Colombia: Chávez y la bomba
Eduardo Mackenzie
Cada vez que el gobierno colombiano le hace concesiones a las
Farc, éstas responden golpeando brutalmente. El carro-bomba que
estalló en Bogotá el 12 de agosto de 2010 es la confirmación de
esa triste ley.
El encuentro con Hugo Chávez en Santa Marta, la renuncia de
Colombia a que haya una verificación de los campamentos de las
Farc en Venezuela y la entrega a Rafael Correa de los discos
duros del computador de Raúl Reyes fueron importantes
concesiones que en lugar de aplacar a ese bloque “revolucionario”,
lo reanimó.
A través de sus funcionarios, Rafael Correa se empeña en decir
que esos discos que contienen información precisa sobre el
accionar de las Farc en Ecuador, Venezuela, Colombia y otros
países, son falsas pruebas “manipuladas” por Bogotá, como si
Interpol no hubiera verificado esos contenidos. No contento con
ese regalo, Correa le exige al presidente Juan Manuel Santos
darle los detalles exactos de la operación contra el campamento
permanente de Reyes en Ecuador. Nada menos.
Eso es lo que algunos ilusos llaman en estos días “superar las
diferencias” en las relaciones diplomáticas con Ecuador y
Venezuela.
El presidente Juan Manuel Santos cedió ante la presión
interesada de Lula y se reunió con Chávez y le permitió a éste
mentir una vez más con el cinismo de siempre: no, él no apoya,
ni ha apoyado, ni apoyará a las Farc; sí, el es indiferente ante
el hecho de que Colombia tenga siete bases militares con Estados
Unidos.
Chávez se permite adoptar ese tipo de retórica, que contradice
lo que decía siempre y hasta la víspera, pues sabe que la
verdadera confrontación se está dando en otros escenarios: sus
amigos dentro del aparato judicial colombiano ya están haciendo
el trabajo: minar el piso jurídico de los acuerdos colombianos
con Washington sobre las bases militares.
Ante ese panorama, el encuentro de Santa Marta parece más una
jugada de Lula para apretarle la brida al nuevo gobierno de
Colombia que un arreglo genuino de las relaciones diplomáticas
entre Bogotá y Caracas.
La verdadera línea sobre Colombia la expresó Chávez hace meses
cuando se inmiscuyó en la campaña presidencial colombiana e
intentó prohibirle a los colombianos que votaran por Juan Manuel
Santos por ser un “mafioso” y un “peligro” para Venezuela y toda
Latinoamérica. Esa línea real es coherente con lo que el
dictador hace desde 1999 y con el episodio de la bomba en Bogotá
del 12 de agosto de 2010.
Lo de Santa Marta no fue la conversión de Chávez a las buenas
maneras diplomáticas, fue lo contrario: el obtuvo concesiones de
Bogotá y espera que Santos se adapte a la estrategia de Caracas,
por la vía de aceptar las apariencias equívocas, las palabras,
en lugar de guiarse por los hechos tozudos de la vida real.
Para eso las camarillas gobernantes de Caracas, Quito y
Brasilia, sin hablar de otras capitales, juran que el problema
era el ex presidente Álvaro Uribe y que a Santos lo van a dejar
gobernar tranquilamente.
El ex presidente Andrés Pastrana comenzó a construir el fracaso
de su gobierno cuando pronunció esta frase: “Yo le creo a
Marulanda Vélez”. Esa idea lo puso en la tabla mojada que lo
condujo directamente a la catástrofe de la zona desmilitarizada
de 42 000 km² en poder de las Farc.
Todo porque creyó en el juego de las promesas irresistibles.
Cuando María Ángela Holguí n Cuéllar, canciller de Colombia,
parece creerle a su homólogo venezolano Nicolás Maduro, toma
graves riesgos en nombre de su país. ¿Cuál será su posición
frente a la denuncia penal contra el presidente Hugo Chávez ante
la Corte Penal Internacional (CPI), y ante la demanda contra el
Estado de Venezuela interpuesta ante la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos (Cidh) por el abogado Jaime Granados en
representación de las víctimas de las Farc y del Eln que se
refugian en Venezuela?
