En defensa del neoliberalismo |
ADOLFO RIVERO CAROHace pocos días se celebraba la fundación de Patria, el periódico independentista que José Martí fundó en el exilio. Es el día del periodista cubano, un evento simultáneamente de orgullo y vergüenza. De orgullo porque el ejemplo de Patria ha sido no sólo igualado, sino superado, por los periodistas independientes de Cuba. Después de todo, ellos trabajan en una Cuba no muy diferente de cuando la capitanía general de Weyler. Y esto no es ninguna exageración. En Cuba, como cuando la colonia española, no están permitidas opiniones diferentes a las del gobierno y desafiarlo significa la cárcel, el exilio o la muerte. Es por eso que los mejores periodistas cubanos, Raúl Rivero o Manuel Vázquez Portal, por sólo mencionar dos de ellos, sufrieron cárcel antes de tener que abandonar el país. Y es por eso que todavía están presos más de 20 periodistas independientes como Guillermo Fariñas y Oscar Espinosa Chepe y bajo incesante acoso Miriam Leyva, Jorge Olivera, la camagüeyana Marylin Díaz y, por supuesto, mi amiga Tania Díaz Castro. Radio Martí, por cierto, también es una continuación de Patria porque le da voz a la oposición cubana que una dictadura pretende silenciar. No es nada extraño. Radio Martí sigue una vieja tradición norteamericana: la solidaridad con el pueblo cubano. Un siglo de mentiras y tergiversaciones no debe hacer olvidar que jóvenes de grandes familias americanas, como Teodoro Roosevelt, vinieron a combatir por la libertad de Cuba y estuvieron dispuestos a dar sus vidas por esa causa. O desconocer el papel extraordinariamente positivo de la primera intervención. O ignorar que el presidente Teodoro Roosevelt le suplicó a Estrada Palma que no forzara una intervención americana. Los cubanos tenemos que estar orgullosos de nuestras relaciones con los EEUU y proclamarlo así. La Cuba republicana fue soberana e independiente. Fue Fidel Castro el que convirtió a Cuba en cliente y vasallo de la Unión Soviética. Cuando el mundo entero condenó la invasión soviética de Afganistán, un país del tercer mundo, Castro hizo que Cuba apoyara esa invasión en Naciones Unidas, obedeciendo órdenes de Brezhnev. De la misma forma, Cuba tuvo una constitución socialista en 1976 porque Brezhnev había ordenado que todos los países socialistas debían tener nuevas constituciones donde se alabara el papel de la Unión Soviética. Nuestra vergüenza nacional es la prensa genuflexa que defiende a la dictadura. Castro, siempre preocupado por mantener un mínimo de apoyo interno, trata de levantar la moral de la nomenklatura y presentar al gorilato cubano como víctima. ¿Víctima de quién? ¿Acaso no fue el gobierno cubano el que se robó todas las propiedades extranjeras que había en la isla? ¿Acaso no se ha dedicado desde entonces a promover la insurgencia y el terrorismo en el mundo entero? ¿Acaso no le propuso a la Unión Soviética que inciara una guerra atómica? ¿Qué quería? ¿Que se lo agradecieran? ¿Qué lo trataran como un gobierno amigo? Tras la lamentable indecisión de Bahía de Cochinos, hace más de 40 años, Estados Unidos nunca ha querido intervenir en Cuba. Y no era, como pretendía hacer creer Castro, por temor a una represalia soviética. La vida lo ha demostrado. Era por no considerarla suficientemente importante. La realidad es que, en Cuba, el único agresor, el único que tiene bandas paramilitares que imitan a las camisas negras de Mussolini, el único que golpea, veja, tortura, encarcela y mata a opositores pacíficos es el gobierno de Fidel Castro. Y la única víctima es el pueblo cubano. La no intervención en los asuntos internos de otros países es el pretexto de los gobiernos latinoamericanos para dejarle las manos libres a Castro. Este, sin embargo, directamente y a través de Chávez, interfiere sin ningún pudor en la política interna de todos los países del hemiferio. Y los gobiernos lo aceptan dócilmente. Es el precio a pagar para que Castro-Chávez no los acusen de títeres del imperialismo yanqui. El antiamericanismo está de moda. Ante esta situación, es imperativo que Estados Unidos adopte una enérgica política cultural en América Latina. Actualmente no la tiene. Se quiere ignorar la realidad de que Hollywood, las principales universidades y la mayor parte de la gran prensa de Estados Unidos nunca defienden las instituciones y la historia de este país. Todo lo contrario. En otra época, la influencia de estas instituciones era favorable a Estados Unidos. Desde hace muchos años esa influencia se ha vuelto profundamente antiamericana. No hacer nada es dejarles el campo libre y ayudar a que el antiamericanismo siga creciendo en el mundo. Y apuntalando a la dictadura castrista. |