En defensa del neoliberalismo

Un triunfo histórico

Adolfo Rivero Caro

Ha sido, sin duda, una operación de inteligencia militar destinada a pasar a la historia. El rescate de Ingrid Betancourt, los tres contratistas americanos y los policías y soldados colombianos ha llenado de júbilo a los amantes de la libertad en todo el mundo. Para otros, sin embargo, ha sido un trago amargo y un duro golpe político.

Es importante recordar que poderosas fuerzas izquierdistas del mundo entero siempre han manifestado una extraña y aparentemente inexplicable hostilidad contra Uribe y su gobierno. ¿Por qué si Uribe estaba consiguiendo derrotar a las FARC? Precisamente por eso. Simpatizaban solapadamente con las FARC pero dado lo difícil de defender a una organización de terroristas y narcotraficantes, lo manifestaba con una peregrina hostilidad contra Uribe. Sólo Chávez se atrevió a defender a las FARC públicamente y a decir que no era una organización terrorista, sino una legítima insurgencia nacional. No estaba solo, fue, simplemente, el torpe vocero de una posición extrañamente popular. ¿Cómo es posible simpatizar con las FARC y mirar con resentimiento a Uribe? La respuesta la tenemos en la actitud de Fidel Castro. En esto, como en tantas otras cosas, es un verdadero fiel de las posiciones de la izquierda.

Para Castro y los comunistas en general, el enemigo no son las FARC ni ninguna otra organización revolucionaria, sino la sociedad de libre mercado y sus instituciones democráticas. Ese es el enemigo a derrotar y a destruir porque esa es la sociedad que genera la desigualdad, la pobreza y todos los males sociales que la acompañan. Era lo que pensaba Carlos Marx en el siglo XIX. A partir de esas premisas, se elaboró la teoría del imperialismo, según la cual las inversiones de capital extranjero en un país pobre y sin capital propio no ayudaban a su desarrollo, sino que lo convertían en una semicolonia. Los grandes países industrializados eran el enemigo.

Estas son explicaciones seductoras y que ha conseguido penetrar profundamente en los medios culturales del mundo entero. Su indiscutible atractivo intelectual se ve enormemente reforzado por la envidia. Que los ricos y los poderosos no sean los creadores de la riqueza nacional, sino de la pobreza del país, es una racionalización del resentimiento. Es curioso que tanta gente crea que la riqueza es un estado natural. Es absurdo. Conseguir la riqueza es una tarea extraordinariamente difícil. Los recursos naturales son sólo uno de sus elementos, y ni siquiera el más importante.

La historia ha demostrado la falsedad de la concepción marxista. El capitalismo ha sido la fuerza progresista más grande que ha visto la historia. Ha sido el generador de la revolución industrial y el que sigue propulsando, hasta el día de hoy, la gran revolución científico-técnica. China y la India están saliendo por primera vez de la miseria precisamente gracias a sus reformas capitalistas. Es un tipo de capitalismo deformado, como el que predomina en América Latina, el que ha frenado el desarrollo de nuestro continente. Pero hay muchos que no tienen interés en rectificar esas deformaciones, sino que pretenden, con el pretexto de una revolución social, barrer con todas las instituciones ''burguesas'' que limitan el poder de los gobernantes y apoderarse de todo un país como si fuera un botín de guerra. Es lo que ha hecho Fidel Castro con Cuba, sentando un precedente que ilusiona y fascina, hasta el día de hoy, a muchos ambiciosos sin escrúpulos.

Paradójicamente, el principal atractivo de las ideas ''revolucionarias'' es su carácter reaccionario. En realidad, lo único realmente nuevo y moderno es el énfasis en la responsabilidad individual. Querer apoyarse en el poder del estado es tan viejo como los faraones y las monarquías absolutas. Los pueblos han vivido bajo ese sistema durante milenios. Por eso no es extraño que mucha gente se siente insoportablemente presionada por las tensiones de la competencia capitalista y añore un sistema donde sea el estado el que asuma todas las responsabilidades.

Para Castro, el exitoso combate de Uribe y del heroico ejército colombiano contra las FARC, firmemente apoyado por Estados Unidos, era la encarnación de todos sus terrores. Era la frustración del proyecto bolivariano de Chávez, obtuso heredero del sueño de la revolución continental. Uribe se había convertido en el principal aliado de Estados Unidos en América del Sur. Era lógico que se convirtiera en el principal enemigo de la izquierda y que se haya querido demonizarlo. Se le acusó, inclusive, de no querer la libertad de Ingrid Bentacourt y se hizo una enorme presión internacional para obligarlo a ceder a las demandas de las FARC, principalmente la de concederles poder sobre territorio colombiano. Todo en vano. Uribe no cedió y ahora, finalmente, ha conseguido una victoria demoledora. Un trago amargo para Chávez y sus lacayos, Evo, Correa y Daniel Ortega.

Este triunfo de los colombianos y de todos sus amigos, confirma una verdad elemental: no hay otra forma de tratar con los bárbaros sino por la fuerza. Por definición, las organizaciones violentas y terroristas han rechazado todo tipo de diálogo con sus opositores. Quieren la guerra. Hay que hacerles sufrir los resultados de esa decisión. Por otra parte, siempre es útil conocer las posiciones de Fidel Castro y observar quiénes están de acuerdo ellas.

Uribe ha conseguido un gran triunfo contra los terroristas y los narcotraficantes y es, con razón, inmensamente popular en Colombia. Es hora de que el Congreso de EEUU, controlado por los demócratas, renuncie a su hostilidad contra su gobierno y acabe de aceptar el tratado de libre comercio con Colombia. No hacerlo, sólo confirmaría que un duro núcleo de izquierda ha conseguido el control del partido. Veremos, dijo Homero.

Julio, 2008

 

 

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