En defensa del neoliberalismo
 

                    

                       

             Del buen salvaje al buen Chávez

ADOLFO RIVERO CARO

Este año se cumple el trigésimo aniversario de la publicación de uno de los libros más importantes que se hayan escrito en América Latina: Del buen salvaje al buen revolucionario, del venezolano Carlos Rangel. Abogado, periodista y ensayista, Rangel era un colaborador habitual de The Wall Street Journal y las más importantes revistas americanas.

A Carlos Rangel le gustaba ir contra la corriente. En 1976, cuando Fidel Castro todavía era popular y tenía por delante la presidencia del Movimiento de los Países No Alineados, Rangel salió a hacer una crítica devastadora de la revolución cubana.

''En América Latina (Castro) va a enfrentarse a los EEUU (el imperialismo por antonomasia) hasta causar una total ruptura económica y política [...] va a terminar por hacer de Cuba un país más rígidamente comunista que Polonia o Hungría (o que la URSS), puesto que a partir de 1968 (``Año del Guerrillero Heroico'') hasta las más ínfimas supervivencias de actividad económica artesanal o de servicios serán estatizadas, como peligrosos e inadmisibles quistes de ''tendencias individualistas'' y de ''actividades anticomunistas'' [...] Y naturalmente, lo esencial: va a invertir la dependencia cubana, de manera que donde antes estaban los americanos, están ahora los rusos, con tanto poder de decisión sobre los usos del territorio cubano en su estrategia global, que en 1962 intentaron hacer de Cuba una base nuclear contra los EEUU y luego se desdijeron, sin que la opinión o la voluntad de Cuba fueran tomadas en cuenta ni para la decisión original ni para su revocación''.

El mérito de Rangel, sin embargo, no está en haber descubierto la gran estafa de la revolución cubana, sino en haber tratado de explicar su aparentemente inexplicable popularidad. Sin pretender entrar en la argumentación central del libro, las raíces de este fenómeno se encuentran en una visión del mundo surgida de la Ilustración Francesa (en oposición a la Ilustración Escocesa) donde surge la idea de que el hombre es naturalmente bueno y de que es la sociedad la que lo corrompe. ''El hombre es libre, pero en todas partes se encuentra en cadenas'', como dijera Rosseau.

A Rangel le gustaba poner las cosas en su lugar. En su libro precisó que ``la Doctrina Monroe estaba destinada a prevenir cualquier intento de una potencia europea de establecer nuevas bases en el hemisferio, aprovechando la debilidad de las repúblicas hispanoamericanas...''

Pero, tras la construcción del Canal de Panamá, ``y con las repúblicas ribereñas del Caribe [...] en un estado de desorden crónica y de debilidad [...] incapaces de garantizar razonablemente las vidas y propiedades de los residentes extranjeros, y con deudas externas morosas que podían servir de pretexto a una intervención, los EEUU se comprometerían a no permitir más en el Caribe [...] una situación análoga a la que se produjo en Venezuela en 1902, cuando barcos de guerra alemanes, británicos e italianos acudieron a las costas de ese país con el pretexto de presionar el cobro de deudas; o, mirando más atrás, a lo que ocurrió en México en 1862, cuando la suspensión del pago de la deuda externa por Juárez, dio lugar a la ocupación francesa y el establecimiento de un estado títere con el emperador Maximiliano como procónsul francés sin que los EEUU pudieran reaccionar por estar atravesando la gran crisis de la guerra civil''.

Desde la época de Teodoro Roosevelt hasta 1965, las intervenciones americanas reflejaron la voluntad de EEUU de no tolerar en el Caribe situaciones que pudieran poner en peligro su control sobre las vías marítimas complementarias del Canal. Esta es la explicación esencial de las intervenciones y no, como hicieron creer los marxistas, que la principal razón (si no la única) había sido la protección de intereses económicos supuestamente vitales para los EEUU que, a su vez, eran la supuesta causa del subdesarrollo en las repúblicas víctimas de las intervenciones.

Vilma Petrásh, brillante analista político y profesora del Miami-Dade College, me ha dicho querer organizar un seminario latinoamericano en Miami sobre el libro de Carlos Rangel. Yo preferiría que fuera en Caracas pero, de cualquier forma, sería una estupenda iniciativa. El libro se presta para discutir la problemática latinoamericana desde muchos ángulos. Rangel se suicidó en 1988, apenas un año antes de la caída del muro de Berlín y del colapso del campo socialista. No pudo ver cómo la historia le daba la razón. Su coraje político y su lucidez les hubieran sido muy útiles a los venezolanos, y a todos, en la nueva y tormentosa época que empezaba.



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