ADOLFO RIVERO CARO
Ultimamente
se está hablando mucho de una recesión. No
le veo mucho sentido. Una recesión se define
como la disminución del producto nacional
bruto, es decir, un crecimiento económico
negativo, durante dos o más trimestres.
Estamos muy lejos de eso. El impetuoso
crecimiento de la economía durante los
últimos años ha disminuido un poco. Por el
momento, eso es todo. En realidad, lo
asombroso es que después del 11 de
septiembre, la guerra de Irak, Katrina y la
explosión en el precio de la gasolina, la
economía americana se haya mantenido en tan
buena forma, con poca inflación y bajísimos
niveles de desempleo. Gran parte del mérito
hay que dárselo a las rebajas de impuestos
de Bush, tan detestadas por los demócratas.
La constante utilización del lenguaje del
resentimiento y la lucha de clases ha
logrado confundir a mucha gente. No
comprenden, por ejemplo, que las llamadas
rebajas de impuestos a los ricos, son
rebajas de impuestos a los empresarios,
dirigidas a estimular sus inversiones, su
crecimiento y, por consiguiente, al aumento
del empleo. En realidad, ese es el mayor
estímulo posible a la economía. La
gente de pocos ingresos sencillamente no
paga impuestos en este país.
Actualmente estamos atravesando una
crisis en las hipotecas de alto riesgo. No
se están pagando muchas de ellas, lo que ha
conducido a numerosos embargos hipotecarios.
Los bancos se han quedado con miles de
millones en deudas irrecuperables. Esto hace
bajar el precio de las casas y disminuye la
construcción de nuevas viviendas. Las
consecuencias reverberan negativamente en
toda la economía.
Uno se pregunta, ¿cómo es posible que
tantos bancos se hayan arriesgado a
prestarles a clientes que tenían un pobre
historial de crédito? La respuesta es que se
arriesgaban porque les hacían pagar una tasa
hipotecaria más alta y ajustable. Pero,
además, se arriesgaban porque estaban
compulsados a hacerlo. La Community
Reinvestment Act de 1977, reforzada bajo el
gobierno de Clinton, es una ley que obliga a
los prestamistas a ofrecer crédito a todo el
mercado y no sólo a las personas de altos
ingresos y sólido historial de crédito. Lo
que impulsó la aprobación de la ley fue que
a una elevada proporción de negros se les
negaban hipotecas. ¿Cómo era posible? ¿No
existiría un siniestro racismo bancario? Son
evidentes las buenas intenciones de la ley y
su espíritu ''progresista''. Pero, según un
artículo de Carrie Teegardin en The
Atlanta Journal-Constitution, un
estudio nacional de historiales de crédito
descubrió que 52 por ciento de los negros
tenían historiales de crédito que los
clasificarían como prestatarios de alto
riesgo en comparación con sólo 16 por ciento
entre los blancos. La actitud de los bancos
no tenía nada que ver con el racismo. Era
simple prudencia económica. Pero las buenas
intenciones del gobierno intervinieron.
Es natural preocuparse, pero es
conveniente poner la situación actual en
perspectiva. Según William Dunkelberg,
profesor de economía de la Universidad de
Temple, el 96 por ciento de todas las
hipotecas se están pagando a tiempo. 30 por
ciento de los dueños de casa americanos no
tienen hipotecas. Sólo alrededor del 2 al 3
por ciento de las hipotecas están en
embargo. Por otra parte, en las últimas
cuatro semanas, las solicitudes para
beneficios de desempleo han estado bajando.
Es probable que esto cambie debido a la
crisis de las hipotecas de alto riesgo, pero
por el momento la situación se mantiene bajo
control. Para los inmigrantes cubanos, que
venimos de una sociedad totalitaria, este
país tendrá problemas, pero sigue siendo el
más grande y generoso del
mundo.
Esa es nuestra discrepancia fundamental
con la izquierda americana. Una cosa es
criticar determinados aspectos de esta
sociedad: su bizantino sistema de impuestos,
su absurdo sistema de inmigración, que
bloquea el ingreso a EEUU de una próspera
clase media venezolana, su costoso sistema
de salud o su lamentable sistema educativo,
entre otras cosas --y otra es ser
antiamericano. En el fondo, ser
antiamericano es ser un anticapitalista
vergonzante. De ahí aquella vieja tendencia
demócrata a buscar un acomodo con la Unión
Soviética, aunque ahora se pretenda olvidar
esa historia. Para los llamados
''liberales'' americanos, los comunistas
tendrán estos o aquellos defectos, pero son
anticapitalistas y antiamericanos y, por
consiguiente, no pueden ser tan malos. Esa
es su gran diferencia con nuestros llamados
``conservadores''.
Los
candidatos a la nominación presidencial sólo
hablan de ''cambio''. Es un mensaje fácil,
popular y totalmente vacío. ¿Cambio? Los
cubanos querían cambio bajo la dictadura de
Batista y Fidel Castro se los dio. Prometer
cambios en abstracto es demagógico, pero
aceptarlo es suicida, es depositar una
confianza ilimitada en una persona. Cuidado.
Los electores tenemos que pedirles a los
candidatos posiciones definidas y concretas
en relación a los problemas que nos
preocupan. Para mí, el problema
fundamental de nuestra época es el
terrorismo. No nos han vuelto a atacar desde
el 11 de septiembre. ¿Será que Al Qaida ha
desaparecido o será que las medidas que ha
tomado el gobierno de Bush han sido
efectivas? Recordemos que esas medidas
--como interceptar llamadas telefónicas
extrañas a países promotores del
terrorismo-- han sido ferozmente criticadas
por los demócratas como violadoras de los
derechos individuales y como intentos por
establecer una dictadura totalitaria en EEUU.
Por mi parte, quiero confirmar las
rebajas de impuestos de Bush y, sobre todo,
quiero ganar la guerra en Irak, el problema
fundamental de nuestro tiempo. Y voy a votar
por el candidato que mejor defienda esas
posiciones, por el que mejor responda a los
retos de nuestra época.
|