Con su nuevo atentado en Bogotá, las Farc le dijeron a Colombia
que Chávez, a pesar de sus frases en Santa Marta, no los
expulsará y sí seguirá cubriendo sus crímenes. La prueba es que
Chávez no ha condenado el atentado del 12 de agosto y no lo hará
jamás. Este fue preparado y ejecutado con habilidad para que la
responsabilidad recaiga sobre otros: usaron un vehículo robado a
dos militares para que la desinformación haga de las suyas
durante años en las redacciones de los periódicos.
Nada pues ha cambiado. Caracas espera que su actual operación
candor debilite la vigilancia de los colombianos,
precisamente porque su estrategia de avasallamiento sigue en pié
y se refuerza. ¿O es que los contactos de Piedad Córdoba con
Fidel Castro en La Habana, cuyo contenido es mantenido en
secreto, pues la versión oficial es una salva de frases vacías,
es una mera coincidencia? Ella y Danilo Rueda fueron allá, no
para luchar “por la paz”, como dice la prensa castrista, sino
para recibir instrucciones precisas del Foro de Sao Paulo.
¿O es que fue una pura coincidencia que el mismo día de ese
encuentro, y de la bomba en Bogotá, Luis Germán Restrepo
Maldonado, precursor del nuevo sindicalismo colombiano, defensor
del TLC con Estados Unidos, dirigente de Sintraempaques y
ferviente uribista, haya sido asesinado en Medellín?
La ofensiva de Alfonso Cano esta detrás de esos actos criminales.
Aparentemente disímiles, esos actos hacen parte de un todo.
Como hace parte de esa misma totalidad lo que ocurre en el medio
judicial. Seis personas que habían sido capturadas el 6 de
agosto pasado en Bogotá con 180 kilos de anfo, el mismo
explosivo de alta potencia empleado en la bomba del 12 de agosto,
fueron dejadas en libertad por un juez irresponsable. Eso
muestra que la gangrena que corroe el poder judicial, en la
cúspide y en la base, tiene implicaciones en la marcha de la
ofensiva terrorista.
El bloqueo del nombramiento del Fiscal General que hace la Corte
Suprema de Justicia, la “ponencia negativa” que prepara un
magistrado de la Corte Constitucional para hundir el pacto entre
Bogotá y Washington sobre las bases militares, ponencia que él
anuncia con gran desparpajo, y la increíble actitud de ciertos
jueces ante delincuentes cogidos con explosivos, muestra que es
cierto lo que algunos han visto desde hace meses: en el sector
judicial hay parcelas de poder conquistadas por las Farc y por
el chavismo y las Cortes no parecen dispuestas a reconocerlo ni
a poner fin a esa gravísima anomalía. El presidente Juan Manuel
Santos ha invitado a las Cortes a asumir posiciones razonables
pero todo indica que sin reformas estructurales de ese sector
Colombia no podrá recuperar la constitucionalidad perdida.
Con su nueva escuadra infiltrada en Bogotá, con sus agentes
instalados en la justicia, las Farc podrán acrecentar su
ofensiva global: atentados y asesinatos en las ciudades y
terrorismo judicial contra el Estado, contra el uribismo y, en
particular, contra los altos mandos de las fuerzas armadas, todo
sazonado con falsas pistas para desviar las investigaciones.
Cuando se ve el afán de Piedad Córdoba por atribuir el carro
bomba de Bogotá a “la extrema derecha” hay que preguntarse: ¿cuánto
sabe ella de ese atentado? ¿Esa imputación hace parte de una
manipulación?
Esperemos que la respuesta del nuevo gobierno esté a la altura
del desafío que lanzó Cano con sus atentados en Bogotá y
Medellín y que los investigadores no se dejen llevar de las
narices hacia callejones sin salida.
* Eduardo Mackenzie es abogado y periodista colombo-francés
residente en París desde hace más de una década. Es autor del
“Best seller”
“FARC: Fracaso de un terrorismo“ (Colección actualidad, Debate,
2007, Bogotá) y de “El enigma IB” (Sobre el caso de Ingrid
Betancourt) (Random House Mondadori, 2008, Bogotá).