En defensa del neoliberalismo
 

                    

                        Petróleo y desgracias

ADOLFO RIVERO CARO

Pretender echarles la culpa a las empresas petroleras por el alto precio de la gasolina no es más que un cinismo de nuestros políticos y un pavloviano reflejo anticapitalista de nuestros denodados ''liberales'' (socialistas). Estos últimos debían estudiar la ley de la oferta y la demanda. No es difícil. Lo que abunda es barato. Es por eso que el aire es gratis.

El mercado mundial se ha desestabilizado porque Irán y Venezuela, cuarto y quinto de los mayores exportadores mundiales de petróleo, están en una situación política inestable. Irán está a punto de conseguir armas atómicas en desafío de la comunidad internacional y ha amenazado con destruir Israel. Venezuela repite periódicamente que pudiera dejar de venderle petróleo a Estados Unidos. Irak, por su parte, no ha podido recuperar su capacidad productiva. Nigeria, otro gran productor, es víctima de una guerra civil. No sólo eso. La explosión económica de China y la India está absorbiendo crecientes cantidades de energía. Estados Unidos, que tiene vastas reservas petroleras, no las puede explotar porque el Partido Demócrata (con el apoyo de algunos republicanos) siempre se ha opuesto a la búsqueda y extracción de petróleo por razones ecológicas. A estas horas, todavía no se ha podido encontrar autorización para perforar en una remota y pequeña sección del Refugio Artico de la Fauna para no perturbar los hábitos de apareamiento del caribú... ¿Acaso es mentira? Hace décadas que no se construyen nuevas refinerías. ¿Y es inexplicable que la gasolina haya subido de precio? ¿Tiene que ser una conspiración de los consorcios petroleros? Por favor. Esas investigaciones sólo se mandan a hacer para calmar a un público irritado y mal informado. No es la primera vez. Los resultados siempre son los mismos: el alza de los precios se debe a las fluctuaciones del mercado. Para bajar los precios, hay que aumentar la oferta. Punto.

El aumento del precio del petróleo no es sólo una mala noticia para los consumidores. En el mundo actual es una mala noticia a secas. La mayor parte de los países petroleros tienen instituciones muy débiles. Es el caso de Arabia Saudita, Irán, Rusia, Venezuela, Kazajastán, Nigeria, Uzbekistán, Angola y otros. En esos países, el aumento del precio del petróleo entraña un retroceso político. No es difícil comprender por qué. Los bajos precios del petróleo los empujan a elaborar estructuras legales y educativas que promuevan la capacidad competitiva de sus pueblos; los presionan a atraer inversiones del exterior. Esto significa que tienen que prestar atención a su imagen pública. Sus violaciones de los derechos humanos tienen un elevado costo político y económico. Por el contrario, mientras más alto el precio del petróleo, más independientes son los gobiernos de lo que piensen sus pueblos y de lo que piense la comunidad internacional. Usan el dinero que les entra a torrentes para aliviar las presiones sociales más urgentes, comprar el apoyo de diversos grupos y fortalecer los aparatos represivos que estrangulan los movimientos democráticos.

Como señala Thomas L. Friedman en un ensayo publicado en Foreign Policy, los altos precios hacen que esos países no experimenten ninguna presión para crear nuevas empresas, nuevas industrias. Todo lo contrario. Lo más común es que se cree un fenómeno de desindustrialización, como el que estamos viendo en Venezuela. El influjo de efectivo, de oro, hace aumentar el precio de la moneda, encareciendo las exportaciones nacionales y restándoles competitividad. Las importaciones se elevan verticalmente y el sector nacional resulta prácticamente destruido.

En los países petroleros, las masas no comprenden por qué los dirigentes son ricos y ellos son pobres. Creen que simplemente alguien se está robando todo ese dinero del petróleo. Por consiguiente, para prosperar sólo hay que liberarse de los ladrones. Nadie piensa que la clave de la riqueza está en construir una sociedad que promueva la educación, el respeto a la ley, el empresariado. Si a esto le añadimos las ambiciones mesiánicas de Chávez y las delirantes visiones de Ahmadinejad (dijo que durante su intervención en Naciones Unidas el tiempo se había detenido), no hay que extrañarse de que los mercados estén desasosegados e inquietos.

Los altos precios de la gasolina sólo tienen un aspecto positivo: estimulan la búsqueda de fuentes alternativas de energía. Ese es uno de los desafíos que confronta Estados Unidos. Cuidado, países petroleros, en desafiar a la primera potencia tecnológica del mundo.



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