de odio y de antisemitismo. Pero los derechos humanos son principios trascendentes que no dependen de la voluntad de mayorías momentáneas. La popularidad del antisemitismo o del fundamentalismo islámico no les da ninguna legitimidad. Los pueblos que abracen esas ideologías siniestras tendrán que pagar un precio terrible. Será lamentable, pero es necesario. Y ese proceso ya ha empezado.

¿Cuál fue el gran triunfo de Osama bin Laden? Traer la guerra a los Estados Unidos. ¿Cuál fue la reacción de nuestro gobierno? Llevar la guerra al terreno de nuestros enemigos. Y ahí ha permanecido desde hace cinco años. No estamos enfrentando coches bombas, ni secuestradores, ni atentados contra figuras públicas en Nueva York, Washington o Miami. Esos combates se están librando en Bagdad y otras ciudades iraquíes. Y los terroristas no están enfrentando a civiles indefensos, sino a las tropas elites del ejército americano. No escogimos la guerra, pero estamos escogiendo dónde, cuándo y cómo librarla. Ha sido una decisión difícil, pero totalmente justa.

En Irak se han concentrado los terroristas de todo el Medio Oriente. Lo hacen porque saben que es el terreno de una batalla decisiva. El ejemplo de un Irak democrático y próspero arrastraría a toda la región. Aunque esto hace muy difícil nuestra lucha, no nos debe hacer perder la perspectiva. El pueblo iraquí no simpatiza con el terrorismo. Habrá combates entre milicias chiitas y sunitas, pero la gran mayoría de la población ha votado abrumadoramente por una constitución y por un gobierno de unidad nacional. Una gran encuesta realizada en julio encontró que el 94 por ciento de los iraquíes apoyaba un gobierno de unidad nacional. El 78 por ciento se oponía a un Irak segregado en términos religiosos o étnicos. Inclusive en Bagdad, el 76 por ciento se oponía a la separación étnica. Nuestros enemigos ofrecen una resistencia desesperada, pero cada día que pasa las fuerzas armadas y la policía iraquíes se fortalecen. Hay un Comité para el Diálogo Nacional y la Reconciliación que se formó hace sólo tres semanas.

Nos hemos deshecho de una poderosa tiranía que promovía el terrorismo y llegaba a pagarles $25,000 a las familias de los asesinos suicidas. La hemos sustituido por un gobierno pacífico y democrático. Si Estados Unidos logra mantener bajo control a sus derrotistas y sus apaciguadores, debemos ganar esta guerra y cambiar el mapa geopolítico del Medio Oriente.

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