En defensa del neoliberalismo

                                         

 

Retos de nuestra época

 

Ultimamente se está hablando mucho de una recesión. No le veo mucho sentido. Una recesión se define como la disminución del producto nacional bruto, es decir, un crecimiento económico negativo, durante dos o más trimestres. Estamos muy lejos de eso. El impetuoso crecimiento de la economía durante los últimos años ha disminuido un poco. Por el momento, eso es todo. En realidad, lo asombroso es que después del 11 de septiembre, la guerra de Irak, Katrina y la explosión en el precio de la gasolina, la economía americana se haya mantenido en tan buena forma, con poca inflación y bajísimos niveles de desempleo. Gran parte del mérito hay que dárselo a las rebajas de impuestos de Bush, tan detestadas por los demócratas.

La constante utilización del lenguaje del resentimiento y la lucha de clases ha logrado confundir a mucha gente. No comprenden, por ejemplo, que las llamadas rebajas de impuestos a los ricos, son rebajas de impuestos a los empresarios, dirigidas a estimular sus inversiones, su crecimiento y, por consiguiente, al aumento del empleo. En realidad, ese es el mayor estímulo posible a la economía. La gente de pocos ingresos sencillamente no paga impuestos en este país.

Actualmente estamos atravesando una crisis en las hipotecas de alto riesgo. No se están pagando muchas de ellas, lo que ha conducido a numerosos embargos hipotecarios. Los bancos se han quedado con miles de millones en deudas irrecuperables. Esto hace bajar el precio de las casas y disminuye la construcción de nuevas viviendas. Las consecuencias reverberan negativamente en toda la economía.

Uno se pregunta, ¿cómo es posible que tantos bancos se hayan arriesgado a prestarles a clientes que tenían un pobre historial de crédito? La respuesta es que se arriesgaban porque les hacían pagar una tasa hipotecaria más alta y ajustable. Pero, además, se arriesgaban porque estaban compulsados a hacerlo. La Community Reinvestment Act de 1977, reforzada bajo el gobierno de Clinton, es una ley que obliga a los prestamistas a ofrecer crédito a todo el mercado y no sólo a las personas de altos ingresos y sólido historial de crédito. Lo que impulsó la aprobación de la ley fue que a una elevada proporción de negros se les negaban hipotecas. ¿Cómo era posible? ¿No existiría un siniestro racismo bancario? Son evidentes las buenas intenciones de la ley y su espíritu ''progresista''. Pero, según un artículo de Carrie Teegardin en The Atlanta Journal-Constitution, un estudio nacional de historiales de crédito descubrió que 52 por ciento de los negros tenían historiales de crédito que los clasificarían como prestatarios de alto riesgo en comparación con sólo 16 por ciento entre los blancos. La actitud de los bancos no tenía nada que ver con el racismo. Era simple prudencia económica. Pero las buenas intenciones del gobierno intervinieron.

Es natural preocuparse, pero es conveniente poner la situación actual en perspectiva. Según William Dunkelberg, profesor de economía de la Universidad de Temple, el 96 por ciento de todas las hipotecas se están pagando a tiempo. 30 por ciento de los dueños de casa americanos no tienen hipotecas. Sólo alrededor del 2 al 3 por ciento de las hipotecas están en embargo. Por otra parte, en las últimas cuatro semanas, las solicitudes para beneficios de desempleo han estado bajando. Es probable que esto cambie debido a la crisis de las hipotecas de alto riesgo, pero por el momento la situación se mantiene bajo control. Para los inmigrantes cubanos, que venimos de una sociedad totalitaria, este país tendrá problemas, pero sigue siendo el más grande y generoso del mundo.

Esa es nuestra discrepancia fundamental con la izquierda americana. Una cosa es criticar determinados aspectos de esta sociedad: su bizantino sistema de impuestos, su absurdo sistema de inmigración, que bloquea el ingreso a EEUU de una próspera clase media venezolana, su costoso sistema de salud o su lamentable sistema educativo, entre otras cosas --y otra es ser antiamericano. En el fondo, ser antiamericano es ser un anticapitalista vergonzante. De ahí aquella vieja tendencia demócrata a buscar un acomodo con la Unión Soviética, aunque ahora se pretenda olvidar esa historia. Para los llamados ''liberales'' americanos, los comunistas tendrán estos o aquellos defectos, pero son anticapitalistas y antiamericanos y, por consiguiente, no pueden ser tan malos. Esa es su gran diferencia con nuestros llamados ``conservadores''.

Los candidatos a la nominación presidencial sólo hablan de ''cambio''. Es un mensaje fácil, popular y totalmente vacío. ¿Cambio? Los cubanos querían cambio bajo la dictadura de Batista y Fidel Castro se los dio. Prometer cambios en abstracto es demagógico, pero aceptarlo es suicida, es depositar una confianza ilimitada en una persona. Cuidado. Los electores tenemos que pedirles a los candidatos posiciones definidas y concretas en relación a los problemas que nos preocupan. Para mí, el problema fundamental de nuestra época es el terrorismo. No nos han vuelto a atacar desde el 11 de septiembre. ¿Será que Al Qaida ha desaparecido o será que las medidas que ha tomado el gobierno de Bush han sido efectivas? Recordemos que esas medidas --como interceptar llamadas telefónicas extrañas a países promotores del terrorismo-- han sido ferozmente criticadas por los demócratas como violadoras de los derechos individuales y como intentos por establecer una dictadura totalitaria en EEUU.

Por mi parte, quiero confirmar las rebajas de impuestos de Bush y, sobre todo, quiero ganar la guerra en Irak, el problema fundamental de nuestro tiempo. Y voy a votar por el candidato que mejor defienda esas posiciones, por el que mejor responda a los retos de nuestra época.